Réquiem: Gilberto Moreno (México)

 

 

 

 

Orso Arreola es el hijo de Juan José Arreola, escritor contemporáneo y amigo de Juan Rulfo. El 22 de febrero pasado es el primer aniversaio luctuosos, (1949-2021). A propósito de esto, Gilberto Moreno escribe un breve ensayo como homenaje y a continuación nuestro lector puede leer un cuento de Orso Arreola en el siguiente enlace.

 

 

 

Osario: Orso Arreola (México)

 

 

 

 

Réquiem

Gilberto Moreno

 

Para OAS

 

 

El escritor muere. Muere en cada metáfora a la que da vida. Muere al vivir y muere al escribir. En los sueños que imbrica en sus oraciones. En la consciencia que entreteje en sus fantasías.

Aún respira. Sin el llanto prístino del neonato, sin un amplio horizonte de aspiraciones, sin la íntima sinfonía de un perfume. Duele al inhalar, duele al exhalar. Duele seguir vivo. Ya no tiene fuerza para resistir las inercias del mundo. Ya no puede contraatacar, ironizar o revertir los sinsentidos. Su consciencia y él se subliman en el mundo. Lentamente, instintivamente, dicta su último aliento.

Una máquina lo ayuda a respirar, un monitor capta la fragilidad de sus signos vitales. Aún no despierta, nada en un sueño sin fondo. Su autonomía se vuelve un recuerdo impreciso; cercano, pero inalcanzable. Asocia el oxígeno al aire puro de la lluvia. Su memoria se remonta a la raigambre de sus sentidos. A su infancia, cuando descubrió el mundo y las palabras que lo nombran. A ese valle redondo de maíz, a esos cerros que desnudan su verdor con la lluvia. Nadie nace dos veces bajo el mismo sol, aunque siempre sea posible contar (o inventar) una nueva versión. Apócrifa o simiente de una nueva ortodoxia. Nadie aprende de la enfermedad y la muerte ajena. Si no mueren los seres que estimamos o amamos, mantenemos nuestra ignorancia e indiferencia. En la infancia, la trivialidad y el drama del mundo forman nuestros mitos personales. Aún no lo sabemos, pero desde muy temprano recogemos los guijarros y las joyas con que llegaremos a nuestro ocaso.

La tomografía reveló parcialmente los arcanos de su patología. Debían operar. Debían desentrañar sus dolencias y suprimirlas. Él se supo atrapado en una trama con demasiadas preguntas abiertas. ¿Cuál es el procedimiento quirúrgico para extirpar los miedos y las angustias? ¿Cuántas veces podemos reescribir esta operación? ¿Quién corregirá las erratas? El escritor sabe apreciar la vida de cada texto, sus venas internas, sus conexiones nerviosas; el pulso de cada línea, de cada párrafo. Sabe disectar la vida y sus emociones. Sabe manipular adjetivos incisivos, aislar quintaesencias, extirpar tropos nocivos, esterilizar ironías, suturar argumentos y cauterizar la atención del lector. Él sabe lo que avala con su firma. Pero hoy no. Autorizó su operación y no sabe lo que escribirán después en su reporte médico; ni sabe cuándo, ni cómo saldrá del quirófano.

Los rayos x confirmaron las sospechas del examen físico. Era urgente que lo hospitalizaran y le hicieran más estudios. No podía, ni debía ignorar sus síntomas. Ni la soledad de su hogar, ni la compañía de sus libros podrían sanarlo esta vez. Los malestares del espíritu y del cuerpo tienen sentidos de urgencia diferentes, pero no deben desatenderse. Recordó cuando su padre se desangró en la puerta de un hospital y el doctor Elías Nandino lo salvó. Quedó con una cicatriz de chivo expiatorio, pero sobrevivió. En su convalecencia escribió la novela polifónica donde sus memorias dan autonomía y vida a su pueblo. ¿Es karma o son gajes del oficio escribir a contracorriente de la vida diaria? Hace apenas unos días él había bromeado sobre escribir su epitafio pero sin insistir mucho. Al menos no más allá de hacer la propuesta temeraria y parafrasear a Twain: las noticias de mi muerte son un tanto prematuras. Él espera que las parcas no corten pronto los hilos de su consciencia y su discurso. Sin embargo, todo adquiere de golpe un peso excesivo. Cada acción, cada decisión, pueden ser la última. El mañana deja de existir. Se impone la tiranía del tiempo presente, la urgencia de lo inmediato. Como previendo el choque inminente, su atención se concentra en cuestiones pragmáticas, utilitarias. Dejó de ver el resto. Volvió a recordar a su padre. En momentos críticos, él solía decir: la acción bombardea continuamente las abstracciones.

