Entrevista

Entrevista: La constelación de Amanda Berenguer. Por Enzia Verduchi

 

 

 

 

 

 

 

La constelación de Amanda Berenguer

 

Enzia Verduchi

 

 

El pasado 24 de junio se celebró el centenario del nacimiento de la poeta uruguaya Amanda Berenguer (Montevideo, 1921-2010) una de las voces más singulares de la poesía latinoamericana. Berenguer fue dueña de una inteligencia repentina y de una visión del mundo que se traduce en la búsqueda de la exactitud. Entre sus principales libros se encuentran Elegía por la muerte de Paul Valéry (1945), El río (1952); La invitación (1957), Contracanto (1961) Quehaceres e invenciones (1963); Declaración conjunta (1964); Materia prima (1966); Composición del lugar (1976); Identidad de ciertas frutas (1983); Los signos sobre la mesa (1987); La dama de Elche (1987); La botella verde (1995) y La estranguladora (1998); así como la antología Constelación del navío que reúne toda su poesía escrita entre 1950 y 2002.

Perteneció a la Generación del 45 junto con Juan Carlos Onetti, Mario Benedetti, Idea Vilariño, Carlos Maggi, José Pedro Díaz, Carlos Martínez Moreno, Juan José Morosoli, Emir Rodríguez Monegal, Ángel Rama, Mario Arregui, Carlos Real de Azúa , Alfredo Gravina, Humberto Megget, Carlos Brandy, Sarandy Cabrera, entre otros; uno de los períodos más creativos de la literatura uruguaya y latinoamericana.

Esta entrevista se realizó en su casa montevideana, cerca del río de la Plata en diciembre de 2002.

En mayo de 1944 se casó con el escritor José Pedro Díaz, amigo y cómplice de Berenguer por más seis décadas, compañero de aventuras intelectuales, amorosas y cotidianas en el marco de esa “biografía que —ella misma aclara— es una sucesión de acontecimientos con el lenguaje. No tengo más”.

 

 

 

José Pedro Díaz se te declara con un poema que él escribió...

 

Sí, pero ese poema es una cosa que me dijo en el Vázquez Acevedo que es el Instituto donde yo estudié, él hacía preparatoria en abogacía y yo hacía preparatoria en medicina. Teníamos 17 años y nos sentamos en un banco y José Pedro se acercó, entonces me dijo un poema que sólo me acuerdo cómo empezaba, era un pantom que es una forma muy especial de hacer poesía, muy compleja porque repites de una manera, tiene como una serie de acentuación interior. Y lo voy a decir ahora porque realmente me sigue gustando muchísimo, el recuerdo era muy lindo: “Tu carne, de lunas morenas…”, se me olvidó, no sé cuánto repite “litúrgicos signos frutales”, era una cosa así. “Tu carne de lunas morenas…”, me falta el verbo, el verbo: “litúrgicos signos florales”. Perdí ese poema.

 

 

Te casaste vestida de rojo, Amanda.

 

De rojo me casé, no sé, no me iba a casar por la iglesia ni nada, no tenía religión. José Pedro me tenía un ramo de rosas rojas que se lo había pedido y fue en la casa de mis padres en el 44. Luego en ese ínterin nosotros viajamos y yo pensaba que —porque a mí los niños me gustan mucho, me atraen mucho— en quedar embarazada, es un modo de quedar embarazada realmente, porque yo me siento ese día responsable, entonces nuestro hijo tardó hasta el 54, en el 54 otro 4. Yo nací el 24 de junio, Álvaro en el 54, el primer nieto en el 84, y el otro nieto en el 88.

 

 

Múltiplos de cuatro…

 

Además tenemos en nuestro teléfono en medio tiene 04.04 y así seguí buscando, ahora se me olvidan, pero puedo encontrar cuarenta cosas que están referidas hace mucho tiempo están a nosotros y refieren a los cuatro.

