Ensayo

Primero nos movieron el corazón. La Ciudad de México como un palimpsesto en el tiempo y la literatura mexicana: Ulises Paniagua

 

 

 

 

Primero nos movieron el corazón.

La Ciudad de México como un palimpsesto en el tiempo y la literatura mexicana

 

 

Ulises Paniagua

 

 

 

Imagen : La Ciudad de México-Tenochtitlan dentro de un corazón: una carga urbana evidentemente emo-significativa.

Autora de la imagen: Ana Clavel.

 

 

 

 

Resumen:

 

Desde la traza del alarife Alonso García Bravo, en 1523, la Ciudad de México perdió su centralidad. Se desplazó algunos metros. Dicha división metafórica, como ocurre con dos cigotos, fue en gran medida el origen de bifurcaciones posteriores: una multiplicidad de ciudades que irían conformando, a lo largo del tiempo, la megalópolis y la región urbana que la antigua Tenochtitlan es hoy. La Historia y la Literatura, que durante siete siglos se han escrito sobre la luego capital de la Nueva España, y alguna vez Distrito Federal, son abundantes y profundas. Este artículo tiene como objetivo determinar la naturaleza de la Ciudad de México precisamente como un palimpsesto en ambas vertientes. La Ciudad de México es una ciudad de ciudades que se conforma de macro y microhistorias, de historiografías y novelas que nutren y complementan, capa a capa, un evidente caso de estratigrafía urbana y sociocultural.

 

Palabras clave: ciudad, literatura, Ciudad de México, urbanismo, palimpsesto.

 

 

 

Introducción. La Ciudad de México como un palimpsesto en el tiempo

 

Primero le movieron el corazón. Tenochtitlan tenía otro centro. La plaza ubicada frente al Templo Mayor, que albergaba el recinto dedicado a Tláloc y Huitzilopochtli[1], rotó su eje. El sitio en el que concurrían los cuatro puntos cardinales precolombinos modificó su ubicación original, su esencia. De este modo, el Norte (Mictlampa), el Oeste/Occidente (Cihuatlampa), el Este/Oriente (Tlahuiztlampa), y el Sur (Huitztlampa), pronto desembocarían en un templo católico, entonces no tan amplio, que habría de ganar monumentalidad a fines del siglo XVIII incluyendo las esbeltas linternillas diseñadas por el arquitecto Manuel Tolsá: la Catedral Metropolitana. Tenochtitlan se volvería entonces católica y caótica, desecaría sus lagos físicos y espirituales a fuerza de un encuentro cultural complejo y violento. Así tuvo su origen la partición en dos. Una urbe que era agua, y una que se volvió tierra. La urbe que era el ombligo mexica del mundo poseía un núcleo propio en medio de las tranquilas aguas del Anáhuac; núcleo que se movería algunas decenas de metros, en una acción con la que inició la pérdida de las acequias reales al paso del tiempo. La ciudad perdió su esencia, perdió la libertad y las bondades del agua (Bachelard, 1938). Este desplazamiento pareciera haber impactado, de manera simbólica, en la orfandad de una urbe que no encuentra su cordón umbilical.

Volviendo al asunto del núcleo de la urbe, éste se dividió, como lo hace un óvulo, en dos cigotos. La Tenochtitlan llena de esplendor (inundada alguna vez durante el reinado del tlatoani Ahuizotl[2]) se bifurcó para dar espacio a una ciudad paralela, la de la traza del alarife Alonso García Bravo, a quien Hernán Cortés encomendó dicha tarea tras la fundación de la Nueva España en 1523 -una urbe que también se inundaría en 1629[3], dejando como testigo un mascarón en la esquina de Motolinía y Madero[4]-. En cuanto a los vestigios de esta división de urbes siamesas, la Catedral exhibe hoy cierta relación metafórica con aquello que se oculta en los cimientos de los edificios antiguos y no tan antiguos. Demuestra un hundimiento persistente -que ha comenzado a detener el uso de nuevas ingenierías-, aunque es evidente la ciega insistencia en volver a la primera capa del subsuelo: el Mictlán, el inframundo mexica. Pareciera que la oscura sangre del Cristo del veneno deseara fusionarse, bajo tierra, con el corazón de Huitzilopochtli, arrastrando a los capitalinos en este remolino. Es el cigoto volviendo a la semilla. El hundimiento general tras el sismo de 2017. El viaje hacia el origen, como ocurre en el célebre cuento de Alejo Carpentier[5].

Por su parte, El Templo Mayor, dentro de los avances arqueológicos, revela que tal edificio es a su vez el resultado de más de media decena de reconstrucciones superpuestas. De este modo, la historia y la historiografía de una ciudad se vuelven estratigrafía. Estratigrafía arquitectónica, metafísica y sociocultural. Un habitante capitalino, un “chilango”[6] es, sin saberlo, la suma identitaria de todas esas complejidades[7]. Así, desde el inicio del mundo virreinal, desde su nacimiento mestizo, la Ciudad de México era dos ciudades que se dividirían en muchas a lo largo de un encuentro entre el tiempo y el espacio: un gigantesco cronotopo[8]. Se demuestra así, a lo largo de siete siglos, que del mismo modo que declaró Octavio Paz sobre el caso de la Historia de México; la Ciudad de México es un palimpsesto[9], una ciudad de ciudades, un espacio donde cohabitan distintas épocas al mismo tiempo: es la ciudad prehispánica, la ciudad colonial; pero es también la urbe imperial de los palacios, aquella liberal y suntuosa, la porfirista y conservadora, la art noveau y la art decó, la revolucionaria y nacionalista, la nostálgica y la moderna, la identitaria y un monstruo posmoderno; es la ciudad estática y globalizada, pobre e hipermoderna, diversa y violenta; líquida, a pesar de su sólida historicidad. La Ciudad de México es un asombro vanguardista y un esplendor en decadencia.

