Una conversación con Sor Juana. Por Amado Nervo

 

 

 

 

 

La presente conversación entre los poetas Juana de Asbaje y Amado Nervo fue ficcionalizada por éste y publicada en su libro Juana de Asbaje. Contribución a centenario de la Independencia de México (Madrid, 1910). La presentación oficial de este título se realizó en la Unión Iberoamericana con varias notas periodísticas que dieron noticia del acontecimiento. Este homenaje a la décima musa es realmente significativo, porque todavía en el siglo XIX la sociedad mexicana era una sociedad bilingüe, se hablaba náhuatl y español, además la poeta había quedado olvidada por dos siglos, después del siglo XVII prácticamente quedó en el anonimato, por lo cual el libro de Nervo es quizá el primer libro del siglo XX dedicado a Sor Juana Inés de la Cruz y, por tanto, el precursor de la vuelta a ver nuevamente en la poeta una referencia sustancial de nuestra tradición y de la tradición hispánica.

 

 

Fernando Salazar Torres

 

 

 

 

III

 

Una conversación con Sor Juana

 

Amado Nervo

 

 

¡Válgame Dios! que el hacer cosas señaladas,

es causa para que uno muera!

SOR JUANA

 

 

Yo. — ¿Habéis amado mucho las letras desde pequeña, venerable madre Sor Juana Inés?

 

SOR JUANA. —Desde que me rayó la primera luz de la razón, fué tan vehemente y poderosa la inclinación á las letras, que ni ajenas reprensiones (que he tenido muchas) ni propias reflejas (que he hecho no pocas), han bastado á que deje de seguir este natural impulso que Dios puso en mí: Su Maj estad sabe porqué y para qué.

 

 

Yo. —Buscasteis, sin duda, el sosiego del claustro para salvaros; mas también para estudiar tranquila. ¿Qué pensasteis al tomar estado?

 

SOR JUANA. —Pensé que huía de mí misma; pero miserable de mí! trájeme á mí conmigo y traje mi mayor enemigo en esta inclinación, que no sé determinar si por pren da ó castigo, me dio el Cielo, pues de apagarse ó embarazarse con tanto ejercicio que la religión tiene, reventaba como pólvora y se verificaba en mí el privatio est causa appetitus.

 

 

Yo. —Volvisteis, pues, á estudiar con ahinco.

 

SOR JUANA. —Volví (mal dije, pues nunca cesé), proseguí, digo, á la estudiosa tarea (que para, mí era descanso en todos los ratos que sobraban á mi obligación) de leer y más leer, de estudiar y más estudiar, sin más maestros que los mismos libros. ¡Y ya se vé cuan duro es estudiar en aquellos caracteres sin alma, careciendo de la voz y explicación del maestro!

 

 

Yo. —Árida tarea, en efecto.

 

SOR JUANA. —Pues todo este trabajo sufría yo muy gustosa por amor de las letras; si hubiese sido por amor de Dios, que era lo acertado, ¡cuánto hubiera merecido! Bien que yo procuraba elevarlo cuanto podía y dirigirlo á su servicio, porque el -fin á que aspiraba era á estudiar Teología, pareciéndome menguada inhabilidad, siendo católica, no saber todo lo que en esta vida se puede alcanzar por medios naturales de los divinos misterios; y que siendo monja y no seglar y más siendo hija de un San Jerónimo y de una Santa Paula, que era degenerar de tan doctos padres ser idiota la hija. Esto me proponía yo de mí misma y me parecía razón, si no es que era (y eso es lo más cierto) lisonjas y aplaudir á mi propia inclinación, proponiéndola, como obligatorio, su propio gusto.

 

 

Yo. —¿ Seguisteis en el estudio algún método ideado por vos misma?

