Ensayo

Walt Whitman. 20 poemas de Hojas de hierba: Por Gabriel Jiménez Emán (Venezuela)

 

 

El presente ensayo o prefacio ha sido escrito por la intención de presentar las traducciones de los 20 poemas de Walt Whitman que nuestro lector puede leer a continuación en el siguiente enlace:

 

Walt Whitman (Estados Unidos): Veinte poemas. Traducción de Gabriel Jiménez Emán

 

 

 

WALT WHITMAN. 20 poemas de HOJAS DE HIERBA

 

Prefacio y versión castellana de

Gabriel Jiménez Emán

 

Breve biografía

 

Su biografía es relativamente más sencilla. Walter Whitman nació el 31 de mayo de 1819 en West Hills, un pueblo de Huntington (Long Island). Sus padres fueron Walter y Louisa Van Velsor Whitman. Su padre recortó su nombre a Walt para diferenciarlo de él. Fue el segundo de nueve hijos. A los cuatro años, el padre se muda con su familia de West Hills a Brooklyn, trasladándose de casa en casa con gran precariedad, en parte debido a sus fallidas inversiones. Whitman recordaría más tarde que su niñez fue un tiempo de escasez, cuando no de infelicidad, debido a las dificultades económicas de la familia.  A los once años culmina sus estudios en la escuela. Luego comienza a trabajar para colaborar con su familia. Fue empleado de oficina y aprendiz en el semanario de Long Island The Patriot, editado por Samuel E. Clements, donde aprendió elementos de impresión y tipografía, y escribió composiciones poéticas. Su familia se mudó nuevamente a West Hills en la primavera, pero él se quedó y tomó un trabajo en la tienda de Alden Spooner, editor del semanario The Long-Island Star. Mientras trabajaba en el Star, Walt se convirtió en el jefe de la librería local, se unió a debates sociales, comenzó a asistir a representaciones teatrales y a publicar poemas en el New York Mirror. En mayo de 1836 se reunió con su familia, que vivía en Hempstead (Long Island). Enseñó en varias escuelas hasta la primavera de 1838, pero regresó a Huntington (Nueva York) para fundar su propio diario, The Long Islander. Trabajó como editor y distribuidor de su periódico. Durante el verano de 1839 encontró trabajo como tipógrafo en Jamaica, Queens, en el Long Island Democrat, editado por James J. Brenton. Lo abandonó poco tiempo después, e hizo un nuevo intento como maestro desde el invierno de 1840 hasta la primavera de 1841. Durante esta etapa publicó una serie de editoriales llamados “Sun-Down Papers”, “From the Desk of a Schoolmaster” desde el invierno de 1840 hasta julio de 1841. Viaja luego a Nueva Orleans con uno de sus hermanos. Se dice que en aquella ciudad tiene una experiencia amorosa que lo marca de por vida; al parecer es sujeto de una revelación. Se dedica a escribir, hasta que en 1855 publica una primera edición de Las hojas de hierba con solo doce poemas y la obra gusta mucho a Ralph Waldo Emerson, filósofo a quien, como ya dijimos, Whitman admiraba mucho y le dirigió una carta expresándole cuanto le complacía su obra. A partir de allí le fue agregando más poemas. a partir de 1860 el libro incluyó composiciones de carácter homoerótico que escandalizaron a muchos, debido a su contenido homosexual. Entonces Emerson intentó persuadirlo de que no incluyera tales textos en la obra, pero Walt de todas maneras publicó los versos.

Walt era un hombre esbelto y rubio de ojos azules y una vestimenta que llamaba siempre la atención. Durante la guerra civil se hizo enfermero en los campos de batalla y en los hospitales; se rumoraba que cuando se acercaba a los enfermos a consolarlos éstos mejoraban. En 1873 sufrió un ataque de parálisis que lo postró por unos meses. Pudo recuperarse y logro viajar a Canadá y al oeste de Estados Unidos; su fama había comenzado a crecer en América y Europa. Oscar Wilde en persona vino a conocerlo. Aun se especula acerca de ese encuentro entre dos homosexuales famosos. Pero no siempre fue un hombre deslumbrante. Pasó por los procesos malos y buenos por los que atravesamos todos los seres humanos, sólo que en él poseen características extraordinarias. Todo en su persona es un cambio completo, una transformación radical, y quizá por ello se convirtió en uno de los máximos emblemas de la poesía y de la cultura. Muy pronto se adaptó a las labores del campo y la carpintería; se alimentó espiritualmente de la vida silvestre en el campo profundo de Brooklyn, donde conoció el trabajo manual de tallar la madera y el cultivo de la tierra, de una niñez campestre que le llevó a inspirarse en cosas sencillas, respetando la naturaleza y enseñando en escuelas locales desde su temprana edad, de 1836 hasta 1841.