Hoy en día las dos centralidades originales se han diversificado. Se tienen corazones distintos. Aparecieron con el desarrollo del capitalismo los centros bursátiles. Con la marginación, la pobreza, y la especulación del uso del suelo se presentaron asentamientos irregulares donde nacieron colonias proletarias que dieron paso a verdaderas micro capitales. Sobre todo, en el siglo XX el territorio se redefinió hacia afuera, pero también lo hizo hacia adentro. De nuevo, en capas. El territorio del Valle de México (VM) se convirtió en un jardín de los senderos que se bifurcan[10]. Hoy, en pleno siglo XXI, la megalópolis posee pequeños, y no tan pequeños, miocardios urbanos en Santa Fe, en Ciudad Nezahualcóyotl, en Ecatepec, Coapa o Coyoacán, por ejemplo. Es una capital con distintas micro capitales. Aunque sobrevive la idea de que el segundo corazón, el Zócalo, se mantiene como el espacio vital y rector donde reside, de nueva cuenta, el poder ejecutivo[11]. De este modo, el hasta hace no mucho Distrito Federal[12] se convirtió en un organismo con miocardios diferentes, pero también en un ente con distintas escalas urbanas que coexisten en un mismo territorio. La Ciudad de México es la polis, la metrópolis, la megalópolis, la región urbana y una “desamadrópolis” al mismo tiempo. Es el orden del caos. La belleza y el esplendor arquitectónico; el horror de la inseguridad y los feminicidios. Eso sí, y en esencia, se mantiene históricamente el equívoco de una ciudad de castas, de “güeros y morenos”, de “nobles o mirreyes, de macehuales o nacos”. Es una urbe dividida virtual y territorialmente en Nosotros los pobres y Ustedes los ricos [13], una Ciudad de México partida, como lo hacen saber los memes actuales con respecto a la votación de las alcaldías en julio del 2021: mitad Ulises, mitad Renata, al estilo de los protagonistas que viven un romance necesario y a la vez imposible dentro de la película Amar te duele, de Fernando Sariñana (2002).

 

 

La Ciudad de México como un palimpsesto en la literatura mexicana

 

Con la construcción del palimpsesto histórico de la ciudad surge a su vez su palimpsesto literario. Aparecen las rescrituras de la ciudad. La modernidad y la posmodernidad operan milagros entre las décadas del siglo XX y principios del XXI. La Ciudad de México cobra tal importancia que se convierte en personaje, protagonista de la memoria colectiva de sus habitantes; aunque, a diferencia de novelas urbanas totales escritas tiempo atrás, como Manhattan Transfer, de John Dos Passos (1925), o La región más transparente, de Carlos Fuentes (1958) -en que la ciudad se muestra como una unidad-, en los textos más cercanos la urbe hace su aparición de manera fragmentaria, incluso desde zonas suburbanas y desde una región metropolitana que alcanza 43 municipios conurbados del Estado de México. No existe, entonces, una Ciudad de México que se muestre desde una generalidad, sino apenas algunos cronotopos (Batjin, 1977) que conforman una totalidad desde sus partes. La Ciudad de México posmoderna, hipermoderna (y en ocasiones hiper-rica e hiper-pobre), es posible gracias a la superposición de cronotopos.

Así, el antiguo Distrito Federal aparece como un territorio fragmentado, polisémico, dialógico, recursivo, hologramático, y muchas veces heterotópico. Es poseedor de múltiples imaginarios en la memoria de sus habitantes. Imaginarios malignos en su mayoría, por desgracia. Ello nos conduce a comprender las grandes problemáticas que el centro y sus zonas aledañas enfrentan, al intervenirse un territorio sin una identidad definida, con reglamentaciones múltiples, donde la modernidad, que se convirtió en una promesa futurista en la centuria última, ha dado paso al desencanto en plena posmodernidad.

En la literatura, de manera sincrónica, la Ciudad de México se manifiesta como un territorio no sólo material, sino simbólico, que posee una serie de capas socioculturales que conviven en un sitio desde distintas perspectivas temporales. Estas capas se sobreponen, de forma física y metafísica, conformando espacios a la vez prehispánicos, coloniales, independentistas, modernos, posmodernos e incluso hipermodernos. En una misma urbe conviven lugares turísticos y criminales, ricos y pobres, comerciales y habitacionales (dicho esto, de forma arquitectónica y sociocultural). Presentan capas que, a través de los espacios públicos y los edificios, confieren cierta identidad que se ve reflejada, desde la dimensión estética, en ciertas manifestaciones artísticas, como la literatura urbana[14] que la representa. La Ciudad de México es un mamotreto que se puede estudiar desde una visión general de todos sus estratos o desde la especificidad de cada uno de ellos. Es un hipertexto que posee características metatextuales, en el que se sobrescriben textos encima de lo ya existente. La urbe posmoderna es el espacio ideal para la sobrescritura, el sitio para narrar sobre el pasado. La región metropolitana del VM se convierte, por tanto, en un gran libro transtextual que incluye cada una de las particularidades del hipertexto, entre ellas: la architextualidad, la hipertextualidad, la intertextualidad, la metatextualidad y la paratextualidad; esto es, que de acuerdo a la visión de Bonfil Batalla con respecto a la cultura (1957), la ciudad de México está hecha de muchas micro y macro culturas que se interrelacionan[15].

Desde esta perspectiva literaria, existen códices precolombinos, como el Códice Mendoza, y algunos otros escritos recopilados por Miguel de León Portilla, que describen calles y escenas urbanas de la antigua Tenochtitlan. Las Cartas de relación de Hernán Cortés (1519) y la magistral crónica de Bernal Díaz del Castillo, Historia verdadera de la Conquista de la nueva España (1632), se sobreponen a estos primeros manuscritos, y se enciman a su vez sobre lo narrado por Francisco Cervantes de Salazar en su libro México en 1554. Tres diálogos latinos. Aquí el tiempo se confunde. La crónica de Francisco Cervantes se publica antes, pero describe hechos posteriores a los relatados anteriormente por el libro de Bernal Díaz del Castillo. La primera ciudad se vuelve un cronotopo temporal que se construye no a través de años, sino de un fantasmagórico cambio entre décadas donde se pregona que México es España, siendo que el imperio mexica, y algunas insurrecciones que atemorizaban a los primeros pobladores, no dejaron de existir.