 

SOR JUANA.—...Estudiaba continuamente diversas cosas, sin tener para alguna particular inclinación, sino para todas en general, por lo cual el haber estudiado en unas más que en otras no ha sido en mi elección, sino que el acaso de haber topado más á mano libros de aquellas facultades les ha dado (sin arbitrio mío) la preferencia. Y como no tenía interés que me moviese ni límite de tiempo que me estrechase el continuado estudio de una cosa por la necesidad de los grados, casi á un tiempo estudiaba diversas cosas, ó dejaba unas por otras...

 

 

Yo. —Mas... ¿no era, por ventura, desordenada tal multiplicidad de materias?

 

SORJUANA. —...En eso observaba orden, porque á unas llamaba estudio y á otras diversión; y en éstas descansaba de las otras; de donde se signe que he estudiado muchas cosas y nada sé, porque las unas han embarazado á las otras. Es verdad, que esto digo de ia parte práctica en las que la tienen, porque claro está que mientras se mueve la pluma descansa el compás, y mientras se toca el arpa sosiega el órgano, et sic de cceteris; porque como es menester mucho uso corporal para adquirir hábito, nunca le puede tener perfecto quien se reparte en varios ejercicios.

 

 

Yo. —Mas, ¿sucede acaso lo mismo en lo formal y especulativo?

 

SOR JUANA. —En lo formal y especulativo sucede lo contrario y quisiera yo persuadir á todos con mi experiencia á que no sólo no estorban, pero se ayudan, dando luz y abriendo camino las unas cosas para las otras, por variaciones y ocultos engarces que para esta cadena universal les puso la sabiduría de su autor; de manera que parece se corresponden y están unidas con admirable trabazón y concierto. Es la cadena que fingieron los antiguos que salía de la boca de Júpiter, de donde pendían todas las cosas, eslabonadas unas con otras.

 

 

Yo. —Así, pues, un libro acaso explica sin intentarlo la obscuridad de otro...

 

SOR JUANA. —Yo de mí sé decir que lo que no entiendo en un autor de una facultad, lo suelo entender en otro de otra que parece muy distante, y esos propios, al explicarse, abren ejemplos metafóricos de otras artes.

 

 

Yo.—Para un cerebro tan límpido como el vuestro, venerable madre Sor Juana, no es, pues, excusa el haber estudiado simultáneamente cosas tan varias, no sólo porque, como decís de ellas, se ayudan entre sí, mas porque el poder de vuestro ingenio bastaba de sobra á discernirlas y diferenciarlas.

 

SOR JUANA.~(Humilde).—No es disculpa, ni por tal la doy, el haber estudiado diversas cosas, pues éstas antes se ayudan; sino que el no haber aprovechado ha sido ineptitud mía y debilidad de mi entendimiento; no culpa de la variedad; lo que sí pudiera ser descargo mío, es el sumo trabajo no sólo en carecer de maestros, sino de condiscípulos con quienes conferir y ejercitar lo estudiado, teniendo sólo por maestro un libro mudo, por condiscípulo un tintero insensible y en vez de explicación y ejercicio, muchos estorbos...

 

 

Yo. —Estorbos decís... ¿Cuáles eran?

 

SOR JUANA.—No sólo los de mis religiosas obligaciones (que éstas ya se sabe cuan útil y provechosamente gastan el tiempo), sino de aquellas cosas accesorias de una Comunidad, como estar yo leyendo y antojárseles en la celda vecina tocar y cantar; estar yo estudiando y pelear dos criadas y venirme á constituir juez de su pendencia; estar yo escribiendo y venir una amiga á visitarme, haciéndome muy mala obra con muy buena voluntad,[1] donde es preciso no sólo admitir el embarazo, pero quedar agradecida del perjuicio; y esto es continuamente, porque como los ratos que destino á mi estudio son los que sobran de lo regular de la comunidad, ellos mismos les sobran á las otras para venirme á estorbar, y sólo saben cuánta verdad es esta los que tienen experiencia de la vida común, donde sólo la fuerza de la vocación puede hacer que mi natural esté gustoso y el mucho amor que hay entre mí y mis amadas hermanas, que como el amor es unión, no hay para él extremos distantes.