 

 

Háblame de la imprenta La Galatea que tuvieron José Pedro y tú.

 

La Galatea funcionó unos cuantos años. Editamos seis o siete cosas, el primer libro que editamos fue Palabra dada de Ida Vitale, un cuento de Jules Supervielle, entre otros. Componíamos los libros a mano, era una minerva de gran volante y a pedal, ocupa una casa entera, es impresionante. Yo le había puesto una moña roja el día que la inauguramos. Se compró usada, mi padre fue el que se ocupó de traerla del interior, no sé de qué lugar y se la llevó a casa, era la alegría. Vivimos tres años con mis padres.

 

 

¿En esta casa de la calle Mangaripé es dónde recibieron a Juan Ramón Jiménez?

 

Juan Ramón Jiménez llegó a esta casa cuando todavía delante se veía una playa a lo lejos. Tengo una foto que es muy linda estábamos Ángel Rama, Ida Vitale, Emir Rodríguez Monegal, José Pedro, Juan Ramón Jiménez y su mujer, Zenobia Camprubrí; estaba un poeta muy importante de los veinte, de la generación del 25, olvidado, pero que alguien lo va a retomar, se llama Emilio Oribe; Idea Vilariño y Carlos Maggi, todos éramos jóvenes, se llenó de muchachos la casa, habían venido todos porque venía Juan Ramón Jiménez y él leyó acá de tarde. Tenía un libro entonces inédito que se llamaba Animal de fondo de aire y hay una serie de anécdotas interesantes, son breves. Por ejemplo, nosotros éramos muy amigos de don Pepe Bergamín y nos juntábamos acá los domingos, muy sencillito, traíamos todos unas cosas, todos los grupos, las parejas jóvenes, todos eran solteros, nosotros éramos los casados. Y como teníamos ese autito que era baturé, que tenía esa cosa que se abría atrás y entonces ese lugar le llamábamos nosotros el “ahí te pudras”, porque el que iba ahí, iba al aire y quedaba totalmente separado de la cabina de las dos personas que van adelante y luego la colita, tenía esa cosa que levantabas, un silloncito bien, la tapita, pero la persona quedaba allá lejos, qué horrible. Entonces a todas las parejas, que eran novios, era la época en que todavía las tías y las madres se preocupaban por las hijas que eran novios, entonces nosotros éramos el respeto porque nos habíamos casado, los llevábamos a todos de vuelta a las doce de la noche a sus casas respectivas. Pues bien, Juan Ramón leyó esa tarde acá y la anécdota estaba en que nosotros teníamos en la pared el retrato de José Bergamín, con él nos juntábamos también todos los domingos. Entonces, el asunto era qué hacíamos, dejamos el retrato, dijo Bergamín: “Saquen el retrato porque se va a enojar”, claro preocupaba que era muy duro el reencuentro. Pero a nosotros nos pareció una deslealtad y dejamos el retrato y Juan Ramón pasó por la biblioteca que tenía muchas cosas por delante, muy caballero él no dijo nada.

 

 

¿Qué sensación te produjo escuchar a Juan Ramón Jiménez?

 

Él tenía una voz muy profunda y tenía como una fuerza, no sé si conozcas Las bodas de Stravinsky, el bajo de Las bodas de Stravinsky, que me gusta muchísimo, él tenía la voz de ese personaje, esa voz baja que vos lo leías y te erizaba, el poema tenía una fuerza diciendo eso y el modo como lo decía que no se me olvidará nunca, esas sensaciones. Yo siempre digo: “El padre de Las bodas de Stravinsky”, él era un caballero español.

 

 

Todos esos jóvenes eran la generación del 45...

