Filosofía de Unamuno: Filosofía del quijotismo. Por María Teresa Signes
Filosofía de Unamuno: Filosofía del quijotismo
Dra. María Teresa Signes
Universidad de Barcelona
Relación entre la filosofía de Unamuno y su "Filosofía del Quijotismo"
Nos decía Unamuno que la filosofía, "responde a la necesidad de formarnos una concepción unitaria y total del mundo y de la vida, y como consecuencia de ésta concepción, un sentimiento que engendre una actitud íntima y hasta una acción. Pero resulta que ese sentimiento, en vez de ser consecuencia de aquella concepción, es causa de ella. Nuestra filosofía, esto es, nuestro modo de comprender o de no comprender el mundo y la vida, brota de nuestro sentimiento respecto a la vida misma".[1]
De este modo introducía Miguel de Unamuno su concepto de Filosofía en una de sus obras más famosas e importantes, su "Del sentimiento trágico de la vida", obra en la que quiso recoger, como bien sabemos todos, aquellos elementos que de forma más concreta y "filosófica"[2] vienen a definir su aportación al conjunto de la filosofía española contemporánea y de la que se desprende ese talante personal que caracterizó la figura y la obra de nuestro autor.
Vemos en dicha definición cómo la filosofía es el resultado de una necesidad, de una necesidad que tenemos por explicar y definir el mundo que nos rodea, una necesidad que se identifica con un sentimiento, el sentimiento de crear una nueva concepción que explique y defina una nueva forma de entender el mundo y su realidad más inmediata. De aquí que como el propio Unamuno nos dice, "nuestra filosofía…brota de nuestro sentimiento respecto a la vida misma".
Por ello diríamos que su filosofía es una filosofía del corazón, del sentimiento, una filosofía que no queda recogida en los tratados filosóficos; una filosofía que como decía Unamuno "está liquida y difusa en nuestra literatura, en nuestra vida, en nuestra acción, en nuestra mística sobre todo, y no en sistemas filosóficos... es la filosofía de Sancho, de Dulcinea, la de no morir, la de creer, la de crear la verdad. Y ésta filosofía ni se aprende en cátedras, no se expone por lógicas inductiva ni deductiva, ni surge de silogismos ni de laboratorios, sino que surge del corazón."[3]
Su filosofía es básica y fundamentalmente, una "filosofía vivida", puesto que a partir de la búsqueda del fundamento de lo humano, se llegará al planteamiento del "para qué existencial", en un ansia por analizar cuál es el fin hacia el que el hombre debe dirigir su vida para que ésta tenga realmente sentido. Se trata de una filosofía cuyo contexto más adecuado es el de una antropología filosófica en la que el hombre se plantea como en pocas, su dimensión trascendental.
Nos encontramos con una "filosofía del hombre para el hombre", en la que como decíamos el "para qué", el "para qué todo" del que tanto nos hablara Unamuno, nos lleva hacia una clara contradicción entre una razón cuyo anhelo por racionalizarlo todo, nos aleja de la creencia en la inmortalidad del alma humana, y un corazón, un sentimiento, una voluntad, que nos llevan a desear desde lo más hondo de nuestro ser, el hallar argumentos que justifiquen esta creencia en la inmortalidad de nuestra alma.
La orientación que en este sentido nos ofrece Unamuno de la filosofía, se aleja notablemente de las clásicas concepciones que de la Filosofía, encontramos a lo largo de la historia del pensamiento, y nos acerca sin embargo, a la concepción de esa dimensión filosófica que como hombres nos define y nos distingue del resto de los seres vivos. Nos devuelve en cierto modo, a ese ideal que desde los orígenes mismos de nuestra cultura occidental, nos invitaba a conocernos a nosotros mismos, en esa introspección que nos ofrecía el propio Sócrates, que tan alejada estaba del análisis de la conciencia que se ofreció con posterioridad, a través de la moderna psicología; una introspección, un autoconocimiento que nos llevaba a reconocernos como seres contingentes, que se debatían ante la duda de su "para qué existencial".
