Caballeros y monjes ante la injusticia: Cervantes y Matsuo Basho. Por Ángel Luis Montilla Martos
Este capítulo forma parte del libro Japón y Occidente. El patrimonio cultural como punto de encuentro, compilado y editado por Anjhara Gómez Aragón, pp. 417-420.
Caballeros y monjes ante la injusticia: Cervantes y Matsuo Basho
Ángel Luis Montilla Martos I.E.S Al-Baytar
(Benalmádena, Málaga)
Palabras clave: Literatura, ética, religión.
Resumen: La propuesta que presento a su consideración consiste en un estudio comparativo entre dos episodios similares de dos grandes obras de la literatura española y japonesa. Se trata del capítulo IV de la primera parte del Quijote en el que el protagonista interviene para liberar a un niño acusado de robar ganado y el que aparece en Oku no hosumichi de Matsuo Basho, en el que el poeta deja a su fortuna a un niño que encuentra abandonado en el camino.
Trataré de establecer, vincular y comparar la causalidad ética del personaje literario, del autor español y del poeta japonés, para indagar en las distintas posturas vitales ante el sufrimiento ajeno.
Keywords: Literature, ethics, religion.
Abstract: The aim of this communication is to make a comparative study between two similar episodes taking place in two main works belonging to the Spanish and Japanese literary tradition. It deals with chapter IV from the first part of Don Quixote, in which the protagonist intervenes in the liberation of a boy accused of stealing cattle, and the fragment of Oku no hosumichi in which Matsuo Basho deserted a boy he found in his way.
I will try to establish an ethical coincidence of the literary character in both, the Spanish author and the Japanese poet in order to investigate the different vital attitudes facing someone else’s suffering.
A pesar de haber sido contemporáneos y de estar considerados dos cumbres de la literatura de sus respectivos países, Miguel de Cervantes y Matsuo Basho nunca han sido puestos en relación, ni han sido contrastadas sus formas y contenidos literarios.
Es cierto que son escasísimos los intentos de abordar una literatura comparada hispano-japonesa. La recepción mutua de estas dos literaturas ha sido tardía y parcial y ha contado con el impedimento de la barrera lingüística, que sólo ha comenzado a superarse claramente a lo largo de la segunda mitad del siglo XX.
La otra posible causa del no encuentro (que no desencuentro) entre Cervantes y Basho ha sido la consideración del primero como novelista y del segundo como poeta. No seré yo quien descubra las dotes poéticas de Cervantes, a pesar de que él mismo declaró demasiado humildemente que la poesía fue «la gracia que no quiso darme el cielo». Tampoco supone ningún descubrimiento que Matsuo Basho es autor de numerosos libros de viajes, entre los que destaca Oku no hosomichi. En el primero de ellos me quiero centrar precisamente en esta ponencia, concretamente en las primeras páginas de Nozarachi Kiko (Recuerdos de viaje de un demacrado saco de huesos).
Para quienes no lo conozcan o lo hayan olvidado, les resumo el fragmento en el que voy a centrar mi intervención:
Alrededor del año 1683 Basho y su joven acompañante Chiri salen de Edo en dirección oeste y al poco tiempo van caminando junto al río Fuji, cuando oyen el lamento de un niño que ha sido abandonado. El poeta piensa que al pobre le quedan pocas horas de vida y le deja alimentos para pasar la noche. El encuentro da lugar, por un lado, a una reflexión en la que exime de culpa a los padres (que habrán tomado esa decisión movidos por las penurias económicas) y dirigirse al niño retóricamente para explicar su opinión: el cielo manda estas desgracias y el ser humano sólo tiene que aceptarlas.
A continuación les resumo el episodio del Quijote de 1605 con el que pretendo comparar el texto de Matsuo Basho. En el capítulo IV (Cervantes, 2004:67), tras ser armado burlescamente caballero en la venta, don Quijote, al igual que Basho, oye unos lamentos infantiles. Se trata de un joven de unos quince años, llamado Andrés, que está atado a un árbol y al que un campesino rico está azotando. El caballero interviene y pregunta la razón de este maltrato. El joven cuenta que su dueño lo acusa injustamente de robar ganado. Don Quijote continúa el interrogatorio y llega a la conclusión de que el joven no miente y amenaza al campesino con su lanza si no libera a Andrés. El pastorcillo se alegra, pero teme que nada más irse don Quijote, los golpes continúen o se incrementen. Don Quijote le dice que no tema, porque el hombre ha jurado que no le hará nada de ahí en adelante. Y así acaba el encuentro. Cervantes deja abierto a la imaginación del lector el desenlace final y pasa a otra aventura. Mucho más tarde, en el capítulo XXXI, el mismo Andrés, con quien vuelve a encontrarse don Quijote, nos confirma lo que todos sospechamos: que nada más desaparecer de la vista el amo continuó con la paliza incumpliendo villanamente su palabra.