En un momento dado, se dio cuenta que sus años de periodismo en Nueva York habían terminado. Aquellos modos tan prolíficos y convencionales habían acabado. Ahora le esperaba una nueva época y debía decidir entre ser un hombre convencional o un hombre de rupturas, un dandy, un disidente. Entonces comenzó a moverse en otros ambientes, a acercarse a pintores, a artistas plásticos, bohemios y a actores populares de óperas bufas. De todos ellos aprendió el sentido del humor y la capacidad transgresora de la imaginación popular, y a moverse en ambientes desprejuiciados, ---entre ellos en los de una conocida Feria del Mundo--, y a mantenerse como un hombre de trabajo. A los 31 años de edad, su imagen cambió, sus ideas dieron un giro hacia una suerte de expresión profética; mas no en el sentido de salvación o de ejemplo, sino de significación elevada en pro de sustentar un nuevo ideal. Entonces se dejó crecer la barba, cambió de nombre y se convirtió en Walt, el poeta de los versos libérrimos. Comenzó a escribir los sencillos poemas de Las hojas de hierba cuya primera edición se publicó en 1855, apareciendo su nombre de manera diminuta en el copyright, mientras en el frontispicio del volumen se le mostraba como al primer bardo de América en salirse de la línea tradicional americana, presentándose como un poeta distinto, rudo, cósmico, turbulento, desordenado y sensual, que comía, bebía, hacia el amor y festejaba de manera inusual.

A los 35 años de edad ya Walt Whitman había alcanzado el prestigio poético que se había propuesto. Solo tuvo que alimentar su libro en sucesivas ediciones, hasta el final, incorporando siempre otros temas, sucesos y acontecimientos históricos o personales. Pasado el tiempo, el trabajo de Whitman se volvió más emblemático con la llegada de la llamada Gran Depresión, que dejo buena parte de los Estados Unidos sumida en la ruina desde 1853. Después, desde 1857 a 1859 Whitman se encarga de editar el periódico Times, que fue su último trabajo en este terreno. Luego de la Guerra Civil Americana demostró una de sus mejores cualidades, se solidarizó con los soldados y héroes de la Guerra Civil y asistió a los heridos en diversos hospitales, ofreciendo su amistad y solidaridad a la gente que sufría. Su espíritu se transformó. A los 44 años ya parecía un viejo; comenzó a ser objeto de críticas y persecuciones. Entonces ocurrió el fenómeno decisivo: su obra y su vida se fundieron en una sola. Su psiquiatra, Richard Maurice Bucke, fue su mejor biógrafo y publicó un volumen inspirado en la vida del poeta, a con su nombre a secas: Walt Whitman (1883). Al año siguiente Walt compra su casa en Camden, donde pasará sus últimos días; ve su muerte cercana y manda a edificar un mausoleo para ser allí sepultado; fallece en 1889.

 

 

Las hojas de hierba

El proyecto literario del siglo XX si progresó. Cuando una literatura y un arte se convierten en armas artísticas y conceptuales para poner al desnudo todas las flaquezas y yerros de ese pretendido progreso, y de avance cualitativo en lo espiritual y moral, puede funcionar; tanto es así, que hoy apreciamos los versos de Whitman como si se hubiesen escrito ayer; podemos adaptarlos a cualquier tiempo e inflamarnos de emoción al repasarlos.