Unamuno se dejó arrastrar y de ello es clara muestra su aportación filosófica, por el deseo de racionalización que sacudió el pensamiento europeo de finales del siglo XIX, y que puso en duda los fundamentos básicos de la fe en la que desde su niñez había sido educado. Y entre estas dudas se debatió a lo largo de toda su vida, sin que la suya llegara a ser nunca una propuesta suficientemente clara y compacta, aún cuando el problema básico del que se hace eco toda su obra, sea precisamente el de ese hombre sufriente que "agoniza" y en este sentido "lucha", entre ésta razón que dice no a la inmortalidad del alma y ese corazón que dice sí, en un deseo por perdurar a través de los tiempos.
Esta ambigüedad que de forma tan clara marca el planteamiento unamuniano, caracterizado por esta filosofía de contradicción, podría entenderse a la luz de su cristianismo, un cristianismo tan personal y particular como el mismo Unamuno, vacilante y poco claro en sus fundamentos y en su base. Sobre ésta cuestión recogeríamos la aportación del profesor Julián Marías quien nos decía: "¿Fue Unamuno de verdad cristiano, o no pasó de filócristo? Seguramente, ninguna de las dos cosas, porque le faltó humildad, seriedad radical , en última instancia, fe en sentido estricto para ser lo primero, y le sobró hondura y espíritu religioso para quedarse en lo segundo."[4]
Unamuno podía haber hallado gran parte de esta fe en nuestros clásicos, con los que en ocasiones él mismo se identificaba y hacia los que demostró gran admiración en no pocas ocasiones, tal es el caso de Santa Teresa de Jesús, y San Juan de la Cruz, sin embargo se mantuvo en su postura de duda agónica, sin acabarse nunca de definir de forma clara, enmarañándose en sus propias cavilaciones y dudas, en un contexto claro de falta de humildad.
No obstante, creo que nadie puede dudar de que su verdadera filosofía debe identificarse de forma clara en esa búsqueda incansable, de la auténtica fe, y recordemos, no de esa "fe del carbonero", quien cree sin saber bien por qué, sino de esa fe viva y creadora de nuevos valores y de verdaderos fundamentos. De esa fe que nos ayuda a querer que haya algo más allá de nuestra muerte física, y que necesita de Dios para que realmente todo tenga sentido.
De hecho Unamuno deja entrever en muchas de sus obras un entrañable fervor cristiano, del que se hacen eco algunos de sus personajes. Sírvanos de ejemplo éste fragmento de "La tía Tula", en el que dice Unamuno: "No, la oración no es tanto algo que haya de cumplirse a tales o cuales horas, en sitio apartado y recogido y en postura compuesta, cuanto es un modo de hacerlo todo votivamente, con toda el alma y viviendo en Dios. Oración ha de ser el comer, y el beber, y el pasearse, y el jugar, y el leer, y el escribir, y el conversar, y hasta el dormir, y el rezo todo, y nuestra vida un continuo y mudo "hágase tu voluntad", y un incesante "¡venga a nos el tu reino!", no ya pronunciados, mas ni aun pensados siquiera, sino vividos".[5]
La entrega y humildad que se desprenden de estas palabras de Unamuno, desde las que se puede ver una vivificación clara de la fe, en el quehacer diario, entrarían en clara contradicción con esa racionalización de la fe que por otra parte, y como decíamos él mismo propuso en otros momentos de su vida y de su obra.
Dejando al margen "su Cristianismo", al cual nos referimos en este momento como símbolo claro de las ambigüedades que se desprenden de su filosofía, como decíamos una filosofía de contradicción, decir que, sería ciertamente su planteamiento una lucha continua entre su razón y su sentimiento, en el contexto como decíamos de una antropología que el propio Unamuno hizo extensible a toda su propuesta filosófica.
La filosofía de Unamuno sería en este sentido, una antropología, su tema era como sabemos el hombre y cuantos elementos venían a definirle conceptual y humanamente hablando; desde sus circunstancias vitales hasta su dimensión trascendental, pasando por el uso particular que él mismo hizo del lenguaje en el que encontrábamos una "antropologización de la filología"[6].
Lo que realmente le importaba a Unamuno era el "hombre"; éste era su tema tal y como hemos indicado también y para llegar a una total comprensión de lo que éste era, así como de los principales problemas que le definían y poder comunicarlos, era útil el lenguaje. Por consiguiente, diríamos que Unamuno hizo un uso pragmático del lenguaje ya que a través de él podía comunicar y hacer partícipes al resto de los hombres de sus más profundas inquietudes. Podía "despertar conciencias dormidas" como tantas veces nos dijo Unamuno.
