El origen de la tragedia: Sor Juana Inés de la Cruz. Por Francisco Javier Estrada

 

 

©Miguel Elías

 

 

 

 

Para el Primer Encuentro de Poetas Iberoamericanos en Ciudad de México, se contará con la participación de 90 poetas, además de la implicación del Ayuntamiento de Salamanca y de la Fundación Salamanca Ciudad de Cultura y Saberes. Despuès de XXV ediciones celebradas en Salamanca, España, el prestigioso Encuentro de Poetas Iberoamericanos, que dirige Alfredo Pérez Alencart, cruza el Atlántico y tiene nueva sede en Ciudad de México, ahora coordinado por la poeta hispano-mexicana Carmen Nozal. El homenaje en esta primera ediciòn es para las poetas Sor Juana Inés de la Cruz y Elsa Cross. Y la entrega de la medalla Fray Luis de León al poeta mexicano Eduardo Casar.

https://www.tribunasalamanca.com/noticias/324440/ciudad-de-mexico-prepara-para-septiembre-un-encuentro-poetico-iberoamericano-siguiendo-el-modelo-salmantino

 

 

 

 

 

 

 

El origen de la tragedia: Sor Juana Inés de la Cruz

Francisco Javier Estrada

 

 

Carta Atenagórica

 

Fue el año de 1690, año que trajo origen de la tragedia, en la difícil vida que tuvo Sor Juana Inés de la Cruz en el siglo que vivió. De sus escritos éste viene a tocar la parte más compleja y difícil, que el ser humano debe saber que no se puede tocar: el poder político, el de la riqueza y el de la sabiduría. La sabiduría que es de todas las riquezas del hombre en tierra lo más preciado. Sor Juana lo dirá en uno de sus escritos al reconocer que el talento es el mayor bien en el mundo, por encima de toda otra riqueza. Por eso, al señalar errores a un ‘padre’ de la iglesia se debe recordar el caso de su Carta Atenagórica, donde se dice: “Carta de la Madre Juana Inés de la Cruz, religiosa del convento de San Jerónimo de la ciudad de Méjico, en que hace juicio de un sermón del Mandato que predicó el Reverendísimo P. Antonio de Vieyra, de la Compañía de Jesús, en el Colegio de Lisboa”.

La sabiduría y seriedad de los estudios de Sor Juana para aquellos años nadie debería de dudar. Al dar respuesta al discurso del Reverendísimo P. Vieyra, nuestra Décima Musa nunca pensó que estaba entrando a esa competencia diabólica que significa comprobar dónde se encuentra la sabiduría y dónde está el sofista. Siempre en este maravilloso mundo del talento y la inteligencia es recordar la lección de la filosofía a través de Sócrates y su desencuentro permanente con los sofistas, que cobran por enseñar falacias por doquier y a toda hora. Lo que sucede en ese año de 1690 es de nueva cuenta lo que se repite en la vida de la humanidad: la guerra sin cuartel entre la ciencia y la ideología, que tiene en los malos ‘políticos’ o detentadores de los poderes económicos y del Poder del Estado a sus principales mentirosos que si es necesario, y siempre lo es, utilizan las armas bajo su ‘legitimidad’ con tal de sostenerse en ese mando que tiene miles de años de ser lo mismo: Reyes, sacerdotes y militares, la triada que ha sostenido bajo diversas caretas su privilegio por encima de las grandes mayorías.

La Carta Atenagórica se atrevió precisamente a atacar uno de los campos más amados de la humanidad: la inteligencia, el talento y la sabiduría como expresiones altísimas del ser por encima de los bienes materiales. La mujer que se atreve a decir en su Carta a Sor Filotea de la Cruz que sólo ha buscado poner riquezas en su mente y no su mente en las riquezas, nos dice con esas bellas palabras la regla de oro de la pedagogía en todos los tiempos. En su CartaAtenagórica lo dice con cierto enojo, cito: “Habla de las finezas de Cristo en el fin de su vida: In finem dilexit (Ioan. 13 cap); y propone el sentir de tres Santos Padres, que son Agustino, Tomás y Crisóstomo, con tan generosa osadía, que dice: El estilo que he de guardar en este discurso será éste: referiré primero las opiniones de los Santos, y después diré también la mía; mas con esta diferencia: que ninguna fineza de amor de Cristo dirán los Santos, a que yo no dé otra mayor que ella; y a la fineza de amor de Cristo que yo dijere, ninguno me ha dé dar otra que la iguale. Éstas son sus formales palabras, ésta es su proposición, y ésta la que motiva la respuesta”.

El sólo pensar que sucedió al leer tal osadía del Reverendísimo P. Vieyra por parte de la juiciosa y sabia estudiosa que era Sor Juana Inés de la Cruz para entonces con la edad de 42 años de edad. Es decir, si como adolescente y apenas entrada a su juventud era una admiradísima mujer de sabiduría sorprendente, al leer el discurso del P. Vieyra, su enojo resultó tal, por lo que la respuesta que da en Carta Atenagórica, es no sólo de responsabilidad, también y mucho, de enojo ante tanta soberbia. Recordemos que el Padre Vieyra no era un sacerdote de cualquier cofradía o seminario, sino que provenía para aquél entonces de los más dedicados al estudio y a la sabiduría, de la Compañía de Jesús; por lo que la Décima Musa atacó —sin pensarlo quizá—, que se metía en ese mundo de lo terrible humano: tocar con más que el pétalo de una rosa a quien se considera por encima de los Padres de la Iglesia como se considera Antonio Vieyra, por su trayectoria y dedicación a las sagradas escrituras. Pecó de soberbia en el mundo del conocimiento el Padre Antonio Vieyra, la respuesta le vino del otro lado del Atlántico, nada menos que de una mujer cuya sabiduría no podía esconderla a tenor de traicionarse ella misma en vida.

Ir a las fuentes, leer directamente el Sermón del Padre Antonio Vieira en la Capilla Real, año de 1650. / El vos alter alterius lavare pedes. (Ioan., 13) Como en las obras de la creación acabó Dios en el último día por las mayores de su poder, asó en las de la Redención, de que este día fue el último, reservó también para el fin las mayores de su amor. Esto fue juntar en el mismo amor, el fin con lo fino: In finem dilexit. No dice el Evangelista que como amase a los suyos, en el fin los amó más, sino como amase, amó: Cum dilexissel, dilexit. ¡Y por qué? Porque es cierto que el amor de Cristo para con los hombres, desde el primer instante de su Encarnación hasta el último de su vida, fue siempre igual, y semejante a sí mismo. Nunca Cristo amó más ni menos. La razón de esta verdad teológica es muy clara: porque si consideráramos el amor de Cristo en cuanto Hombre, es amor perfecto, y lo que es perfecto no se puede mejorar, si le consideramos en cuanto a Dios, es amor infinito, y lo que es infinito no puede crecer. Pues si el amor de Cristo fue siempre igual, sin exceso, siempre semejante a sí mismo, sin aumento; si Cristo, en fin, tanto amó a los hombres en el fin, ¿qué diferencia hay, o puede haber, entre el cum dilexissel y el infinem dilexit? No es ésta la duda que me da cuidado: responden los Santos en muchas palabras lo que tengo insinuado en pocas. Dicen que usó de estos términos el Evangelista, no porque Cristo en el fin amase más de lo que había amado en el principio, sino porque hizo más su amor en el fin que en el principio, sino porque hizo más su amor en el fin que en el principio y en toda su vida había hecho”. No hay duda de la sabiduría en lenguaje y en sus reflexiones que denotan a un estudioso de loa sagradas escrituras de quien fuera reverenciado como uno de los sabios en el occidente del mundo, cuando América era ya la América colonizada por españoles, portugueses, ingleses y franceses. Los países que representaban el poderío de Europa sobre los demás continentes. Lo que o debe sorprendernos, cuando creemos que aquellos siglos fueron de oscurantismo e ignorancia en todas las esferas de la vida pública y privada, es que ciertamente las ediciones que surgieron a partir del invento popular que hace Joan Gutenberg con la imprenta, la divulgación del conocimiento surge en serio por Europa y América.

Y esa sabiduría lleva a reconocer en los dos continentes a estudiosos como el padre Vieira, del que prosigo la lectura de su Sermón, que hoy es más famoso, gracias a la respuesta que Sor Juana hace como texto confidencial a su confesor, al ver el facsimilar de la Portada se lee: Carta Athenagorica de la madre Juana Inés de la Cruz / Religiosa profesa de velo, y Coro en el muy Religioso Convento de San Jerónimo de la ciudad de México cabeza de la Nueva España/ que imprime, dedicada a la misma Sor, Filotea de la Cruz su estudiosa aficionada en el Convento de la Santísima Trinidad de la Puebla de los Ángeles/ En la Imprenta de Diego Fernández de León, año de 1690”. Documento privado que Juana Inés no pensó que fuera a publicarse tal y como lo hizo quien en ese año expondría a sus enemigos que por lustros se habían ido haciendo, ante el aura, talento y sabiduría de la mujer más sabia que había aprendido duramente desde muy joven que la envidia era debilidad de los otros ante sus dotes que eran muchas. Imaginemos el México de ese tiempo, capital de la Nueva España, siendo la ciudad más grande de todo el imperio español.

 

 

Refutación de Sor Juana Inés

 

El texto de la Carta Atenagórica tiene un inicio que bien lo podría firmar el propio Sócrates, así dice Sor Juana en sus inicios: “Muy Señor mío: de las bachillerías de una conversación, que en la merced que V. md. Me hace pasaron plaza de vivezas, nació en V. md. El deseo de ver por escrito algunos discursos que allí hice de repente sobre los sermones de un excelente orador, alabando algunas veces sus fundamentos, otras disintiendo, y siempre admirándome de su sinigual ingenio, que aun sobresale más en lo segundo que en lo primero, porque sobre sólidas basas no es tanto de admirar la hermosura de una fábrica, como la de la que sobre flacos fundamentos se ostenta lucida, cuales son algunas de las proposiciones de este sutilísimo talento, que es tal su suavidad, su viveza y energía, que al mismo tiempo que disiente, enamora con la belleza de la oración, suspende con la dulzura y hechiza con la gracia, y eleva, admira y encanta con el todo”. Si, el Sermón del Padre Vieyra es un texto largo lleno de conceptos y de un lenguaje que no se puede negar todo lo que aduce Sor Juana.

