Entrevista

Sobre un libro casi inédito de Lorca: Las Suites (Una entrevista imaginaria) [con] André Belamich

 

 

 

 

 

La entrevista fue publicada en la revista Trece de nieve/1-2. Segunda época, diciembre, 1976, pp. 113-116. 

 

 

 

 

Sobre un libro casi inédito de Lorca: Las Suites

(Una entrevista imaginaria)

André Belamich

 

 

 

 

Creo saber que en la Edición Crítica de las Obras (por fin) Completas de García Lorca usted está encargado de establecer el texto de un libro hasta ahora poco conocido de Federico, las Suites. ¿Es esta obra inédita?

Parcialmente. En la última (decimoctava) edición de Aguilar se pueden leer en la sección “Poemas sueltos” nueve “suites”, y en “Otros poemas sueltos” varios fragmentos de “suites” mezclados con poemas anteriores y posteriores. El libro reconstituido comprenderá más de treinta “suites” (la mayor parte de ellas inéditas), casi tres mil versos…

 

 

Un conjunto impresionante…

Sí, el más importante, numéricamente, de las obras de nuestro poeta; y, además, lo publicaremos en el lugar que le corresponde, entre poemas del cante jondo y Canciones. Así, presentadas y puestas en su verdadera perspectiva, las Suites constituirán una revelación.

 

 

¿De dónde proceden todos estos inéditos y cómo es que usted, un hispanista francés, los ha tenido en las manos?

Sería una historia larga de contar. Todo empezó con Albert Camus, gran conocedor de la obra lorquiana, que casi me obligó a traducirla (la mayor parte de ella). Después, para preparar una edición crítica francesa, conocí en Madrid, en 1970, al hermano del poeta, don Francisco, que, con una confianza que no sabré agradecer bastante, me abrió todo su archivo y me dejó fotocopiar todo lo que me interesaba. De modo que ya tenía todo el material del libro…

 

 

¿Todo?

Casi. Faltan dos “suites”, una que pertenece a Mathilde Pomés, un regalo de Federico, Poema de la Feria, y otra, creo, que posee Gerardo Diego.

 

 

¿En qué consistió su labor?

Ante todo, en salvar el libro. Figúrese usted lo dispersos que andaban sus elementos: autógrafos ofrecidos a amigos, como Luis Buñuel, a quien debemos Surtidores; copias hechas por el futuro embajador mejicano Genaro Estrada (Herbarios, La Selva de los relojes); poemas editados en varias revistas, como Índice y Verso y Prosa; fragmentos copiados por el mismo Federico en su epistolario con Melchor Fernández Almagro;[1] la mayor parte de las Primeras canciones…

 

 

¿Las Primeras Canciones, editadas, si no me equivoco, en 1936, en vida del poeta?

Tengo para mí que fueron otro “regalo” de Federico a su amigo Manuel Altolaguirre, único responsable de este título, nunca mencionado por Lorca, y de esta edición, de unas veinte páginas, llena de errores, mezcla heteróclita de poemas que, a pesar de la fecha indicada en la portada, en 1922, pueden ser de 1929, como el soneto Adán, o de 1931 o 1932, como la casida “Por las ramas del laurel…” Hay que releer la Nota preliminar del mismo Altolaguirre, que declara que estas “canciones” “pertenecen a un libro adolescencia aún no ordenado por su autor”. ¿Y qué libro puede ser éste sino las Suites? De todos modos, entran en esta categoría sin la menor duda las tres primeras  series del librito: Remansos, Cuatro baladas y Palimpsestos. Tengo otras pruebas, pero no quiero cansarle. A esta lista ya larga hay que añadir (“last, not least”) las numerosas cuartillas inéditas que Federico ponía en sus carpetas de colegial y que manejé no sin emoción…

 

 

¿En qué se basó para hacer esta reconstitución?

En esta incierta empresa (Lorca no nos dejó ni pan, ni índice) me he apoyado en dos criterios segurísimos:

1.- Las Suites corresponden a una fase meditativa que se impuso el poeta durante casi tres años, de finales del 20 a julio del 23. Es de notar que, aparte del Poema del cante jondo, escrito de un tirón en noviembre de 1921, y que veo como un enclave andaluz en este gran territorio gris y blanco de la soledad, sin guitarras y sin cantaores, aparte de dos piezas para el guiñol (Los Títeres de cachiporra y La Niña que riega la albahaca…, esta última perdida), Lorca no se dedicó más que a sus “suites”, y muchas de ellas están fechadas. Después de julio del 23 el poeta, como salvado de la melancolía que mana de las Suites, en las que llevaba sumido tanto tiempo, se lanza alegre al mundo versátil de las Canciones y al sensual del Romancero gitano.

2.- El título mismo del libro, Suites, señala una composición de poemas en serie (las “suites” de los músicos XVII y XVIII constituían en una sucesión de danzas escritas todas en la misma tonalidad que la primera). Pues bien, todas estas series, incluso cuando no llevan la mención —“suites”— tratan el mismo tema (viento, noche, jardines) en variaciones, en “diferencias”, las diferencias de los vihuelistas como Cabezón, Luis Milán. En la segunda antología de Gerardo Diego la obra se anuncia como Libro de las diferencias

 

 

¿Cómo explica usted que esta obra, acabada según dice en 1923, no se publicara mientras vivía el poeta?