Esta concepción la materializó a través de sus obras, un claro reflejo de su pensamiento y de su aportación al contexto tanto de la filosofía como de la filología. Sus personajes se hacían también eco de sus pensamientos, eran portavoces de sus inquietudes y representaban verdaderos dramas humanos. Cada uno de ellos entraña y representa un sentimiento, unos valores, lleva un mensaje implícito, que sin duda supone la voz y la voluntad del autor.
En este sentido, como representante del pensamiento de Unamuno, y relacionado con su filosofía en general, queremos analizar a continuación, uno de los personajes destacados de la obra unamuniana; un personaje que no fue originalmente suyo, sino de Cervantes, y que sin embargo Unamuno "adoptó" como propio a la hora de transmitirnos a través de sus palabras muchos de sus sentimientos y gran parte de su pensamiento. Nos referimos a Don Quijote, el héroe cervantino, del que también Unamuno hizo una personal consideración, analizándolo desde su particular concepción, y a quien hizo portavoz de muchas de sus personales ideas.
De su consideración sobre el Quijote, y lo que éste representa, surgió la llamada Filosofía del Quijotismo, un clásico a analizar y a considerar en el conjunto de la filosofía unamuniana.
Unamuno y su "Filosofía del Quijotismo"
En "El sentimiento trágico de la vida" planteaba Unamuno la existencia de esta filosofía, que sería propiamente la aportación unamuniana al panorama filosófico contemporáneo. Recordemos de nuevo el fragmento expuesto en dicha obra en el que nos dice don Miguel: "Ya hay una filosofía, y hasta una metafísica quijotescas y una lógica, y una ética quijotescas también, y una religiosidad –religiosidad católica española– quijotesca.. Desarrollarlas racionalmente, no; la locura quijotesca no consiente la lógica científica".[7]
En "Vida de don Quijote y Sancho" y "El Caballero de la triste figura" es donde propiamente nos presenta Unamuno los principales conceptos que vienen a definir esta filosofía.
La llamada "Filosofía del Quijotismo" de la que como decíamos el propio Una muno nos hablaba en varias de sus obras, puede analizarse desde dos perspectivas. Puede verse como reflejo claro de la consideración unamuniana sobre la situación, problemas, valores y planteamientos que pueden establecerse y que de hecho Unamuno estableció sobre la España de su época. En este sentido nos encontramos con toda la problemática que enfrento a los llamados hispanistas y europeístas, defensores y detractores de los cambios que venían de más allá de las fronteras.[8]
Sin embargo, y en este sentido queremos abordarlo en este breve estudio, también puede analizarse desde la perspectiva de la figura de Don Quijote. De esta Filosofía del Quijotismo el tema que propiamente queremos proponer es qué simboliza, qué representa y qué valores quiere aportar este personaje, en el contexto del pensamiento y de la obra de Unamuno.
El punto de partida es la idea de que Unamuno quiso elaborar lo que él creía debía ser una auténtica filosofía española. Una filosofía que recogiera lo más importante del alma castellana y que al mismo tiempo permitiera a sus conciudadanos despertar del anonadamiento al que habían llegado, al perder la conciencia de su situación personal y existencial.
Recordemos tal y como decíamos que a la pregunta "¿Hay una filosofía española?", Unamuno se atrevió a responder: "Sí, la de Don Quijote..... la filosofía de Dulci nea, la de no morir, la de creer, la de crear la verdad. Y esta filosofía ni se aprende en cátedras ni se expone por lógica inductiva ni deductiva, ni surge de silogismos, ni de laboratorios, sino surge del corazón."[9]
Por consiguiente Unamuno encontró o cuanto menos así nos lo presenta él, una auténtica filosofía española. Una filosofía cuyo origen estaría en el Quijote que realmente nació de la pluma de Cervantes, y que él reconsideró bajo el prisma de sus inquietudes personales.
El profesor Agustín Basave Fernández del Valle, ha visto en ésta obra cervantina toda una "Antropología axiológica"[10][11], puesto que tal y como nos dirá puede verse a través de ella todo un conjunto de valores y contenidos que vendrían a definir perfectamente al hombre, desde su vertiente más profunda y por lo tanto metafísica.
