El plan del Conde de Aranda: Dictamen de la unidad de Hispanoamérica
El plan del Conde de Aranda: Dictamen de la unidad de Hispanoamérica
«Cuán diferente sería la historia, si este plan se hubiera realizado. Se habría mantenido la unión, se habría impedido el desarrollo del imperialismo estadounidense, que la República Criolla ha fomentado; y se habría cimentado la primacía de Hispanoamérica en el continente. En consecuencia, la frontera de Hispanoamérica en el norte sería el Misisipí, y en el sur estaría trazada por el Tratado de 1750, que habría contenido el avance del Brasil»
El siguiente texto está extraído de la obra «La Patria Grande. La reunificación de Hispanoamérica: Historia de una idea persistente» (Capítulo 6: Independencia americana e integridad de la monarquía), de Raúl Linares Ocampo (Arequipa-Berlín 2010).
Para un observador atento y sagaz de la política mundial como fue el talentoso Conde de Aranda, ministro de Carlos III, la independencia de América no sólo era inevitable, sino el mal menor, que era preciso aceptar y conducir por vías favorables a la Nación. En 1783, a cuarenta años de la obra de Campillo, y año del nacimiento de Bolívar y del reconocimiento de la independencia de los Estados Unidos, Aranda pasa revista a la política internacional, y con lejana visión concibe un audaz proyecto presentado al rey en un Memorial, hoy muy famoso, en general conocido sólo de oídas y referido de una manera incompatible con su verdadera importancia que no reside, según se cree, en ser un vaticinio de la pérdida de las Indias, tema a la moda entonces, sino en la clarividencia con que descubre el futuro peligro estadounidense. El ilustre Conde de Aranda (Pedro Pablo Abarca de Arbolea, 1718-1799) fue uno de los políticos de mayor influencia en la historia de España. En la carrera militar obtuvo el grado de Mariscal de Campo; en la diplomacia y política, los más altos cargos del reino. En 1765, bajo Carlos III, fue nombrado Presidente del Consejo de Ministros, gestión en la que prestó los mayores servicios a su país. Menéndez Pelayo dice de él: “de férreo carácter, ordenancista inflexible, avezado al despotismo de los cuarteles, de cierta franca honradez, impío y enciclopedista, amigo de Voltaire, D’Alembert y del Abate Raynald; reformador despótico”. Tuvo parte principal en la expulsión de los Jesuitas de los dominios españoles. En 1779 cayó en desgracia y fue enviado de embajador a París, donde negoció en 1783 por parte de España el tratado de paz entre España, Francia e Inglaterra que puso fin a la guerra encendida por la intervención de España y Francia en la guerra de independencia de los Estados Unidos. Poseía en alto grado los conocimientos militares, políticos y diplomáticos necesarios para juzgar cabalmente la política internacional y dar peso a las opiniones de su célebre Dictamen.
A fin de entender cabalmente el significado del Dictamen e ilustrar el carácter universal de la geopolítica indiana, bosquejaremos a grandes rasgos el escenario geopolítico de aquellos momentos. La guerra de los siete años (1756-1763) que azotó a toda Europa tuvo dos ganadores: Inglaterra y Prusia, y varios perdedores de los cuales Francia fue el mayor pues perdió el Canadá, la India y la isla Menorca. España perdió Florida pero recibió la Luisiana de Francia. Es comprensible entonces que Francia anhelara el desquite y aprovechara la oportunidad que se le presentó cuando Inglaterra entra en conflicto con sus colonias en Norteamérica. Ya antes de la declaración de independencia de los Estados Unidos (4 de julio de 1776), Francia auxilia con dinero, armas y pertrechos a las colonias insurrectas; en 1778 firma dos tratados con los Estados Unidos, el ostensible concierta medidas de comercio y auxilio militar, el segundo –secreto- prescribe que si Inglaterra declara la guerra a Francia –como así fue-, ambos signatarios se comprometen a no firmar la paz por separado y a guerrear con Inglaterra hasta la consumación de la independencia de los Estados Unidos. Como se ve Francia va lejos en su compromiso y su contribución será decisiva para la independencia de los E.U. En efecto, Inglaterra declara la guerra a Francia; pero luego verá que el auxilio de Francia prolonga la guerra colonial y le disminuye progresivamente las perspectivas de ganarla. Para colmo de sus males, España entra en guerra al lado de la alianza franco-estadounidense (1779). En el cuerpo expedicionario español que contribuye a sellar la independencia de los Estados Unidos se encuentra Francisco de Miranda, el futuro Precursor de nuestra independencia. Llevando ya las de perder, Inglaterra pide condiciones. Se concertan entonces el Tratado de París que pone fin a la guerra anglo-norteamericana y reconoce la independencia de los E.U.; y el Tratado de Versalles que sella la paz entre Inglaterra, Francia y España. Francia obtuvo un triunfo moral a costa de la bancarrota financiera que significó el apoyo a los E.U. y que fomentó su Revolución en 1789; España obtuvo la devolución de la Florida. Los Estados Unidos fueron el verdadero ganador pues además del reconocimiento de la independencia obtuvieron extensos territorios que estaban ocupados por Inglaterra y llegaron al Misisipí.