 

 

Yo. —Os comprendo, madre, os comprendo.

 

SOR JUANA. —En esto sí confieso que ha sido inexplicable mi trabajo; y así no puedo decir lo que con envidia oigo á otros, que no les ha coátado afán el saber. ¡Dichosos ellos! A mí no el saber (que aún no sé), sólo el desear saber, me ha costado grande... ¡Y que haya sido tal esta mi negra inclinación que todo lo haya vencido!

 

 

Yo. —Sois, madre, incomparable en vuestra todopoderosa inclinación al estudio...

 

SOR JUANA. —Bendito sea Dios que quiso fuese hacia las letras y no hacia otro vicio que fuera en mí casi insuperable; y bien se infiere también cuan contra la corriente han navegado (ó por mejor decir) han naufragado mis pobres estudios, pues aún falta por referir lo más arduo de las dificultades; que las de hasta aquí sólo han sido estorbos obligatorios y casuales, que indirectamente lo son; y faltan los positivos, que directamente han tirado á estorbar y prohibir el ejercicio. ¿Quién no creerá, viendo tan generales aplausos, que he navegado viento en popa y mar en leche, sobre las palmas de las aclamaciones comunes?

 

 

Yo. —Así es, en efecto, madre mía...

 

SOR JUANA. —Pues Dios sabe que no ha sido muy así: porque entre las flores de esas mismas aclamaciones se han levantado y despertado tales áspides de emulaciones y persecuciones, cuantas no podré contar, y los que más nocivos y sensibles para mí han sido no son aquellos que con declarado odio y malevolencia me han perseguido...

 

 

Yo.-— ¿Pues quiénes entonces, madre mía?

 

SOR JUANA. — Los que amándome y deseando mi bien (y por ventura mereciendo mucho con Dios por la buena intención) me han mortificado y atormentado más que los otros, con aquel no conviene á la santa ignorancia que deben, este estudio; se ha de perder, se ha de desvanecer en tanta altura, con su mesma perspicacia y agudeza.

 

 

Yo. —Dura prueba, en efecto, madre...

 

SOR JUANA. — ¿Qué me habrá costado resistir esto? Rara especie de martirio, donde yo era el mártir y me era el verdugo. Pues por la (en mí dos veces infeliz), habilidad de hacer versos, aunque fuesen sagrados, ¿qué pesadumbres no me 'han dado? ó ¿cuáles no me han dejado de dar? Cierto... que algunas veces me pongo á considerar que el que se señala ó le señala Dios, que es quien sólo lo puede hacer, es recibido como enemigo común, porque parece á algunos que usurpa los aplausos que ellos merecen; ó que hace estanque de las admiraciones á que aspiraban, y así le persiguen.

 

 

Yo. —Esto que decís, madre mía, recuérdame el harto sabido caso de Arístides, y fué que encontrándose en Atenas un labriego del Ática, quiso fallar, como ciudadano que era, sobre la suerte del grande hombre; pero como no supiera escribir, andaba buscando por la plaza quien le escribiese un nombre en la ostra.

Tropezó en esto con Arístides mismo, á quien no conocía, y dijóle:

—Hacedme el favor de poner aquí un nombre.

—¿Cuál?—le preguntó Arístides.

—El de Arístides.

Exclamó entonces Arístides:

— ¡ Por Júpiter! ¿Conocéis á Arístides ?

¿Qué mal os ha hecho?

Respondió el labriego:

— No le conozco ni me ha hecho mal ninguno; pero hace tiempo que me fastidia y cansa oir que le apelliden el Justo.

Arístides calló y en la ostra escribió su propio nombre...

 

SOR JUANA. —Aquella ley políticamente bárbara de Atenas, por la cual salía desterrado de su República el que se señalaba en prendas y virtudes, porque no tiranizase con ellas la libertad pública, todavía dura, todavía se observa en nuestros tiempos, aunque no hay ya aquel motivo de los atenienses; pero hay otro, no menos eficaz, aunque no tan bien fundado, pues parece máxima del impío Machiavelo: que es aborrecer al que se señala, porque desluce á otros. Así sucede y así sucedió siempre.

