Prólogo a Apollinaire Poesía: El bestiario (Fragmento): Agustí Bartra
La presente publicación forma parte del libro Apollinaire en México. Zone. La jolie rousse editado por el poeta Víctor Manuel Mendiola en el Tucán de Virginia (2017), pp. 71-74.
Agustí Bartra
Considero Guillaume Apollinaire[1]como uno de los más grandes poetas metafóricos de la lírica universal. Entre sus dones: poder de imagen por encima de todas las cosas, ángel parisiense con alas de sol mediterráneo y una ternura que encontraba casi siempre su magia musical. En cuanto al hombre: fue feo y gordo y muy desgraciado en sus amores con las mujeres, de las cuales no podía prescindir, del modo que le era absolutamente imposible vivir sin amigos. Sus libros capitales: Alcoholes y Caligramas.
La poesía de Apollinaire vive en una encrucijada donde coinciden la canción, la profecía y la visión onírica. (No olvidemos que su narración titulada Onirocrítica es considerada como el verdadero preludio del surrealismo). Poeta de muchos modos, suscitó imitaciones, o mejor, modas, que pusieron en circulación, fatalmente, la parte más exterior y efímera de su obra y, en último término, demostraron lo que tenía de imitable su genio de trasmutación y de canto, su ritmo personal, su herencia d Villon, Rabelais y Nerval. Codificador de sorpresas, se le reprochó su afán de buscar siempre la novedad, y cierta prensa lo insultó, llamándolo meteco y reclamando su expulsión de Francia. Él contestó: “Mi cabeza ha sido radiografiada. He visto, yo, un hombre vivo, mi cráneo. ¿No hay en esto algo de novedad? ¡Vaya!”. Sin embargo, lo que importaba, más que hubiese visto la radiografía de su cráneo, era que tenía el alma viva y en vilo. En el fondo, sus ambiciones subversivas eran demasiado pueriles, y, más que a la novedad, su espíritu tendía hacia un porvenir maravilloso hacia una nueva Edad de Oro del hombre. El espíritu nuevo que preconizaba en sus teorías sobre la poesía y el arte, no era sin embargo la fórmula de una estética exclusiva ni de una escuela literaria más, sino la voluntad de iniciativa, el deseo de abrir caminos en el universo interior y exterior del hombre, la sorpresa del hallazgo como medio para fascinar y la defensa de los derechos imprescindibles de la imaginación para expresar el asombro de estar vivo. Su famosa conferencia El espíritu nuevo y los poetas, nos parece, cuarenta años después de haber sido pronunciada, más curiosa que decisiva. Preconiza en ella la alianza de la técnica con la fantasía. Todo lo nuevo, sólo por el hecho de serlo, entusiasmaba al brujo inocente que era Apollinaire. Defendía el verso libre, pero sus mejores poemas están escritos en versos regulares. Era rudo, pícaro y a veces hasta obsceno, pero afirmaba la necesidad de mayores refinamientos. Siempre, para él, la Aventura y el Orden. Dice: “Cuando un poeta moderno anota en varios sonidos el zumbido de un avión, es preciso ver en ellos ante todo el deseo del poeta de acostumbrar su espíritu a la realidad…”Admite que las experiencias literarias sean arriesgadas y tendientes a crear un nuevo realismo que tal vez ‘no vaya a la zaga de aquel tan poético y tan sabio de la Grecia antigua.’” Sorpresa y profecía a todo trance. Y nos hace sonreír cuando nos dice que Salomón hablaba sin duda para la reina de Saba, pero que amaba tanto la novedad que sus concubinas eran innumerables. A fin de cuentas, lo que querría era que en la poesía reinasen Ícaro y los sueños. Como dijo en “Cortejo”, era un hombre que se esperaba a sí mismo para saber quién era, él, un hombre que conocía a los hombres mediante sus cinco sentidos y algunos más.
Alcoholes empieza con la imagen de la torre Eiffel convertida en una gigantesca pastora que apacienta su rebaño de puentes y termina con el poema “Vendimiario”, cuya imagen final se refiere también a los puentes del Sena, en el momento en que sus fuegos rojos se apagan cuando mueren las estrellas al quiebro del alba. Este volumen de poesía, publicado en 1913, cimentó la gloria de Apollinaire. Se estaba cansando del rigor u la perfección estéril de los parnasianos y el simbolismo dedicado a suaves variaciones mallarmeanas: la poesía debía ser la expresión pura de una realidad que encerrase el enigma del universo, la verdad trascendental e insoluble del mundo. La poesía simbolista no trataba de penetrar en este misterio, sino que por disciplina verbal y gracia infusa se entregaba a aislar fórmulas y hallazgos técnicos que pudieran ser utilizados para las operaciones del espíritu entre la Nada y el Absoluto de Mallarmé. La econoclastia fulgurante de Rimbaud se convertía así en orden glacial, y el genio feroz de Lautrémont, con sus olas visionarias y su energía de la agresión cruel, tendría que esperar algunos años más para ser reconocido, hasta la llegada del surrealismo. Apollinaire significaba un regreso a las invenciones espontáneas del verbo y una concepción viva y revolucionaria de la realidad poética, donde claridad y misterio coinciden.
