Poesía y memoria: el caso de Irán. Por Patricia Almarcegui
Poesía y memoria: el caso de Irán
Patricia Almarcegui
Escritora y profesora de literatura comparada
En Irán, la poesía constituye un patrimonio inmaterial riquísimo y único, un bien precioso del que son conscientes sus habitantes desde niños. La poesía es un modo de existencia, una manera de relacionarse y concebir el mundo, una acción política y un acto de poder. De entre la tradición persa, hay que destacar la figura, rodeada de misterio, del poeta Hafez (1320-1389), cuya obra Diván, a través de sus tensiones, contrastes y ambigüedades, refleja el día a día en el que conviven los iraníes desde hace tiempo. La poesía de Hafez contiene asimismo una lectura mística, en el sentido de que busca la unión con lo divino. Esta lectura bebe de la tradición neoplatónica, compartida por las tres grandes religiones. Así pues, es fácil encontrar paralelismos entre los versos de Hafez y los de los místicos españoles como Teresa de Jesús o san Juan de la Cruz. El lenguaje poético neoplatónico se basa en la alegoría y aspira a hacer visible lo conceptual, como un ejercicio de autoconocimiento que se re-crea una y otra vez a través de la memoria.
No existe un amor más grande por la poesía que el que le profesa Irán. No hace falta conocer en profundidad la poesía persa para percibirlo. Quien viaja a Irán lo sabe. Los mausoleos de los poetas, abiertos de ocho de la mañana a once de la noche, están llenos de iraníes. Los de Omar Jayyam y Farid Un-Din Attar en Nishapur, el de Ferdusi en Tus, los de Al-Saadi y Hafez en Shiraz, etc. Allí acuden los iraníes desde todas las partes del país para recitar los versos de los poetas, recordarlos con música, pasear en pareja, comer o beber, cantar sus poemas en familia, ver la luna y reflexionar sobre la vida y la muerte. A los tres años, los niños comienzan a jugar a un juego. Una persona mayor dice una palabra y, con la letra que termina, un niño comienza el verso de un poema; otro retoma la última letra y recita otro verso, y así infinitamente hasta que ya no recuerdan más. A veces lo hacen con palabras sueltas. Rend (bohemio) fue la palabra que escogí en un colegio para que jugaran, y más de diez niños fueron declamando poemas de diferentes poetas iraníes con esta palabra.
Irán mantiene una relación muy especial con la poesía. Las razones son varias. Para empezar, la poesía es un modo de existencia. Los iraníes conviven con ella, se reconocen y la actualizan, generando así una determinada sociabilidad. Vida y poesía se parecen entre sí.
La poesía es el lenguaje original de la sociedad, una vía y herramienta de comunicación que representa la pasión y la sensibilidad. De ahí que constituya el lenguaje de las revoluciones y revelaciones gracias a su principio social y revolucionario. La poesía es una acción política, un acto de rebeldía y una forma de poder. La poesía es un emblema cultural del Irán contemporáneo y de sus problemas sociales. Al estudiar la forma en que los ciudadanos se relacionan con ella, se conoce cómo se ha ido configurando el imaginario del país. Tras la revolución, la cultura persa clásica representa una constelación. La cultura o farhang es un discurso dominante en el cruce de prácticas, espacios y temporalidades entre la religión y la política. Así se convierte en una articulación hegemónica que escapa a las iniciativas administrativas del Estado y que produce unos efectos estéticos en los lectores y oyentes que aumentan el impacto emocional.
Tanto en Oriente como en Occidente, la poesía se caracteriza por una serie de singularidades. El origen del lenguaje pudo ser poético. Cuando surgió, todo se expresaba en verso. Mucho más fácil y rentable que la prosa, no necesitaba de nexos ni largas articulaciones, pues lo que había que «hablar o comunicar» eran hechos trascendentales. «Lluvia», «comida», «fuego»… conceptos que no necesitaban más de una o dos palabras para enunciarse.
Si la poesía fue el primer lenguaje de los hombres, y si el lenguaje es en su esencia una operación poética que ve el mundo como una red de símbolos y de relaciones, entonces la sociedad se construye sobre un poema. Toda poesía necesita de interpretación y se percibe a través de la apreciación estética. El mundo no es un conjunto de cosas, sino de signos. Como coinciden en señalar varias religiones, el mundo no fue creado por un Dios, sino que fue dicho. Las cosas son palabras. Una montaña es una palabra, un río es otra, un paisaje es una frase. El mundo es la metáfora de una metáfora que se convierte en una figura del lenguaje. De ahí que una de las funciones de la poesía sea mostrar el otro lado de las cosas, lo maravilloso cotidiano. Es decir, la forma en que se accede a la realidad a través de metáforas y símbolos.