 

Ese grupo de la generación del 45, nosotros teníamos dos grupos: “Los lúcidos”, por un lado, y “Los entrañavidistas”. Nosotros éramos “Los entrañavidistas”, nombre  puesto por Carlos Maggi. “Entrañavidistas” porque era importante la entraña, en cambio “Los lúcidos” son… Al menos duró por un tiempo, eso no fue permanente, después se unieron, pero por un tiempo, fue bastante largo, estaban Ida Vitale y Ángel Rama, todavía no estaban casados, Manuel Flores Mora y nosotros dos, María Inés Silva Vila, la mujer de Maggi, murió ya, una gran amiga nuestra y además una gran escritora que algún día pienso que va a aparecer de nuevo porque es demasiado valiosa, algunos de sus cuentos te hacían acordar a Guimarães Rosa, algunos del propio Cortázar, impresionante; después Maneco Flores, Maneco es el modo de decirle Manuel, trabajaba mucho, trabajaba en literatura, también se movía mucho. Maggi y Maneco Flores eran los seres que he visto discutir con mayor lucidez y además, entre los dos, no había nadie que se les pusiera, de todo el grupo nadie podía con ellos, pero a nivel –sabés- de buscar los lados más difíciles, más finos, más complejos de las conversaciones. Era lindísimo, son períodos, además en este grupo, en el nuestro, eran muy serios en la autocrítica que teníamos. Todos nos mostrábamos nuestro trabajo más o menos una vez a la semana y aguantábamos lo que viniera. Y así pasó que un día Ángel Rama escribe una obra que después supe que se llamaba Miércoles de ceniza y estábamos todos, estaba también Maggi, nos queríamos mucho; entonces después que la leyó, todos callados, éramos como diez, estaba Gladys Castelvecchi, la mujer de Mario Arregui, quien fue buena cuentista, también murió, y en ese momento también eran novios. Mario Arregui, venía del campo, al mismo tiempo era un pituco, es decir, era muy buen mozo cuando estaba en la ciudad, cuando venía de allá, pero él tenía un modo muy hombre de campo, al mismo tiempo una cosa muy fina, enloquecido por Borges, se sabía de memoria los cuentos de Borges, los más finos, los más complicados. Ese día que Ángel leyó una obra larga llamada Miércoles de ceniza, todos la oímos y cuando terminó se hizo un silencio muy expectante porque nadie se atreve a decir nada, entonces Maggi empieza a caerle, a decirle “que eso está mal, que la empezaste mal, que aquí esto tendría que haber sido de otra manera, que esto otro no”. Todo fueron críticas y no sé si nosotros la aceptamos o no, pero la crítica de Maggi fue muy fuerte para con la obra de Ángel, como había sido otras veces. A veces uno terminaba llorando, yo que soy llorona cuando leo algo y alguien me dice algo, tanto si me dicen que les gusta mucho como que no les gusta, me produce la misma emoción y yo siento eso, pero no él, era muy fuerte. Claro seguimos siendo amigos todos, nos enteramos que Ángel había roto esa obra y que estaba dedicada a Carlos Maggi.

 

 

¿Carlos Maggi sabía que la obra estaba dedicada a él?

 

¡No, qué va a saber!, para nada y nunca más se vio esa obra, no existe, Rama la quemó. Quiero decir, para que veas hasta donde era fuerte el modo como nos enfrentábamos, de verdad a fondo, porque fíjate la quemó. Maggi lo sintió mucho, dijo: “Bueno, qué barbaridad, si hubiera sabido de repente hubiera sido más suave”, pero eso al final de cuentas no lo pensábamos nosotros, porque lo importante era la literatura. Si a él le había parecido mal era cuestión de decirle al otro, mira, más o menos no era cuestión tampoco de... pero nos sacábamos así. Nosotros teníamos con La Galatea, todavía lo tenemos, una frase de Leonardo Da Vinci que la usábamos como ex libris en esos libritos que publicamos, decían ostinato rigore, para todo ser rigurosos en cuanto valga.

 

 

Fue una generación evidentemente rigurosa...

 

Yo creo que sí, porque ahora que todos están a la vista, las personas que hemos sobrevivido, se sabe qué hemos hecho y se ve el rigor en casi todos. También lo hubo en los otros, en “Los lúcidos”.