 

 

Yo. —Flaca, triste, pero justa idea tenéis de los hombres, madre mía.

 

SOR JUANA.—Y si no, ¿cuál fué la causa de aquel rabioso odio de los fariseos contra Cristo, habiendo tantas razones para lo contrario? Porque si miramos su presencia, ¿cuál prenda más amable que aquella divina hermosura?

 

 

Yo. —¡Oh, sí, aquella divina hermosura!

 

SOR JUANA. — (Animándose). — ¿Cuál más poderosa para arrebatar los corazones?

 

 

Yo. —¡ Ninguna, madre, ninguna!

 

SOR JUANA. —Si cualquier belleza humana tiene jurisdicción sobre los albedríos y con blanda y apetecida violencia los sabe sujetar ¿qué haría aquella con tantas prerrogativas y dotes soberanas? ¿Qué haría? ¿Qué movería?

 

 

Yo. —Hiciera un reino espiritualmente suyo, del imindo. Moviera el Universo.

 

SOR JUANA. —(Más exaltada en su celeste amor).—¿Y qué no haría y qué no movería aquella incomprensible beldad, por cuyo hermoso rostro, como por un terso cristal, se estaban transparentando los rayos de la Divinidad. ¿Qué no movería aquel semblante, que, sobre incomparables perfecciones en lo humano, señalaba iluminaciones de divino? Si el de Moisés, de sólo la conversación con Dios, era intolerable á la flaqueza de la vista humana, ¿qué sería el del mismo Dios humanado?

 

 

Yo. —Inefable, madre mía, inefable.

 

SOR JUANA. —Pues si vamos á las demás prendas, ¿cuál más amable que aquella celestial modestia, que aquella suavidad y blandura derramando misericordias en todos sus movimientos? ¿Aquella profunda humildad y mansedumbre? ¿Aquellas palabras de vida eterna y eterna sabiduría?

 

 

Yo. —Ninguna ¡oh mi reverenda madre! Ninguna.

 

SOR JUANA. — ¿Pues cómo es posible que esto no les arrebatara las almas, que no fuesen enamorados y elevados tras El? Dice la Santa Madre y Madre mía Teresa, que después que vio la hermosura de Cristo quedó libre de poderse inclinar á criatura alguna, porque ninguna cosa veía que no fuese fealdad comparada con aquella hermosura. ¿Pues cómo en los hombres hizo tan contrario efecto?

 

 

Yo. —Madre, su espíritu era tosco y mezquino. Su sensibilidad primitiva, su amor vil...

 

SOR JUANA. — (Vivamente).—Y ya que como toscos y viles no tuvieran conocimiento ni estimación de sus perfecciones, ¿siquiera como interesables no les movieran sus propias conveniencias y utilidades en tantos beneficios como les hacía, sanando los enfermos, resucitando los muertos, curando los endemoniados ?

 

 

Yo. —Ciertamente...

 

SOR JUANA. — ¿Pues cómo no le amaban? ¡Ay, Dios, que por eso mismo no le amaban, por eso mismo le aborrecían! ¡Así lo testificaron ellos mismos! Júntanse en su concilio y dicen: Quid facimus? quia híc homo 'inulta signa facit![2] ¡Ay! ¿Tal causa? Si dijeran: Este es un malhechor, un transgresor de la ley, un alborotador, que con engaños alborota al pueblo, mintieran como mintieron cuando lo decían; pero eran causales más congruentes á lo que solicitaban, que era quitarle la vida; mas dar por causal que hace cosas señaladas, no parece de hombres doctos, cuales eran los, fariseos.

 

 

Yo. —El apasionamiento de los pequeños, madre...

