Mi vida por el mundo: Bajo el mito de las estrellas. Entrevista autoficcional a Manuel Maples Arce

 

 

Imagen de portada: Retrato de Leopoldo Méndez

 

 

 

 

 

 

 

 

Mi vida por el mundo. Memorias III

 

 

 

Prólogo

 

Bajo el mito de las estrellas

 

 

Manuel Maples Arce

 

 

 

A la hora crepuscular de la memoria, por el camino que lleva al sueño seguí el corredor de los antiguos fantasmas, llegué hasta la estría mágica, dije la contraseña y empujando la puerta, que cedió suavemente, aparté la telaraña de las apariencias y penetré en el aula en cuya penumbra alcancé a distinguir la sombra del maestro:

—¿No temes a la noche roturada por Tezcatlipoca?

—Tomé la “diritta vía”. Vine teleguiado por la estrella de Quetzalcóatl.

—¿Qué vienes a buscar por estos inframundos?

—Vengo a rendir homenaje a mi viejo y sabio maestro.

—Evítame las loas. Cuéntame algo de tu vida. ¿Qué hiciste por el mundo?

—Viajé mucho. A veces estuve en la orilla, otras en alta mar. No pocas veces crucé los cielos del planeta. Fui funcionario. Acumulé experiencias. Expedí visas. Hablé en público. Escribí poemas. Me senté a la mesa de los emperadores. Me acosté en el lecho de belleza. A veces viví con vértigo y otras con lentitud. Estuve en el torbellino de la guerra. Tuve alegrías y penas. Luché en favor de los derechos del hombre, por la fraternidad mundial.

—¿Cómo anda tu saber? ¿Te preocupas por Sophia?

—Mi alma suele pasar por momentos de confianza y de escepticismo. La vida es la marcha de la angustia hacia la nada.

—La nada es espantosa. Sigue buscando. ¿Estás por la vida de la carne o la del espíritu?

—No abdiqué. Quiero pervivir.

—Alguien me confió que estabas muy apegado a la materia. Yo mismo te vi una noche bajo el árbol de la ciencia del bien y del mal.

—Eso fue hace tiempo. Aún estaba yo “al animal uncido”, como dice el poeta irlandés. Me inició en la filosofía un panadero librepensador que me aconsejaba: “Tú pídele a la suerte 200 mujeres de 200 meses, 200 000 doblones, un río de maravilloso empuje y morirte cuando te dé la regalada gana”. A lo que yo le replicaba: “Eso es lo que quiero”.

 

Pues en mi edad temprana

yo aún no sabía

que su gracia era vana,

mi vivir agonía.

 

Después leí en el Evangelio de San Mateo la historia de los saduceos. Ellos interrogaban como si del otro lado de la invisible frontera hubiera el mismo jaleo que en esta vida, las mismas viudas y divorciadas y los mismos goces sensuales, pero si hemos de creer a los evangelios en el más allá se hila de otro modo.

—Me gustaría entrar en consulta contigo. ¿Quieres que te examine por la lógica proposicional o por el método de preguntas y respuestas?

—Acepto la mayéutica.

—Renuncia, pues, a la ambigüedad y no te salgas por la tangente. Busca la adecuación.

—Lo acontecido parece ser lo verdadero en la soberanía de lo absoluto.

—Si la pregunta es verdadera no tardarás en llegar a la puerta de la verdad. ¿Eliges algún premio o te conformas con los meros méritos?

—A los símbolos me atengo. Pero desterremos el lugar común, el fuego olímpico, el laurel de la patria, el bálsamo del olvido, el Juárez de basalto, etc. Podríamos incluso suprimir los mensajes.

—¿Por qué?

—Es lo mismo que decíamos ayer: fama es humo; donde hay un hombre internacional, ese soy yo; la vida es una sonrisa; empine el codo; embebézcase en la rubia; colée la cola; mueva la cubeta; váyase a la porra, etc., etcétera.

—Conforme. Pero no la repetición sistemática, que es la miel de los programas. A la gente le gusta que le den en la maceta.

—Es lamentable, porque la repetición crea el hábito y, por ende, mata la originalidad.

—¿Quieres hacer tu declaración al público que está delante?