Así son los sofistas en su más alta cumbre. Por eso la lectura del Sermón, y la lectura de respuesta y revisión de ese Sermón, son obligatoria tarea para quien estudia a fondo el pensar y reflexionar sobre los textos y las cosas de la vida en nuestra Décima Musa. A la lógica del Padre Vieyra Sor Juana Inés impondrá su manera de reflexionar que se sustenta, no en los espacios de la teología que se convierte en dogma, sino en los espacios que llevan a razonar de manera filosófica, sobre los hechos y estudios de la Sagrada Escritura; dando una lección sorprendente, y muestra, sobre todo, que para revisar los asuntos de la teología más y mejor, es razonar desde la filosofía que desde el mundo del dogma como pecó por soberbia el Padre Vieyra. La Carta Atenagórica es así una muestra del alto pensamiento que brilla en la mente de Sor Juana, y meditemos que estamos en el siglo XVII, cuando a América no han de llegar todavía los filósofos alemanes o el discurso de los Enciclopedistas pues sus siglos son el XVIII y XIX, sobre todo.

En qué medida Sor Juana Inés es una mujer que piensa y tiene cualidades para ser una filósofa, en su siglo era pecado en mujer tener tales cualidades. Aunque ella a cada momento cita a las mayores pensadoras y científicas que la historia ha dado al mundo, si así lo podemos decir, cosa que queda expuesto en la Carta de Respuesta a Sor Filotea de la Cruz y particularmente, años antes, en Carta de Sor Juana Inés de la Cruz a su confesor / Autodefensa espiritual, texto publicado por Aureliano Tapia Méndez, venido de un documento encontrado en la ciudad de Monterrey, en el cual expresa por escrito Sor Juana ideas y hechos de su vida anteriores a la Respuesta a Sor Filotea de la Cruz. Pero no nos alejemos de lo que es la respuesta sobre el sermón del Padre Vieyra, donde Juana Inés dice en sus letras lo siguiente: “habla de las finezas de Cristo en el fin de su vida: in finem dilexit eos (Ioan. 13 cap.); y propone el sentir de tres Santos Padres, que son Augustino, Tomás y Crisóstomo, con tan generosa osadía, que dice: El estilo que he de guardar en este discurso será éste: referiré Primero la opinión de los Santos, y después diré también la mía; más con esta diferencia: que ninguna fineza de amor de Cristo dirán los Santos, a que yo no dé otra mayor que ella; y a la fineza de amor de Cristo que yo dijere, ninguno me ha de dar otra que la iguale. Estas son sus formales palabras, ésta su proposición, y esta la que motiva la respuesta”. Hay que citar suficientemente el motivo de la respuesta de Sor Juana Inés, de manera personal y no pública como se lo escribe al padre Manuel Fernández de Santa Cruz.

Así, en lo personal se dirige Sor Juana Inés, pues dicho texto que ha de recibir el nombre de Carta Atenagórica, nunca tuvo el fin, por parte de Sor Juana Inés de la Cruz, que se hiciera pública tal y como sucedió en ese año infeliz de 1690. En párrafo anterior Sor Juana escribe: “De esto hablamos, y V.md. gustó (como ya dije) ver escrito; y porque conozca que le obedezco en lo más difícil, no sólo de parte del entendimiento en asunto tan arduo como notar proposiciones de tan gran sujeto, sino de parte de mi ingenio, repugnante a todo lo que parece impugnar a nadie, lo hago; aunque modificado este inconveniente, en que así de lo uno como de lo otro, será V.md. sólo el testigo, en quien la propia autoridad de su precepto honestará los errores de mi obediencia, que a otros ojos pareciera desproporcionada soberbia, y más cayendo en sexo tan desacreditado en materia de letras con la común acepción de todo el mundo”. Texto sólo para los ojos del religioso. Texto que la maldad utilizó para desprestigiar al P. Antonio Vieyra, no sólo en asuntos tan serios como lo son las Sagradas Escrituras, sino porque vienen de una “mujer” cuyo sexo está tan desacreditado en aquel final del siglo XVII.

Tres hechos de la vida me hacen pensar en tan grande importancia que tiene Sor Juana para la cultura humana: recordar el juicio a que fue sometido el padre de la filosofía, Sócrates, cuyos enjuiciadores con calumnias y una envidia que no soportaba la atracción que sobre la juventud tenía el filósofo en la Atenas de hace miles de años. La historia está llena de estos momentos filosóficos, donde la envidia, venida sobre todo de aquellos que tienen el poder político, económico o religioso imponen sus juicios personales con tal de demostrar que quien cometió pecado, ataque al poder establecido o rebelión contra la ideología imperante, termina siendo llevado al cadalso. Con Sócrates nos queda una lección de vida, de humanismo que muy pocas veces se puede encontrar otra lección igual. En el libro La vida privada y pública de Sócrates encuentro el relato del momento en que el filósofo asiste a su juicio. Muchos negaron que fuera capaz de asistir a dicho momento, pues su edad que alcanzaba los 70 años le permitía hacerse a un lado de tal atropello a su persona. El texto es elocuente del entorno a que llega Sócrates en ese momento: “Con manifiesta torpeza, Sócrates subió a la Antibema, a la derecha del presidente. Ahora todos podían verle. Algunos se levantaron de sus asientos, con la intención de ayudar al anciano a subir. Hubo una cálida ola de simpatía por el acusado. Hasta ayer se habían mofado de él en el pozo, en la plaza del mercado, en las barberías y en las tabernas. Pero, al verlo sentían todos, la especie de timidez que la presencia del filósofo inspiraba. Se podía hacer burla de Sócrates, se podía envenenarle, pero no era posible odiarle. En el fondo era buena persona. Únicamente era un majadero, pero tan majadero que resultaba un infractor de las leyes”. El maestro de maestros era enjuiciado por enseñar a la juventud a pensar. Por saber llegar a la sabiduría y a la verdad, que es el motivo por el cual los seres humanos deben estar en la vida, haciendo a un lado lo que nuestra Sor Juana Inés planteaba. Poner los hechos de la inteligencia para embellecer la mente y no la mente para embellecer las cosas materiales.

Sócrates pide a la juventud que se aplique. Que sea alegre, entusiasta, rebelde, pero también capaz de buscar la verdad al indagar día y noche en los sucesos que la vida trae consigo, que la naturaleza dispone y que la sociedad propone en su cotidiano vivir. De esta manera en el juicio que la Décima Musa hace del Sermón del Padre Antonio Vieyra reúne las lecciones del filósofo griego a pie juntillas: analiza de tal manera que no queden líneas de su discurso que no hayan sido analizadas en su contenido y su continente. Por eso resulta el juicio de Juana Inés tan letal y de indiscutible sabiduría y prestancia al refutar las tres partes del discurso del Padre Vieyra, demostrando en cada ocasión, al buscar imponer un dogma, él solito cayó en la trampa, propia de los sofistas que dicen:

<<Lo que digo es verdad, porque lo digo Yo>>.

 

 

Conocer más aún a la Décima Musa

 

El estudio de Sor Juana Inés de la Cruz va mucho más lejos de lo que los mexicanos conocemos de ella. Es sabido hasta el hartazgo de la repetición cuando se habla de la Décima Musa por su poema “Hombres necios que acusáis a la mujer”. Hasta allí llega el conocimiento de la misma. El estudio de su extensa y bella poesía no se sabe, y por lo mismo el poema de “Hombres necios…” se convierte en tema de ‘chacotilla’ para propios y extraños, sobre todo del sector masculino, que no analizan la profundidad del mensaje dicho por una mujer en las últimas décadas del siglo XVII. Defensa de la feminidad en la pura observación del trato dado a la mujer lo mismo en la Corte Virreinal que en los hechos cotidianos de la vida familiar. El estudio de su poesía amorosa viene a resultar un remanso de los temas amorosos, pues sabiendo que vienen de experiencias vividas o vistas, pues nuestra Sor Juana Inés no va atrás del genio observador de un leonardo da Vinci o de un Wolfang Goethe. Es decir, lo mismo podía ser una científica si viviera en este siglo XXI que una poeta de ilustres blasones en el mundo de los reconocimientos en su idioma.

Pero ha de ser el tema de la filosofía y la teología donde encuentre a sus principales enemigos. No los de la Corte Virreinal con todo y que en ellas se enquistan enemigos que le vieron vivir algunos años en la misma y no la pudieron aferrar para sus caprichos y lisonjas. Prefirió recluirse en lugar de ser objeto al servicio hasta que fuera solo desperdicio. Tal experiencia de vida sólo podía llevar al mundo en que se ha de encontrar miles de años atrás el filósofo Sócrates y en el siglo XX un filósofo que tuvo que abjurar de su propia obra como sucede con el filósofo húngaro Georg Lukács.

La castigan por dedicarse a las letras y no al estudio de las Sagradas Escrituras. Típico de la envidia y de los rencores por tantos dones que recibió de la naturaleza y de Dios si es uno creyente. Al revisar la injusticia en contra de Sor Juana Inés por parte de sus enemigos, sobre todo venidos del Alto Clero, nos damos cuenta que la juzgan con materias equivocadas. Es profana y se dedica a las cosas de los laicos, pero resulta que la enjuiciamos porque se ha atrevido a revisar el Sermón de un sapientísimo integrante de la Compañía de Jesús, reconocida institución inatacable por sus educadores y sus alumnos que son los mejores del mundo: ¿Cómo es posible que una monja, una mujer de sexo tan desacreditado para las letras, le venga a decir, cuáles son las más altas finezas que Cristo dio a los hombres al final de su vida?