Pocas veces en la poesía americana un libro posee tanta unidad como Las hojas de hierba, tanto sentido. Fue una obra pensada, estructurada con trozos de un existir realmente experimentado, que obedeció a necesidades íntimas del ser humano, sentimientos, pareceres, latencias, expectativas, sueños, todo lo incluyó Whitman en esta obra y por ello se nos presenta como un verdadero legado para un futuro donde un bardo se nos muestra íntegro, sin ocultar nada, y esto tiene valor inconmensurable para la poesía americana, pues se trata de un verdadero viaje, tanto geográfico como interior. El poeta recorre el país, su naturaleza, su cultura, sus mitos y costumbres, pero a la vez se recorre a sí mismo, espera expresar una epopeya íntima que no tiene parangón en otra poesía del continente, y ha asegurado la salud de la lírica americana durante dos siglos. Es difícil que un poeta americano de este tiempo haya logrado una hazaña de este calibre.

La influencia de Whitman ha sido enorme. Primero, como ya señalamos, por la originalidad que muestra y por la complejidad de fuerzas que la componen. Poesía integrada en filosofía, sin que ello constituya un acto premeditado; por ello mismo, su poesía ha llegado a ser una fuerza transformadora. Primero en lo personal, luego en lo colectivo, Whitman se ha convertido en nuestro principal profeta, acaso sin proponérselo. Primero, se liberó las ataduras del clasicismo y de las tradiciones europeas repetitivas, de la metafísica mal digerida y de las poses filosóficas ambiguas. Fundó una suerte de vitalismo que pudo ser muy positivo para el crecimiento de un mundo libre de ataduras. Nueva York se erigía entonces como la gran metrópoli. A veces parece decirnos que en América somos todos contemporáneos, ni somos unos  más viejos que otros, sino de la misma edad histórica, En este sentido Whitman recupera para la sensibilidad de Estados Unidos, nuevos giros lingüísticos provenientes de los pueblos indígenas, y también palabras francesas y castellanas para que su lenguaje gane en dimensión universal, desapegándose por completo de la rima y de la versificación regular, prefiriendo el uso de estrofas largas, poseedoras algunas de ellas acentos bíblicos que pronto cautivaron al público, con su sinceridad y transparencia. Sin embargo, en este proyecto continuo, Whitman se desgastó, comenzó a envejecer prematuramente, vertiendo en un libro único todo lo que escribió, como si sus profecías no cumplidas se volviesen contra él.

Uno de los primeros introductores de la poesía de Whitman en América fue José Martí. El poeta cubano hizo varias apreciaciones sobre el escritor estadounidense que tuvieron inmenso eco en los lectores hispanoamericanos y de España. Martí, exiliado en Nueva York, asiste a una conferencia de Whitman sobre Lincoln en 1887, y le endilga varios adjetivos: virginal, desnudo, amoroso, potente, nervudo, angélico, comentando que sus largas estrofas están ligadas unas a otras mediante frases superpuestas y convulsas; con precisión maneja grandes fraseos musicales con naturalidad, forjados en grandes bloques donde no pueden tener cabida las formas rimadas, dándose a la tarea de incluir allí a las muchedumbres que se asientan y a las ciudades que trabajan, sin perder nunca estos fraseos musicales sus movimientos rítmicos de olas, donde la acumulación parece ser el mejor método para la escritura, en donde resalta precisamente  ese “giro ígneo de la profecía.”, al decir de Martí.

También el nicaragüense Rubén Darío lo celebró en 1888, diciendo que era “el primer poeta del mundo que amaba a la humanidad con un amor inmenso”, dedicándole varios sonetos en su primer libro Azul, celebrado a su vez por algunos de los mejores cronistas argentinos del momento, como Enrique Gómez Carrillo y Leopoldo Lugones, éste último el gran poeta modernista argentino quien se refirió al estilo de Whitman hablando de “las vértebras enormes de su verso”. Al mismo tiempo, en España, Juan Ramón Jiménez confirma que Martí pudo haber sido el primer observador serio de Whitman en lengua castellana, diciendo que éste le resultaba un escritor mucho más americano que Poe, y certificando que su obra nos había llegado a Hispanoamérica a través del cubano. El ensayo de Martí sobre Whitman habría inspirado el soneto de Rubén Darío “Al buen viejo” en su libro Azul. Recordemos que Darío estaba inaugurando a su vez un nuevo tiempo para el castellano de América con una nueva tendencia aglutinante: el modernismo.