—Mi nombre es Fulano de Tal, vivo en la calle de la Notoriedad número áureo, y concurso en el tema “Mi vida en el ruedo existencial”, en competencia con Fray Servando, Guillermo Prieto, los Ulises Criollos, y demás exhibicionistas del yo, mi bien, lo propio, mi conciencia, mis amigos, mi corazón, mi hígado, mi redaño.

—Ahora, por las mónadas de Leibniz, dime quién eres entre las máscaras del mundo.

—Yo soy yo mismo, y nunca lo dudé. Lo descubrí por el aguijón del dolor. Una vez que estaba tendido en la hierba haciéndome el muerto, alguien me dio un pinchazo e instantáneamente, sin ninguna operación lógica, supe que estaba vivo. Algo semejante le aconteció a Descartes, aunque no con tanta evidencia, pues como estaba acostumbrado a pensar y se desvelaba pensando en los caminos de la soledad, tuvo que pasar por la duda para llegar a la certidumbre. Por la razón que encadenaron sus ideas, según se refiere en el libro cuarto de su Discours de la Méthode. Si dudaba podía equivocarme, pero Je pense, donc je suis.

—No me parece mal como cotejo de la realidad, pero tampoco me convence del todo.

—Llámele usted, si quiere, experiencia.

—¿Eres el mismo y el que cambia?

—Así es, aunque algunos amigos me lo reprochen. Por ser el mismo soy el que cambia. Tal es mi condición, mi génesis, mi ser. “Tal como en mí mismo, la eternidad me cambia”.

—Llevas la primera puesta. ¿La dejas en tu cuenta del Banco Ensimismático o te arriesgas? —Adelante y más lejos aún.

—Por el doble del lote acumulado, ¿quieres decirme si los jóvenes muertos en Tlatelolco pueden servir para algo más que como mártires?

—Hago mía la Oda a la juventud, de Adam Mickiewicz:

 

Si, grâce à son corps tué

d’autres, d’un pas plus haut

peuvent escalader l’honneur.

 

—Bien dicho. Pero creo que no salimos de la cuestión lacrada del Banco Paradojal de México, donde no son todos los que están ni están todos los que son.

—¿El paradojal dijo usted? Yo creí que el Episcopal. No, el Episcopal es el Comercial.

—Volvamos a lo esencial.

—La vida es institucional.

—Pero el pueblo es inconciencional.

—Decíamos que tienes lo vano de la ilusión. Para acortar. Llevarás la cuenta en la memoria, con lo cual ganaremos tiempos. El tiempo apremia. Es oro para los norteamericanos. Para los árabes, colmillos de elefante y plumas de avestruz.

—Por las brujas de Macbeth, dime: ¿quién dijo que las estrellas se reflejan en el apego al deber y a la conciencia?

—Emmanuel Kant, el sabio austero de Köeningsberg. Aunque su argumento era más poético que filosófico. Schiller también anduvo entre las espadas de la luz moral y la maravillosa estrellería.

—El cielo centelleante es una reconcentrada tentación para los poetas y filósofos.

—De vez en cuando dejamos su soliloquio por el drama de la tierra y nuestra angustia. Que nadie nos tilde de platónicos bajo el afilado fulgor de los astros, mientras el sempiterno movimiento de la vida nos acerque a las lindes separativas de lo insensible y en nuestro corazón se mantenga un anhelo de infinito.

—¿Conformizas tu parte en los casilleros de la Academia o la dinamizas en la magia de la poesía?

—La dinamizo. Así tendré la posibilidad de nuevas y más variadas categorías líricas.

—¿Cómo entiendes la poesía?

—Como una visión de la vida. Pero más que entenderla, la intuyo en libertad, maravillosa, primordial.

—¿Qué pruebas aduces al prodigio?

—Mi vida afincada en la sensibilidad y la creación lírica.

—¿Es el poema la irrealidad de lo real?

—Al menos la transposición de la visión a la palabra, aunque no son las mismas palabras que se lanzan al ruedo de la política, sino las que surgen de la emoción. La metáfora aumenta su valor esencial y se sobrepone al mito que la condiciona. Yo quise que la poesía estuviera con la Revolución, con los sumos valores y la dignidad humana. Pero la Revolución no se ha identificado con la poesía, ni siquiera ha justificado su dialéctica; se ha vuelto una chapuza. —Olvidas el destino de las revoluciones; eres irremediablemente idealista.