Bien dice Sor Juana en su Carta Atenagórica: “Y no puedo dejar de decir que a éste, que parece atrevimiento, abrió él mismo camino, y holló él primero las intactas sendas, dejando no sólo ejemplificadas, pero fáciles las menores osadías, a vista de su mayor arrojo. Pues si sintió vigor en su pluma para adelantar en uno de sus sermones (que será solo el asunto de este papel) tres plumas, sobre doctas, canonizadas, ¿qué muchos que haya quien intente adelantar la suya, no ya canonizada, aunque tan docta? Si hay un Tulio moderno que se atreva a adelantar a un Augustino, a un Tomás y a un Crisóstomo. ¿Qué mucho que haya quien ose responder a este Tulio? Si hay quien ose combatir en el ingenio con tres más que hombres, ¿qué mucho es que haya quien haga cara a uno, aunque tan grande hombre? Y más si se acompaña y ampara de aquellos tres gigantes, pues mi asunto es defender las razones de los tres Santos Padres. Mal dije, Mi asunto es defenderme con las razones de los tres Santos padres. (Ahora creo que acerté)”. Hay en este texto una referencia admirable por parte de Sor Juana: “Su hay quien ose combatir en el ingenio con tres más que hombres…” Me recuerda el texto de Jorge Luis Borges, cuando al referirse al poeta Francisco de Quevedo, señala que más que n hombre, Quevedo, es una Literatura. Así Sor Juana en su respeto por los tres Santos Padres, Augustino, Tomás y Crisóstomo, los señala al decir que fueron más que Hombres, fueron Santos, y en ellos pone el dedo en el renglón: el trato con ellos debe ser de sumo respeto, y quien ose discutirles debe tener en cuenta su larga sabiduría y su trayectoria que va más allá del sacrificio de hombres comunes y corrientes. Es decir, cuando sea el juicio sobre los tres Santos Padres debes de ir con las armas pulidas y admirables en su más alto contenido y sabiduría por parte de la Teología, pero también de la Filosofía, para bien pensar y no caer en las trampas del dogma o de la soberbia; que es el pecado más grave que comete el Padre Antonio Vieyra, en el juicio que hace sobre las finezas de Cristo para con los hombres oponiendo su pensar al juicio de los Santos Padres.

El estudio de Juana Inés no debe partir del poema “Hombres necios que acusáias a la mujer sin razón…” sino de aquello que más profundiza su grandeza. El origen de la tragedia en Sor Juana Inés viene de sus años en la niñez, su adolescencia y temprana juventud que le hizo entrar a la Corte Virreinal siendo favorita de la Virreina. Pero hay documentos que comprueban sus momentos más críticos, los momentos que todo ser humano vive en la tristeza, en la soledad, en la amargura. De ello es importante recordar Carta de Sor Juana Inés de la Cruz a su confesor / Autodefensa Espiritual, cuenta el investigador Aureliano Tapia Méndez: “En abril de 1980, buscando datos para la historia religiosa del Nuevo Reino de león, en la Biblioteca del Seminario Arquidiocesano de Monterrey, di con grueso infolio —31.5 x 21 cm—, que colecciona varios manuscritos y algunos impresos, empastado en pergamino y con un título grabado en el lomo Varios Ynformes. / Hay en él una “relación verdadera de la entrada de su Majestad en el Reino de Aragón, hasta salir de Zaragoza, en prosecusión del viaje…” que termina con un romance a la “serenísima Señora Doña María Luisa Gabriela Emmanuel y Borbón”, deseándole que sea “descanso y lustre” al Rey Felipe. Está editado en México, “en la Imprenta de Gobierno, por los Herederos de la Viuda de Bernardo Calderón, en la Calle de san Agustín, año de 1702”. Es importante citar estos documentos y el año en que fueron impresos, pues no tienen más de 7 años a la muerte de Sor Juana, lo que ocurrió el 17 de abril de 1695.

Prosigo con el texto del padre Aureliano Tapia Méndez: “El volumen tiene, entre impresos y manuscritos, trecientos folios a enumerar / De pronto di con el texto de una carta que va de la foja 161 a la 163 vuelta y está titulada así: “Carta de la Me. Juana Ynes de la Cruz, escripta a el R.P.M Antonio Nuñez de la Compa. de Jesús” Podemos imaginar el hallazgo y la alegría del padre Aureliano ante tal descubrimiento. De puño y letra de Juana Inés este documento, que nos ayuda aún más a comprender cuándo se fue creando ese huevo de la serpiente que es el rencor y la envidia, empocillados en el odio por quién por su talento y sabiduría, no podía más que despertar a enemigos de la peor especie. Esta “Carta…” es otro documento, mismo que junto a la Carta Atenagórica y la Carta a Sor filotea de la Cruz, expresan los tiempos en que la filosofía, en la persona de Juana Inés, es sometida a juicio, aunque las demandas de los rencorosos en todos los tiempos, de los sofistas, que terminan ganando la batalla en el momento del juicio —el presente—, pero no el tiempo expresado en el futuro. Que es el tiempo de la filosofía porque esta ciencia no tiene límites en el tiempo y se comprueba como las leyes de la ciencia precisamente al paso de los años. Dicha carta sin ser original, firmada por Sor Juana refleja los momentos que la monja asaba en anteriores años al fatídico 1690, por lo que es interesante citarla en lo que se debe ver como documentos vitales en el destino de la Décima Musa en la ciudad de Méjico, capital de la Nueva España.

 

 

Pensamiento científico de Juana

 

Recurro en el fin de hacer más sucinto el mensaje de Juana Inés a la respuesta sobre el Sermón del Padre Vieyra, a lo escrito por don Carlos Elizondo, quien presenta en su obra de teatro un resumen de lo dicho al texto de Vieyra, dice así: “El Padre Vieyra habla de cuál fue la mayor fineza de Cristo al finalizar su vida, diciendo que a la que él diga, nadie podrá dar otra igual. San Agustín expresó que la mayor fineza de Cristo fue morir, pero el Padre Vieyra dice que fue mayor fineza ausentarse. Yo respondo con San Agustín que la mayor fineza de Cristo, fue morir, porque en cuanto hombre, su vida era lo más que podía dar, lo cual se prueba con textos infinitos. Pues pregunto: ¿Cuál fineza sea para El más costosa, y más útil para el hombre que la Redención que de su muerte resultó? / Digo más. La muerte fue para Cristo el compendio de todas las finezas, pues con ellas nos renueva el beneficio de la Creación al restituirnos al primitivo ser de la gracia, y nos reitera el beneficio de la Encarnación, puesto que en la muerte se une a todos nosotros derramando su sangre”. ¿Cuál es el sacrificio mayor de un padre o una madre por alguno de sus hijos cuando es necesario: el dar su vida con tal de que el hijo o la hija sobrevivan? La respuesta ha sido siempre válida. Si los padres son capaces de dar su vida sin pensarlo por sus hijos, que ha de ser extraño que la mayor fineza de Cristo por sus hijos sea el dar su vida. Cómo fue posible que el Padre Antonio Vieyra en su soberbia no entendiera esto que parece tan fácil, y quizá el no que no hubiera tenido hijos, le permitiera ver en ese pequeño ejemplo, ejemplo de historia y de vida, para comprender que dar la vida por el otro, es la mayor fineza que el ser humano puede hacer a lo largo de la historia humana. Ejemplos por cientos se dan en el pasado. En su obra de teatro don Carlos Elizondo dice en las palabras ciertas venidas de la Carta Atenagórica por Sor Juana: “En cuanto a las razones que argumenta, el Padre Vieyra, le niego el supuesto de que Cristo se ausentó, puesto que permaneció sacramentado e instituyó el sacramento antes de morir, de suerte que jamás estuvo ausente”. Irrebatibles son las palabras de la Monja de Nepantla, del sentido común de sus palabras vienen de un juicio teológico y filosófico incomparable.

No basta con el primer ejemplo, en el segundo caso, donde el Padre Antonio Vieyra contradice a Santo Tomás, Sor Juana dice: “El angélico doctor Santo Tomás dice que la mayor fineza de Cristo fue, precisamente, el quedarse con nosotros sacramentado; pero el padre Vieyra que en todo quiere contradecir, afirma que la fineza no fue el sacramento, sino hacerlo sin uso de sentidos en el sacramento. / ¿Qué forma de argumentar es ésa? Santo Tomás propone en género y el Padre Vieyra responde en especie; luego no vale su argumento, puesto que cuando Santo Tomás dice sacramentarse, está comprendida la forma en que Cristo lo hace”. Resulta para Juana Inés inconcebible, que un sabio de la Iglesia se atreviese a cometer tales errores de conocimiento y percepción de lo que se trata. Cuarenta años después de divulgar el “Sermón” como si fuese el verbo sagrado aparecido en Lisboa, los razonamientos y conocimientos de la Sagrada Escritura por una monja mejicana, vienen a demostrar gravísimos errores del sabio de la Compañía de Jesús. Cuando pienso que a la Ilustrísima Compañía perteneció el padre Francisco Javier Clavijero, digno representante de la misma, y que fuera vetada en territorio de la Nueva España un siglo después de la existencia de Sor Juana. Por decreto del Rey fue obligada a dejar todos sus bienes y su presencia en 1767 en América: por cometer pecados en contra de dogmas que sustenta el Neomedioevo español y en sus territorios imperiales: la cerrazón y el sistema social, político y económico que no se puede mover un solo índice: brahamanismo en que los reyes españoles habían hecho su refugio al final, fue el destino de perder sus territorios en América en el siglo XIX.