La obra de Whitman tuvo decisiva repercusión en escritores españoles como Miguel de Unamuno y León Felipe; en Cataluña aparece por vez primera una traducción de sus Hojas de hierba debida al catalán Cebria Montoliu, en 1909. En España, Federico García Lorca le rinde tributo en una “Oda a Walt Whitman” y también se advierten sus ecos suyos en el célebre texto de Poeta en Nueva York del bardo andaluz, el cual inaugura un nuevo capítulo en la lírica moderna de España. En lengua portuguesa, el mayor tributo a Whitman lo rinde Fernando Pessoa en su poema “Salutación a Walt Whitman”, publicado bajo uno de sus heterónimos (Álvaro de Campos) en 1915. Por cierto, que muchos críticos han coincidido que tales heterónimos pessoanos vienen tomados también del Yo poético de Whitman, el cual puede subdividirse en varias voces y multiplicarse, y esa idea genial no podía desperdiciarse, de modo que el gran poeta portugués procedió a crear una serie de personajes, todos distintos, cuyas voces han sido definitivas para la construcción de la lírica del siglo XX en todos los países del orbe occidental, creo, pues la obra de Pessoa se convirtió luego en uno de los referentes principales de la poesía mundial.

También hemos dicho más arriba que Whitman tuvo inmensa resonancia en poetas de la vanguardia como Vicente Huidobro, en cuyo extenso poema Altazor algunos han visto estructuras mitopoéticas provenientes del bardo de Manhattan; también Pablo Neruda ha admitido que Whitman “nos enseñó a ser americanos”, dejando ver en buena parte de su obra la libertad expresiva ostentada por Whitman; otros poetas como el ruso Vladimir Maiakovski le rindieron tributo. En Nicaragua el poeta Ernesto Cardenal en su Canto cósmico es esencialmente whitmaniano, un escritor que además es deudor de buena parte de la poesía norteamericana y ha realizado antologías de la misma junto a su colega José Coronel Urtecho. En mi país, Venezuela, personalmente creo que el influjo de Whitman puede apreciarse desde nuestra segunda vanguardia (la primera vanguardia la llena casi toda José Antonio Ramos Sucre, que no es para nada whitmaniano), donde se hallan poetas como Vicente Gerbasi en sus libros Mi padre el inmigrante y Los espacios cálidos; en los poemas de Maravillado cosmos de José Ramón Heredia; en Nuevo mundo Orinoco de Juan Liscano y en los poemas extensos de Víctor Valera Mora Masserati tres litros”, “Relación para un llamado amanecer” pertenecientes a su obra capital Amanecí de bala. Y en uno de los poetas venezolanos que mejor recibió los influjos de la poesía beat norteamericana: William Osuna en su obra Miré los muros de la patria mía.  Y si el lector me lo permite, diré que yo mismo, sin darme cuenta a veces, desearía de algún modo tener la mirada de Whitman en el momento de observar la majestuosa belleza geográfica y humana de mi país y creyendo que de él puede surgir algo nuevo y grandioso, lleno de esperanza que, si intentara ponerlo en mis torpes versos, saldría de ahí quizá algún eco recóndito del viejo de Manhattan.

En Estados Unidos, ni qué hablar. Allí es aún más arduo observar dónde y en qué medida Whitman es una suerte de padre tutelar, y tienen con él la misma relación de amor-odio que con un padre filial: unos le adoran, otros le rechazan, desean huir de él para no caer bajo su influjo, tal el caso de dos poetas que le admiran y rechazan en la misma proporción: Ezra Pound y Allen Ginsberg. Pound dice: “es asqueroso, es una píldora que da náuseas, pero que ha cumplido su función. Su crudeza despide un tremendo hedor…” Allen Ginsberg por su parte hace el papel de hijo perdido, lo idolatra y lo repudia a la vez, pero decide al fin hacer las paces con él y le dedica un texto de épica cotidiana donde resuenan los ecos de su abuelo poeta. Otros poetas donde he advertido sus influjos son Robert Frost, Robinson Jeffers, Edgar Lee Masters, William Carlos Williams, Carl Sandburg, Amy Lowell, Ezra Pound, T. S. Eliot, Archibald Macleish, Langston Hughes, Hart Crane, Stephen Vincent Benet, Allen Ginsberg y Gregory Corso, entre muchos otros.