Dirá Basave Fernández del Valle que "El quijotismo –inserción de un sistema axiológico de ideales en el mundo real, mediante el esfuerzo humano– es una actitud vital muy propia de los pueblos hispánicos. Lo que verdaderamente vale para los hispanolocuentes, no es el éxito, sino el esfuerzo. Nuestro modo de vida quijotesco estriba ante todo, en una actitud proyectiva idealista".
Según se desprende de ésta nota, puede verse cómo se proyecta toda una personalidad y unos valores que serían propios del pueblo español; valores con los que Unamuno se identificó y que quiso reconsiderar a través de su lectura y posterior interpretación del "Quijote".
Unamuno propuso una lectura del "Quijote" que iría mucho más allá del contenido estético-literario. Se centró más en los valores que como decíamos representaba y que él veía muy acordes con sus propias propuestas filosóficas, y como consecuencia de ello se lanzó a la elaboración de esta filosofía del quijotismo.
El punto de partida en la elaboración de ésta filosofía del quijotismo debía ser el rescate del sepulcro de don Quijote. "Pues bien sí; –nos decía don Miguel– creo que se puede intentar la santa cruzada de ir a rescatar el sepulcro de Don Quijote del poder de los bachilleres, curas, barberos, duques y canónigos que lo tienen ocupado. Creo que se puede intentar la santa cruzada de ir a rescatar el sepulcro del Caballero de la Locura del poder de los hidalgos de la Razón. Defenderán, es natural, su usurpación y tratarán de probar con muchas y muy estudiadas razones que la guardia y custodia del sepulcro les corresponde. Lo guardan para que el Caballero no resucite."[12]
El sepulcro debía ser rescatado para rescatar así la figura de Don Quijote, guía y símbolo de la filosofía que proponía Unamuno, esto es, de su antropología, de su concepción de hombre, de ese hombre agónico que lucha entre su razón y su sentimiento.
Claro que no debemos olvidar que todo el planteamiento de Unamuno descansa en el hecho de que necesitamos que Dios exista, para garantizar al mismo tiempo nuestra existencia. De aquí que cuando propone ir al rescate del sepulcro para que puedan reencontrarse los valores que don Quijote representa, se plantee la disyuntiva de si realmente, lo que se quiere rescatar no será el sepulcro de Dios. De este modo recoge Unamuno esta idea cuando expone la respuesta que un supuesto amigo le habría dado ante las dudas e inquietudes que él mismo le habría planteado. Dice don Miguel: "Todo esto dije a mi amigo, y él me contestó, en una larga carta, llena de un furioso desaliento, estas palabras: "Todo eso que me dices está muy bien, está bien, no está mal; pero ¿no te parece que en vez de ir a buscar el sepulcro de Don Quijote y rescatarlo de bachilleres, curas, barberos, canónigos y duques, debíamos ir a buscar el sepulcro de Dios y rescatarlo de creyentes e incrédulos, de ateos y deístas, que lo ocupan, y esperan allí dando voces de suprema desesperación, derritiendo el corazón en lágrimas, a que Dios resucite y nos salve de la nada?"".
Debía rescatarse el sepulcro de Don Quijote y junto a él sus valores; aquellos valores que iban en contra de la razón y que eran ahogados por los defensores de ésta. Debía rescatar el sepulcro en contra de la voluntad de quienes ya estaban conformes con la situación social de aletargamiento mental en el que se hallaban inmersos; una situación que Unamuno se proponía superar aún a costa de ser considerado él mismo como loco.
Unamuno hizo halago de locura en muchas ocasiones, al considerar que ésta era símbolo de cambio, de innovación y que incluso podía provocar la envidia de aquellos que se conformaban con dejarse aletargar por la rutina y la costumbre. Frente a éstos Don Quijote era el héroe capaz de romper con esta rutina. La suya es una locura propia de los "contemplativos", de aquellos que son capaces de pensar por sí mismos. Como decía Unamuno : "Loco estaba Don Quijote porque no pensaba como el común de las gentes. Loco porque no se acomodaba a la realidad de todos aquellos "cuyos pensamientos jamás habían sobrepasado la altura de sus sombreros".[13]
Se trata de una locura, motivada por un afán de justicia que se funde y en ocasiones se confunde con un claro deseo de alcanzar la fama y junto a ella la gloria. Así se entiende que "El pobre e ingenioso hidalgo no buscó provecho pasajero ni regalo de cuerpo, sino eterno nombre y fama, poniendo así su nombre sobre sí mismo. Some tióse a su propia idea, al Don Quijote eterno, a la memoria que de él quedase..... Per dió Alonso Quijano el juicio, para ganarlo en Don Quijote: un juicio glorificado".[14]Perdió pues el juicio a cambio de la gloria. Su locura quedaba pues justificada, era comprensible y además necesaria, porque era una esperanza para quienes como Unamuno no se resignaban a desaparecer, sino que buscaban una posibilidad, por pequeña que ésta fuera de perdurar, aunque fuese en la memoria de quienes le hubieran conocido.