A pesar de la distancia geográfica, cultural y temporal (unos cincuenta años) es evidente que las dos situaciones guardan una similitud sorprendente en varios sentidos. En primer lugar, ambas están situadas en el principio de la obra. Parece que hay algún simbolismo oculto en el hecho de que los dos protagonistas se encuentren con niños en problemas al iniciar sus respectivos periplos. Pudiera tratarse de algo así como un sutil simbolismo, basado en la poca edad de las personas y de los respectivos relatos.
En segundo lugar, los dos libros responden a la idea de la imbricación o mímesis entre vida y literatura. En el caso de don Quijote se trata de imitar los libros de caballería, en el de Basho el de seguir los pasos de poetas errabundos y de encontrar lugares naturales o artificiales relacionados con la poesía. Las primeras palabras del libro son muy clarificadoras a este respecto: «Siguiendo el ejemplo de un antiguo sabio chino, que había recorrido miles de leguas sin preocuparse de la comida hasta alcanzar el estado de suprema vacuidad, un día abandoné mi choza junto al río Sumida y me puse a caminar» (Basho; 2011:27).
Hay que tener en cuenta además, que tanto el hidalgo manchego como el poeta japonés pertenecen a una clase social (hidalgos y samuráis) que poco a poco ha ido perdiendo sus privilegios. A lo largo del siglo XVII se prolongó la decadencia social de la nobleza española menos acaudalada, que veía cómo crecía el prestigio y el poder de la burguesía y de los campesinos ricos, como el que precisamente protagoniza el episodio que estamos comentando. Del mismo modo, durante el periodo de paz Tokugawa, los samuráis dejaron de cumplir su función guerrera, lo que llevó a muchos de ellos a dedicarse a otros oficios, como la agricultura o a las artes. Ambos personajes quisieron alejarse del tedio cotidiano, poniendo en peligro real sus vidas. Don Quijote sufrió en sus carnes palizas, burlas y apedreamientos. Matsuo Basho soportó los azares y las extremas condiciones físicas que suponían un viaje a pie o a caballo por el Japón de medidos del siglo XVII.
Y por último, en cierto sentido, tanto el poeta como el caballero estaban fingiendo. Matsuo Basho no era un monje zen mendicante, pero iba vestido como tal. Al llegar al santuario de Ise nos cuenta que no pudo entrar porque iba vestido de monje budista, aunque no lo era. Sobre los ridículos ropajes de Alonso Quijano no hace falta insistir mucho. Baste con decir que lucía sobre la cabeza una escupidera o bacín de barbero para hacernos una idea del carácter teatral o carnavalesco de su aspecto.
Pero si la similitud es evidente, no lo es menos la diferencia: la actitud antitética que adoptan los dos personajes. Basho siente lástima del niño, le deja un poco de comida, reflexiona sobre el azar de los designios divinos y sigue su camino. Don Quijote, sin embargo, actúa, interviene y cree liberar al niño pastor de los azotes y castigos de su amo.
Llevados por esa costumbre de generalizar y simplificar, tan enraizada en las relaciones interculturales, podríamos llegar a una conclusión fácil y cómoda: la sabiduría oriental es adaptativa y, en cierto sentido, relativista. El zen relativiza los conceptos de bien y mal, tan arraigados en la conciencia y la historia judeocristianas.
Ya en el siglo VIII Yoka Daishi escribió en El Canto del Despertar Inmediato: «¿Qué es el Bien, qué es el Mal?/ Los seres humanos no podemos saberlo./ ¿Quién va en el buen camino y quién a contracorriente?/ Ni siquiera el cielo puede determinarlo».[1]
Y el monje japonés Menzan Zuiho, contemporáneo casi de Matsuo Basho, escribió:
«El Bien no es un valor absoluto ni universal. Sin embargo, nos aferramos tercamente a lo que nosotros consideramos como bueno creyendo que es realmente el Bien. El Mal tampoco es un valor absoluto. Aún así nos apegamos a nuestros propios juicios y no actuamos espontáneamente. Lo que nosotros consideramos firmemente como bueno, otros pueden considerarlo como malo, y viceversa».[2]
Por el contrario, el hombre occidental que representa el hidalgo castellano es dogmático, racional, imperativo, poco flexible intelectualmente. Esto lo lleva a intentar controlar la naturaleza y las relaciones sociales, haciendo valer la fuerza para doblegar la realidad ante sus ideas preconcebidas de justicia, honor, progreso, libertad, etc.
No obstante, la verdad es que esta dicotomía se desmonta súbitamente si tenemos en cuenta un tercer factor, que no podemos pasar por alto, la figura del autor del Quijote, Miguel de Cervantes, quien, al contrario de lo que pasa en la obra de Basho, no podemos identificar con el personaje.