En este sentido, hay a la vez antecedentes literarios modernos, tan modernos como los europeos o norteamericanos, dignos de tomar en cuenta para el estudio de este palimpsesto. Es quizá la generación estridentista mexicana la que presenta una obra literaria urbana tan moderna como lo fueron los movimientos extranjeros. Muestra de esta literatura urbana son el poemario de Manuel Aples Arce, Andamios (1922), y la novela que describe algunos paisajes de la colonia Roma de principios del siglo XX, El café de nadie, de Arqueles Vela (1926). El movimiento urbano y poético estridentista fue tan importante, que el propio Jorge Luis Borges lo cita en su trabajo como precursor del género. De cualquier manera, el país ya contaba con algunos ejemplos de novela urbana. Un caso destacado es Santa, de Federico Gamboa (1903), cuya acción transcurre en la Ciudad de México y sus alrededores, pueblos aledaños como San Ángel, que la capital ha engullido para transformarlos en barrios interiores en uno de los más desaforados crecimientos que la historia universal registra y que a nadie debe enorgullecer (Avilés Fabila, 2016). Otros ejemplos donde la ciudad asoma con cierto coqueteo pueden constituirse en algunos pasajes de la obra de Ramón López Velarde, que, aunque describen un ámbito de la urbe, mantienen intacta la nostalgia por el terruño provinciano. Hasta la aparición de La región más transparente (1958), de Carlos Fuentes, las novelas mexicanas fueron predominantemente rurales, no obstante que José Revueltas había incursionado por la ciudad. Casi simultáneamente a la novela inicial de Fuentes, aparecen otras dos obras: Casi el paraíso de Luis Spota (1956) y El sol de octubre de Rafael Solana (1959). Con ellas tres -independientemente de gustos personales- surge la pasión del lector por la literatura citadina. A partir de ese momento y coincidiendo con la consolidación de otras metrópolis, con el hecho significativo de que nuestro país comienza a industrializarse, a dejar atrás (sin resolver, desde luego) los problemas rurales, con una creciente disminución de la población del campo que busca en las ciudades el sustento; surge el boom de la literatura urbana nacional (Avilés Fabila, 2016). Otros antecedentes de dicha literatura urbana son el poema Los hombres del alba, de Efraín Huerta (1944), una elegía al proletariado mexicano en la Ciudad de México, y una novela que describe una ciudad que no iba más allá del Río de la Piedad (hoy avenida Cuauhtémoc), hasta donde llegaban los taxis de aquella época: Ojerosa y pintada, de Agustín Yáñez (1967), cuyo título, por cierto, surge de un verso de López Velarde en el poema La suave Patria (1921)[16].

Más adelante, al parecer la generación de la ruptura, “de la onda”, los infrarrealistas, la novela política y la novela negra, la literatura urbana se enriquece. Ejemplos de ello son El complot mongol, de Rafael Bernal (1967), El Vampiro de la colonia Roma, de Luis Zapata (1979), Las batallas en el desierto, de José Emilio Pacheco (1981) y Los detectives salvajes, de Roberto Bolaño (1998). Finalmente, en décadas recientes han aparecido novelas que narran en todo caso una perspectiva urbana distópica, donde es general y natural la criminalidad o lo absurdo. Por citar algunos títulos, se tiene Hotel DF, de Guillermo Fadanelli (2010), Te vendo un perro, de Juan Pablo Villalobos (2014), Puerta Santa Fe, de Francisco J. Cortina (2014), o Todos los miedos, de Pedro Ángel Palou (2018). Cada uno de estos textos convive, de algún modo, con los de su contemporaneidad y con novelas urbanas anteriores a ellos. Se continua así una cierta tradición palimpsística literaria e histórica, en un diálogo de discursos actuales con respecto a los antiguos, que hacen de la Ciudad de México un solo libro: un libro de libros.

En cuanto a la visión femenina, la primera escritora que aborda esta sucesión de capas de manera indirecta, junto con escenarios y costumbres cercanos al convento de San Jerónimo, es precisamente Sor Juana Inés de la Cruz. Siglos más tarde, Madame Calderón de la Barca, cuyo nombre real era Frances Erskine Ingils, turista inglesa casada con un importante empresario argentino que le lega su apellido, escribe un libro de viajes llamado La vida en México durante una residencia de dos años en ese país (1842), un libro que le valió severas críticas por parte de algunos intelectuales mexicanos, entre ellos las de los escritores Ignacio Manuel Altamirano y Guillermo Prieto. Vicente Quirarte, en México, ciudad que es un país, menciona que una de las mucamas de la emperadora Carlota de Habsburgo hace una descripción del castillo de Chapultepec y su paisaje cercano, descripción que queda registrada por escrito. Después, las mujeres parecen desaparecer del panorama hasta el arribo, a mediados del siglo XX, de escritoras como Rosario Castellanos, Elena Garro, Dolores Castro y Concha Urquiza.

Josefina Vicens, en El Libro vacío (1958), es probablemente la primera escritora que aborda la ciudad como personaje. En esta novela, el protagonista, José García, actúa como un álter ego de Vicens al quejarse de la imposibilidad de escribir su obra ante las responsabilidades sociales y domésticas. En El libro vacío (1958), José García se interna en las calles para iniciar conversaciones con extraños, convencido que lo más urgente para los habitantes es el poder comunicarse. Más tarde, en la década de los sesenta, setenta y ochenta, aparecen los cuentos, las novelas, y sobre todo las crónicas de autoras como María Luisa la China Mendoza, Elena Poniatowska y Cristina Pacheco. A inicios de este siglo, son notables los ensayos históricos sobre los cafés de la Ciudad de México del siglo XIX, de Clementina Díaz de Ovando, y las crónicas urbanas, arquitectónicas y gastronómicas de Ángeles González Gamio. Finalmente, no podemos asumir el fin del Siglo XX, y este inicio del XXI, sin la obra de mujeres que reivindican el uso del espacio y el transporte público, como ocurre en novelas como Los deseos y su sombra, de Ana Clavel (2000) -donde aparece una mujer que se desvanece mientras recorre el interior del Palacio de Bellas Artes y el arroyo vehicular del Paseo de la Reforma-; Fuego 20, de Ana García Bergua (2017), novela que da cuenta de una mujer fragmentada en el año del incendio de la antigua Cineteca Nacional en 1982; o Bibiana Camacho, que en Tras las huellas de mi olvido ofrece una mujer fracturada, emocionalmente hablando, que se interna a las calles del Centro Histórico, para pasear por la plancha del  Zócalo Capitalino[17]. La mujer se integra a la continuación de este tejido textual colectivo[18], por fortuna, y es quizá em la actualidad el principal afluente de su río.