En el tercer tema, de nueva cuenta, en clara muestra de que hierra el Padre Vieyra, Sor Juana dice: “En cuanto al tercer punto, dice San Juan Crisóstomo que la mayor fineza de Cristo fue lavar los pies a sus discípulos, y el Padre Vieyra contesta que no fue eso, sino la causa por la que lo hizo y el haberlos lavado a Judas. Y otra vez argumenta mal, queriendo divorciar efecto y causa, y el pasar del todo a una de sus partes. ¿Dónde está la diferencia en este caso entre lavar y la causa de lavar? ¿Es necesario establecerla, cuando Cristo lo hacía todo con causa? Y si lavó los pies a todos sus discípulos, claro está que lo hizo con Judas también”. ¿Es que la inteligencia tiene un solo sexo en la naturaleza del mundo? o es que no hemos querido escuchar la voz e inteligencia o su talento en las mujeres, por el celo de que vaya a ser superior a la manera de razonar de los ‘hombres’, cuando ello no es muestra de que los mediocres pueden tener este miedo, pero un hombre con suficiente confianza puede convivir atendiendo lo dio por una mujer, con el mismo respeto que escucha a un hombre que tenga el talento para hacerse oír. Son dos los errores que comete por soberbia el padre Vieyra: soberbia por falsa ‘sabiduría, y pensar, que como hombre, no puede cometer error en el decir, y menos en el hacer.

 

 

Antes de la Carta Atenagórica

 

Documento que es copia de su tiempo: Carta de la Me. Juana Ynes de la Cruz, escripta a el R.P.M Antonio Núñez de la Compa. de Jesús, con el cuidado debido, lo señala el padre Aureliano Tapia Méndez, cito: “Se ve a las claras que no es autógrafa; no está fechada ni firmada por Sor Juana. Es una copia de su tiempo, ya que su estilo de letra itálica corresponde visiblemente a su época. La encontramos muy semejante a los manuscritos que conocemos del estamento de Sor Juana Inés, fechado el 23 de febrero de 1669, firmado por ella, y atestiguado por su confesor el padre don Antonio Núñez de Miranda, y la grafía también es muy semejante al documento de la donación de una esclava mulata que hizo Isabel Ramírez a su hija doña Juana Ramírez de Asbaje, el 25 de febrero de 1669; ambos ante el escribano real José de Anaya, hechos por él, o por un amanuense a su servicio”. Documento que para hacernos entender lo difícil que es estudiar o investigar la historia, aparece como una copia de algún original y por lo mismo parecería un invento que no tiene certeza alguna para tomarla en serio. Pero bien dice el padre Aureliano Tapia: “Haya mucho que estudiar en esta carta, única que conocemos, además de la respuesta a Sor Filotea de la Cruz, junto a la que se antoja y se puede hacer una espontánea comparación que nos deja una certeza: las dos cartas son de la misma persona, aunque la carta escrita al padre Antonio Núñez que en adelante llamaré Autodefensa espiritual o “Carta de Monterrey”, tiene un sabor menos cuidadoso que la Respuesta a Sor Filotea de la Cruz, y un tono más enérgico, sobre la pureza de un género íntimo y personalísimo”.

Tres documentos que merecen nuestra mayor atención para comprender los peligros que la Décima Musa vivió en sus años de vida, que nunca fueron fáciles y sin embargo sus textos literarios son de una ternura y suavidad que no denotan amargura por su existencia. Ni el poema de “Hombres necios…” respira amargura, al contrario, deja en claro que hay quien ve las acciones del machismo generado de dos culturas: la prehispánica y la española, que parece ser peor en los hechos que aporta al mestizaje con el paso de los siglos. Los tres textos son en primer lugar la “Carta de Monterrey”, la Carta Atenagórica y la Carta de respuesta a Sor Filotea de la Cruz. De la cual cita un texto el padre Aureliano escrito por un conocedor de la obra sorjuanista, dice: “Don Elías Trabulse en el prólogo a la enciclopedia con el nombre de Sor Juana Inés de la Cruz ante la historia, preparó don Francisco de Maza, refiriéndose a la Respuesta dice que: “Un documento autobiográfico, escrito como contestación a una incitación previa… es una invitación sensata y razonable a la desconfianza, y a mantener una prudente reserva. Porque un documento autobiográfico es un autorretrato, en el que las más de las veces, el autor quiere dejarnos la imagen de sí que desea contemple la posteridad… Y la Respuesta a Sor Filotea cae, en buena medida, dentro de esta clasificación”. Es necesario recordarle al estudioso Elías Trabulse lo que Sor Juana Inés dice al final de sus primeras palabras, al escribir sobre su opinión del famoso Sermón del P. Vieyra dicho en el año de 1650, cuando expresa, sin meditar con calma en lo que ha de escribir: pensando que es la respuesta de ella la que importa, y no el defender con palabras de los Tres Santos de la Iglesia para de manera contundente demostrar que el Sermón, documento intocable pues venía de un sabio de la Compañía de Jesús tenía, en los tres temas sobre San Agustín, Santo Tomás y san Crisóstomo definitivos y comprobables errores: “Mal dije. Mi asunto es defenderme con las razones de los tres Santos Padres. (Ahora creo que acerté)”.

Por eso creo que Elías Trabulse peca al creer que Sor Juana Inés se defendía día a día de sus enemigos haciendo un retrato de ella para que la posteridad le viera como ella deseaba. Al contrario, sólo desea dejar en claro que ella sólo se ha comportado como lo han hecho hombres y mujeres de otros tiempos. Y que son ejemplo de la humanidad, o en este caso de la cultura mejor de España, su patria en aquellos tiempos. Por eso trae a colación la historia de los pueblos y las biografías de los personajes que han fundado la humanidad en territorio occidental: cultura que ella resume de manera magistral en su persona. Es tanto americana como europea. Al hacerse de esa personalidad, sabe bien que no ha nacido ayer, sino que su historia personal y familiar tiene que ver con Grecia y Roma, y también con la cultura del medio oriente y el cristianismo. Por eso, para comprender la genialidad de la Décima Musa debemos de tomar sus palabras como la expresión de la filosofía, que te dice que hables sólo cuando sepas de lo que hablas, de lo contrario no pronuncies ninguna palabra. Y ella sabía que para defenderse o atacar algún tema surgido de los sermones o charlas religiosas, sólo podía hacerlo a partir del método filosófico que obliga a saber de lo que se habla, sin atender prejuicios, dogmas o respuestas banales, que llevaban a lisonjear lo que se decía sin saber lo que se decía: Sócrates estaba ahí, y Sor Juana sigue la huella de su maestro, en el asunto de buscar el conocimiento poniendo el objeto ante los hechos a través del método filosófico; dejando a un lado la banalidad de uno mismo —en el deseo de hacer un autorretrato— siendo así que se termina por hacerse un Frankestein de sí mismo, para espantar a los que le oyen o le ven en ese intento fracasado.

Tengamos en cuenta estas palabras, pues su Respuesta a Sor Filotea de la Cruz no es el deseo de dejar un cercano autorretrato de sí misma. Sino defenderse de la envidia y el odio que la ignorancia desde el poder es capaz de hacer lo mismo con Sócrates, o de muchos que por cientos o miles pasaron por las garras de la Santa Inquisición en los años de la Edad Media, y los siguientes siglos, que duró en el reino de la Nueva España y en América Latina de aquellos 300 años de sojuzgamiento que España y Portugal llevaron a cabo sobre estas tierras del llamado nuevo continente.

Es tan sabia Sor Juana que bien dice: “Mi asunto es defender las razones de los tres Santos Padres. Mal dije. Mi asunto es defenderme con las razones de los tres Santos Padres. (Ahora creo que acerté)”. Más allá de los motivos de quitarse los años “por coquetería” como decenas de estudiosos lo dijeron en talleres, conferencias o charlas en el siglo XX, y más allá del deseo de hacer una biografía vanidosa de su propia persona; cuando bien sabía, pues como lo dijera Jorge Luis Borges: es muy difícil hacer una biografía de alguien, cuando ese personaje es incapaz de hacer su propia biografía. Es decir, se peca de soberbia —poca o mucha—, cuando se hace el autorretrato de uno mismo. Y para ello se esconde el lugar de nacimiento, la fecha o los hechos que tienen que ver con el nacimiento; las relaciones familiares o la cotidianidad de la existencia, los cuales muchas veces son tan dolorosos: como lo saben Josephine Baker, defensora de los derechos civiles en ese país tan contradictorio como lo es Estados Unidos. Decenas de grandes mujeres están ahí de ejemplo de las peores cosas sufridas en su niñez y adolescencia. ¿Dónde pues, Sor Juana Inés en los tres documentos citados llega a expresar vanidad al de dejar de atender su principal objetivo, que es buscar la verdad: siguiendo el método de la filosofía —es decir— el que paso a paso enseña que se va bien por el sendero escogido, y no se crean paisajes ilusorios donde la “verdad” se inventa, o se pone en un lugar predeterminado: porque como dice el Padre Antonio Vieyra, haciendo exactamente lo que no se debe hacer, es decir prefigurar el final o fijarlo tan vanidosamente que: “que ninguna fineza de amor de Cristo dirán los Santos, a que yo no dé otra mayor que ella; y a la fineza de amor de Cristo que yo dijere, ninguno me ha dé dar otra que la iguales”. La defensa de Sor Juana es irrebatible porque parte desde el método que busca la verdad y no la vanidad.

 

 

El Siglo de Oro

 

Pensar en el contexto histórico en que vivió Juana Inés resulta importante para comprender cómo es que el Santo Oficio en la capital novohispana no la tomó de manera dura y cruel con ella. Se insiste en la defensa que de ella hacen las virreinas Doña Leonor Carreto, y la Condesa de Paredes, pero es justo que pensemos no sólo en el mundo histórico del Méjico del siglo XVII, resulta necesario ir a España, el país imperial, y comprender cuáles son los hechos políticos, económicos, militares y culturales de esos años, que son en número de 47 años los vividos por Sor Juana desde su nacimiento el 12 de noviembre de 1648 y hasta el 17 de abril de 1695. 47 años de existencia, casi cincuenta años que nos dicen de una mujer cuya genialidad aparece en muchas partes de ese siglo. Primero debemos recordar que el fallecimiento de don Luis de Góngora se da en el año de 1629, casi 30 años antes de la llegada de Juana Inés al mundo. Y que la desaparición de Francisco de Quevedo, el otro genio de las letras en el Siglo de Oro, quien fallece en 1654. En los dos casos durante su juventud Sor Juana podemos decir que le ha de leer con fruición debido a que la literatura de ese Siglo aparece en las letras de la Nueva España como resultado del progreso cultural y literario que es muy dinámico en el país imperial, tanto como en la Nueva España. Pues sólo así podemos comprender la cultura de Sor Juana Inés y de genios sabios cono don Carlos de Singüenza y  Góngora, por no hablar del dramaturgo Juan Ruiz de Alarcón.