 

 

¿Quiénes eran “Los lúcidos”?

 

“Los lúcidos” eran más bien un grupo, nosotros de este lado teníamos la revista Escritura y del otro lado ellos tenían la revista Número. Y bueno, ahí hay detalles que yo ahora los he olvidado, porque claro, pasan los años y se me vienen encima las cosas, pero si tú le preguntas a Maggi que tiene una memoria absolutamente de reloj, es increíble, te puede contar todo minuciosamente: quiénes éramos, cómo éramos, qué hacíamos, qué escribíamos... Bravísimo contar los años así, se me interrumpe porque tengo muchas cosas. Sé que cuándo hicimos el primer viaje a Europa,  José Pedro había ganado beca por dos años, porque ganaba todos los premios, era un profesor increíble, pero premios de concurso. Y dos años estuvimos en Europa, en el año de 50-51.

 

 

Entonces estuvieron en Europa en el 50-51 porque becan a José Pedro...

 

Nosotros estuvimos 50-51 en Europa gracias, a la beca, no, a un concurso que ganó José Pedro, él empezaba a hacer concursos de secundaria y que eran muy importantes, se valoraban mucho y luego había una beca especial. Era profesor de literatura y lo conocían a José Pedro y sabían los valores de él y decidió. Entonces este Seco Sauri, se llamaba, excelentísimo Ministro de Instrucción Pública, le dijo: “Te conviene que tengas un pasaporte diplomático para que se pueda moverte sin mayor problema”. Era después de la guerra, la experiencia que tuvimos ahí a propósito del pasaje de la guerra fue horrible, sobretodo cuando entramos en la zona norte de Francia, del lado de Reins, teníamos auto y nos movimos como locos en Europa. Recorrimos los museos, el pasaje diplomático que había conseguido, un cargo de agregado cultural, pero sin obligaciones. El centro era Bruselas, estábamos en Bruselas e íbamos a París que está tan cerquita y en París hicimos nuestro centro en un famoso hotel donde fuimos muchísimos uruguayos que se llamaba Saint Michel, en la Rue Cujas, casi el Boulevard Saint Michel. Ahí estuvo Paco Espíndola, Pelo Duro, uno de los grandes hombres en el dibujo; Amalia Nieto, una gran pintora; estuvo también compañera con nosotros porque fue un momento muy especial y todos paramos en el mismo hotel. Cuando volvimos a Europa hace poco, ahora hará cinco años, el hotel había cambiado, no estaba la dueña, fuimos a otro.

 

 

¿Es ahí donde conoces a Julio Cortázar?

 