—Renuncio a todo y me quedo con la poesía.

—Hablemos un poco de la creación. ¿Qué opinas de los seis días laborables y el domingo regalón?

—Aquí se trabaja menos que en los viejos días de la Biblia, o acaso aquéllos eran siglos de evolución, como decía un pensador que sabía de esas cosas.

—¿Has intentado buscar alguna vez las pruebas de la existencia de Dios?

—Múltiples veces, pero sin éxito. No me pareció que cabría utilizar ni la lógica ni la matemática. Creí que lo hallaría en un lugar solitario como sugiere la Biblia. Nada más propicio que la montaña o el desierto, pero en la circunstancia, lo más adecuado era el cerro que se encontraba detrás de mi casa. Me instalaba bajo un árbol y cerraba los ojos un buen rato, igual que un místico que aguarda lo inefable. Sin embargo, cuando abría los ojos estaba solo, rodeado por la luz del día, el paisaje, el brillo del río a lo lejos y el saludo de un pájaro.

—En realidad, lo que tú querías es que se te apareciera el diablo en persona.

—No, eso fue más tarde y me duele que mis medios seductivos fueran tan elementales. Trazando algunos signos cabalísticos y arrancándole tres pelos a un gato negro, a la media noche, que nunca se encontraba a tiro, no logré nada. Yo quería que me ayudara a la posesión de cierta doncella.

—¿Cuál doncella?

—Helena, la flor de estas riberas, la que seduce a los hombres, estimula el comercio y desencadena la guerra. Pero por más que repetía desde el secreto círculo el signo de Fausto, se hizo el sordo e invisible. Recurrí entonces al conjuro de la poesía. Con un artificio de palabras sorprendí su candor y alcancé sus dones. Así tomé el camino, de la Gaya Ciencia y me despedí para siempre del verbo mágico.

—Pero volvamos al punto. ¿En qué términos estás con Dios?

—No mal, aunque su misterio es el del siglo diez y nueve y yo vine en el veinte, en que se abre de nuevo el debate. Su problemática ha tenido altas y bajas. Por algún tiempo no se le mencionó pero Kierkergaard y Dilthey volvieron a ponerlo en “onda”.

—No deberías expresarte con tanta familiaridad y con ese lenguaje de muchacho.

—Por las barriadas anduvo Dios sin que nadie se le acercara para decirle, con doliente voz de penitenciado, una palabra de consuelo y esperanza.

—Me parece que te embarcas en la galera existencialista. ¿Estás listo para la muerte con Heidegger o corres el riesgo con Platón, de ser inmortal?

—Toda afirmación que no sea previamente probada entra al campo de lo contencioso. Espero tiempos más despejados. Sartre ha venido a embrollar más la cuestión con su dialéctica, manipulando como un juglar, la libertad, el Ser, el Tiempo y la Nada.

—No eres, pues, inmortal.

—Digo que la inmortalidad es la esperanza y yo no la he perdido.

—Se me figura que juegas con dos barajas.

—Soy moderno. Estoy hecho de materia y espíritu. Miro al pasado, pero camino hacia el futuro.

—¿Hay un paralelo entre la Tragedia y la Política?

—Ciertamente, en las explosiones nucleares, en la amenaza de lo desconocido y en la desesperanza.

—¿Qué sacas en consecuencia? ¿Hay que someterse a las potencias del terror y el sufrimiento?

—Fortificarse en lo posible y eliminar el miedo.

—Y ahora, entrando a otra realidad no menos trascendente, ¿cuáles son los preliminares que conducen a la Eternidad y quién los formuló?

—El judío Benito Spinoza, que dijo: “El esfuerzo en perseverar en su ser no implica tiempo finito, sino indefinido”, proviene de su Ética y significa el anhelo de no morir. Spinoza ideaba así la Eternidad, y el que tiene la Eternidad tiene ganada la voluntad de Dios.

—¿Y la antifrase mexicana?

—“Ya nos llevó el tren y todo tiene su término en el tiempo”. Fue dicha frente a los muros de derrumbe de Tenochtitlán. Después se ha refrendado muchas veces y la he oído en los camiones, en los mercados y en la Universidad.

—¿Cuál sería la dialéctica de su solución?

—Vivimos en la contradicción.