Cito al sorjuanista Carlos Elizondo, con quien tuve largas travesías a través del territorio mexiquense, hablando en particular sobre la fecha del nacimiento de Sor Juana Inés en noviembre de 1648, y no como lo divulgaron la mayoría de autores y editoriales en noviembre de 1651: fecha que daba Juana Inés de la Cruz; para que no fueran aquellos, que no le querían, y así, poder calificarla en público de “hija bastarda”. Nuestras charlas giraban en torno a su necesidad de mentir ante ese grave problema: problema que quizá fue motivo de que se recluyera primero en el Convento Carmelita, pues la fama de “hija bastarda” tarde o temprano se haría público y hubiera sido un grave momento para la Corte y para Juana Inés. En el libro que compuso como un drama titulado La Décima Musa, publicado bajo su responsabilidad, pues don Carlos pagó la edición; texto bastante didáctico para revisar la vida de Juana Inés de manera sencilla y bien explicada. En su Cuadro Primero hace aparecer los siguientes actores: “(Un salón de reuniones en el palacio virreinal de la ciudad de México, una tarde, en octubre de 1666. El Márquez de mancera don Antonio Sebastián de Toledo, virrey de la Nueva España, y su esposa doña Leonor Carreto, conversan con algunos de los cuarenta hombres sabios que fueron convocados ese día para examinar los conocimientos de la joven Juana Inés, quien vive en el palacio como dama de honor de la virreina. Entre los sabios congregados, se encuentran en el salón don Carlos de Singüenza y Góngora, los sacerdotes Juan de Guevara, Antonio Núñez de Miranda, confesor de la virreina y de Juana Inés, Manuel Fernández de Santa Cruz y Diego Velázquez de la Cadena)”. Estamos en el año de1666, tratando de saber cuál es el motivo de cultura tan seria y profunda que tiene esta jovencita de 18 años, y cómo, es posible que tenga un examen ante los más sabios de la Corte en ese año.

La lección que recibimos de esos años, es que Juana Inés es ya prodigio de sabiduría. Esa fama es la que por décadas le ha de atraer admiración de las Virreinas y de cortesanos de la misma vida política y económica; pero seguramente ahí se irían enquistando los huevos de la serpiente de la envidia, el rencor y el odio, al saber que esa mujer es dechado de virtudes, que se subraya tiene en su sabiduría sus mayores bienes. “Leer y más leer” para saber más e ignorar menos. Esa fue su fórmula como autodidacta. Fue la fórmula para huir de la ignorancia, y dejar su destino en manos del medio ambiente de su generación: qué en el caso de la mujer, era dedicarse al hogar al servicio de su ‘amo’, el esposo, que le hubiera deparado el destino. O como hace aparecer don Carlos Elizondo, en Silvio, que la quiere tener sólo como amante, pero sin necesidad de matrimoniarse con ella. No la admiraba por su sabiduría, sólo le gusta por su belleza y buen porte, dentro de la vida cortesana.

En el estudio del contexto histórico en que vivió Sor Juana Inés nos damos cuenta así que tanto en vida de la Corte en la capital novohispana, como en influencia que llega a la misma, desde la España Imperial, se nota, que si bien Juana Inés llega décadas después de la presencia física de los mejores escritores que pertenecen al Siglo de Oro: la influencia de ellos, en la obra de Sor Juana está presente. Tanto es así, que su obra cumbre en el campo de la poesía que ella titula El Sueño — o como lo titulan sus estudiosos Primero Sueño—, obra de características metafísicas, que para aquel siglo XVII es un prodigio de talento, inteligencia y conocimiento de la mejor poesía del siglo que vive Juana Inés pues se le considera al nivel de Las Soledades de don Luis de Góngora.

En la revista Historia de España y el Mundo, número 169 leo el ensayo “El monarca que “creó” España / Felipe IV / El rey del Siglo de Oro. Me parece interesante porque comprueba la importancia del siglo XVII en la cultura española y por lo tanto de sus territorios en América Latina. En el texto escrito por Luna González Alijarcio leo: “El Mecenazgo de Felipe IV / Durante el reinado de Felipe IV el Siglo de Oro alcanzó su máximo esplendor. En su corte, las artes disfrutaron especialmente del favor real, siendo un “gran patrón de los buenos ingenios de su tiempo”. Tanto el Conde de Olivares como el monarca confiaban en que todos estos talentos redundarían en su gloria y proclamarían sus virtudes. / El rey era un asiduo lector, especialmente de libros de Historia. El incendio del Alcázar en 1734 hizo desaparecer una valiosa cantidad de obras de arte y libros, que habían pertenecido a la colección personal —algunos incluso escritor por él— Desde su juventud y por influencia de su valido, sintió pasión por la pintura, la literatura o el teatro, asistiendo de incógnito, como es bien sabido, a las representaciones de comedias en los corrales de Madrid. Asimismo, promovió la aparición de nuevos estilos escénicos en los que la danza o la música ocupaban lugares centrales. / En estos años, Madrid se convirtió en una suerte de escenario permanente de constantes celebraciones de acuerdo al gusto barroco. Actos religiosos, fiestas o recibimientos de insignes personalidades, que a menudo tomaban como escenario la madrileña Plaza Mayor, donde se exhibía por doquier lujo y artificio para mostrar la grandeza de la monarquía”.

Pensar en la España y su capital Madrid, es pensar en la Nueva España y su capital Méjico. Y lo que relata la historiadora Luna González, es lo que sucede en nuestro país en últimas décadas del siglo XVII. En sucesos parecidos a los de Madrid, una autora ha de estar siempre presente: Sor Juana Inés de la Cruz ya componiendo villancicos o Arcos Monumentales con sus bellas poesías y versos, que hablan del dignatario que arriba a la Nueva España, o de las riquezas y bellezas de este país de fortuna inconmensurable. Debemos de entender a Sor Juana Inés en el contexto no sólo de la Nueva España, sino también, en la presencia de la España Imperial, que es obligado ejemplo, en el nuevo continente, como los españoles le llaman. Los virreyes en ese siglo se planteaban seguir el ejemplo de grandiosidad que Madrid tenía: Sino ¿Cómo es que podemos comprender que Méjico fuera la capital más grande y hermosa de la Colonia en todo el continente americano, si es copiando lo que se hace en la orgullosa capital imperial?...

 

 

Sor Juana Inés autodidacta

 

En la revista citada Historia de España y el Mundo, aparece una entrevista al investigador César Cervera, derivado de sus libros como historiador brillante, él también habla de Felipe IV, a la pregunta que dice: “Diría que Felipe IV ha sido otra víctima de la leyenda negra patria? El da la respuesta: Todo lo que tiene que ver con el imperio español ha llegado a nuestros días rodeado de prejuicios de todo pelaje. Desde religiosos a económicos. No en vano, en el caso específico de los monarcas del siglo XVII la desfiguración más severa la han sufrido por el cruel título de los Austrias menores. No es ajustado ni justo calificar así a Felipe III, Felipe IV y Carlos II, pero incluso entre los menores hay clases. De los tres, la historia ha sido muy crítica con Carlos II, indiferente con Felipe III y elogiosa en algunas facetas con Felipe IV. El apoyo del cuarto de los Felipes a Diego de Velázquez y el auge de las letras en este reinado hacen que su nombre hoy se vincule, al menos, a cuestiones positivas a nivel cultural”.

Es importante atender y reiterar ese momento del gobierno de los reyes en la España imperial, pues de varias maneras podemos comprender lo que sucedía en el contexto histórico en el que vino a vivir los últimos cincuenta años del siglo XVII que como vemos no fue un siglo sin importancia para la Colonia en territorio americano. Sólo así podemos comprender que mucho antes del aciago 1690 n le hubieran caído todas las desgracias a Juana Inés, como sucede frecuentemente en sociedades cerradas y dictatoriales, que nuestra historia hace aparecer en todos los siglos de la humanidad. El entrevistador responde a la pregunta ¿Qué le debe la España de hoy a Felipe IV? El historiador responde: “Estamos hablando del mayor coleccionista de pintura de su tiempo y uno de nuestros reyes más cultos, muy por encima de Carlos III, por ejemplo, al que tenemos por un sabio, pero ni le gustaba leer, ni el teatro, ni la música ni apenas la pintura… Felipe IV, en cambio, tradujo obras italianas, redacto estudios de educación de príncipes, compuso obrillas de teatro, leyó con desesperación y amó con pasión la pintura. Tenemos la manía de decir cosas tan prejuiciosas como que el Humanismo italiano se extendió al mundo a pesar de que los “bárbaros” españoles dominaban Italia, cuando fue justo porque lo extendieron ellos. Con Felipe III y Felipe IV ocurre lo mismo: ¿El Siglo de Oro de Quevedo, Baltasar Gracián, Lope de Vega, Calderón de la Barca, Tirso de Molina, Zurbarán, Murillo, Maino, Velázquez… alcanzó su máxima expansión a pesar de los reyes que dirigían el país? Digo yo que algo tendrán ellos que ver”.