El poema es un acto. El poeta dice y, al decir, hace y se hace a sí mismo. La poesía es un ejercicio de autoconocimiento y autocreación. El lector repite, a su vez, la experiencia de autocreación del poeta. Poesía y magia; poeta como transmisor de un espíritu religioso; poesía como intervención de la realidad. Son ideas que provienen de la Antigüedad y de la Edad Media y que se recuperan en los siglos XIX y XX para insertarse en el devenir de la poesía de la actualidad. El poeta pasa de transmitir un saber revelado a ser una revelación propia.
La coherencia de la poesía no se puede entender a través de argumentos, razones ni lógicas. Su gran explicación llega a partir del ritmo. Más cercano al origen, más próximo a la pulsión del corazón, encuentra una analogía natural con el lector, que se convierte en un escucha de las palabras. La noción de ritmo reemplaza la de materia y forma. Poeta, lector y oyente atienden a la poesía porque escuchan un ritmo, una vibración. Reciben algo oyendo y lo transmiten. Para escuchar hay que aquietarse, atender al suceder, a las intensidades sonoras. Los lapsus, los silencios y las repeticiones no hacen a la poesía incompleta sino que hablan de lo incompleto. Mal se puede hablar de lo que se ignora. Así, la poesía se encuentra, desde el origen del lenguaje, más cerca del misterio y el enigma.
La poesía sugiere; evoca sensaciones latentes y dormidas. El lector se reconoce en lo ajeno por lo propio y recupera experiencias alejadas en el tiempo y en el espacio. El poema transmite algo universal, al igual que la filosofía. Por ello, los sabios en las culturas antiguas se expresaban a través de la poesía, pues es sabiduría.
La poesía se encuentra íntimamente ligada a la memoria. Durante siglos, perduró gracias a la difusión oral. La rima, el ritmo, las repeticiones, los estribillos, las cadencias, las enumeraciones, las gradaciones ascendentes y descendentes, etc., eran fórmulas melódicas inherentes al género, pero también absolutamente necesarias para su transmisión. Se mantenía porque se recordaba y se recordaba porque disponía de elementos sonoros que se anclaban en la memoria. A partir de ahí, brotaban las palabras y el sentido.
Asimismo, la memoria actúa a través de imágenes. No se recuerda solo porque se escucha, sino porque se ve. En este sentido, la literatura persa representa una de las mayores potencias iconográficas de Oriente y Occidente. Las imágenes se crean también a partir de las palabras. Por eso la imagen, junto a la metáfora, es una de las figuras retóricas más importantes. Si la fotografía y el cine iraní han tenido el desarrollo y la calidad que tienen es porque provienen de una tradición visual excelsa, que ha ido organizando la poesía persa del siglo X en adelante.
La prohibición del Islam de representar la figura humana obliga a fijarse con más detalle en las palabras. Los iraníes se encuentran ligados a ellas. Crean su imaginario visual a partir de los vocablos. Por eso, su mundo es más subjetivo e imaginario que otros. Construyen la realidad gracias a la poesía y esta se convierte en tradición e historia. Cuanto mayores son las carencias, más hay que imaginar, y cuanto más se imagina, más intensa se vuelve la percepción y, con ella, el recuerdo. Por ejemplo, una flor en los paisajes áridos de Irán es tan infrecuente que hay que imaginarla y, cuando se hace, se la acaba amando más.
Hafez (1320-1389) es el poeta iraní por excelencia, porque recoge dicha tradición visual hasta llevarla al extremo. Su trabajo con la palabra es único. Tensa al máximo todas las posibilidades de las figuras poéticas. En cada palabra se hallan tantos mundos imbricados, tal poder simbólico, tanta evocación y sugestión que el lector y el oyente encuentran en ellas lo que buscan. Se dice que cuando se abre su libro, el Diván, al azar, el poema que surge predice el destino. No podría ser de otra manera, pues existe una hermenéutica tal de los vocablos que en cada uno subyacen al menos dos sentidos.
Poquísimo se sabe del poeta de Shiraz. No existen pruebas para afirmar que fuera copista, maestro o recitador, solo sabemos que se mantuvo cerca de la corte y del medio sufí. También que fue ciudadano, letrado, formado en teología, derecho y espiritualidad. Estas afirmaciones se extraen y se deducen de la lectura minuciosa de su Diván. Hafez es el maestro incuestionable del gazal; con esta forma estrófica canta al amor, al vino, a la naturaleza y al enigma del destino. Hasta entonces el gazal trataba de un solo tema, pero Hafez lo alargará y dará cabida en él a su gran imaginación poética, introduciendo más temas e idealizando los anteriores. Resulta imposible saber con exactitud si su inspiración es mística o profana. Esta incertidumbre, la extrema musicalidad y armonía de su lengua y estilo –que proviene del origen del gazal, concebido para ser cantado– y su sutileza espiritual constituyen el gran secreto de su poesía, al mismo tiempo que de la extrema dificultad, casi imposibilidad, de una traducción precisa, debido a la complejidad simbólica y la pluralidad de sentidos de las palabras.