La Ciudad de México es un gran texto sobrescrito por mujeres y por hombres por igual.

 

 

A manera de conclusión

 

De este modo el antes Distrito Federal ha sido, y es, muchas ciudades llenas de deseos y de oscuridad: una serie de capas materiales y metafísicas sobrepuestas. Debajo de nosotros, como ocurrió al erigir el Templo Mayor, conviven mantos invisibles de hechos heroicos y traiciones, grandes amores e insidias terribles. Debajo de la epidermis “chilanga” respira la piel de los dioses antiguos, la de los desollados, pero también la de las flores y los cantos; luego la de las monjas, casadas o “prostitutas” del oscuro, machista, mocho virreinato; tras de ellas (¿en medio de esas capas?) aparece la elegancia del renacimiento independentista perseguida por el sueño europeo del porfiriato, del moderno en su Neoclásico, el Art Noveau en la elegancia de las colonias Roma, Condesa, Juárez, Santa María la Ribera. Luego el Art Decó, y el anhelo vasconcelista que se concretó en el híbrido que es el Palacio de Bellas Artes, y la rudeza del Monumento a la Revolución. Si se mira con atención, con otros ojos, uno jura que aún se puede ver desfilar a los animales y los fenómenos del zoológico de Moctezuma en el atrio de la Torre Latinoamericana, o atravesar la acera al expresidente Lerdo de Tejada para ir a beber un trago en la cantina El nivel después de una jornada laboral. Los fantasmas de los ciclos conviven entre nosotros con la naturalidad del aire de “la región más transpirante[19]” del planeta. Somos, sin duda, la suma de nuestros muertos. Esta ciudad es memoria. Y una ciudad, por desgracia, dividida entre Ulises y Renatas.

El antiguo Distrito Federal aparece hoy en día como un territorio fragmentado, polisémico, dialógico, recursivo, hologramático, heterotópico, físico, metafísico, prehispánico, colonial, independentista, noveau, decó, moderno, posmoderno, hipermoderno, elegante, paupérrimo, material e imaginario que es necesario asimilar en su complejidad para brindar intervenciones urbanas y socioculturales pertinentes en un futuro próximo. En una misma urbe conviven lugares turísticos y criminales, comerciales y habitacionales, Dios, el diablo y los ateos. La Ciudad de México es un gran libro transtextual que incluye cada una de las particularidades del hipertexto; un hipertexto que nace de las micro y macro historias que se interrelacionan[20]. Lo mismo le pasa, con certeza a París, Londres o Edimuburgo, ciudades medievales, modernas y actuales en un mismo territorio; sólo que, en el caso de la Ciudad de México, por desordenada, las capas estatigráficas del pasado, el presente, y la anunciación del futuro, son más evidentes. Habrá que aprender a sobrescribir en ella. Aprender a hacerlo con una prosa consciente de su propia escritura.

 

 

 

 

Bibliografía:

 

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Bairoch, Paul, (1990), De Jericó a México. Trillas. México.

Bauman, Zygmunt (2000) Modernidad líquida. Fondo de cultura Económica. México.

Bernal, Rafael (1967), El complot mongol, Fondo de Cultura Económica, México.

Bolaño, Roberto, (1998), Los detectives salvajes. Editorial Anagrama. España, 2006.

Borges, Jorge Luis (1948), El jardín de los senderos que se bifurcan. En Ficciones, Emecé Editores, Argentina.

Camacho, Bibiana (2010), Tras las huellas de mi olvido. Editorial Almadía, México.

Calvino, Ítalo (2013), Las ciudades invisibles. Editorial Siruela. España.

Carpentier, Alejo (1944), Viaje a la semilla. Ediciones Atalanta, Cuba.

Clavel, Ana (2000), Los deseos y su sombra. Editorial Alfaguara, México.

Cortés, Hernán (1522) Cartas de Relación. Grupo Editorial Éxodo, pp.49, 63. México, 2007.

Cortina, Francisco J. (2014), Puerta Santa Fe. Editorial Océano, México.

De Mauleón, Héctor (2015) La ciudad que nos inventa. Cal y Canto, México.

Díaz del Castillo, Bernal (1632), Historia verdadera de la Conquista de la Nueva España. Editorial Porrúa, 21ª. Edición, 700 pags. México, 2004.

Fadanelli, Guillermo (2010), Hotel DF. Literatura Mondadori, México.

García Ayala, José Antonio (2010), Lugares de alta significación, Imagen Urbana y sociabilización en la Jardín Balbuena. Plaza y Valdés Editores. México.

García Bergua, Ana (2017), Fuego 20. Editorial Era, México.

Margulis, Mario (2002), La ciudad y sus signos. Estudios sociológicos, vol. XX, núm. 3. El Colegio de México, A.C. México.

Pacheco, José Emilio (1981), Las batallas en el desierto. Ediciones Era. México, 2016.

Palou, Pedro Ángel (2018), Todos los miedos. Editorial Planeta, México.

Paniagua Olivares, Ulises (2017), Imaginarios urbanos y literarios en la colonia Roma. Memoria e identidad urbana frente al arribo de la posmodernidad (Maestría en Ciencias en Arquitectura y urbanismo). Instituto Politécnico Nacional, SEPI; ESIA Tecamachalco, México.