De esa atmósfera bebió Juana Inés, los años que le tocan vivir en el siglo XVII reciben la influencia de ese desarrollo, y en ese sentido la Décima Musa recibe esta riqueza y por ella es que podemos decir que sobrevive al grave peligro de caer en las garras de la Santa Inquisición en la Nueva España. Misma que tenía que estar atenta a los mandatos que le venían de España, cuando se trataba de asuntos de prioridad, como lo podía ser, el querer juzgar a un personaje que por algo le llamarán en Madrid la Décima Musa. Cuando nos enteramos de las ediciones que tienen sus obras en España sorprende que sean motivo de lecturas y compra de sus libros. Seguramente más allá que aquí en su patria de nacimiento. Leer y más leer, ese fue su método de estudio, un ejemplo de preparación personal que sorprende por su excelencia, misma que le lleva a ser integrante del Olimpo de las letras y de la filosofía al conocer y estudiar s los mejores filósofos de Grecia y Roma. Ello lo hará notar en su Carta a Sor Filotea de la Cruz con toda la extensión que merece, al decir cuál es el rango de su preparación, que sólo busca <<ignorar menos, que para saber más>>. Al retornar a la Carta de Sor Juana Inés de la Cruz a su confesor entendemos mejor esta realidad. Publicado en el año de 1993 por Producciones Al Voleo el Troquel, S.A., en Monterrey, es una edición de lujo que nos hace comprender el por qué de dicha propuesta editorial. En el libro se refiere constantemente a la voz de nuestro premio Nobel Octavio Paz, que pone atención a esta Carta de Sor Juana Inés…” por lo cual escribe en la revista Vuelta, en el número 78 lo siguiente: “Hace trecientos años se ventila el juicio de Sor Juana Inés de la Cruz: ¿Santa, monja intrigante y marisabidilla o víctima de una burocracia eclesiástica? Un descubrimiento reciente ha puesto fin al proceso. Hoy contamos, según parece, con la disposición de un testigo mayor de toda excepción: Sor Juana Inés…” Insistir en la lectura de estos tres textos es acercarnos a la vida de la Décima Musa y comprender su entorno desde los más lejanos en la España que para fines de la década de los ochenta ya le tiene publicada su obra en Madrid, y después en el país de nacimiento, donde la burocracia clerical le tenía preparado el golpe final: la Carta Atenagórica que no debería de salir a la luz pública y, la maldad de esa burocracia representada en el padre Manuel Fernández de Santa Cruz, le obligó a exponerse ante el peligro del Santo Oficio y de sus peores detractores.

Mucho sabemos de incriminados que en la historia de la humanidad se defienden por sí solos. Sor Juana es de esas. Y su vocación literaria, que no es

la única ni la más sorprendente, pues debemos de comprender que fue enjuiciada por someter el Sermón del padre Vieyra a los juicios de la filosofía y no se utilizó par ello el dogma ni la razón de Estado o la de la autoridad del ‘sabio’ enjuiciado. El método de educación, sabiendo que no tiene derecho a ir a la Universidad, a la Real y Pontificia de Méjico; pensemos en cuánto para ella fue el saber de dicha universidad y no poder asistir a sus clases, en el saber que en dicho lugar se estudiaba la filosofía y no sólo la teología, que se podían revisar los hechos de la ciencia y literatura, así como todo aquello sobre las artes. Seguro se preguntaba qué llevaba a los ‘hombres’ a hacer tales distingos entre una pareja que habían nacido para apoyarse en el progreso de ambos y no solamente de uno de los sexos. Las aportaciones de Sor Juana, relevantes están en las letras, en la educación como tarea, de ser necesario, surgido de una enseñanza propia, de autodidacta, confinada por el machismo a no poder educarse como sí lo hacen los hombres. Pocos ejemplos más relevantes de autodidactismo en América en los últimos quinientos años que el ejemplo señero de Juana Inés, nuestra más preclara mujer que logra una sabiduría a nivel de cualquier pensador o filósofo, con resultados que en el laicismo comprueban que dedicada a la teología supo comprender el papel de la misma, pero no pecó al dedicarse a los temas de la ciencia, filosofía, literatura con igual entusiasmo con el sólo fin de ignorar menos, comprender más y más como lo viene a decir la filósofa Hanna Arendt 300 años después.

Por eso resulta relevante revisar la Carta de Monterrey, pues nos da luces de cómo es que Sor Juana Inés en el año de 1681 escribe un documento de autodefensa ante los embates cotidianos del rencor y la envidia, del odio contra quien sólo quería dedicarse al estudio de la vida humana, y no desea andar en los chismes de sociedad o del Monasterio, lugar que sin duda durante varios lustros vino a ser su hogar para realizar todas las maravillas que nos legó, la lectura de introducción a la Carta propone los resultados de investigadores y estudiosos, en particular, se cita por escritos aparecidos en la revista Vuelta en distintos números, destacado es el escrito de Antonio Alatorre, de la maestra Nina M. Scott, Rosa Perelmuter Pérez y de Georgina Sabat de Rivers, académicas de gran renombre en el mundo sorjuanista. En célula es posible comprender el genio de la Décima Musa: El Sueño; Carta Atenagórica; Carta de respuesta a Sor Filotea de la Cruz; Poemas amorosos; Hombres necios que acusáis a la mujer; villancicos o Arcos triunfales, son expresión de una inteligencia superior que sólo quiso saber más para ignorar menos.

 

 

Filosofía, educadora de vida

 

Naveguemos con Sor Juana leyendo su biografía, que son los tres documentos citados a lo largo de estos escritos. No hay duda de que con ella estamos delante de una estudiosa de la filosofía, y es bueno reflexionar en los tiempos en que vivió. Cuando España vivía el Neomedioevo, país imperial que se negaba a tomar las ideas progresistas y ejemplo de nuevos gobiernos que a partir de Inglaterra, llaman a nuevas formas de gobernarse; tomando en cuenta la representación del pueblo, fuera esto, a través de monarquías parlamentarias: forma que el siglo XVII tomó ejemplo de Inglaterra, y apaciguo mucho los movimientos populares en contra de las monarquías. No fue así en España, que cerrada a todo cambio habría de sufrir a principios del siglo XIX derrotas en todo el continente americano. ¿De dónde los conocimientos filosóficos de Sor Juana Inés, que libros prohibidos habrá leído para tener un pensamiento filosófico excepcional? Pensamiento que en los tres documentos que cito reflejan que bien sabía las debilidades de quienes la juzgaban —pero a la vez—, bien que sabía el peligro mortal que corría, al hacer que sus Reverendas Autoridades de la Iglesia terminaran por tomarla contra ella. En la Carta de Monterrey aparece la sombra que le ha de alcanzar casi 10 años después. Sombra vestida con textos de las Sagradas Escrituras, que no le ha de perdonar su sabiduría y defensa basada en ideas irrefutables sobre lo que en el pasado hicieron los Santos y todas aquellas mujeres que son el orgullo de la religión que profesa.

Leo en su texto de 1681: “Porque, ¿qué cristiano no se corre de ser iracundo a vista de la paciencia de un Sócrates gentil? ¿Quién podrá ser ambicioso a la vista de la modestia de Diógenes Cínico? ¿Quién no alaba a Dios en la inteligencia de un Aristóteles, y en fin, ¿qué católico no se confunde si contempla la suma de virtudes morales en todos los filósofos gentiles?”. Aprender de los pensadores que la historia ha ido registrando y enseñan con sus escritos o su comportamiento lo que es una vida ética y moral ejemplar. Por eso es tan importante la vida del filósofo Sócrates, pues resume los principios de un humanismo que pone por encima los valores éticos y morales, el comportamiento filosófico que no transige con modas ideológica, y que dice un día una cosa y al siguiente se contradice diciendo o haciendo lo contrario. Típico comportamiento cotidiano de los que se dicen ‘políticos’ y no son más que el vaivén del pragmatismo que corrompe alma y vida de la comunidad.

Sor Juana sustenta su preparación en el mundo de la filosofía, los estudios teológicos son ejemplares y de ello da prueba con su Carta Atenagórica que los estudios públicos no han felicitado tanto de hacerle necesario su estudio. Dodos, en todo caso, leemos la Respuesta a Sor Filotea de la Cruz, pero no vamos a la raíz del conflicto, que habla de una mujer que se atreve a demostrar que el sapientísimo Padre Antonio Vieyra es un sofista engañados de los demás, pero aún, de sí mismo, que es en filosofía el peor pecado que se puede tener. Engañarse a sí mismo es el peor pecado de cualquier estudioso en las diferentes áreas del conocimiento humano. De ello habla el filósofo y economista Carlos Marx, al decir que lo peor que el hombre puede hacer es censurarse a sí mismo cuando de decir la verdad se trata. Es decir, escribir sin ponerse limitaciones por el qué dirán, por el temor a ser perseguido o negando las propias cualidades y libertades de expresión que son propias del ser humano, como una conquista irrefutable en el individuo.

Pobre de la estudiosa que era interrumpida en sus lecturas, vocación de vida como lo fue para Jorge Luis Borges, o para el poeta Alí Chumacero, que se pasó más de cinco décadas en el Fondo de Cultura Económica revisando y corrigiendo libros de diversas asignaturas. Siendo uno de los poetas más admirados, no fue sólo la vocación por la literatura lo que le tuvo en ese trabajo de editor que pone en el cuidado de libro sus mayores talentos. Por eso insistía que más que poeta era un cuidadoso, fraternal y paternal editor de textos. Jorge Luis Borges y Alí Chumacero son ejemplos de lo que debe ser un lector de vida. Ejemplo también lo es nuestros sabio Alfonso Reyes. Rosario castellanos si debemos de pensar en una mujer, que ciertamente se acerca al ejemplo de Sor Juana Inés de la Cruz por su interés en la filosofía, que no solo en las letras y la academia. Por eso Sor Juana con palabras sencillas dice: “¿Por qué ha de ser malo que el rato que yo había de estar en una reja hablando disparates, o en una celda murmurando cuanto pasa fuera y dentro de casa, o peleando con otra, o riñendo a la triste sirviente, o vagando por todo el mundo con el pensamiento, lo gastara en estudiar? Y más cuando Dios me inclinó a eso, y no me pareció que era contra su Ley Santísima, ni contra la obligación de mi estado”. ¿Cuánto era molestada —una y otra vez— por aquellas y aquellos, que sólo deseaban chismosear de lo que sucedía cotidianamente en su pequeño mundito? mientras en ella la vida de los filósofos y teólogos más sabios vagaban a diario en su cabeza; invocándola para que profundizara en el estudio de sus vidas, de la vida de la religión que era su casa y la reflexión seria del ¿qué cosa hacía en este mundo y para qué vino a la vida? Bien injusto fue para la mayor estudiosa de América de aquellos tiempos, el vivir en medio de un ambiente tan aldeano y circunscrito a los hechos que veían del chisme y la rencilla o la envidia.