Comienza Aranda su Dictamen, lamentando la participación de España en la guerra de independencia de las colonias inglesas. En vez de abstenerse y ver con agrado la lucha de los rivales anglosajones, dice, Francia intervino en contra de Inglaterra y a través del pacto de familia Borbón “nos envolvió a nosotros en una guerra también en la que hemos peleado contra nuestra propia causa según voy a exponer”. A los motivos que Aranda menciona hay que añadir otro: España ha dado un mal ejemplo a sus colonias. El venezolano Francisco de Miranda, veterano de la independencia de los E.U. en cuerpo expedicionario español, concibe en Nueva York (1884) el plan de independizar Hispanoamérica con auxilio de Inglaterra, precisamente en la época en que Aranda escribe su Dictamen. Años más tarde Aranda será un implacable perseguidor de ese Miranda que se ha convertido en el conspirador más célebre de la época. Continúa Aranda:
“Dejo aparte el dictamen de algunos políticos, tanto nacionales como extranjeros, del cual no me separo, en que han dicho que el dominio español en las Américas no puede ser muy duradero, fundado en que las posesiones tan distantes de sus metrópolis jamás se han conservado largo tiempo. En el de aquellas colonias ocurren aún mayores motivos, a saber la dificultad de socorrerlas desde la Europa cuando la necesidad lo exige; el gobierno temporal de virreyes y gobernadores que la mayor parte van con el mismo objeto de enriquecerse; las injusticias que algunos hacen a aquellos infelices habitantes; la distancia de la Soberanía y del Tribunal Supremo donde han de acudir a exponer sus quejas; los años que se pasan sin obtener resolución; las vejaciones y venganzas que mientras tanto experimentan de aquellos jefes; la dificultad de descubrir la verdad a tan larga distancia, y el influjo que dichos jefes tienen no sólo en el país con motivo de su mando sino también en España de donde son naturales. Todas estas circunstancias si bien se mira contribuyen a que aquellos naturales no estén contentos o que aspiren a la independencia siempre que se les presente ocasión favorable”. Para Aranda la independencia de América es inevitable, y el verdadero mal sería su pérdida en manos de los Estados Unidos. Léanse con detenimiento los siguientes párrafos, modelo de clarividencia política, escritos en el año de nacimiento de Bolívar (1783), y que evocan la apreciación del Libertador sobre este problema cuarenta años más tarde. Quizás más que la clarividencia de estos dos grandes personajes, deba admirarnos la ceguera de sus contemporáneos.
“Dejando esto aparte como he dicho me ceñiré al punto del día que es el recelo de que la nueva potencia [los E.U.] formada en un país donde no hay otra que pueda contener sus proyectos nos ha de incomodar cuando se halle en disposición de hacerlo. Esta república federativa ha nacido, digámoslo así, pigmeo, porque la han formado y dado el ser dos potencias poderosas como son España y Francia auxiliándola con sus fuerzas para hacerla independiente; mañana será gigante conforme vaya consolidando su constitución, y después un coloso irresistible en aquellas regiones. En este estado se olvidará de los beneficios que ha recibido de ambas potencias y no pensará más que en su engrandecimiento. La libertad de religión, la facilidad de establecer las gentes en términos inmensos y las ventajas que ofrecía aquel nuevo gobierno, llamaron a labradores y artesanos de todas naciones, porque el hombre va donde piensa mejorar de fortuna, y dentro de pocos años veremos con el mayor sentimiento levantado el coloso que he indicado”.
“Engrandecida dicha Potencia Anglo-Americana, debemos creer que sus miras primeras se dirigirán a la posesión entera de las Floridas para dominar el seno Mejicano. Dado este paso, no sólo nos interrumpirá el comercio con Méjico siempre que quiera, sino que aspirará a la conquista de aquel vasto imperio, el cual no podemos defender desde Europa contra una potencia grande, formidable, establecida en aquel continente y confinante con dicho país”.
“Esto, Señor, no son temores vanos, sino un pronóstico verdadero de lo que ha de suceder infaliblemente dentro de algunos años, si antes no hay un transtorno mayor en las Américas. Este modo de pensar está fundado en lo que ha sucedido en todos los tiempos con la nación que empieza a engrandecerse. La condición humana es la misma en todas partes y en todos climas. El que tiene poder y facilidad de adquirir no lo desprecia; y supuesta esta verdad ¿cómo es posible que las colonias Americanas [los E.U.] cuando se vean en estado de poder conquistar el Reino de México, se contengan y nos dejen en pacífica posesión de aquél país? No es esto creíble, y así la sana política dicta que con tiempo se precavan los males que pueden sobrevenir”.