Alcoholes reúne la producción lírica de Apolinaire escrita entre 1898 y 1912. En el verano de este último año, el libro, que no se titulaba Alcoholes sino Aguaardiente (Eau de Vie), está terminado. Apollinaire ha renunciado a una ordenación cronológica o temática de los poemas: adoptando una disposición más matizada, comienza por el poema más reciente, “Zona”, que significa para él un regreso al pasado y un manifiesto poético. Es sabido que Apollinaire, por decisión brutal, suprimió todo signo de puntuación de su libro en las primeras pruebas. El poeta justificó su actitud en los siguientes términos. “Por lo que se refiere a la puntuación, la he suprimido porque me ha parecido inútil, y lo es, en efecto, ya que el ritmo y hasta la cesura de los versos son la verdadera puntuación. No hay necesidad de otra”. El libro, lejos de ser una obra de “revendedor”, como afirmó Duhamel, o un “milagro ingenuo”, según opinión de André Gide, era el resultado de un largo proceso.
Si en Alcoholes Apolliinaire ha cantado a París, su juventud, su pobreza, sus viajes, sus amores y sus rencores de amante abandonado, en Caligrames su sensibilidad y virtuosismo cobran nuevas tonalidades. El libro fue compuesto entre 1912 y 1917 y está dividido en seis partes, ordenadas más o menos cronológicamente, formadas por poemas de guerra y caligramas o ideogramas líricos que no pasan de ser una curiosidad. La riqueza de invención de esta obra se dobla con la del testimonio emocionante del soldado que no ha dejado de vivir bajo el signo de Venus, como queda patente en los poemas inspirados por Lou y por Madeleine. Sensual y místico a la vez, su poesía expresa el dolor y la nostalgia del amor lejano, y su piedad por los hombres cobra acentos conmovedores desde las tinieblas y la muerte de la guerra:
Noche que gritaba como una mujer en trance parto
Noche de los hombres solamente
Los Poemas a Lou, setenta y seis en total, fueron extraídos de las cartas que Apolinaire escribió a su amante fugaz, Louise de Coligny-Châtillon. Son poemas de valor desigual, escritos en el cuartel y luego en el frente, de prosa y sin corregir; pero algunos de ellos tienen una autenticidad y emoción inolvidables. Se publicaron completos por primera vez en 1955.
Como todo auténtico poeta, Apollinaire encontró los profundos aliados que debían asegurar la posteridad de su obra. En vida fue discutido, calumniado, vivió en la pobreza, estuvo en la cárcel, fue admirado y ridiculizado, sintetizó la versatilidad y profundidad de su época, tuvo grandes audacias pero no destruyó nada; puede ser tildado de virtuoso y libertino, de creyente y ateo, de burgués y revolucionario, de pícaro y sentimental, de espontáneo y cerebral, de chansonnier y vidente, porque fue todo eso. Pero aceptamos y admiramos lo que él mismo sabía que iría siendo para los hombres del porvenir. (“Me iré iluminando en medio de sombras”): lo dionisiaco de su tristeza y lo apolíneo de su alegría, las lanzas aurorales de su esperanza, los gemidos de su sangre, su acatamiento y rebeldía ante lo real y este verso de la vida que él seguramente hubiera querido grabar en todas las tumbas del mundo:
Sombra múltiple que el sol te aguarde…
[1] Fragmento del prólogo al libro Apollinaire Poesía: El bestiario [con 30 dibujos de Juan Soriano], Alcoholes, Caligramas, Poemas diversos. Versiones de Agustí Bartra, Joaquín Mortiz, México, 1967.
Agustí Bartra. Nació en Barcelona, España, el 8 de noviembre de 1908; muere el 7 de julio de 1982. Narrador y poeta. Fue soldado republicano, se exilió en Francia y en varios países de América. Se estableció en México en 1941, donde radicó hasta 1975. Fue director y editor de Lletres; impulsor del grupo literario La Espiga Amotinada. Traductor de André Breton, Apollinaire, Jersy Kosinski, Leonora Carrington, Truman Capote, Sadegh Hedayat y William Blake. Becario de la Fundación Guggenheim en tres ocasiones.