Don Quijote se convierte así en el héroe porque sabe quién es, y muy especialmente, quién quiere ser; acepta su locura y su misión, sin más, consciente de que ambas forman parte de lo que es. Nos dice Unamuno: "Sólo el héroe puede decir "¡Yo sé quién soy!", porque para él ser es querer ser, el héroe sabe quién es, quién quiere ser, y sólo él y Dios lo saben, y los demás hombres apenas saben ni quién son ellos mismos, porque no quieren de veras ser nada, ni menos saben quién es el héroe..."
En este sentido diremos que el que es héroe no se contenta con ser, realmente quiere ser. La diferencia entre "ser" y "querer ser" la marca la voluntad; la voluntad de ser y el no resignarse sin más a aceptar la realidad tal y como ésta se impone. Estos serían los valores que de forma implícita encontramos en la Filosofía del Quijotismo que nos presenta Unamuno.
A ello añadiríamos que Don Quijote no sólo será "el héroe", sino que tal y como dice también el profesor Basave Fernández del Valle, "Don Quijote es un héroe cristiano.... Comprende y practica, a la manera cristiana, la doctrina del sacrificio".[15]
Don Quijote se entrega a los demás defendiéndoles, en un desinteresado sacrificio en el que sólo la justicia es un fin en sí misma. La posesión de éstos valores es lo que hará que el héroe unamuniano deje de ser ente de ficción y pase a tener una entidad real.
Don Quijote se convierte en portavoz de los valores que Unamuno quiere transmitir a través de su Filosofía del Quijotismo. Hay una identificación entre ambas figuras, entre el ente de ficción y el ser real de Unamuno, como lo hubo entre el Unamuno que mantenía aquella conocida conversación con el protagonista de "Niebla", quien tampoco se resignaba a dejar de ser.
Quien tenga esa voluntad de entregarse a su búsqueda, y se plantee ir el rescate del sepulcro, le podrá encontrar porque estará vivo en su propia persona, en su espíritu creador, infundiéndole nuevos valores nuevos ánimos para la lucha diaria, ayudándole a hacerse a sí mismo, y saber quién quiere ser. Don Quijote existirá de forma real porque será capaz de incidir en los espíritus ajenos llevándoles a la acción. Y a partir de aquí quedará demostrada su propia existencia, porque tal y como dirá Unamuno: "Existir es obrar y Don Quijote ¿no ha obrado y obra en los espíritus tan activa y vivamente como en el suyo obraron los caballeros andantes que le habían precedido, tan activa y vivamente como tantos otros héroes, de cuya realidad histórica no falta algún don Álvaro Tarfe que atestigüe?."[16]
Por consiguiente Don Quijote no es un simple personaje novelesco, nació como una necesidad. La necesidad de un pueblo que requería la presencia de un héroe; un héroe que además de nutrir su espíritu les llevara a la acción y les dirigiera en la transformación social que era necesaria como decíamos para salir del embotamiento mental al que estaban sometidos. Este es el contenido que de una forma más concreta encontramos en esta Filosofía del Quijotismo que nos propone Unamuno como alternativa filosófica.
Don Quijote, el héroe castellano
Antes de finalizar creo necesario hacer mayor hincapié en lo que representa no ya la Filosofía del Quijotismo, en el conjunto de la filosofía unamuniana, sino la figura, el personaje de Don Quijote en el contexto de dicha filosofía.