Hacia mediados del siglo siguiente quedaban confirmados los vaticinios del Conde de Aranda cuando los E.U. usurparon la mayor parte del territorio mexicano como primer paso de una expansión que amplios sectores de la opinión norteamericana deseaban ilimitada, y que con el tiempo haría del pigmeo “el coloso irresistible en aquellas regiones” y el amo del continente, según predijo aquel gran hombre de Estado.
“Después de las más prolijas reflexiones, que me han dictado mis conocimientos políticos y militares y del más detenido examen sobre una materia tan importante, juzgo que el único medio de evitar tan grave pérdida, y tal vez otras mayores, es el que contiene el plan siguiente:
Que Vuestra Majestad se desprenda de todas las posesiones del continente de América, quedándose únicamente con las Islas de Cuba y Puerto Rico, en la parte septentrional, y algunas que más convengan en la parte meridional, con el fin de que ellas sirvan de escala o depósito para el comercio español”.
“Para verificar este vasto pensamiento de un modo conveniente a la España se deben colocar tres Infantes en América, el uno de Rey de Méjico, el otro del Perú, y el otro de los restante de Tierra Firme, tomando V.M. el título de Emperador”.
Para evitar malentendidos, precisa aclarar que bajo México se debe entender México y Centroamérica; bajo Tierra Firme, Venezuela, Colombia, Ecuador; bajo Perú, todo el cono sur del Continente.
“Las condiciones de esta grande cesión pueden consistir en que los tres Soberanos y sus sucesores reconocerán a V.M. y a los príncipes que en adelante ocupen el trono español por suprema cabeza de la familia”.
“Que el Rey de Nueva España [México] le pague anualmente por la cesión de aquel reino una contribución de los marcos de la plata en pasta o barras para acuñarlo en moneda en las casa de Madrid o Sevilla”.
“Que el Perú haga lo mismo con el oro de sus dominios”.
“Y que la Tierra Firme envíe cada año su contribución en efectos coloniales, especialmente tabaco para surtir los estancos de estos reinos”.
“Que los dichos Soberanos y sus hijos casen siempre con Infantas de España o de su familia y los de aquí con Príncipes o Infantes de allá, para que de este modo subsista siempre una unión indisoluble entre las cuatro coronas, debiendo todos jurar estas condiciones a su advenimiento al trono”.
“Que las cuatro naciones se consideren como una en cuanto a su comercio recíproco, subsistiendo perpetuamente entre ellas la más estrecha alianza ofensiva y defensiva para su conservación y fomento”.
Las mercancías que no pudiera suministrar España a los reinos americanos, las remitiría la aliada Francia. Inglaterra quedaría excluida del comercio americano. Y continuaba Aranda:
“Las ventajas de este plan son que la España, con la contribución de los tres Reyes del Nuevo Mundo, sacará mucho más producto líquido que ahora de aquellas posesiones; que la población del reino [España] se aumentará sin la emigración continua de gente que pasa a aquellos dominios; que establecidos y unidos estrechamente estos tres reinos bajo las bases que he indicado, no habrá fuerzas en Europa que puedan contrarrestar su poder en aquellas regiones ni tampoco el de España y Francia en este continente; que además se hallarán en disposición de contener el engrandecimiento de las Colonias Americanas o de cualquiera nueva potencia que quiera erigirse en aquella parte del mundo; que España por medio de este tráfico despachará bien el sobrante de sus efectos y adquirirá los coloniales que necesite para su consumo; que con este tráfico podrá aumentar considerablemente su marina mercante, y por consiguiente la de guerra para hacerse respetar en todos los mares; que con las Islas que he dicho no necesitamos más posesiones, fomentándolas y poniéndolas en el mejor estado de defensa, y sobre todo disfrutaremos de todos los beneficios que producen las Américas sin los gravámenes de su posesión”.
Cuán diferente sería la historia, si este plan se hubiera realizado. Se habría mantenido la unión, se habría impedido el desarrollo del imperialismo estadounidense, que la República Criolla ha fomentado; y se habría cimentado la primacía de Hispanoamérica en el continente. En consecuencia, la frontera de Hispanoamérica en el norte sería el Misisipí, y en el sur estaría trazada por el Tratado de 1750, que habría contenido el avance del Brasil. Aranda continúa:
“Esta es la idea por mayor que he formado de este delicado negocio; si mereciese la Soberana aprobación de V.M. la extenderé explicando el modo de verificarla con el secreto y precauciones debidas para que no lo trasluzca la Inglaterra…”.
