Trilce: la esfera terrestre del amor. Por Isabel Guerrero

 

 

 

 

TRILCE: LA ESFERA TERRESTRE DEL AMOR

 

 

Isabel Guerrero

 

 

" y nosotros estamos condenados a sufrir

como un centro su girar”

Poema LIX, Trilce 1922

 

 

Hay en el lenguaje esa extraña particularidad de ir posándose en los ojos y hacerse carne, detrás de la experiencia o en ella misma, gestarse como el gran escenario en el que se clava la existencia. En ese lenguaje que es la tormenta de los imaginarios humanos está el anclaje necesario para no salir volando de locura, para no reventar, para entender. De esas construcciones se han erguido kilómetros de historia en las que se enraízan simbolismos como cadenas que permiten contener lo ganado o encadenarse a la resignación de ser parte de un eslabón que no cede. Hay construcciones que poseen profundidades tan develadoras que llenan de inmensidad, esas que nos abren a presenciar la magia de lo nuevo, del descubrimiento que es también aprendizaje para el ojo y para la conciencia. Esas profundidades que pasan por el costado y tocan el hombro para que en ese giro el hipnotismo de las épocas no termine por consumirnos hasta la muerte.

Ese valor tan humano que recoge en las manos y en la lengua el acto creativo, que apuesta por la revolución de la sangre, de la intuición, que quiere volver a la libertad, reclama en ese mismo forcejeo de la cadena; son el tiempo y la muerte, los dos grandes enjuiciadores en un mundo donde la justicia se perdió entre los ascensores que, de siglo a siglo, arrastran muertos y enfermedades. Esa construcción no proviene de un olvido, ni de una desaparición, sino de la transformación misma de la realidad que permite agarrar las astas de la historia y cambiar el curso, a razón de lo aprendido. En este ejercicio creativo el individuo no es uno, ni dos, ni siquiera la reflexión a puerta cerrada de un grupo. Como diría César Vallejo:

 

“…a puerta cerrada no sabe nada de la vida. La política, el amor, el problema económico, el desastre cordial de la esperanza, la refriega directa del hombre con los hombres, el drama menudo e inmediato de las fuerzas y direcciones contrarias de la realidad, nada de esto sacude personalmente al escritor de puerta cerrada”[1].

 

La metáfora del escritor bien se puede aplicar a quien, intelectualmente cree que está pensando, discurseando y haciendo el mundo, tal como Vallejo lo hizo en su tiempo.

Y es que parece que las épocas van repitiendo más de lo mismo, acentuado o disfrazado; el forzado trabajo del Santiago de Chuco donde nació Vallejo, o el terror de la Guerra Civil Española, las dictaduras de América Latina que pareciera nunca terminaron; el pasado pintado como desierto, con leves luces que se asoman, para exhibir la realidad, como Paco Yunque, un cuento para niños escrito por Vallejo en 1931, y que la Editorial Cenit no quiso publicar porque era muy triste. En ella, Paco Yunque, en su primer día de escuela, es humillado por Humberto Grieve, hijo de los patrones de su madre, y a quien le perdonaban los castigos debido a la influencia de su padre. El cuento no adorna el paisaje, Paco llora, se estremece, sufre, el otro goza ejerciendo dolor y es recompensado. No hay final feliz. No hay disculpas, ni venganza, ni rebelión que reivindique las pobres almas que se identifican en cada gesto del personaje. Hay una realidad que es tajante, totalmente esclarecedora. Brutal, como toda narración marxista debía ser para el autor. El privilegio de la burguesía que lava sus pies en el agua que beben las niñas y niños como Paco Yunque, con generaciones esperando el final que no llega sino en la muerte, he ahí también el tiempo haciéndose una bolita de resignación, sin control sobre sí misma. He ahí la urgencia de relatos que permitan a esos niñas y niños significarse, una literatura que mute la conciencia y no se pierda en la florescencia de fantasías aisladas y vacías, ideas que vengan asumidas en una realidad concreta, sólo desde ahí se puede transmutar la cultura.

 

El objeto o materia del pensamiento transformador radica en las cosas y hechos de presencia inmediata, en la realidad tangible y envolvente. El intelectual revolucionario opera siempre cerca de la vida en carne y hueso, frente a los seres y fenómenos circundantes. Sus obras son vitalistas. Su sensibilidad y su método son terrestres (materialistas, en lenguaje marxista), es decir, de este mundo y no de ningún otro, extraterrestre o cerebral. Nada de astrología ni de cosmogonía. Nada de masturbaciones abstractas ni de ingenio de bufete. El intelectual revolucionario desplaza la fórmula mesiánica, diciendo: «mi reino es de este mundo».”[2]

 

Diez años antes, César Vallejo publicaba “Trilce”, obra compuesta de 77 poemas, de los que, en estos cien años por cumplir, existen innumerables estudios e interpretaciones, todas tan diversas que ni siquiera el significado del título tiene una versión oficial que pueda sostener cualquier otra teoría al respecto. Lo que sí se intuye es su relación con el indio mestizo, con su madre y con dios, como ejes simbólicos que trazan la escenografía del poemario. Por otro lado, su composición lingüística es el quiebre que no rompe con el lenguaje tradicional, sino que lo re-simboliza, transformando sus raíces para desembocar en árboles multicolores, en escenarios de lo inaudito, en paisajes con islas, paredes y números.