El punto de partida en esta consideración del héroe castellano debe ser, tal y como indicábamos en el anterior apartado el considerarle no como ente de ficción, sino como ser real. Recordemos que de él nos decía Unamuno: "Personajes novelescos hay que no pasan de homúnculos, por brotar de la fantasía virgen de su autor; pero otros son hijos de verdadera generación sexuada, de una fantasía fecunda y hecha madre por el alma de un pueblo. El héroe legendario y novelesco, son, como el histórico, individualización del alma de un pueblo, y como quiera que obran, existen. Del alma castellana brotó Don Quijote, vivo como ella."[17]
Considerar pues la figura de Don Quijote, es hacerlo desde la perspectiva de que para Unamuno este personaje no debe ser considerado tal y como decíamos, ni como ente de ficción, ni como idea abstracta, sino como "símbolo verdadero y profundo, símbolo en toda la fuerza etimológica y tradicional del vocablo, concreción y resumen vivo de realidades, cuanto más ideales más reales, no mero abstracto engendrado por exclusiones". Es decir, como ser real, cuya realidad se materializa en la acción que produce en aquellos que le sigan, tal y como indicaba Unamuno.
Tras su aspecto de hidalgo pobre, cuya imagen transmitía como decía Unamuno, una sensación de "tristeza, revelación y signo, sin duda, de la honda tristeza de su alma seria, abismáticamente seria, triste y escueta como los pelados páramos manchegos,[18]también de tristísima y augusta solemnidad, tristeza reposada y de severo continente",21se escondía la fortaleza del héroe castellano, especialmente su sentimiento y su compromiso.
Aquello que verdaderamente importará de don Quijote, es el que "nos hace con su locura cuerdos"[19]. Que su imagen sea motivo de burlas no tienen mayor importancia que la de divertir a quienes no sean capaces de ver su auténtica personalidad; el simbolismo de su rostro "enjuto"que es claro reflejo de la profundidad y del valor de su alma, donde está la fuerza de su verdad.
Si sus rasgos físicos son importantes por el simbolismo que conllevan, más importante serán los rasgos de su personalidad. Uno de los más destacados será el de su obediencia a Dios, cuyo mandato siguió sin tan siquiera cuestionarlo. Nos dice al respecto Unamuno que: "Esto de la obediencia de Don Quijote a los designios de Dios es una de las cosas que más debemos observar y admirar en su vida. Su obediencia fue de la perfecta, de la que es ciega, pues jamás se le ocurrió pararse a pensar si era o no acomodada a él la aventura que se le presentase; se dejó llevar, como según Loyola debe dejarse llevar el perfecto obediente, como un báculo en mano de un viejo o "como un pequeño crucifijo que se deja volver de una parte a otra sin dificultad alguna".[20]
Don Quijote supo tomar su pesada armadura y abrirse al camino de incertidumbre que se le presentaba, sabiendo tan sólo que su voluntad ya no era suya, sino de Dios, quien le había encomendado convertirse en héroe para los demás. Era su modo de asumir su función mesiánica, tal y como el propio Unamuno hiciera también.
Se trata de una tarea en la que como dirá Unamuno, "no nos basta con saber cómo es el universo, ansiamos saber qué sentido tiene. Y esto último es, cabalmente, lo más importante para la vida. En esta forma la cosmovisión desemboca en Dios. La vida humana, la libertad, la historia, la inmortalidad y todos los demás problemas giran y se organizan en torno de ese supremo centro gravitatorio."
El sentido que de éste modo adquiere la vida, su telos, es el fundirse en Dios de tal modo, que sea Él quien ilumine la razón y la voluntad del hombre para que éste sepa orientar sus actos y pueda así llegar a su plenitud, dando verdadero sentido a su vida. De éste modo el hombre "al decir "yo sé quién soy", tiene una alta conciencia de su propia voluntad, una indestructible fe en la bondad del esfuerzo para realizar el anhelado ensueño. Y esta conciencia y esta fe perduran en medio de todos los descalabros".[21]
Así con esta confianza y siempre dando muestras de su bondad, tomó Don Quijote su lanza y su caballo y junto a su escudero Sancho, se convirtió en uno de los más fieles discípulos de Cristo. "Don Quijote fue, –nos dirá Unamuno–, queda ya dicho, fiel discípulo del Cristo y Jesús de Nazaret hizo de su vida enseñanza eterna en los campos y caminos de la pequeña Galilea. Ni subió a más ciudad que a Jerusalén, ni Don Quijote a otra que a Barcelona, la Jerusalén de nuestro Caballero."[22]
De éste modo quedaría definido el Cristianismo que representa Don quijote. En base a su actuación, en ese intento por transmitir los valores y en hallar respuesta a la consabida pregunta de "¿para qué todo?. "Y sobre todo, –nos dirá don Miguel– en esos[23] tus actos heroicos, ¿qué buscas?. ¿Enderezar tuertos por amor a la justicia, o cobrar eterno nombre y fama por enderezarlos? La verdad es, pobres mortales, que no sabemos lo que conquistamos a fuerza de trabajos. Mejóresenos la aventura, adóbesenos el juicio y enderezaremos nuestros pasos por mejor camino del que llevamos, por otro camino que no el de la vanagloria.... Acudamos a lo eterno, sí, y así mejorada nuestra ventura y adobado nuestro juicio, encaminemos nuestros pasos por mejor camino del que llevamos, encaminémonos a conquistar el cielo...".
