Hispanidades

Del Logos Moderno a la Razón Global: Lo Barroco en América. Gabriel Jiménez Emán (Venezuela)

 

 

Imagen: PARIS, FRANCE - SEPTEMBER 14. Argentinian writer Alejo Carpentier during French TV show Apostrophes on September 14, 1979 in Paris, France. (Photo by Ulf Andersen/Getty Images)

 

 

 

 

Del Logos Moderno a la Razón Global:

LO BARROCO EN AMÉRICA

 

 

Gabriel Jiménez Emán (Venezuela)

 

 

A estas interesantes y acertadas ideas de Echeverría, quisiera agregar y glosar otras de Alejo Carpentier –muy conocidas, por demás— donde sostiene su célebre concepto de lo real maravilloso americano, sustentado justamente en el poder del barroco americano. Fue tal la obsesión de la idea barroca en Carpentier, que terminó identificándola con cualquier hecho extraordinario acontecido en nuestra historia americana, desde las guerras haitianas recreadas en su novela El reino de este mundo, hasta las selvas intrincadas y perdidas en el estado Bolívar en Venezuela, que sirven de escenario a su novela Los pasos perdidos, cuya frondosidad y exuberancia le hacen decir a Carpentier, de una manera extremada, que se trata de selvas barrocas: “Nuestro mundo es barroco por la arquitectura –eso no hay por qué demostrarlo-- por el enrevesamiento y la complejidad de su naturaleza y su vegetación, por la policromía de cuanto nos circunda, por la pulsión telúrica de esos fenómenos a que estamos todavía sometidos”, recalca. Al generalizar, llega a exageraciones: “¿Y porque es América Latina la tierra de elección del barroco? Porque toda simbiosis, todo mestizaje engendra un barroquismo. El barroquismo americano se acrece con la criollidad, con el sentido del criollo, con la conciencia que cobra el hombre americano, sea el hombre venido de Europa, sea hijo de negro africano, sea hijo de indio nacido en el continente (…) con tales elementos en presencia aportándole cada cual su barroquismo, entroncamos directamente con lo que yo he llamado lo real maravilloso”.

Este delirio del estilo manierista barroco llegó a constituir una verdadera moda de la literatura y el arte latinoamericanos en los años cincuentas; a tal punto, que muchos escritores (Lezama Lima, Asturias, Sarduy) llegaron a ser identificados como barrocos americanos, lo cual no les impidió ser exégetas del barroco original, y de hacer múltiples comparaciones; pero Carpentier cayó presa de esta tentación barroca radical, y Bolívar Echeverría le sigue los pasos en ese espejismo. A mi modo de ver, el barroco no puede ser tomado como una categoría epocal para ser aplicada a determinado lapso de la historia cultural de América Latina. Y mucho menos lo clásico en su sentido primigenio de clasicismo; (no de clasicidad en su acepción de representatividad), lo cual nos permite a veces afirmar, de manera general, que algo representativo de una época o un estilo puede ser un “clásico”. El clasicismo, en efecto, precedió al movimiento romántico. Por ejemplo, la modernidad de Baudelaire, que nace son sus Flores el mal en 1857 justamente lo hace reaccionando contra los poetas románticos precedentes. Después vendrían Rimbaud, Mallarmé o Verlaine desarrollando otras visiones de esa primera modernidad, para dar paso luego a otras generaciones modernas como Valery, Proust, Hoffsmanstal, Rilke, Apollinaire, Juan Ramón Jiménez, Ezra Pound, Gottfried Benn, Saint John Perse, Ungaretti, Eliot, Salinas, Guillén, Eluard, Montale, Aleixandre, García Lorca y pare usted de contar. Recordemos aquí que la poesía es la primera forma expresiva de la modernidad literaria en Europa, mucho más que la novela y el cuento.

De modo que no es nada saludable anclarse en estos delirios de lo barroco aplicados a la modernidad. La sola idea de una época barroca de la poesía moderna es sencillamente absur- da, histórica y conceptualmente hablando. El arte barroco y su concepción originaria de América Latina han desaparecido completamente del escenario moderno, como no sea para tejer parodias o juegos. Luego, han ido apareciendo otros movimientos literarios con tanto o más vigor que los de la misma Europa. Los poetas, narradores y ensayistas de nuestro continente son actuantes y depositarios de su rasgo más notorio: su lucidez. Mas que grandes tesis o discursos críticos organizados, más que obras monumentales, son reflexiones certeras; más que determinismos históricos o alardes de erudición: lucidez; más que discursos moralizantes o arengas políticas: sátiras eficaces o humor cáustico y sentido lúdico.

 

 

 

 

 

Gabriel Jiménez Emán es narrador, ensayista y poeta. En el campo del microrrelato ha publicado obras consideradas referentes del género en Hispanoamérica, como Los dientes de Raquel (1973), Saltos sobre la soga (1975), Los 1001 cuentos de 1 línea (1982), La gran jaqueca y otros cuentos crueles (2002) y Consuelo para moribundos (2012) e Historias imposibles (2021) y entre sus libros de cuentos más conocidos están Relatos de otro mundo (1988), Tramas imaginarias (1990) y La taberna de Vermeer y otras ficciones (2005), entre otros. En el campo de la ciencia ficción son conocidas sus novelas Averno (2006) y Limbo(2016) y dentro de la novela histórica Sueños y guerras del mariscal (1995) y Ezequiel y sus batallas (2017), y varias novelas cortas como Una fiesta memorable (1991), Paisaje con ángel caído (2002), El último solo de Buddy Bolden (2016) y Wald (2021). Ha publicado numerosos ensayos, algunos de los cuales se hallan en sus libros Provincias de la palabra (1995), El espejo de tinta (2007), Mundo tórrido y caribe. Cultura y literatura en Venezuela (2017), y sendos estudios sobre César Vallejo, Elías David Curiel, Franz Kafka, Armando Reverón, Rómulo Gallegos, y un ensayo sobre filosofía moderna, La utopía del logos (2021). Su obra poética se encuentra reunida en los volúmenes Balada del bohemio místico (2010), Solárium y otros poemas (2015), Los versos de la silla rota (2018) y Hominem 2100 (2021). En 2019 recibió el Premio Nacional de Literatura por el conjunto de su obra.