No, yo no lo conocí ahí. Yo a Cortázar lo conocí bastante después. Lo que pasa es que yo le había enviado un libro que se llama Composición del lugar y ese libro tuvo una ida y vuelta rarísima, lo mandé por correo y llegó allá a París, yo tenía la dirección de París, y al tiempo me regresa el libro de vuelta porque no era la dirección de la época. Yo me quedé acá muy preocupada y me decía: “¿Qué hago, cómo le hago para hacerle llegar este libro?”. Una amiga mía se iba para Europa y me dice: “¿Quieres que te lo lleve? Yo lo pongo allá en el correo directamente”. El libro entonces volvió a cruzar el océano, fue, volvió y volvió a cruzar y esta amiga averiguó dónde estaba Cortázar, rumbo al sur y le manda el libro. Y ahí también es una de las más grandes salidas, el día que recibí la carta que él mandó a propósito de ese libro. Son esas palabras que a veces yo utilizo, a veces para decir que es ese libro. Composición del lugar es una serie de ponientes sobre el mar. Nosotros tenemos una casita muy chiquita frente al mar y todas las noches, tardecitas cuando se pone el sol delante de la playa, yo me decía: “Esto no lo podemos dejar pasar”, era un espectáculo tan fabuloso, es decir, yo voy a tratar de cuando veo que se está poniendo me voy a ir a casa, porque de casa todavía sigo viendo y me puse a escribir en el tiempo que duraba el poniente, calculé que eran cinco minutos antes y cinco minutos después porque todavía quedan luces y claro el horizonte es muy liso, queda todo el horizonte y escribí -en ese tiempo- un tipo de imagen impresionista lo que yo veía de color, de forma y todo lo que me sugería. Yo hice ahí a lo largo de todo un año, entre el 73 y el 74, están anotados te voy a dar las fechas justitos del día tal, para cada uno tiene un día diferente, no se repite nunca más. Tiene tres versiones ese libro: esa versión, digamos impresionista; después tiene otra, la segunda es sacando las imágenes y los datos que me da el poema, utilizo signos matemáticos y otro tipo de signos, empieza a significar de otra manera el mismo poniente, las mismas palabras pero acomodadas de otra manera; y después —una vez que tuve eso dije: “No esto sólo así no, voy a completar con la tercera versión”-, una versión plástica donde uso las dos coordenadas, la horizontal del mar y la vertical del tiempo que es el recorrido del sol. Y con esas dos coordenadas, con papel milimétrico (me dio un trabajo impresionante con las letras esas que se pegan más grandes y más chicas), buscaba las palabras más importantes…Tres versiones de ese mismo poniente, todos juntos forman el libro Composición de lugar.

 

 

Entonces, lo editas y recibes la carta de Julio Cortázar...

 

Entonces después que publiqué el libro con las tres versiones, que es un libro muy lindo y dio todas esas vueltas, primero fue y volvió, el libro entero volvió diciéndome que no encontraron la ubicación, la segunda vez va esta amiga para allá, averigua justo la dirección que estaba en Marsella, no estaba en París, y se lo deja, y después Cortázar me escribe esa carta donde me dice: “Este libro cruzó dos veces el Atlántico para llegar a mis manos” y me dice esas cosas tan lindas que están ahí, que yo me puse a llorar cuando terminé de leer.

 

 

Cortázar te escribió que “vale la pena haber vivido para encontrarse con la realidad”…

 

Todavía me erizo cuando lo leo.

 

 

Cualquiera que recibiera una carta de Cortázar debe haber sentido emoción...

 

Bueno era de Cortázar, a mí me importaba mucho, pero era alguien que no tenía ningún nombre todavía, era relativo, ya había publicado muchas cosas pero eso no alcanzaba, me parece.

 

 

Y sólo se conocieron por carta, nunca coincidieron...

 

Nos encontramos en la universidad de ¿Nueva York?, en un lugar más cerca, que está dentro de Nueva York, es enorme, donde se hizo todo un coloquio de Cortázar... Bueno, nosotros en ese período estábamos en la casa de Ángel Rama, que nos recibió, ahí estuvimos tres o cuatro días, íbamos desde las universidades donde estaba José Pedro dando clases de francés y castellano en Estados Unidos.

 

 

Antes de La dama de Elche tu poesía recurre a la historia personal, pero con Materia prima inicia un juego de ajedrez con “La cinta de Moebius” y “Las nubes magallánicas”, empiezas a entretejer la curiosidad científica con la experiencia personal ¿Cómo llegaste a ese momento?

 