Sus palabras son elocuentes: “Yo tengo ese genio. Si es malo, yo (no) me hice racional, nací con él y con él he de morir. Vuestra Reverencia quiere que por fuerza me salve ignorando: pues amado padre mío, ¿no puede esto hacerse sabiendo? Que al fin es camino para mí más suave. Pues ¿por qué salvarse ha de ir por el camino de la ignorancia, si es repugnante a su natural? ¿No es Dios como Suma Bondad, Suma sabiduría? Pues, ¿por qué le ha de ser más acepta la ignorancia que la ciencia? Sálvese San Antonio, con su ignorancia santa, norabuena; que San Agustín va por otro camino, y ninguno va errado. Pues ¿por qué es esta pesadumbre de Vuestra Reverencia, y el decir que a saber que yo había de hacer versos, no me hubiera entrado Religiosa, sino casándome?”. Destino aciago el de la Décima Musa, el matrimoniarse para que no tuviera oportunidad de leer y más leer. Pues dicha tarea quedaba sujeta a todas las otras tareas que correspondían a una “ama de hogar”, que lo que menos puede tener es el tiempo y la concentración en cosas que no dejan dinero, riquezas materiales o bienes de fortuna que el esposo bien que sabe valorar, menos los de leer y más leer, menos en preguntar cuánto has ganado de la venta de tus libros: si para tragedia de este país en la Colonia y en los casi dos siglos de independencia del imperio español el lastre del mal hábito de la no lectura nos hace país de analfabetos funcionales.

Cierto en Sor Juana, sus lectores que teniendo las buenas fortalezas y respeto por los escritores le permitió ese nicho de posibilidades, para lograr ser editada en las últimas dos décadas del siglo XVII, cuando los finales del Siglo de Oro aparecían ya por la desaparición de Miguel de Cervantes, Luis de Góngora o Francisco de Quevedo. Pero los diamantes, aunque sean uno o dos sobre el paisaje de la vida deslumbran a quienes le ven, y ocasionan o admiración o terrible envidia. Sor Juana Inés, la mujer más deslumbrante de la América aparecía como un diamante de muchos quilates. Y sabemos que los rencores de sus enemigos le llevaron a fallecer a temprana vida, pues los 47 que vivió o permitieron hacerle saber en Madrid, Sevilla o Barcelona su obra poética era alabada y reconocida por doquier. Su obra es resultado último del Siglo de Oro, un colofón insuperable para los escritores del siguiente siglo en España.

 

 

Respuesta a Sor Filotea de la Cruz

 

Existen tantos textos que revisan la respuesta de Juana Inés a la ya famosa Sor Filotea de la Cruz (gracias a Sor Juana), quien firma su carta del 25 de noviembre de 1690, precisamente desde la Puebla de los Ángeles, con lo que menos hay duda, de que se trata del Obispo Manuel Fernández de Santa Cruz. Dice don Carlos Elizondo al respecto en su libro Presencia de Sor Juana Inés en el siglo XXI, publicado por el Gobierno del Estado de México a través del Instituto Mexiquense de Cultura en el año de 2005: “Dijimos que en calidad de prólogo a la Carta Atenagórica el obispo de Puebla publicó, el 25 de noviembre de 1690, una carta sinuosa, ambigua y contradictoria, bajo seudónimo de Sor Filotea de la Cruz, en la que empezó elogiando a Sor Juana Inés hasta ponerla en las nubes, para después hacerle reproches muy severos […] En su prólogo va pasando del elogio y la admiración a una amonestación cada vez más desagradable, y llega a decir que “las letras humanas son esclavas de las divinas”. ¿Cuáles son una y otras? Los Evangelios son sin duda el mensaje supremo de la humanidad, letras divinas por excelencia, que desde lego Sor Juana conocía de memoria. Lo acababa de demostrar al refutar al padre Vieyra, de modo que, el obispo, no tenía por qué decirle que los leyera. Pero en cuanto a las obras de teología, que en aquel tiempo se consideraban tan importantes, en la época actual no alcanzan el altísimo rango de los libros de Homero, Dante, Shakespeare o Cervantes que bien se pueden considerar obras divinas. En lo tocante a los filósofos, la Suma Teológica de Santo Tomás se apoya totalmente en los libros de Aristóteles, y los de san Agustín en los diálogos sublimes de Platón. En cuanto a los poetas, Fray Luis de León y San Juan de la Cruz, entre otros, ¿no tiene acaso una dimensión divina? Leer a los filósofos y a los poetas, ¿era ocuparse de cosas “rateras”? [...] ¿Cuál es la verdadera intención del obispo poblando en todo eso? Cuando dice no ser un “austero censor” de los poemas que tanta celebridad habían dado a Sor Juana, está lanzando directamente una flecha contra el jesuita Núñez de Miranda, quien se oponía a que ella siguiera escribiendo sus “versos negros”, y cuando decide publicar la crítica del sermón de Vieyra, está lanzando una andanada de flechas contra el jesuita máximo Aguiar y Seijas, por su entrañable relación con el arrogante orador portugués.”

Como se puede ver, la Carta Atenagórica tocó lo divino y lo profano, lo divino poniendo en su lugar lo que las Sagradas Escrituras y los tres Santos Padres de la Iglesia decían con respecto a las finezas de Cristo para con los hombres en la tierra, y por el otro lado, las profanas que son la expresión de lo mejor y lo peor del ser humano. Pues en ese campo lo mismo era atacar a Sor Juana Inés por su sabiduría, por sum elocuencia y cultura tan profunda en muchos campos de la vida humana, que el atacar con la Carta Atenagórica, demostrándole a los que eran egresados o educadores y alumnos en la famosa Compañía de Jesús que su sabiduría era fama que una mujer —y peor aún— monja, les daba lección de sabiduría y elocuencia irrebatible en el tema de las Sagradas Escrituras y la vida de nuestro Señor Jesucristo. Todo un drama que si pensamos los siguientes cinco años de vida de la Décima Musa, han de ser tragedia que le lleve a su muerte durante la epidemia de tifo que embarga a la capital novohispana. Pues bien dice todavía al respecto don Carlos Elizondo: “Al respecto, es importante mencionar que Fernández de Santa Cruz estaba enemistado con Aguiar y Seijas, porque lo privó de ser el arzobispo de México en 1683, caro para el que Santa Cruz había sido inicialmente nominado. Y lo que hace en realidad es utilizar a Sor Juana en contra de los dos jesuitas, sin consultarla y que ella se percate de la intención, mientras el obispo de Puebla intenta ponerse al margen con el seudónimo de Sor Filotea”.

Toda una obra que podríamos bien meterla en la dramaturgia pues tiene todo lo que un drama de vida puede tener: sabiduría, humanismo, celos, envidia, rencores, odio, hipocresía, ingenuidad, maldad, honestidad, corrupción, filosofía, teología, etcétera. Al revisar la famosa Carta de Respuesta a Sor Filotea de la Cruz por parte de Juana Inés el análisis de nombres y hechos históricos que son su defensa, porque no lo hace ella para que el futuro próximo o lejano le reconozca. Ella bien sabe que ni la monja misma que es, puede decirse cómo ha sido o cómo es en verdad, pues al igual que Hanna Arendt, lo que busca es comprender, saber que hace en este mundo, y si al saber que Dios le dio el el bien de la inteligencia, pues ésta misma, debe ser utilizada en el leer y más leer, observar la vida y más observarla, para comprender quiénes son los seres humanos y qué cosa hacen en este mundo del siglo XVII. Drama y terror es lo que vemos en el contexto histórico en el que vive Sor Juana Inés, pues cita Don Carlos Elizondo: “Claramente podemos advertir que Sor Juana está ya muy dolida y preocupada, al grado de que en una página de su “Respuesta” escribió: “Yo no quiero ruido con el Santo Oficio”. Pobre mujer viviendo décadas buscando no ser calumniada como lo hacían, difamada como lo reiteraban de dentro y de fuera de las lides religiosas o de la Corte. Ser favorita a tan temprana edad de las Virreinas le acarreó como entendemos numerosos enemigos, que nunca le perdonaron que su fama fuera creciendo y pasara las fronteras de la Nueva España, para ubicarla en el respeto de la intelectualidad en la capital del Imperio español, y dentro de la vida religiosa donde igual tenía amistades y enemigos acérrimos.

Pero sean las palabras de Sor Juana en la famosa Carta de Respuesta a Sor Filotea de la Cruz, donde comienza diciendo: “Muy ilustre Señora, mi Señora: no mi voluntad, mi poca salud y mi justo temor han suspendido tantos días mi respuesta. ¿Qué mucho si, al primer paso, encontraba para tropezar mi torpe pluma dos imposibles? El primero (y para mí el más riguroso) es saber responder a vuestra doctísima, discretísima, santísima y amorosísima carta. Y si veo que preguntando el Ángel de las Escuelas, Santo Tomás, de su silencio con Alberto Magno, su maestro, respondió que callaba porque nada sabía decir digno de Alberto, con cual mayor razón callaría, no como el Santo, de humildad, sino que en realidad es no saber algo digno de vos”. De sus primeras palabras Juana Inés nos dará una lección de valentía insuperable, pues por encima de la lección que da el Santo, de no dar respuesta al maestro o a la autoridad, para no buscar más problemas, mejor es hacer de ignorante, a tener guerra con el superior en poder de castigo, que no en poder de inteligencia y sabiduría, Sor Juana decide responderle y darle a Sor Filotea de la Cruz una muestra de lo que ella había aprendido a lo largo de la vida: ¿por qué he de dar prueba de ignorancia ante el ignorante, sólo porque es autoridad sea en lo religioso que en la vida laica? Esta primera lección que da, es prueba del alto valor que tenía sobre sí misma y sobre su sexo, que ella había vivido una y otra vez como sojuzgamiento de ella misma y de sus contemporáneas tanto en la Corte, en la vida religiosa y en la vida de la sociedad en general. Ella dice: “El segundo imposible es saber agradeceros tan excesivo como no esperado favor, de dar a la prensa mis borrones: merced tan sin medida que aun se le pasara por alto a la esperanza más ambiciosa y al deseo más fantástico; y que ni aun como entre de razón pudiera caber en mis pensamientos; y en fin, de tal magnitud que no sólo no se puede estrechar a lo limitado de las voces, pero excede a la capacidad del agradecimiento, tanto por grande como por no esperado, que es lo que dijo Quintiliano: Minorem spei, maiorem benefacti gloriam pareunt. Y tal, que enmudecen al beneficiado”. Se ve que en el siglo XVII tanto en España como en territorios de la Nueva España el uso del mismo método para dar respuesta era igual: comenzar elogiando para preparar el golpe que ha de destruir al adversario. Así lo hizo Sor Filotea, así lo hace Sor Juana.