 

SOR JUANA. —Pues así es que cuando se apasionan los hombres doctos prorrumpen en semejantes inconsecuencias: en verdad que sólo por eso salió determinado que Cristo muriese. Hombres, si es que así se os puede llamar siendo tan brutos, ¿por qué esta tan cruel determinación? No responden más sino que multa signa facit. ¡Válgame Dios, que el hacer cosas señaladas es causa para que uno muera! '¿Señalado? Pues padezca, que eso es el premio de quien se señala.

 

 

Yo. —-Madi-e, madre, ¡qué honda y acibarada elocuencia la vuestra! Mas continuad, si os place.

 

SOR JUANA. —Suelen en la eminencia de los templos colocarse por adorno unas figuras de los vientos y de la fama, y por defenderlas de las aves las llenan todas de púas; defensa parece y no es sino propiedad forzosa; no puede estar sin púas que la puncen quien está en alto. Allí está la ojeriza del aire, allí es el rigor de los elementos, allí despican la cólera los rayos, allí es el blanco de las piedras y flechas: ¡oh infeliz altura, expuesta á tantos riesgos! ¡Oh signo, que te ponen por blanco de la envidia y por objeto de la contradicción!

 

 

Yo. —¿Mas pensáis por ventura que toca el mismo martirio á todas las altezas?

 

SOR. JUANA. —Cualquier eminencia, ya sea de dignidad, ya de nobleza, ya de riqueza, ya de hermosura, ya de ciencia, padece esta pasión; pero la que con más rigor la experimenta es la del entendimiento: lo primero, porque es el más indefenso, pues la riqueza y el poder castigan á quien se les atreve; y el entendimiento no, pues mientras es mayor es más modesto y sufrido y se defiende menos.

Lo segundo es, porque como dijo doctamente Gracián, las ventajas en el entendimiento lo son en el ser. No por otra razón es el ángel más que el hombre que porque entiende más. No es otro el exceso que el hombre hace al bruto sino sólo entender; y así coma ninguno quiere ser menos que otro, así ninguno confiesa que otro entiende más, porque es consecuencia del ser más. Sufrirá uno y confesará que otro es más noble que él, que es más rico, que es más hermoso; pero que es' más entendido, apenas habrá quien lo confiese... Por eso es tan eficaz la batería contra esta prenda.

 

 

Yo. —Y esa ha sido también la causa de vuestro martirio, madre: el estar tan alta por el entendimiento. Os han odiado, os han an[1]gustiado, os han combatido por eso.

 

SOR JUANA. — (Humildemente). —En todo lo dicho, no quiero (ni tal desatino cupiera en mí) decir que me han perseguido por saber, sino sólo porque he tenido amor á la sabiduría y á las letras, no porque haya conseguido ni lo uno ni lo otro... Yo no estudio para escribir ni menos para enseñar, que fuera en mi desmedida soberbia, sino sólo por ver si con estudiar ignoro menos...

 

 

Yo. —Habéis de ser admirable en todo... hasta en creeros tan pequeña... Mas fuera vulgar cosa el elogiaros, y va siendo desacato el fatigaros con mis preguntas...; así es que con vuestra venia os dejo (perfumada el alma por vuestras enseñanzas). Sólo me resta agradeceros muy hondo el que os hayáis dignado conversar conmigo... Como á dama y reina os besara la mano; mas, pues que vuestro estado os veda el alargarla hacia mis labios, castos para vos, os diré lo que un pobre enfermo afectuoso dijo á una santa hermana de la caridad : Poneos entre la lámpara y el muro, hermana mía, á fin de que pueda yo besar humildemente vuestra sombra...

 

 

 

 

[1] Esta familiar, ingenua y admirable pintura describe más que muchas construcciones eruditas la vida de los conventos en aquella época y diaria vida de Sor Juana en San Jerónimo.

[2] ¿Qué hacemos? Este hombre hace muchas cosas señaladas. Juan, Cap. XI, pág. 47.