La vanagloria no tiene pues sentido, la fama, sin más no sirve de nada si no podemos asegurarnos a través de ella, la conquista de nuestra eternidad; porque recordemos que "La vanagloria es, en el fondo, el terror a la nada, mil veces más terrible que el infierno mismo. Porque al fin en un infierno se es, se vive, y nunca, diga lo que dijere el Dante, puede, mientras se es, perderse la esperanza, esencia misma del ser. Porque la esperanza es la flor del esfuerzo del pasado por hacerse porvenir, y ese esfuerzo constituye el ser mismo."[24]
Sin embargo, no es fácil llegar a Dios. El cristianismo de don Quijote es un cristianismo marcado por la lucha diaria, agónica y constante y, así debe ser, según su planteamiento, porque tal y como dirá "Danos tu paraíso, Señor, pero para que lo guardemos y trabajemos, no para dormir en él; dánoslo para que empleemos la eternidad en conquistar palmo a palmo y eternamente los insondables abismos de tu infinito seno".[25] Sin lucha no será posible llegar a Dios, nos perderíamos en su infinitud y quedaríamos negados en su propia eternidad.
Aunque será a juicio de Basave Fernández del Valle, un "¡Cristianismo auténtico! Pero cristianismo que no le impide afanarse en pos de la honra y de la inmortalidad. Porque tenemos derecho a dejar, sin narcisismo de ninguna especie, nuestra huella en la tierra. Vivimos para algo más que para dar con nuestros huesos en una tumba"[26]
De este modo, Don Quijote, el héroe castellano, se convirtió en símbolo para un pueblo y en representación del particular modo de entender el Cristianismo que nos propone Miguel de Unamuno, porque "Don Quijote ha sostenido los ánimos de esforzados luchadores, infundándoles brío y fe, consuelo en la derrota, moderación en el triunfo. Con nosotros vive y en nosotros alienta; momentos hay en la vida en que se le ve surgir caballero en su Rocinante, viniendo a ayudar, como Santiago, a los que le invocan."[27]
Se trata, qué duda cabe, de una personal forma de entender el Cristianismo. Tiene poco de humildad, y busca sin descanso el no morir.....Un cristianismo que defiende ante todo la idea de que nuestra vida debe ir orientada, toda ella, a creer en Dios si queremos que ésta vida tenga algún sentido. Esto es lo que puede deducirse de las palabras de don Miguel cuando nos dice: "Si por guardar su mecha apagas la luz; si por ahorrar tu vida malgastas tu idea, Dios no se acordará de ti, anegándote en su olvido como en perdón supremo. Y no hay otro infierno que éste: el que Dios nos olvide y volvamos a la inconsciencia de que surgimos. "Señor, acuérdate de mí", digamos con el bandolero que moría junto a Jesús (....). Señor acuérdate de mí, y que mi vida toda sea una vivificación de mi idea divina, y si la empañare, si la sepultare en mi carne si la deshiciere en este mi yo caduco y terreno, entonces, ¡ay de mí, Señor, porque me perdonarías olvidándome! Si aspiro a Ti, viviré en ti, si de Ti me aparto, iré a dar en lo que no es tuyo, en lo único que fuera de Ti cabe: en la nada".