Puga, Alejandro (2012), La ciudad novelada a fines del siglo XX. Universidad Autónoma Metropolitana. México.

Quirarte, Vicente (1997), Elogio de la calle. Biografía literaria de la ciudad de México, 1850-1992. Editorial Cal y arena, México.

Quirarte, Vicente (2018) México, Ciudad que es un país. Editorial Pre-textos, España

Spota, Luis (1956), Casi el paraíso. Planeta, México, 2014.

Vicens, Josefina (1958) El libro vacío. Fondo de cultura Económica. México, 2006.

Villalobos, Juan Pablo (2014), Te vendo un perro. Editorial Anagrama, Barcelona.

Villoro, Juan (2014), ¿Ya nos perdimos? La ciudad y su representación. Habla Ciudad. México. Editorial Arquine.

Zapata, Luis (1979), El Vampiro de la colonia Roma. Debolsillo. México, 2013.

 

 

Hemerografía y fuentes electrónicas:

 

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Avilés Fabila, René (2016), Literatura urbana en México II. Diario Excélsior, 13/03/2016. México.

Oliva, José (2019), Anna María Iglesia reivindica la denostada y olvidada figura de la "flâneuse". Diario La Vanguardia, España, 08/06/2019.

Paniagua, Ulises (2016), Tenochtitlan, nos movieron el corazón. Revista Horizontum, Finanzas y Cultura, México, 30/09/2016, https://www.horizontum.mx/tenochtitlan-nos-movieron-el-corazon/#:~:text=Sucede%20que%20no%20es%20as%C3%AD,Charles%20Latrobe%2C%20en%201834).

Pineda Botero, Álvaro (2017), Espacio urbano (literatura urbana). Biblioteca virtual Wikia. http://es.biblioteca-virtual.wikia.com/wiki/Espacio_Urbano_(Literatura_Urba

 

 

 

 

[1] El recinto del Templo Mayor albergaba no sólo el templo doble dedicado a Tláloc y Huitzilopochtli, el cual puede ser admirado hoy en día. También estaban ahí la llamada Casa de las Águilas, el Templo de Ehécatl, el Tzompantli, el Juego de Pelota y el Calmécac, entre otras edificaciones. Fuente: Instituto Nacional de Antropología e Historia, INAH, 21/01/2020. https://www.inah.gob.mx/zonas/120-zona-arqueologica-templo-mayor#:~:text=El%20recinto%20del%20Templo%20Mayor,el%20Calmecac%2C%20entre%20otras%20edificaciones.

[2] Ante el crecimiento de la ciudad y la necesidad de contar con un mayor suministro de agua, alrededor de 1500 d.C. (Ahuizotl) mandó construir un acueducto para aprovechar los manantiales cercanos a Coyoacan. El asunto no terminó bien, pues la obra fue mal planeada y cuando se puso en funcionamiento la ciudad sufrió una grave inundación. Según algunas crónicas, al tratar de ponerse a salvo durante ese desastre Ahuítzotl sufrió un fuerte golpe en la cabeza que a la larga causaría su muerte en 1502 d.C. Fuente: Enrique Vela, Arqueología mexicana. Especial 40, Los tlatoanis mexicas. La construcción de un imperio. https://arqueologiamexicana.mx/mexico-antiguo/ahuitzotl-el-espinoso-del-agua-1486-1502

[3] La situación pintaba mal para la ciudad desde l627. Dos años después, en julio. su periferia ya estaba inundada, y luego de una serie de aguaceros excepcionales -del 21 al 22 de septiembre de 1629 de la orgullosa y prepotente ciudad de México sólo emergía un pequeño pedazo alrededor de la plaza mayor. A este lugar se le llamó isla de los perros porque muchos buscaron refugio allí. Pero el resto del casco urbano quedó cubierto por uno y en partes hasta dos metros de agua. y la inundación había causado centenares de muertes y el colapso de chozas, jacales y casuchas. Los pisos altos, secos, no eran muchos. En ellos se refugiaron los pudientes, quienes pronto mandaron hacer canoas para desplazarse de un lugar a otro. Las autoridades, con premura, se ocuparon de prestar ayuda a los damnificados: comida, hospitales, alojamiento, etc. (…) Se levantaron terraplenes, puentes de madera, pasillos y otros artificios que permitían malamente desplazarse a pie. Se bombeó el agua fuera de algunos recintos. Las misas, tan importantes en ese mundo, se celebraron en las azoteas. Fuente: García Martínez, Bernardo, “La gran inundación de 1629”, Arqueología Mexicana núm. 68, pp. 50-57.

[4] El 21 de septiembre de 1629 empezó a llover y la tormenta no paró durante 36 horas. El agua barrió animales y sepultó carretas. En menos de dos días, se tragó las calles de la capital de México. Algunas crónicas novohispanas y posteriores conservan esbozos de la tragedia, pero quizá el único sobreviviente es un mascarón en la esquina de un edificio en las calles de Motolinia y Madero. Aunque se ha deteriorado, la figura de piedra aún define la cabeza de un león. Su cara felina se alza más de dos metros porque según el escritor y periodista mexicano, Héctor de Mauleón, marca el nivel que alcanzó la inundación. Fuente: El financiero, Este es el último sobreviviente a la peor catástrofe en la historia de la CDMX, 28 /03/2018. https://www.elfinanciero.com.mx/culturas/este-es-el-ultimo-sobreviviente-a-la-peor-catastrofe-en-la-historia-de-la-cdmx/

[5] Publicado en 1944 en una edición de 100 ejemplares, «Viaje a la semilla» nos lleva a la Cuba colonial del siglo XIX (…), asistimos a la muerte de Don Marcial, Marqués de Capellanías, a los diferentes avatares de su vida y a su nacimiento. Fuente: Carpentier, Alejo (1944), Viaje a la semilla. Ediciones Atalanta, Cuba.