Cuando Napoleón invade la península ibérica (1807), la Corte portuguesa se traslada al Brasil y crea el Reino Unido de Portugal, Brasil y Algarve. Regresa a Lisboa en 1820. El príncipe heredero que ha permanecido de regente en el Brasil se declara independiente en 1822 y funda el Imperio del Brasil. La monarquía brasileña aplastó todo conato separatista y mantuvo una sólida frontera que continuó avanzando durante la época republicana a costa de los territorios de los Estados surgidos de la total disgregación del Estado Indiano.
Por la certeza de sus juicios, el talento y el rango de su autor, este dictamen es uno de los más notable intentos de salvar la unidad política de la Nación de ambos Hemisferios; mas la realización de plan tan osado aunque factible requería que la razón, la voluntad y los medios estuviesen de un mismo lado. Si bien el talentoso ministro tenía la razón y la voluntad, los medios estaban en manos del monarca, más poderoso pero menos ilustrado que su ministro, de modo que el plan, en lugar de pasar a la realización pasó a los archivos y al olvido.
Vale insistir en un punto de excepcional clarividencia en el dictamen: “establecidos y unidos estrechamente estos tres reinos bajo las bases que he indicado, no habrá fuerzas en Europa que puedan contrarrestar su poder en aquellas regiones… y además se hallarán en disposición de contener el engrandecimiento de las Colonias Americanas o de cualquiera nueva potencia que quiera erigirse en aquella parte del mundo”. La nueva potencia no podía ser otra que la que surgiría de las colonias portuguesas que estuvieron en continua guerra expansiva con las hispanas, y se consolidaron en el imperio brasileño.
Cuarenta años más tarde Bolívar propone algo similar en una situación diferente: el gigante indiano ha sido despedazado mientras que el pigmeo anglosajón se ha convertido en “una poderosísima nación, muy rica, muy belicosa, y capaz de todo”. El Imperio del Brasil es aliado de la Santa Alianza europea, es enemigo de las repúblicas hispanoamericanas, amaga sus fronteras y ha avanzado hasta el Río de la Plata, ocupando el Uruguay. La Confederación Hispanoamericana y la Federación Boliviana que Bolívar inicia deben contener estos dos peligros. Pero México no sólo desecha la oferta de Bolívar para defender en común el territorio “contra las acechanzas de nuestros enemigos”; sabotea y destruye la Confederación que debía defenderlo. Veinte años después entrega al voraz gigante más de la mitad del territorio heredado del Estado Indiano. Y la Argentina, que se opone a los proyectos bolivarianos, pagará con la separación del Uruguay, impuesta por el Brasil, tan fatal desacierto.
Pese al incremento de los anhelos separatistas desde mediados del siglo XVIII, el fidelismo –lealtad a la Corona como expresión de la unidad de la Nación de ambos Hemisferios- fue general hasta fines de la época indiana. Ricardo Becerra, biógrafo de Miranda, observa que la fuerza del sistema indiano había llegado a ser más espiritual que material y “desde que el proceso de la conquista española hubo pasado del período de la fuerza al de la asimilación, el poder de la Metrópoli en la América nunca llegó a limitarse al de sus escuadras y ejércitos, ni dependió de él principalmente. Ese poder radicaba de preferencia en el estado de alma de los colonos, a quienes una educación conforme con las ideas de la época, enseñó a respetar el altar en el trono y a Dios en la persona del Rey. Claro es que con tan poderosos elementos de dominación, todo aparato de fuerza militar estaba demás, por lo cual las guarniciones que la Metrópoli mantenía en las colonias fueron siempre pequeñas, no siendo rara la ocasión en que faltaran absolutamente. La presencia de un sacerdote o la evocación en voz alta del nombre del Rey bastaban de ordinario en tales circunstancias para retener a los pueblos en la obediencia”. Además la verdad histórica nos dice, que los que Becerra llama “colonos”, no se consideraban tales, sino miembros de la Nación de ambos Hemisferios. Becerra mismo lo admite indirectamente al mencionar el gran ascendiente de que gozaba el Rey, que evidentemente no era impuesto.
En 1784 –a un año de escrito el Dictamen- Francisco de Miranda es ya un conspirador por la Independencia de Hispanoamérica. Como muchos otros entonces espera que Inglaterra auxilie nuestra guerra de independencia; pero Inglaterra no cometió el error de Francia y España: fue sagaz y pragmática, como siempre, y se declaró neutral para no perjudicar su comercio, mientras Hispanoamérica conquistaba su independencia por propio esfuerzo para luego poner sus puertos y mercados al alcance de las armas comerciales de Inglaterra.