El sujeto poético de Whitman es complejo, conjuga diversidad de voces que a su vez generan una serie de situaciones, sentimientos y visiones muy amplias, cuya principal característica quizá sea una visión panteísta, integrada y ambiciosa de la realidad, la cual se mueve desde distintos puntos de vista e incluye también diversidad de personajes; estos personajes se encargan, a su vez, de metamorfosearse en la imaginación del lector. En algunos casos, el poeta aborda al lector como su par, intercambia con éste el tiempo real además de los espacios, cuidándose de no nombrar a ningún héroe de los ya conocidos de las epopeyas clásicas, sino identificándose con el hombre corriente y cuidando de ubicarse en cualquier circunstancia, sea esta real o imaginaria. En este sentido, el campo geográfico de Whitman es el más amplio de la poesía norteamericana, pues atraviesa mares, praderas, ríos, desiertos, montañas, lagos, e involucra animales, bosques, paisajes diversos, no solo de su país sino de otras geografías, y esto nunca se había intentado antes en la poesía de América, por lo menos en la tradición inglesa, pues si consideramos a la tradición hispana nos encontraremos con el monumental ejercicio realizado por Juan de Castellanos en su Elegía de los varones ilustres de Indias en el siglo dieciséis y la epopeya americana de Alonso de Ercilla La araucana en el mismo siglo, ambas asumidas por escritores de España.

El yo poético de Whitman se transmuta, puede nacer y vivir en cualquier parte y en cualquier época. Y esto lo vuelve en cierto modo un poeta cósmico. El verso libre se hizo sentir entonces en la poesía de habla castellana para reaccionar contra el clasicismo, el romanticismo y el modernismo, hasta sembrarse en las vanguardias.

Con respecto a las traducciones al castellano, éstas han sido numerosas. Citamos algunas de ellas, como las debidas a Álvaro Armando Vasseur (Uruguay), Enrique Diez-Canedo (Argentina; a mi modo de ver uno de los grandes traductores de América), Eduardo Moga (Argentina), Concha Zardoya (Chile), Miguel Mendoza (México), Arturo Torres Rioseco (México), Pablo Mañé (Uruguay), Pablo Ingberg (Argentina), Carlos Montemayor (México, escritor ya fallecido a quien conocí en Ecuador y me obsequió varios libros suyos, le recuerdo ahora con cariño y rindo aquí tributo) todas éstas parciales; mientras que de las tentativas de traducción del volumen completo de Las hojas de hierba están en primera instancia las de Francisco Alexander (Ecuador); otra vez del argentino Eduardo Moga (de quien recomiendo sus versiones y el profuso y completo prólogo a la obra citada) y la muy conocida y respetada traducción de Jorge Luis Borges, a la que Moga no duda en reconocer como la mejor, sin dejar de advertir en ella varios gazapos menores, pero muy interesantes. Otros traductores son Mirta Rosenberg, Rodolfo Rojo, Roberto Mattson, Alberto Manzano, Manuel Vilar, Antonio River y José Luis Chamosa. Las humildes versiones mías de un puñado aleatorio de sus versos que acompañan este ensayo, son apenas un ejercicio de imaginación lingüística con el cual pretendo rendir un discreto homenaje a este poeta, cuya imagen me fascinó desde niño. A la vez son un reconocimiento a mi padre, Elisio Jiménez Sierra, a quien me referí al comienzo de este escrito, quien estimuló en mí el conocimiento del idioma inglés y de la literatura, poeta, ensayista y traductor él mismo de piezas literarias de los idiomas francés e italiano; autor, entre otras, de unas versiones de Los trofeos de José María Heredia que fueron elogiadas por el gran poeta mexicano Octavio Paz.