[6] Chilango es el término utilizado referenciado a una persona que es oriunda o habitante de la Ciudad de México acorde a la definición de la Academia Mexicana de la Lengua (…) En diversos diccionarios se lee que el origen del término es profundamente despectivo, teniendo su origen en dos palabras, del náhuatl chile (fruto, pimiento picante usado ampliamente en las culturas de Mesoamérica) y chango (vocablo coloquial para referirse a los primates arborícolas de África), siendo chilango una mezcla despectiva entre ambos vocablos. Este gentilicio, según algunos autores (…) era usado exclusivamente para referirse a las personas de las castas inferiores de la ciudad. Esto es posible entenderlo proveniente de las castas altas mexicas que acostumbraban gentilicios denigrantes para referirse a sus vasallos y a sus enemigos sometidos. Fuente: Wikipedia.

[7] Un ejemplo de ello es el Zócalo capitalino. Un segundo cosmos, un nuevo centro que nació con la llegada de los españoles: una extensa plancha (base de un monumento gigantesco que no llego a construirse), que es, en esencia, un cronotopo atemporal de carácter simbólico, histórico, polisémico; y en ocasiones heterotópico[7]. Un espacio al que también le modificaron uno de los ejes, en una segunda rotación. Si la ciudad de México fuese un planeta, tuviese ya, con certeza, un cambio en su inclinación y su trayectoria. Si uno llega al Zócalo, esa plancha de concreto custodiada por edificios monumentales (Palacio Nacional, Catedral Metropolitana, Palacio de Gobierno de la CDMX), lo hace casi invariablemente por la calle de Madero. Es tan frontal este trayecto, que uno camina con el convencimiento de que Madero ha sido desde tiempos prehispánicos la principal avenida de la ciudad. Sucede que no es así, que los capitalinos tenemos el corazón “movido”, que los ejes de la traza urbana han experimentado transformaciones que inciden en la morfología de la otrora “Ciudad de los Palacios”, como la llamó Charles Latrobe (1834). De allí este sentir errabundo que suele acompañar el carácter de los habitantes del antiguo Distrito Federal (…) En aquellos años, la avenida principal que comunicaba hacia el nor-poniente era la México-Tacuba, es decir, la actual calle de Tacuba. La calle de Madero no figuraba en el mapa. La México-Tacuba era una calzada concurrida. En ella se establecieron, durante el periodo colonial, importantes comercios, hostales y fondas. Luego se fundaron fábricas tabacaleras y mansiones. El esplendor de esta calle terminó con el periodo de post-Independencia, con el arribo a Plateros, hoy Madero, de cafés, teatros, bares y actividades culturales; más tarde, Maximiliano de Habsburgo adoptaría este espacio, fusionando el corredor Plateros-La Alameda-Reforma, donde circulaban lujosos carruajes que conducían al emperador, desde su castillo en Chapultepec, hasta el Zócalo de la ciudad. Fuente: Paniagua, Ulises, Tenochtitlan, nos movieron el corazón Horizontum, 30/09/2021.

[8] Se define cronotopo (del griego: kronos-tiempo y topos-espacio/lugar) la conexión esencial de las relaciones temporales y espaciales asimiladas artísticamente en la literatura. Literalmente, el concepto viene a significar espacio-tiempo. Es un término utilizado también en el ámbito científico, debido a la teoría de la relatividad y su concepción de tiempo como cuarta dimensión. En literatura, expresa (tal) carácter indisoluble, haciendo a ambas unidades visibles artísticamente hablando. El espacio y el tiempo se unen en un solo concepto, el cronotopo, y a partir de esa condensación espacio-temporal se generan los diferentes temas literarios que se han ido dando a lo largo de la historia. Fuente: literarySominia, s/f, https://www.literarysomnia.com/articulos-literatura/cronotopos/

[9] Un palimpsesto, del griego antiguo παλίμψηστον, que significa «grabado nuevamente», compuesto por πάλιν (palin: otra vez) y ψάειν (psaein: grabar), es un manuscrito que conserva huellas de otra escritura anterior en la misma superficie, pero borrada expresamente para dar lugar a la que ahora existe. Fuente: Wikipedia, s/f, https://es.wikipedia.org/wiki/Palimpsesto.

[10] Borges, Jorge Luis (1948), El jardín de los senderos que se bifurcan. En Ficciones, Emecé Editores, Argentina.

[11] Al presidente López Obrador la casa de los Pinos le pareció pequeña, y decidió cambiar la residencia oficial a Palacio Nacional, que fue por 300 años el lugar de habitación de los virreyes de la Nueva España. Se trasladó a vivir (allí). El lugar de vivienda está en el área sur del edificio, donde se ha acondicionado el espacio para que habiten él, su esposa y su hijo pequeño. En la presidencia de Calderón Hinojosa se adecuó este espacio con una recámara, sala, comedor y cocina, para ser utilizado en casos de emergencia. En los hechos esto nunca sucedió. Ahora, ese lugar se ha ampliado y para eso se aprovecharon oficinas y salas de juntas que antes utilizaba el Estado Mayor Presidencial, institución que fue eliminada por el presidente. Fuente: https://www.eleconomista.com.mx/opinion/El-presidente-se-cambia-a-Palacio-Nacional-20190721-0076.html, El economista, 21/07/2019.

[12] En enero de 2016 dejó de existir el Distrito Federal para dar paso a la Ciudad de México, que se convertiría en la entidad 32 del país. La Ciudad de México se convirtió en una entidad con autonomía, derechos, obligaciones, y con carácter libre y soberano. Fuente: Expansión, Se acabó el Distrito Federal: ¡Bienvenida, Ciudad de México!, 29/01/20216.

[13] Películas dirigidas por Ismael Rodríguez. Ambas estrenadas en el año de 1948.