—¿Hay alguna fundamentación?

—La ciencia mistifica el corazón.

—Cambiamos de institución.

—¿Cuál es la opción?

—Sufragio regitivo. No reelección.

—No. Roña y desilusión.

—Llegó ya la virazón.

—¡Viva la ola, viva el danzón!

—Esperemos el chaparrón.

—Que el Papa nos dé su bendición.

—¿Cuál es el autor con mayor sentido trágico del destino?

—¿Me da usted changüi? Shakespeare, mi autor más entrañable. Llevó a la escena, para nuestra medular delectación, el mayor número de muertes posibles. ¡Y qué muertes! Romeo y Julieta, César, Otelo (¡pobre Desdémona, maravilla de mujer!), Hamlet, Macbeth (y la lady tan bien sexuada).

—¿Qué tragedia prefieres?

Hamlet. Si le digo que es mi semejante se va usted a reír. Nos parecemos. Yo, como él, también perdí el tiempo y la oportunidad. Algo nos distanciamos en la pasión, yo hubiera amado más a Ofelia, su muerte me habría dejado más hondo dolor, pero nos acerca el pensar, que supera la realidad, la escrutación del porvenir, la causalidad, y, sobre todo, la contemplación y el mundo de la poesía.

—Es sorprendente.

—No, singular.

—¿Vas a contradecirme?

—Voy a lo universal.

—Déjate de sofismas, ¿cuál es tu pasaje predilecto?

—El de la infausta cuestión. Recordará usted que el Rey acaba de salir y Polonio amonesta a Ofelia, cuando Hamlet entra en escena.

—¿Quieres decírmelo?

—¿En qué idioma?

—Veo que a todo trance deseas lucirte.

—El histrionismo es el rasgo saliente del carácter nacional. Acaso más en los intelectuales, que buscamos ser admirados, aplaudidos y recordados. (Paseo la estancia y declamo el lacerante texto atenuando un poco los ademanes de los actores italianos y acentuando algo más los de los ingleses).

—¡Soberbio! No te conocía esas facultades. Te felicito. Ya tienes tu puesto entre el guiño de nuestras estrellas. Aquí tienes, además, tu “estufa de la duda” y tu “colchón de tierra”.

—Gracias, maestro, gracias. No pienso atosigarme ni tenderme a la bartola. Despierto quiero estar el resto de la eternidad.

—Sí, la de Oberman, la que el hombre cree agregar a las pasiones de un día.

—Seguiré, pese a todo, luchando por mi porvenir espiritual y el de mi pueblo, al lado de los pocos que sienten el trágico destino de la vida y las calamidades del infinito.

—¡No eres ambicioso! ¡Quieres ir más lejos que Juan de los Tiempos y su émulo el Judío Errante!

—Exactamente.

—Leves te sean las edades y la locomotividad. No pierdas el camino. Nos volveremos a ver. —¡Ojalá! Nadie sabe lo que vendrá. Hasta nunca quizás. Y salí de aquella oscuridad para reintegrarme a los niveles corporales y el superfluo azul de la pleamar.

 

 

 

 

Manuel Maples Arce (1900-1981). Pasó su infancia en el puerto de Tuxpan. Estudió el bachillerato en Veracruz y Xalapa y la carrera de abogado en la capital del país. Vivió y se comprometió con la Revolución. En el año de 1921 establece y delinea las características del Estridentismo, movimiento vanguardista que pugnaba por una renovación total de la literatura y del arte en general. Como eje y cabeza del movimiento, escribió sus primeros manifiestos rebeldes, subversivos y antiacademicistas. Durante la gubernatura del general Jara fungió como secretario de Gobierno y puso en marcha un ambicioso proyecto editorial con los demás estridentes. A la caída de Jara regresa a la capital y poco después ingresa al cuerpo diplomático, destacándose como embajador de México en diversos países de Europa, Asia y América. Su amplia obra abarca diversos géneros; el ensayo, la crítica literaria y de arte en general, la historia y las memorias. Publicó una Antología de la poesía mexicana moderna (1940); El paisaje en la literatura mexicana (1944); El arte mexicano moderno (1945); Peregrinación por el arte de México (1952); Incitaciones y valoraciones (1957); Ensayos japoneses (1959), y tres volúmenes de memorias.

 

 

 

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