 

 

Mujer del siglo XVII

 

Queda claro que Manuel Fernández de Santa Cruz, nacido en 1637 en Palencia, España, descendiente de la noble casa de Soria, viene a la Nueva España, con ese espíritu de dominador y si queremos de perdonavidas que tienen todos aquellos que saben que a donde van es simplemente un lugar de ignorantes y esclavos al servicio de ellos. Es español, y se siente en el Nuevo Continente como dueño y dominador de tierras y pobladores sin hacer diferencias por representar la religión de un Cristo humilde ante los demás. No hay humildad, por encima de criollos, mestizos, mulatos, etcétera, los españoles son superiores; pero la vida le daría prueba de que iba a conocer al mayor prodigio de talento, inteligencia y cultura, que ni la propia España contaba en el siglo XVII con un personaje de tal envergadura: Sor Juana Inés es en ese siglo la mujer más brillante de todas las conocidas en Hispanoamérica. Qué extraña es la envidia. Al revisar la vida de Manuel de Fernández de Santa Cruz, pues todo el trayecto de su vida es ejemplar, particularmente en su comportamiento y rigurosa vida monacal. Nada de lujos ni aspiraciones para tener mandos políticos o económicos. Creador de muchos colegios y bienes para su obispado, resulta mala noticia el que sea el editor de la Carta Atenagórica, y de la respuesta que da a la misma como prólogo a la respuesta de Sor Juana al Sermón del Padre Vieyra. Una vida compleja, de sabio en el tema de las Sagradas Escrituras, es decir Juana Inés no es que tuvo por interlocutores a ignorantes en su existencia. Se dice que pudo ser Arzobispo de ciudad de México, y Virrey de la Nueva España. Sin embargo, la envidia, que Sor Juana llega a señalar como la emoción más peligrosa y grande en el sentimiento, por aquellos que tienen talento e inteligencia superior, sobrepasando a la envidia por fortuna o por poder político. Tiene razón y la prueba de un estudioso de las Sagradas Escrituras que sabe es rebasado por los conocimientos y el talento de la Décima Musa no se deja de ocultar en las letras que en su Carta a Sor Juana Inés… deja a la posteridad es prueba de ello.

Por dónde no ha de ir la Monja de Nepantla, siempre con la regla del buen escribir defendiéndose en los otros. Los otros que son ejemplo de vida, sean hombres o sean mujeres. Lo mismo citando: “Dice San Juan que si hubiera de escribir todas las maravillas que obró nuestro Redentor no cupieran en todo el mundo los libros; y dice Vieyra, sobre este lugar, que en sola esta cláusula dijo más el Evangelista que en todo cuanto escribió; y dice muy bien el Fénix Lusitano (pero, ¿cuándo no dice bien, aún cuando no dice bien?) porque, aquí dice San Juan todo lo que dejó de decir y expresó lo que dejó de expresar. Así yo, Señora mía, sólo responderé qué no se qué responder; sólo agradeceré diciendo que no soy capaz de agradeceros; y diré por breve rótulo de lo que dejo al silencio, que sólo con la confianza favorecida y con los valimientos de honrada, me puedo atrever a hablar con vuestra grandeza. Si fuere necedad, perdonadla, pues es alhaja de la dicha, y en ella ministraré yo mi materia a vuestra benignidad y voz daréis mayor forma a mi reconocimiento.” Los vericuetos cultos de aquellas cartas, que son un dechado de letras y palabras cultas. Hablar o escribir de esa manera era muestra de la alta educación y cultura que se tenía: el barroquismo en la literatura y en el lenguaje oral de aquellos pobladores de las Cortes y del Alto Clero, que tenía ejemplares como el Obispo Manuel Fernández de Santa Cruz, que contaba con muchos blasones de sabiduría, según se decía a su alrededor.

La reprimenda por amar las letras está presente y Juana Inés le responde al Obispo, alias Sor Filotea de la Cruz: “El escribir nunca ha sido dictamen propio, sino fuerza ajena; que les pudiera decir con verdad: Vos me coegistis. Lo que sí es verdad que no negaré (lo uno porque es notorio a todos, y lo otro porque, aunque sea contra mí, me ha hecho Dios la merced de darme grandísimo amor a la verdad) que desde que me rayó la primera luz de la razón, fue tan vehemente y poderosa la inclinación a las letras, que ni ajenas reprensiones —que las he tenido muchas—, ni propias ni reflejas —que he hecho no pocas—, han bastado a que deje de seguir este natural impulso que Dios puso en mí: Su majestad sabe por qué y para qué; y sabe que le he pedido que apague la luz de mi entendimiento dejando sólo lo que baste para guardar su Ley, pues lo demás sobra, según algunos, en una mujer; y aun hay quien diga que daña.” Crata más bella no se puede leer en este siglo XXI, bien haría el magisterio de México en estudiarlo a profundidad, pues la sabiduría de Juana Inés que se hizo de leer y más leer, sin necesidad de escuelas de estudios superiores, ni universidades que le recibieran con las puertas abiertas. No hay duda de que si viviera estos tiempos, sería como Jorge Luis Borges, una Doctor Honoris Causa por muchas universidades de América y Europa.

No era fácil escribir con el tinte del barroquismo imperante en ese siglo XVII, por lo que la belleza de la palabra hablada se convertía en todo un homenaje de grandilocuencia y sabiduría extrema. Dice la Monja de Nepantla: “Empecé a deprender gramática, en que creo no llegaron a veinte las lecciones que tomé; y era tan intenso mi cuidado, que siendo así que en las mujeres —y más en tan florida juventud— es tan apreciable el adorno natural del cabello, yo me cortaba de él cuatro o seis dedos, midiendo hasta dónde llegaba antes, e imponiéndome ley de que si cuando volviese a crecer hasta allí no sabía tal o cual cosa que me había propuesto deprender en tanto que crecía, me lo había de volver a cortar en pena de la rudeza.” Es sabido todo lo que hacía Juana Inés por avanzar en el estudio. Podemos pensar e imaginar cuántas mujeres, adolescentes o jovencitas hacían estas conjeturas y se ponían todo tipo de tareas sobre su persona para alcanzar el conocimiento, que en la medida que se alcanzan metas, se ve que el paisaje como el mar o el cielo crece más y más. Así la Décima Musa se planteó tales tareas que hoy nos resultan inimaginables aun para comprender cómo se debe educar a la juventud mexicana: la enorme mayoría no tiene el hábito de la lectura, pues cada vez más las fiestas de fin de semana o de cada tercer día ocupan su tiempos físico e intelectual. Si bien es cierto, que hay ejemplos que nos enorgullecen por ser participantes de matemáticas o de robótica a nivel mundial, en que muchas veces regresan con los primeros lugares, son en todo caso excepciones que hablan del país y sus posibilidades, pero la desgracia es que son excepciones y no la regla de una patria que necesita talentos, genios para que México sea capaz de dar muestra al mundo de qué clase estamos hechos.

Sor Juana es inigualable en el siglo XVII en toda América y Europa. Hoy lo sería de nueva cuenta. La lectura de su Carta de Respuesta… lleva por todo un itinerario de hechos por donde pasa lo mismo el Cristo: “Cuando los soldados hicieron burla, entretenimiento y diversión de Nuestro Señor Jesucristo, trajeron una púrpura vieja y una caña hueca y una corona de espinas para coronarle por rey de burlas. Pues ahora, la caña y la púrpura eran afrentosas, pero no dolorosas; pues ¿Por qué sólo la corona es dolorosa? ¿No basta que, como las demás insignias, fuese de escarnio e ignominia, pues ese era el fin? No, porque la sagrada cabeza de Cristo y aquel divino cerebro era depósito de sabiduría; y cerebro sabio en el mundo no basta que esté escarnecido, ha de estar también lastimado y maltratado.” La sabiduría y el humanismo que se vuelve algo divino reflejaba de qué cosa estaba hecha el alma de Juana Inés, y por eso la lectura de la Carta de Respuesta a Sor Filotea de la Cruz es obra pedagógica y a la vez, expresión del mundo de la teología, y con mucho de las fortalezas que el ser humano estudioso tiene para sí y para los demás: de corazón noble cierto.

 

 

 

 

 

Francisco Javier Estrada / integrante del Centro Toluqueño de Escritores / ganador del segundo lugar del certamen internacional por bicentenario de José María Heredia / Cronista Municipal de Toluca / presidente de Casas del Poeta AC., Ha escrito más de 5 mil artículos en periódicos.

 

 

 

 

 

 

 

Miguel Elías nació en Alicante (1963). Licenciado y Doctor en Bellas Artes por la Universidad de Salamanca. Desde 1993 ejerce como profesor de Artes Plásticas y Visuales. Actualmente en la Universidad de Salamanca (USAL). Es un pintor de reconocido prestigio, laureado con múltiples premios y reconocimientos en al mundo del arte, ilustrador de libros de famosos poetas y autor de numerosas publicaciones siempre vinculadas a la pintura.