El insomnio y el dolor se ensañan sin recato. La noche es una carga desproporcionada; más el énfasis que pregunta, que la claridad que responde. El cuerpo termina cosido como un alfiletero; las heridas que no sanan, matan con sádica lentitud. Ni el mundo, ni la carne dan tregua. El escritor se pierde en sus laberintos cotidianos. Se rebela contra el cansancio de su espíritu, contra la lectura lineal y pasiva, contra las prisiones conceptuales. Los hechos son lo que son; pero las interpretaciones y las fantasías que escriba serán lo que su intelecto y su imaginación hagan de ellos.

Decía Wilde que el pesimismo es un optimismo bien informado. Pero también, y no puede ser de otra forma, no vemos al mundo como es, sino como somos. ¿Cómo encontrar luz en las tinieblas? ¿Cómo encontrar esperanza en el vacío? No es asunto de fe, es una cuestión de vitalidad, de voluntad. La vida no tiene sentido, ni uno solo. Pero siempre podemos darle un sentido. El escritor intuye esta verdad, así como otras revelaciones que se amurallan en lo inefable, en lo que está por decir. Su batalla, su guerra literaria, es traducir del silencio lo incomprensible, lo no expresado. La felicidad y la dicha son más fáciles de compartir que de explicar. En cambio, el dolor, el miedo, la apatía y la desgracia se deben traducir para exorcizarse. El escritor sabe que el dolor que se sublima se trasciende, que el miedo que ha sido cartografiado no puede emboscarnos, que la apatía más reacia también se contagia de entusiasmo, que la peor desgracia no son la muerte o los infiernos (reales e imaginarios); es creer sin un ápice de duda que sólo existen la muerte y los infiernos (materiales y espirituales). El escritor no teme a los finales felices, pero sí considera de pésimo gusto las infelicidades sin fin. No tiene vocación de mártir ni tendencias masoquistas.

Aquella fue la peor noche de su vida. Tenía que ver a un médico. Padeció de dolores muy fuertes como las parturientas, pero sin dar a luz. Que frustrante es el dolor infértil. Que frustrante ahogarse en un mar de nimiedades o quedar anegado en las rutinas. La indiferencia de la página en blanco confirmó el caos que lo hunde y lo menosprecia. Por supuesto que el escritor sabe de callejones sin salida, de borradores, de retóricas gastadas, de pantomimas estilísticas. Pero esa blancura intransigente aborta la empatía o la comprensión con que preñó otros textos. Él fue escritor, no grafómano ni mercenario. Los inventarios de desgracias, las miserias familiares y el anquilosamiento burocrático no son por sí mismos temas literarios, aunque también puedan serlo. Si no encontró la alquimia para transmutarlos o no descubrió la perspectiva que transparentará su esencia, él no será otro falso redentor que no pueda salvarse ni a sí mismo. Alguna batallas terminan en el cesto de los papeles, otras se escriben y se reescriben. Toda literatura que valga está enraizada en la experiencia, en la irónica sabiduría de la vida. Lo demás son balbuceos, palabrería.

No pudo terminarse su filete. Un dolor punzante se hizo presente en la boca de su estómago. Se deslizó como una duda o una verdad incómoda. Una verdad que tampoco desapareció al ignorarla. Y una duda que la exploración física, los rayos x, la tomografía, la biopsia y la operación fueron definiendo progresivamente. Apenas siete días separarán a su aniversario de nacimiento de su aniversario de defunción. Se cerró el paréntesis de su vida. Empiezan las líneas de su posteridad.

Recuerda hombre que polvo eres: Memento, homo, quia pulvis es et in pulverem reverteris. Tendrás un blasón de lejano origen vascongado y en tu genealogía la pasión artesanal por el lenguaje. Serás ahijado del llano después de las llamas. Te leerán, ¿pero te comprenderán? Te velarán, ¿pero se cebarán sobre tu legado? Te llorarán, ¿pero honrarán tu memoria? Descansa en paz. Requiescat in pace. Serás polvo, pero polvo confabulado.

El escritor muere, pero su voz y su intuición germinarán en cada lector. Las hojas de sus textos se multiplicarán en bosques de lectores cómplices. Muere, pero sigue vivo a través de sus palabras y de su obra. Y así, triunfa sobre la muerte y el olvido pregonando los secretos de la vida y la memoria, en una simbiosis personal de arte, ciencia y literatura.