Hacia fuera eso es muy parecido -siempre lo digo- a la flor de girasol que nace toda hacia dentro y se va abriendo hacia el sol y se abre entonces totalmente y está expuesta al aire, entonces recibe todo. Yo hice ese proceso, siento que la primera etapa, la etapa de angustia, nunca me pasó nada demasiado serio, una angustia conmigo misma, con la angustia de ser, de existir y claro, en ese caso me gustaban los filósofos como Kierkegaard, por ejemplo, esas cosas te llevan para abajo. Y siempre me había impresionado mucho la muerte, yo le tenía miedo a la muerte, cosa que no tengo más; como nunca tuve ningún tipo de religión, ningún apoyo fuera más que la existencia y yo abrogo por la existencia, me parece una maravilla vivir. Me parece así que todo me produce deslumbre y también lo terrible me duele muchísimo. Sabes que yo tengo un libro que se llama Los signos sobre la mesa que es sobre la tortura, no lo pude publicar, se premió inmediatamente cuando salió, pero no se pudo divulgar demasiado, ahora sale la versión completa -la corregí, saqué algunas palabras que sobraban- en la antología Constelación del navío. Y ese libro ha tenido una gran difusión, se publicó en Chile, pero el libro todo está en inglés: “Éstas no son dulces muchachas”, se publicó en cuatro o cinco lugares fuera del Uruguay. El tema de la tortura no ha sido muy tratado así directamente, en sí misma; porque lo que más me preocupaba era qué pasa con esto, qué le pasa al hombre que está torturado. Yo hablé con alguna de la gente que habían torturado y me habían alcanzado algunas cosas para darme cuenta que era feroz, pero habían subsistido, no habían muerto.

 

 

¿Cómo te afectó esa etapa de la dictadura uruguaya?

 

Ahora saco todo un libro que no había sacado en ese período, este libro que se llama Tocando fondo, hay un poema ahí, largo, al Che Guevara que no se refiere a él directamente, se llama Primera conjugación en la conjugación del verbo amar del yo que ama al tú, al vosotros en presente, para cada uno, y lleva un epígrafe simplemente del Che Guevara que me emocionó muchísimo. Recibí las camisas con las iniciales grabadas de las muchachas de Manzanillo, me resultó tan tierno aquello y que él lo dijera en uno de sus libros que yo había leído. Y bueno no sé porque hice todo esto, me viene encima, ahora me viene encima todo este libro que estoy haciendo, como estuve corrigiendo todo mezclado, ahora no queda.

 

 

El poema Primera conjugación del verbo amar tiene varias historias…

 

Hace mucho años y uno cree que está más cerca, pero no, ese poema fue publicado en Cuba, yo fui jurado de la Casa de las Américas y Alicia Alonso, todo el ballet, lo tomó y lo llevó a París todo ese año y ganaron junto con el grupo el gran Premio de Danza y fue un espectáculo que nosotros lo perseguimos. Llegamos a Europa y justo había estado y después conocimos a Alicia Alonso en Cuba, pero no la conocimos en ese viaje que fue de gran éxito, además era en el Théâtre des Champs Elysées, era una cosa muy moderna, porque claro era el yo, tú, nosotros, vosotros, ellos, eran grupos y todo eran con magia negra, todo negro, con una música muy especial. Ya vez lo que son las cosas, cuando llegamos a París, nos sentamos en la parte de abajo de otro hotel que no era el Saint Michel, era un hotel humilde, estábamos en la mesita comiendo con otras personas que tomaban el desayuno y estaba un muchacho puertorriqueño que estaba haciendo un curso, no sé que cosa en París. Él no sabía quienes éramos nosotros, nos quedamos conversando, lo vimos dos o tres veces y en un momento me dice: “He visto una cosa impresionante, el otro día fui al Théâtre des Champs Elysées y vi un espectáculo allí increíble”, yo ya estaba enterada de que había ocurrido algo porque acá salió una cosa muy chiquita al final que se había dado eso, nadie se enteró, yo me enteré por casualidad porque tenía el diario ese día. Entonces me dice, que había visto Primera conjugación del verbo amar que lo hacían con uno, con dos personajes, con cuatro y había sido muy emocionante. Lamentablemente no lo llegué a ver. Después la compañía pasó para Italia en la Ópera de Milán y parece que también el poema estuvo traducido al italiano, salían, primero lo decían en el idioma del país, en Francia lo dijeron en francés y en Italia en italiano. Luego me comentaron que lo presentaron un año entero por todo el interior de Cuba, fue una cosa de esas así. Y después, mucho después, llegaron cosas acá por unos y por otros, porque fueron años muy difíciles, y al final llegaron por amigos de amigos conocidos, fotos interesantísimas de éstos bailando.