Uno de los poetas más atrevidos en la interpretación de Whitman ha sido el español León Felipe, que se tomó la libertad de traducir por completo Las hojas de hierba utilizando un lenguaje libre, muy suyo, poco fiel a los textos originales del poeta norteamericano, usando una serie de procedimientos eufónicos, invención de palabras, recreación del ritmo, que fueron objeto de una crítica muy severa por parte de Jorge Luis Borges, quien señaló varios de esos yerros en alguna revista de gran difusión. Uno de los mayores atrevimientos de Felipe fue haber modificado el título original del poemario --que debería ser “Canto de mí mismo” --, por “Canto a mí mismo”, lo cual, en la mínima partícula de una preposición, comporta una gran diferencia de sentido.  Por su parte, Jorge Luis Borges lo había leído en su juventud mientras vivía en Ginebra en 1916, quedó impactado con él y le dedicó algunos de sus primeros ensayos del libro Discusión (1932), titulado “El otro Whitman”. Después iniciaría su sistemática entrega a traducir por completo Las hojas de hierba, tarea en la que duraría décadas. En alguna parte de este ensayo, advierte que en Whitman hay “una melancólica distancia que se observa en el orbe paradisíaco de sus versos y la insípida crónica de sus días.” Dice que Whitman poetiza su felicidad y “con impetuosa humildad quiere parecerse a todos los hombres (…) vasta e inhumana fue la tarea, pero no menos fue la victoria”, remata.

Veamos ahora un esquema de Las hojas de hierba. Se trata de un libro conformado por doce partes. Estas son: 1. Dedicatorias. 2. Hijos de Adán. 3. Cálamo. 4. Aves de paso. 5. Los restos del naufragio. 6. Al borde del camino. 7. Redobles de tambor. 8. Recuerdos del Presidente Lincoln. 9.Riachuelos de otoño. 10. Susurros de la muerte celestial. 11. Del mediodía a la noche estrellada. 12. Cantos de despedida. Después el poeta agregó hacia el final de sus días un nuevo aparte con el título de “Horas de un septuagenario”.

He realizado estas versiones de algunos poemas del bardo de Manhattan, seleccionadas de las distintas partes que componen su obra, señaladas al final de cada texto. Se trata en esta ocasión de piezas cortas que pueden servir de ejemplos de su tono y de la diversidad de asuntos que abordó, mostrando esquemáticamente el desenvolvimiento de su lírica a través del tiempo, desde sus primeros textos, hasta los que abordó cuando se encontraba ya en sus años postreros. En ellos podemos apreciar una parte minúscula de su ambicioso proyecto poético, donde aspiraba tratar desde el canto y la celebración de la naturaleza, hasta las aspiraciones sociales, religiosas, políticas, filosóficas y humanas de su país y del continente.

 

 

 

Gabriel Jiménez Emán (Caracas, 1950) es autor de diversos títulos entre novelas y cuentos. De sus obras en el campo del relato destacan Relatos de otro mundo (1988), Tramas imaginarias (1990), La taberna de Vermeer y otras ficciones (2005), Cuentos y microrrelatos (2012), Divertimentos mínimos (2011), Consuelo para moribundos (2012) y Fábulas, ficciones y microrrelatos (2016), mientras que de sus novelas sobresalen Una fiesta memorable (1982),  Mercurial (1994), Averno (2007), Paisaje con ángel caído (2004) y Hombre mirando al sur (2014). Como ensayista es autor de los libros Diálogos con la página (1984), Provincias de la palabra (1995), El espejo de tinta (2007) y La palabra conjugada (2016)  y de los volúmenes sobre cine Espectros del cine (1998) e Impreso en la retina (2010). Ha incursionado en la poesía (Balada del bohemio místico, 2010; Solárium, 2015) Es autor de varias antologías del cuento y el microrrelato venezolano, y de autores clásicos de la ciencia ficción; director de la revista Imagen (Ministerio de la Cultura), fundador de las editoriales  y revistas Rendija (Yaracuy), Imaginaria (Caracas),  Fábula (Falcón), y colaborador de páginas web y blogs en España, Portugal, Brasil, Argentina, Colombia y Venezuela. Sus microrrelatos figuran en antologías de varios países y han sido traducidos a diversos idiomas.