 

 

 

 

 

Sor Juana Inés de la Cruz (1648-1695) es la última gran poeta de los Siglos de Oro de la literatura en español. Su vida intelectual fue muy intensa y abarcó todos los saberes de la época. Escribió numerosos poemas líricos, cortesanos y filosóficos, comedias teatrales, obras religiosas y villancicos para las principales catedrales del Virreinato. Inscrita en el estilo barroco, su poesía es rica en complejas figuras del lenguaje, conceptos ingeniosos y referencias a la mitología grecolatina.

Durante su vida, la obra de sor Juana gozó de gran popularidad. Gracias a sus relaciones cercanas con los virreyes, fue publicada en España y leída con asombro en muchas partes del Imperio. Su poesía destaca por una deslumbrante belleza sonora, ingenio refinado y profundidad filosófica. Los siglos xviii y xix, dominados por un gusto adverso a la estética barroca, la desdeñaron, pero en el siglo xx se revaloró a sor Juana como un clásico extraordinario de la literatura hispánica.

De acuerdo con la estética renacentista de la imitación, sor Juana siguió los modelos literarios de la época y en muchos casos los superó. Sirvan de ejemplos el poema Primero sueño, la comedia Los empeños de una casa o el auto sacramental El divino Narciso, así también, Respuesta de la poetisa a la muy ilustre sor Filotea de la Cruz –normalmente presentada como Respuesta a sor Filotea de la Cruz– que es uno de los textos en prosa más importantes de toda la literatura novohispana.

 

 

 

Amado Nervo (Juan Crisóstomo Ruiz de Nervo) (ciudad de Tepic, Nayarit, 27 de agosto de 1870-Montevideo, Uruguay, 24 de mayo de 1919). Estudio en el Colegio de San Luis Gonzaga, en Jacona, y después ingresó al Seminario de Zamora, en el Estado de Michoacán, donde permaneció desde 1886 hasta 1891. Inició su carrera periodística en El Correo de la tarde de Mazatlán, labor que compaginaba con el trabajo en un despacho de abogados. En 1894 se trasladó a Ciudad de México. Colaboró en la revista Azul de Manuel Gutiérrez Nájera y se relacionó con los principales colaboradores mexicanos como Luis G. Urbina, Tablada, Dávalos, y con algunos extranjeros como Rubén Darío, José Santos Chocano y Campoamor. Formó parte de la redacción de El Universal, El Nacional y El Mundo. Su fama se inició con la publicación de su novela El bachiller (1896) y Perlas negras y Místicas (1898). Entre 1898 y 1900 fundó y dirigió con Jesús Valenzuela la Revista Moderna, sucesora de Azul. En 1900 viajó a París, enviado como corresponsal del periódico El Imparcial a la Exposición Universal. Pudo viajar por Europa como corresponsal y dedicarse a la poesía hasta que el periódico le canceló la corresponsalía y tuvo que volver a México donde ganó una plaza de profesor de lengua castellana en la Escuela Nacional Preparatoria. Hacia 1905 ingresó en la carrera diplomática como secretario de la embajada de México en Madrid. Residió especialmente en Madrid donde trabó amistad con el director de la revista Ateneo, Mariano Miguel de Val. En 1914 la Revolución interrumpió el servicio diplomático y se impuso su cese. Regresó en 1918 y volvió a ser reconocido como diplomático, por lo que poco después fue enviado como ministro plenipotenciario en Argentina y Uruguay. Llegó a Buenos Aires en marzo y murió en Montevideo, el 24 de mayo de 1919, a los 48 años. Su cadáver fue conducido a México por la corbeta Uruguay. Fue sepultado en la Rotonda de los Hombres Ilustres el 14 de noviembre de 1919. Poeta, autor también de novela y ensayo, al que se encasilla habitualmente como modernista por su estilo y su época, clasificación frecuentemente matizada por incompatible con el misticismo y tristeza del poeta, sobre todo en sus últimas obras.