 

 

¿Cómo se te ocurre analizar en La botella verde el recipiente desde todos los ángulos por dentro y por fuera?

 

Y bueno porque yo ya había escrito “La cinta de Moebius” que tiene esa característica, es una forma topológica, el estudio de los lugares, los espacios, los sitios. Habíamos estado en Chicago, por ejemplo, la encontré grande en un museo que no era de arte, era de cosas científicas y estaba arriba la cinta de Moebius con un trenecito que quedaba por dentro, chiquitito, giraba de manera que el trenecito no se levantaba nunca porque siempre queda del lado de adentro. A mí me pasa, no sé si a ti te ocurre lo mismo, siempre tengo la sensación que si yo cierro los ojos, desaparece el mundo y en la medida que los abro aparece, la noción de que lo interior desaparece pero queda el otro, ese adentro mío, y a veces pienso: ¿Tú estás ahí o estás dentro mío? ¿En este momento soy yo la que te estoy mirando, soy yo la que te estoy pensando? ¿Existís porque yo te estoy mirando? Esa cosa fue una obsesión mía desde que tenía 16 años, vivía obsesiva con eso: qué era lo interior y qué era lo exterior, porque yo le tengo tanta fuerza a lo que uno siente y a los que uno ve que es ese mundo. Entonces dije: “La cinta de Moebius es ideal para mí”. Luego la botella, yo estoy adentro, yo estoy afuera, sé que estoy adentro y estoy afuera al mismo tiempo, simultáneamente. Aunque parezca tan extraño, si te ponés a pensar, no es tan extraño. Yo lo vi con la cinta de Moebius, yo me siento representada. Y con la botella me pasa lo mismo porque todo ocurre acá en el comedor de la casa, yo me senté en esa mesa, esa botella, las cosas me miran del lado de afuera, yo las veo después, todo entra dentro de la botella y vuelve a salir. Un día Rafael Courtoisie me invitó en la Universidad Católica de Uruguay, él trabajaba allá, daba clases, él es ingeniero químico de manera que es un experto en topología y hablamos mucho de eso, él fue uno de los que me indujo a seguir por ese lado.

 

 

Y el poemario La estranguladora...

 

La estranguladora es otra cosa, es otra vez lo mismo, en el fondo es lo mismo, porque La estranguladora nace de uno mismo, está el lado de afuera y está también el adentro.

 

 

Pero también es la superación del modernismo cuando dices: “vamos a torcerle el cuello a la esfinge” y no “al cisne”…

 

Eso me enteré después, ¿sabés que no conocía ese verso de González Martínez? Yo me desperté de noche, no escribo nunca de noche, siempre de día en la mañana, en la noche le tengo miedo, siempre le tuve miedo a la noche, eran las tres de la mañana y me desperté, soñé: “Vamos a torcerle el cuello a la esfinge” y me dije: “Si no lo dejo anotado sé que mañana despierto y no me voy  acordar, sé que acá tengo algo qué tengo que escribir sobre esto, tengo algo que decir”. Me levanté, prendí la luz con esa sensación un poco siempre de moverse a oscuras por la casa, llegué a la mesa del comedor, dejé apuntado, me vine, me acosté, me dormí y a la mañana siguiente retomé la frase y empecé a escribir eso: la esfinge, torcerle el cuello a la esfinge. Además la esfinge es hija mía y al mismo tiempo, la encuentro al lado de afuera. ¿Viste?, es el mismo tema, la encuentro en muchos lugares, acá a la vuelta de casa, a todos nos está esperando y todos las llevamos por dentro también.

 

 

Sobre la nueva antología que recién publicaste ¿por qué su nombre Constelación del navío?