Muchas veces Federico anunció su deseo de darla a la imprenta. En octubre de 1923 escribe a Fernández Almagro: “Quisiera publicar mis Suites, que estoy que ya no puedo más.” El 8 de abril de 1926 el gran Guillén, presentando a su amigo en Valladolid, declara: “en este año publicará [un libro] aún sin título, compuesto de las que él llama «suites». En la última entrevista que de Lorca tenemos, julio de 1936, “Conversación con F. G. L.”, menciona con entusiasmo “Suites, un libro que he trabajado mucho, y con gran amor, sobre temas antiguos”, para manifestar otra vez su intención de sacarlo a la luz…

 

 

Y sin embargo…

Sin embargo, cuando murió, todo estaba disperso, como le he dicho. Entre otros motivos, creo que lo que le impidió realizar su sueño fue el pudor, el horror a revelar su cara nocturna, sus obsesiones, y un drama íntimo que confiesa por primera (y única) vez en ciertas “suites”.

 

 

¿Cuál es el tomo del libro? ¿Cuáles son sus temas?

Es un libro interior, recogido, un diálogo continuo del poeta con la esfinge, a la que pregunta las eternas preguntas del hombre sobre el sentido de la vida, del tiempo, de la muerte, del más allá. Es una peregrinación alegórica cuyas etapas se nombran: Sombra, Cumbre, Torre, Avenida, Puentes colgantes, Selva de los relojes. Lucido, “riche de [ses] seuls yeux tranquiles”, como dice Verlaine, el poeta mide hasta el fondo la transparencia delas cosas y, reconociendo la cara de su destino, la acepta con una serenidad patética. Todos los temas del libro se pueden reducir a uno: el misterio del Tiempo. El Tiempo se le presenta como una gigantesca espiral de siglos:

 

¡Hace un instante!

Todavía la polvareda

se mece en el azul.

Hace un momento.

¡Dos mil siglos!

si mal no recuerdo.

 

(“Aparte”)

 

O bien, como un eterno presente, indiferente a la brevedad de la vida humana. Oiga este fragmento inédito, tan significativo, de la “suite” Cuco:

 

El cuco divide la noche

con sus bolitas de cobre.

 

El cuco va sobre el tiempo

flotando como un velero

y múltiple como un eco.

 

Un día se irá en el viento

el último pensamiento

y el penúltimo deseo.

 

Sólo el cuco quedará

partiendo la eternidad

con bolitas de cristal.

 

Es una visión grandiosa, que desemboca siempre en la muerte:

 

Entré en la selva

De los relojes.

 

Hay una hora tan sólo.

¡Una hora tan sólo!

¡La hora fría!

 

Más original aún, en la última “suite”, titulada En el bosque de las toronjas de luna, escrita en julio del 23 durante “veinte días con sus veinte noches”, el poeta sondea el tiempo no vivido, ese mar de virtualidades no realizadas, el universo vacío del limbo, la galaxia de los seres caídos en la nada antes de nacer. Allí se reproduce el encuentro conmovedor con el hombre que pudo ser y que no es, con la mujer que quería amar y que se pierde en la niebla del sueño, con una felicidad que reivindica y que le niega el hado. “Quiero entrar —dice en el magnífico prólogo en prosa a Bosque—, quiero entrar en el jardín de las simientes no florecidas (…) en busca del amor que no tuve, pero que era mío.” Diálogos desgarradores entre el poeta anhelante y la Novia que le quita el destino (“Encuentro”. Inédito); patético entrecruzar de llamadas entre el padre potencial y los niños, al otro lado de la frontera, que nunca se reunirán con él. Lea los poemas (editados) que se llaman “Cancioncilla del niño que no nació”, “Canción del muchacho de siete corazones”, “Arco de lunas”… A esta nueva luz entenderá el “drama” a que me refería. Pero nada más púdico que esta confesión sin llanto ni suspiros: el poeta-dramaturgo asiste al mismo tiempo que participa de estas escenas con una serenidad extraordinaria.

 

 

¿Cómo valora usted estas Suites, que ya estoy deseando leer?

Aparecerán cuanto antes. La edición se prepara activamente. ¿Cómo las juzgo? No les faltan fallos ingenuos. He puesto en apéndice los poemas más en borrador y los que me parecían menos logrados, pero sin eliminar ni un verso. Pero en su conjunto esta obra cala muy hondo. Es el núcleo inicial de las que llamo “obras negras” de Lorca: Poeta en Nueva York, El Público, Así que pasen cinco años, Diván del Tamarit. Es la obra que da clave de casi todo su teatro de frustración. Recuerde “las simientes no florecidas”: Perlimplín, Yerma. En cuanto a Así que pasen…, la obra, escrita siete u ocho años después de las Suites, parece salir entera del escenario que en éstas se adivina. En ellas vemos por primera vez “al noble Federico de la tristeza, al hombre de soledad y pasión”, según lo definía Vicente Aleixandre. Sí, las Suites serán una revelación.

 

 

 

[1] Estos textos han sido recogidos por Arturo del Hoyo en la edición Aguilar.

 

 

 

 

A continuación nuestro lector puede acceder al siguiente enlace para leer una selección de poemas correspondiente al poemario Suites, realizada por Fernando Salazar Torres.

 

 

 

Suite de los espejos: Federico García Lorca (España, 1898-1936). Selección de Fernando Salazar Torres

 

 

 

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