 Hay en sus versos la pesadumbre de un pueblo mestizo que se hace entre plegarias a dioses y gritos que reclaman el aire, que suponen instaurar una nueva estética y ética social, que se alzan en simbolismos como la fuerza que salva en los muros los rostros o trepan en  la escritura  infancias y memoria. Ahí la figura de la madre que se viste como reveladora estrella a observar, tal como quizás lo sea una Luisa Toledo[3], que alumbra en su discurso una luz que puede ser la única tintineante en la celda oscura de los tiempos modernos. La escritura, que para Vallejo se refleja en la suma de sus manos, se da fuerza a sí misma, como clase, frente a toda la incertidumbre de un siglo, porque es  creadora o elige serlo. En eso se significan las y los referentes, los tantos cuerpos violentados, las luchas y resistencias sostenidas por generaciones.

Es Trilce la muestra vallejiana de una geografía lingüística llena de saltos, pasadizos y fracturas.  Alcanzar la inmensidad de lo que aflora, crece y muere en ese interior de 77 poemas es tarea imposible, así como la relación de este mismo poemario con todo el mapa escritural del autor puede derivar en insaciables análisis que en nada llegarían a lo esencial de "los grandes movimientos animales, los grandes números del alma, las oscuras nebulosas de la vida, que residen en el giro del lenguaje"[4]. He aquí también porque este libro es hasta ahora tremendamente inquebrantable, porque su nivel de racionalismo es tremendamente abarcable y transformador. No es Vallejo un hermético poeta que ajeno a su realidad inventa frases azarosas, al contrario, cada lectura de los poemas de Trilce es tan universal e individual como el dolor. Mucho daño han hecho aquellos críticos de la literatura que no teniendo las herramientas para comprender una revolución lingüística, han manchado la figura del poeta cerrando sus interpretaciones en la misma carencia que les habita.

Vallejo conoció de la pobreza, de la injusta encarcelación, de los exilios forzados y las persecuciones, supo de la mano que asesina a sus amigos, de las guerras que exaltan la miseria y desdicha de los desafortunados, de la apagada sangre que corre por las calles mutiladas. Supo de la vida esforzada y de los sueños que no logran alcanzarse, del desprecio de una época que no supo reconocer en el arte de César Vallejo: una poética real, a la vez que transformadora. También conoció del marxismo, de la literatura rusa en sus viajes que hicieron de él un militante y seguidor de la revolución, haciéndolo carne en ensayos, artículos, poemas, cuentos y crónicas, que hasta el día de hoy lo siguen posicionando como una de las voces del continente más admiradas de los últimos tiempos.

Porque el “Gran Cóndor de América”, como lo describió Miguel Hernández, supo retratar de manera auténtica la voz de todo un territorio, donde las hijas e hijos de los guerreros caminan en la búsqueda de cimientos donde posar su humanidad. Así, “España, aparta de mí este cáliz”, obra póstuma, es también el ascendente de toda la obra vallejiana, que se eleva entre el humo y las bombas, para ser escalera de un porvenir empañado por la pólvora, porque Europa fue también para el poeta hogar del exilio al que fue empujado del Perú por ser comunista, paisaje poblado de recuerdos a los que jamás pudo volver en carne propia, pero que logró asir en la escritura misma, donde siendo él niño metafórico, es también la inocencia de un pueblo huérfano que llora a su madre, que implora la guía en los pasos que cansados reciben el peso del mundo.

La Guerra Civil del 36 dejó resonancias innegables en la personalidad poética del vate, la chispa que desencadenó el incendio mental de los quince poemas que desbordan en “España, aparata de mí este cáliz”, muestra una realidad cruda que no es asumida simplemente como una coyuntura, sino que puede ser traducida como la historia de una hispanidad un ver morir a España, como quien ve morir a una madre y con ella, la esperanzadora república que agoniza. Dos años después de escribir este gran poemario César Vallejo fallece. Su legado también nos deja “Poemas humanos” y “Poemas en prosa”, artículos y crónicas de sus viajes a Rusia, el gran ensayo del Arte Revolucionario y el primer cuento para niños en Latinoamérica, de carácter marxista. Su pensamiento social y político, composición maestra:  en la masa totalizadora y el gran poder del dominio de la literatura, son la plataforma que impulsa y desprende la fuerza de su pluma hacia todo campo, toda sociedad humana y todo tiempo histórico y cronológico. Por eso trasciende, porque su esencia lírica desde “Los Heraldos Negros”[5], hasta el último poema, dedicado a España, irrumpe con el “llanto de la materia” de una poesía comprometida con el pensar humano, con el desarrollo de la ética y la reflexión, con el hispanismo crítico que reúne en la voz lingüística una historia completa.

 

 

 

[1] Vallejos, César. Desde Europa (Edic. Fuente de Cultura Peruana, Lima, 1987).

[2] Vallejo, César, El arte y la revolución, Barcelona, Laia, 1978.

[3] Toledo, Luisa (1939-2021), mujer combatiente  y revolucionaria, madre de Eduardo, Pablo y Rafael Vergara Toledo, jóvenes asesinados en dictadura por el Estado chileno.

[4] Westphalen, Emilio A. "Poetas en la Lima de los años treinta". En Otra imagen deleznable. México, Fondo de Cultura Económica, 1980.

[5] “Los Heraldos negros” (1919) es la primera publicación de poemas del escritor César Vallejo, comprende 66 poemas.

 

 

 

 

 

Isabel Guerrero (Rancagua, Chile – 1985) Profesora de Castellano y Filosofía. Directora de Revista Mal de Ojo. Publica “Poemario Obstinado” (2013), “Anzuelo” (2015) “Trazos de una obra por hacer” (2017) y “Seol” (2020). Ha participado en Encuentros y Festivales Literarios en Chile, Colombia, Argentina, Bolivia, Perú, México y Cuba. Organiza, colabora y participa en instancias artísticas, políticas y sociales tanto en Santiago como en el extranjero. Sus textos han sido publicados en revistas y antologías nacionales e internacionales.