[14] Para determinar qué es la literatura urbana, partimos de la definición del escritor mexicano René Avilés Fabila. Para él, ésta es un fenómeno complejo y, desde luego, reciente, y responde al surgimiento de las ciudades modernas. Tal arte no es simplemente temático, también es formal y proporciona a la novela estructuras más elaboradas, producto de los nuevos adelantos de la ciencia y la técnica, de los avances culturales del ser humano. Sus características son las rupturas temporales, los juegos tipográficos, las tramas donde las historias van y vienen con impetuosidad, y que permiten la intromisión de elementos ajenos al discurso literario; tiene una marcada influencia cinematográfica y, por lo tanto, dejó de ser lineal para entrar en el mundo de los planos diversos. Con ello, la literatura urbana ha creado nuevos personajes mucho más complicados que los sencillos que uno podía hallar en la rural, con mayores problemas síquicos e ideológicos, que transitan por escenarios laberínticos y a menudo deshumanizados (Avilés Fabila, 2016). Por otra parte, el concepto de novela urbana que propone Álvaro Pineda Botero se entiende como la expresión de los problemas filosóficos del hombre contemporáneo, en donde la ciudad dista de ser un elemento meramente mimético en las formas estéticas de la literatura, para dar lugar a elaboraciones sensibles que configuran condiciones de posibilidad sobre las diferentes cartografías que se trazan en el devenir ciudad del sujeto urbano (…) De hecho, Pineda Botero propone una diferenciación entre las novelas de ciudad escritas en el periodo de 1900 a 1950, y lo que posteriormente denominara novela urbana: Podríamos afirmar que la “novela de ciudad” está relacionada más que todo con la cartografía del espacio físico y el paisaje, con las menciones concretas de lugares, monumentos, edificios y avenidas. Es realista y mimética y se establece por lo general como testimonio. La novela urbana implica una concepción más amplia: es un horizonte en el que todo es posible; es el aspecto abierto para que surja la cultura y la creación literaria (Pineda Botero, a través de Moreno, Pierre, 2017).

[15] La transtextualidad es un término acuñado por el teórico literario y narratólogo Gérard Genette. En su libro Palimpsestos: La literatura en segundo grado (1982), Genette explica la transtextualidad, o “trascendencia textual del texto”, como "todo lo que pone al texto en relación, manifiesta o secreta, con otros textos". Dentro de este mismo estudio, el teórico francés enumera cinco tipos de relaciones transtextuales que cada texto posee: a) Intertextualidad. La intertextualidad funge como el paradigma terminológico de la transtextualidad, a partir de lo propuesto por Julia Kristeva. Genette define este concepto, “de manera restrictiva, como una relación de copresencia entre dos o más textos”, por lo que no equivale al que se emplea en el postestructuralismo; b) Paratextualidad. Si bien una obra literaria consiste en un texto verbal con una determinada significación, este texto no se presenta sin el acompañamiento y refuerzo de ciertas producciones “que no sabemos si debemos considerar o no como pertenecientes al texto, pero que en todo caso lo rodean y lo prolongan precisamente por presentarlo”; c) Metatextualidad. La metatextualidad, el tercer tipo de trascendencia textual, es una relación que se puede entender como “de comentario”. En este sentido, un texto que habla de otro establece una relación metatextual con ese, sin que necesariamente lo cite, o incluso sin que lo mencione. De acuerdo con Genette, la relación que se establece por este tipo de discurso es crítica, y considera así que la teoría y crítica literaria es el metatexto por excelencia; d) Hipertextualidad. El cuarto tipo de trascendencia textual es sobre el que se centra Palimpsestos: la hipertextualidad. Según Genette, las relaciones hipertextuales son las que incluyen a un texto B (llamado hipertexto) y a un texto A (el hipotexto), que es anterior a B, y del cual se puede decir que parte este último; e) Architextualidad. En un estudio previo a Palimpsestos, Gérard Genette explica que el interés de la poética literaria no es el texto en su singularidad, sino el architexto, o la architextualidad del texto, que equipara al estudio de la literaliedad de la literatura. Fuente: Wikipedia, s/f, https://es.wikipedia.org/wiki/Transtextualidad.

[16] La literatura urbana de la Ciudad de México es también un palimpsesto, donde lo mismo se citan y evocan las ruinas circulares de Cuicuilco, el primer ayuntamiento del Marqués de Oaxaca, Hernán Cortés, en Coyoacán; a Chucho “el roto” y su incursión por las mansiones y los bosques de Tlalpan. Y en libros más antiguos, se construye el hipertexto del Mercado del Volador y el del Parián, donde uno se hacía de provisiones de chía, nopales, hierbas medicinales, guajolotes y conejos. Del mismo modo aparece la calle de de Tacuba, donde en el siglo XIX vivieron importantes autores de su generación; era considerada la calle de los escritores: entre ellos Fernández de Lizardi, el autor de El periquillo Sarmiento.

[17] Es claro que el reto en un futuro próximo, y no tan próximo, es que la ciudad no sea mujer, sino que se convierta en la ciudad de las mujeres. Las marchas feministas están escribiendo esta historia, a través de una narrativa reciente. Llegará, sin duda, un tiempo donde al proyectar sus personajes en las novelas las mujeres no se rompan como desconsoladas Coyolxauhquis; sino que se desenvuelvan entre calles, plazas, hoteles, antros y sueños, con la mayor naturalidad. ¿Qué clase de literatura urbana, qué agradables sorpresas esparcirá esta ola de literatura femenina y feminista de inicios del siglo XXI? Sólo el tiempo podrá contestarlo. Fuente: Paniagua, Ulises, La novela femenina y la Ciudad de México: una aproximación de género. Revista Taller Ígitur, 31/05/2020. https://tallerigitur.com/ensayo/la-novela-femenina-y-la-ciudad-de-mexico-una-aproximacion-de-genero-por-ulises-paniagua/2669/