Cuando se publicó el Quijote de 1605 Cervantes era un hombre de casi sesenta años, que había salido de España en su juventud huyendo al parecer de la justicia, que había estado en el ejército y en la guerra, donde había sido herido de gravedad, que había sufrido prisión en Argelia durante cinco años, que había recaudado impuestos y que por un asunto de contabilidad fiscal (o de hurto) había acabado en la cárcel. Quiero decir con esto que no se trataba de una persona eufórica y altruista que fuera por el mundo, como el caballero de la triste figura, “desfaciendo” entuertos y socorriendo doncellas, o, como en este caso, donceles.
La actitud de Cervantes con respecto a su personaje es crítica y sarcástica. Para el escritor, don Quijote es un estúpido y ocioso hidalgo de provincias que quiere vivir las aventuras falsas e inverosímiles que había leído en los libros de caballerías. Si hubiera conocido a Matsuo Basho, habría coincidido con él en la actitud que mantuvo ante el niño abandonado.
Mucho se ha hablado y escrito sobre el pensamiento de Cervantes. A pesar de las discrepancias entre los estudiosos, muchos coinciden en que uno de sus principales rasgos es el escepticismo, motivado sin duda alguna, por los muchos percances y desilusiones que vivió en su azarosa vida. En el prólogo de las Novelas ejemplares dice de sí mismo en tercera persona: «Fue soldado muchos años, y cinco y medio cautivo, donde aprendió a tener paciencia en las adversidades» (Cervantes; 1978:34). En El coloquio de los perros hace decir a uno de sus personajes: «Mira, Berganza, nadie se ha de meter donde no lo llaman» (Cervantes; 1978:670). Y esta actitud se acerca más a la del poeta japonés que a la del falso caballero de la Mancha.
Con esta breve reflexión, anecdótica y ambiciosa a partes iguales, he querido contribuir humildemente al desmantelamiento de falsas oposiciones filosóficas y culturales entre Oriente y Occidente, entre Japón y España. Espero que sirva para acercar aún más estos dos países que en un momento de la historia separaron sus caminos y que ahora vuelven a encontrarse.
Bibliografía
BASHO, Matsuo (2011), De camino de Oku y otros diarios de viaje, Aguado, J. (ed.) Barcelona, DVD. CERVANTES, Miguel de (1978), Novelas Ejemplares. Barcelona, Bruguera.
CERVANTES, Miguel de (2004), Don Quijote de la Mancha. Barcelona, Círculo de Lectores.
DAISHI, Yoka, El canto del despertar inmediato, http://www.simple-zen.org/ uploads/9/0/8/2/908295/canto_del_despertar_subito.pdf [21-1-2014]
ZUIHO, Menzan (2013). Tendencias 21. http://www.tendencias21.net/La-via-Zencomo-camino-para-la-etica-universal-es-posible_a24470.html. [20-1-2014]
[1] http://www.simple-zen.org/uploads/9/0/8/2/908295/canto_del_despertar_subito.pdf
[2] http://www.tendencias21.net/La-via-Zen-como-camino-para-la-etica-universal-es-posible_
Ángel Luis Montilla Martos (Málaga). Ejerce como profesor de Lengua y Literatura en Educación Secundaria desde 1989. Amateur profesional, siguiendo su propio adagio (“quien mucho aprieta poco abarca”) y movido por una falta de pudor incuestionable, ha transitado por el ensayo, la astronomía, la poesía, la narrativa, el cortometraje, la niponología, la música, el teatro y la fotografía. Este carácter errático y superficial le ha impedido destacar en ninguna de dichas ramas del arte y el saber, por lo que se considera a sí mismo “un patético avatar de Leonardo”. Sus poemarios hasta el momento son: 56 versos (Antología Porosa) (1984), La dulce faena (1989), Igual desarreglo (1995), Múltiplos de uno (2003) y A estas alturas (2011). En 2006 obtuvo el segundo premio del I Concurso de haikus convocado por Renfe. A principio de este milenio publicó en Madrid una serie de novelas cortas: Fuera de juego, La mar en medio, El camarero de la Séptima Avenida y El viento de levante.
En 1999 estrenó en Jerez de la Frontera el texto teatral y las canciones del espectáculo de danza Flamenca y en 2005, La razón de la sinrazón. Más tarde han subido a las tablas otras obras suyas como La última partida de Mozart y microteatros como La cama.
Ha sido productor ejecutivo, guionista y compositor musical de vídeos didácticos para la editorial SGEL. Es guionista, editor y director del cortometraje Ese maldito yo y de una serie de video-haikus publicados en internet. Ha publicado poemas, relatos y artículos en revistas de España, Suecia, Dinamarca, Hispanoamérica y Japón (60 capítulos para conocer la España actual, Akashi, Tokio,). Está incluido en la antología de la literatura española Espacios (Aarhus, Dinamarca) y en Las afinidades electivas. Como conferenciante ha sido invitado por instituciones culturales de España, Brasil y Japón. Regenta la web Monte Coronado (http:montecoronado.es) y el blog Paralelo 36º en Osaka.