 

Porque yo en uno de esos poemas muy largos —que está acompañando justamente a Constelación del navío— “Las nubes magallánicas”, hago una descripción de Constelación del navío, es una de las constelaciones más hermosas. Leí un libro sobre el nombre de las estrellas de un inglés que se llama Edmund James Webb —¡qué tipo bárbaro, qué poeta!—,  él era astrónomo hasta cierto punto, era un gustador, además traducía del griego al árabe, se llama Los nombres de las estrellas, un libro maravilloso publicado por Fondo de Cultura Económica y ahí me encontré que habla de la Constelación del navío que los seres del norte la han visto, en Grecia se subían al cerro para verla completamente porque domina el hemisferio sur, la constelación del navío está acá, La Cruz del Sur está aquí, tengo cierta noción de eso de astronomía, eso siempre me gustó igual que me gustan las matemáticas.

 

 

Es notorio tu gusto por las matemáticas…

 

Son cosas que parecen contradictorias y no lo son. La noción de infinito yo la siento en infinitesimal, ese salto que veo entre una cosa y otra es el abismo, el infinito, todo muy sencillo, es tan fácil eso. Todo viene del viejo problema que se planteó no sé si Apubiles -ahora no me acuerdo quién era el dios- con una tortuga, salían, uno le daba una ventaja al otro, un porcentaje del diez por ciento, resulta que la tortuga va adelante, pero como éste adelanta un metro la tortuga adelanta un centímetro y éste adelanta un centímetro y la otra un milímetro y éste adelanta un milímetro y la otra adelanta, no la pudo pasar nunca, se hace un vacío es ese vacío infinitesimal que a mí me produce vértigo y después un salto, lo saltas, así no importa nada el tiempo. Sobre todo ese terreno de las matemáticas a mí me produce vértigo, hasta dónde pueden llegar los números, imaginar lo más infinito, como el universo.

 

 

Y eso lo llevas a tus poemas “La cinta de Moebius”, “Las nubes magallánicas” y el libro La botella verde y ahora lo retomas en el último libro...

 

Sí, el último libro es Poner la mesa del tercer milenio, ese es un inédito que no lo conoces, es totalmente inédito. Y ese lo escribí justo en el año dos mil porque ahí otra vez, en el cambio de milenio, me pregunto ¿qué es una sacudida? Se llama Poner la mesa del tercer milenio porque justamente es extender sobre la mesa todas las cosas que han ocurrido, que están ocurriendo, que están pasando desde mi casa, sin salir de mi casa, pero son muchas cosas las que pasan y dejar noticia de eso y del tiempo, el tiempo que es una de esas cosas. Es un largo poema y además termina en la mesa de fin de año, en la casa de mis consuegros, están mis nietos, está el perro, el tiempo, está el Esquilo cibernético, está el hígado de Esquilo, están todos ahí. Es un poema muy largo que, a propósito de la palabra, aparece la Internet, todo el problema de la palabra.

 

 

 

Nuestro lector puede leer un poema de Amanda Berenguer en el siguiente enlace, seleccionado por Enzia Verduchi.

 

 

 

La cinta de Moebius: Amanda Berenguer (Uruguay)

 

 

 

 

 

Enzia Verduchi (Roma, Italia, noviembre 24 de 1967). Desde los cinco años vive en México. Licenciada en Periodismo y Ciencias de la Comunicación por el Instituto Campechano. Becaria del Centro Mexicano de Escritores en 1992, ese mismo año obtuvo el Premio Nacional de Cuento Efraín Huerta. Becaria del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes en 1996 y 2003. Miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte 2004-2007. Ha colaborado en distintas revistas y suplementos culturales nacionales e internacionales. Ha publicado los libros de poesía Cartas de usurpación (UNAM, 1992) y El bosque de la hormiga (Ediciones Sin Nombre, 2002), así como la autoficción 40º a la sombra (Universidad Iberoamericana, 2013). Sus poemas han sido traducidos al inglés, francés, italiano, hindi y polaco.

 

 

 

 

 

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