[18] Para Ana Clavel, como caso aparte, existen al menos dos ciudades de México, una histórica que se asienta en el subsuelo, y una imaginaria que se construye en la morfogenética nemotécnica de sus habitantes. Clavel comenta: “Siempre es así, más el sueño o delirio colectivo… Pero además, me marcó mucho una lectura que hace don Alfonso Reyes sobre la Ciudad de México. Creo que está en Visión de Anáhuac… Lo que dice Reyes es que, si en una estrella lejana del universo hubiera vida y allá alguien atisbara la Tierra con un telescopio potentísimo, lo que vería sería no a la ciudad en que estamos, sino la ciudad del lago en el momento de la llegada de los españoles. Es decir, que incluso lo ya “inexistente” se superpone imaginariamente a lo real” [18].  En la novela “Los deseos y su sombra”, de dicha autora, debajo de la ciudad posmoderna que vivimos se hallan las huellas, los símbolos, los signos, las marcas, las ruinas y el esplendor de otras ciudades antiguas. Se encuentra así la ciudad modernizada que ideó el regente Ernesto P. Uruchurtu entre 1952 y 1966[18]; pero también hay una ciudad porfirista, art decó y art noveau, que, a su vez, recubre el esplendor de la arquitectura virreinal y post independentista. Y debajo de todas ellas, como un corazón latiendo, se encuentra México-Tenochtitlan, una polis subterránea que alimenta la historia y las imaginerías colectivas de las demás ciudades. Nuestra megalópolis es, de este modo, cada una de estas capas. Una especie de ciudades invisibles de las que habla Ítalo Calvino (1972). La ciudad es la suma de los deseos, los anhelos, las alegrías y los temores de las muchas ciudades que el antiguo Distrito Federal, la Ciudad de México, ha sido. La Ciudad de México, de igual modo para la mujer, es un palimpsesto con una serie de capas históricas y sociales que conviven a la vez[18]. Qué es nuestra ciudad, sino aquello que persiste principalmente en el imaginario. De ahí la importancia de que las intervenciones urbanas se realicen con plena conciencia de las capas históricas y socioculturales que la conforman. No se debe intervenir una ciudad sin conocerla. “O si lo quiere ver en un sentido urbanista, ese mundo subterráneo, mítico, subconsciente sería la ciudad prehispánica sobre la que edificaron la colonial, y sobre la colonial la moderna…Así que, a estas alturas, ese mundo de túneles, créamelo, está más en nuestras cabezas que en el subsuelo (Clavel, 2000:173)”. Fuente: Ana Clavel, en entrevista del 2020, incluida en el apéndice de la tesis de investigación de Paniagua Olivares, Ulises (2021) De la ciudad modernizada a la ciudad posmoderna: Imaginarios urbanos de la Ciudad de México en la literatura mexicana de la segunda mitad del Siglo XX.). ESIA Tecamachalco, IPN, México.

[19] Paronomasia sobre la célebre novela de Carlos Fuentes.

[20] La transtextualidad es un término acuñado por el teórico literario y narratólogo Gérard Genette. En su libro Palimpsestos: La literatura en segundo grado (1982), Genette explica la transtextualidad, o “trascendencia textual del texto”, como "todo lo que pone al texto en relación, manifiesta o secreta, con otros textos". Dentro de este mismo estudio, el teórico francés enumera cinco tipos de relaciones transtextuales que cada texto posee: a) Intertextualidad. La intertextualidad funge como el paradigma terminológico de la transtextualidad, a partir de lo propuesto por Julia Kristeva. Genette define este concepto, “de manera restrictiva, como una relación de copresencia entre dos o más textos”, por lo que no equivale al que se emplea en el postestructuralismo; b) Paratextualidad. Si bien una obra literaria consiste en un texto verbal con una determinada significación, este texto no se presenta sin el acompañamiento y refuerzo de ciertas producciones “que no sabemos si debemos considerar o no como pertenecientes al texto, pero que en todo caso lo rodean y lo prolongan precisamente por presentarlo”; c) Metatextualidad. La metatextualidad, el tercer tipo de trascendencia textual, es una relación que se puede entender como “de comentario”. En este sentido, un texto que habla de otro establece una relación metatextual con ese, sin que necesariamente lo cite, o incluso sin que lo mencione. De acuerdo con Genette, la relación que se establece por este tipo de discurso es crítica, y considera así que la teoría y crítica literaria es el metatexto por excelencia; d) Hipertextualidad. El cuarto tipo de trascendencia textual es sobre el que se centra Palimpsestos: la hipertextualidad. Según Genette, las relaciones hipertextuales son las que incluyen a un texto B (llamado hipertexto) y a un texto A (el hipotexto), que es anterior a B, y del cual se puede decir que parte este último; e) Architextualidad. En un estudio previo a Palimpsestos, Gérard Genette explica que el interés de la poética literaria no es el texto en su singularidad, sino el architexto, o la architextualidad del texto, que equipara al estudio de la literaliedad de la literatura. Fuente: Wikipedia, s/f, https://es.wikipedia.org/wiki/Transtextualidad.

 

 

 

 

 

Ulises Paniagua (México, 1976). Narrador, poeta y dramaturgo. Ganador del Concurso Internacional de Cuento de la Fundación Gabriel García Márquez, en Colombia (2019). Fue entrevistado por Silvia Lemus, en el año 2020, en el programa “Tratos y retratos” de Canal 22. Incluido en la antología internacional de carácter bilingüe “Puente y Precipicio”, publicada en Rusia, dentro de la celebración de la Bienal de Poesía de Moscú, bajo la selección de Natalia Azarova y Dmitriy Kuzmin (2019). Es autor de dos novelas, siete libros de cuentos y cuatro poemarios. Ha sido divulgado en antologías, revistas y diarios nacionales e internacionales, incluyendo Nocturnario, El búho, Círculo de poesía, Nexos, Siempre!, Blanco Móvil, Punto en línea, El Sol de México, Ígitur, Letralia, Nueva York Poetry, Altazor, Algarabía y Jus. Es publicado de forma habitual en Revista Anestesia, a través de su columna “Los textos del náufrago”. Es parte del catálogo de autores del INBAL. También es director del Festival Universitario de Literatura y Arte, Creador y director del Coloquio Internacional de Poesía y Filosofía (respaldado por el Fondo de Cultura Económica), y coordinador de publicaciones de la revista Blanco Móvil, en su sección de narrativa. Publicado en la Academia Uruguaya de Letras, en España, Italia, Perú y Venezuela, su obra ha sido traducida al inglés, ruso, griego, serbio, checo e italiano.

Correo electrónico:  sesilu7@yahoo.com.mx.