La vida del hombre debe pues ir orientada hacia esta ansia de inmortalidad, sólo así habrá valido la pena vivirla. Debe ser una vida que luche en alcanzar la eternidad en Dios. De lo contrario sólo nos queda la muerte, signo de nuestra limitación y de nuestra contingencia. Unamuno quiso rebelarse ante tal aceptación, poniendo de relieve cuál debía ser verdaderamente su fin, lejos de actos e intenciones que emborronen la mente. Sólo la fe podía salvarle y por ello debía rebelarse, esto es, luchar por ella.
Don Quijote, el Caballero de la Fe, como el propio Unamuno llegó a definirle, suponía la materialización de un deseo al que hacia referencia el pensador vasco, cuando nos decía : "Yo forjo con mi fe, y contra todos, mi verdad, pero luego de así forjada ella, mi verdad se valdrá y sostendrá sola y me sobrevivirá y viviré yo de ella."
La auténtica y única verdad que podía salvarnos, según Unamuno, y de la que don Quijote se hacía portavoz, es la verdad en Cristo. Sólo ésta nos permitirá sobrevivir ante la realidad de la muerte. Porque tal y como decía el propio don Miguel "No es éste mi yo deleznable y caduco, no es éste mi yo que come de la tierra y al que la tierra comerá un día, el que tiene que vencer; no es éste, sino que es mi verdad, mi yo eterno, mi padrón y modelo desde antes de antes y hasta después de después; es la idea que de mí tiene Dios, Conciencia del Universo".
En este sentido, Don Quijote, el "caballero de la triste figura", será ante todo un caballero cristiano, se dará a los demás por amor, y la suya será por consiguiente una moral cristiana. A esta moral se le unirá el "valor de lo caballeresco" donde la honradez, la justicia y el honor, adquieren una entidad propia.
Para concluir diremos, tal y como nos dijera Unamuno, que "el amor, la fe y el heroísmo manan de las profundidades del espíritu cervantino, pero vienen de lo Eterno. En el Quijote, Cervantes nos ofrece la epopeya del hombre y su biografía espiritual. Más allá del hombre español del Renacimiento, el genio de Cervantes llega a simbolizar, en nuevo mito, el destino de la humanidad. No tan sólo esclarece los misterios ancestrales de su raza, sino que ilumina el misterio del hombre".
[1] UNAMUNO, M. "Del sentimiento trágico de la vida", pág. 6
[2] Considerando el modo particular cómo debe entenderse este término en Unamuno, esto es, en el contexto de su asistematización conceptual.
[3] Ibid, pág. 178
[4] . MARÍAS, J. "Miguel de Unamuno", pág. 183
[5] UNAMUNO, M. de "La tía Tula", pág. 52
[6] De este modo define Nelson Orringer la filología unamuniana en su obra "Filosofía y Filología en Unamuno", pág. 188, y considero que es un modo muy acertado de ver cómo nuestro autor hizo converger alrededor de su concepción sobre el hombre, muchos elementos a considerar en el contexto de una filosofía.
[7] UNAMUNO, M., "Del sentimiento trágico de la vida", pág. 179
[8] Son muchos los unamunólogos que han optado por esta vertiente a la hora de analizar esta temática en el contexto de la filosofía y del pensamiento de Unamuno.
[9] Ibid, pág. 204-205
[10] BASAVE FERNÁNDEZ DEL VALLE, A. "Filosofía del Quijote: (un estudio de antropología axiológica" Revista Arbil, n. 62
[11] Ibid, pág. 5
[12] UNAMUNO, M., "Vida de don Quijote y Sancho"... pág. 13 13. Ibid, pág. 19
[13] . Ibid, p. 12
[14] . Ibid, pág. 24 16. Ibid, pág. 39
[15] Ibid, pág. 13
[16] Ibid, pág. 74
[17] UNAMUNO, M., "El caballero de la triste figura", pág. 76 20. Ibid, pág. 67
[18] Idem, "El caballero de la triste figura", pág. 77
[19] Idem, "Vida de don Quijote y Sancho", pág. 19
[20] Ibid, pág. 27 24. Ibid, pág. 53
[21] Ibid, pág. 55
[22] Ibid, pág. 166
[23] Ibid, pág. 176-77
[24] Ibid, pág. 161-62
[25] . UNAMUNO, M., "Vida de don Quijote y Sancho", pág. 154
[26] . Ibid, pág. 58
[27] . Idem., "El caballero de la triste figura", pág. 75