Los iraníes aprenden su magno Diván (500 gazales) desde niños. La rima consonántica de los hemistiquios (mesra) y los dísticos (beyt) ayudan a memorizarlo, lo mismo que la analogía visual de la caligrafía que permite recordarlos gráficamente. Cada dístico funciona como un poema y cada uno debe hacer que las figuras se hagan eco en el otro; muchas veces el primer y el último dístico se responden. A ello se suma una de las características principales de sus versos: la alternancia de temas, que no llegan a desarrollarse totalmente ni a tener una conclusión lógica. Extrema dificultad para una lectura racional, pero imagen sencilla de la propia irresolubilidad del misterio y el enigma de la vida. La tensa armonía de la poesía de Hafez es imagen de las dualidades y bipolaridades que conviven en el día a día de los iraníes desde hace siglos. Así, la poesía se carga de expresiones de opuestos, ambigüedad en las imágenes, rodeos retóricos y juegos de palabras que traducen el dualismo, el contraste y la tensión.
Mientras el gran poeta místico Rumi representa la perfección, Hafez instruye a sus lectores acerca de cómo vivir. Remite a lo cotidiano, también a la ciudad de Shiraz y sus habitantes, y estos se reconocen en ella. Durante la vida del poeta, la población tuvo que vivir las variaciones políticas y religiosas del reino Inju (mongoles invasores de Irán) y el gobierno intolerante de Mubarez ud-Din, fanático suní, y la poesía de Hafez sembró el optimismo. Vino, amor, rosas, ebriedad, jardín… son temas que se repiten y formas para gozar lo efímero y la fugacidad de la vida. Pero también son elementos que esconden, gracias a la pluralidad de sentidos de las palabras y a las figuras poéticas, una crítica encubierta a la sociedad. En la tumba de Hafez no hay visitante que no recite sus versos de memoria; en Shiraz, en Irán, nadie olvida su poesía. A través del recuerdo de sus poemas, de su constante actualización, se pone en evidencia cómo la cultura persa es una cultura de la memoria. Las palabras poseen un halo y dan lugar a situaciones y contingencias. Esta actualización nemotécnica genera varias cuestiones. Al igual que ocurrió en el siglo XIV, ¿hasta qué punto no se esconde en esta defensa de la poesía una crítica a la sociedad actual? El amor por la poesía, ¿es una búsqueda del pasado iraní, de una narrativa nacional, de una poética de la memoria? ¿La actualización del poeta es una vuelta al pasado, un escape para huir del presente?
La poesía de Hafez tiene y admite una lectura mística. El máximo especialista de su poesía en Occidente, Charles-Henri de Fouchécour, ya descubrió que el poeta de Shiraz no era un sufí aunque se hubiera movido en medios sufíes. Es en el sentido de la búsqueda de unión con lo divino, encarnado este en el amor, donde puede interpretarse dicho misticismo. Un amor, afirma Fouchécour, que recubre toda la visión de Hafez y para el que está predestinado. El amor le otorga la palabra y le hace ser poeta y amante. El amado no existe en cuerpo sino en imagen: «Nos conformamos, al igual que Hafez, con una imagen de ti». Una imago que proviene y se construye a partir de algo real, pero que también adquiere el estatus de fantasma.
El deseo de llegar al amado asume la función de conmutar las cosas en objetos mentales, labor del poeta y su oficio con las palabras, las cuales a través de evocaciones y sugerencias remiten a aquel: «La ilusión de tu lunar a la tierra he de llevarme/para que tu lunar a la tierra almizcle derrame», «Para alcanzar sus labios de granate, el corazón ansioso/ nos ha sentado en la sangre del corazón, tal rubí rojo», «Como ruiseñor doliente, para sanarme el olfato/a zaga del perfume entré en el jardín al alba». En todo objeto emana la huella y la belleza de lo supremo.
Las correspondencias entre la cultura occidental y la oriental son infinitas. Varios han sido los trabajos que han recogido las investigaciones. Los más obvios remiten al pasado histórico común y siglos de convivencia en el mismo espacio y tiempo europeos de musulmanes y cristianos. Desde un punto de vista literario, la propuesta más comprensible es la de la hispanista María Rosa Menocal: la literatura en la Europa medieval se fue trazando a partir de «accidentes y coincidencias». Menocal parte para ello de la afirmación del arabista Julián Ribera, quien propone que la interacción entre las culturas románica y árabe se produjo sustancialmente en el contexto poético-musical. El amor cortés y la poesía provenzal conformarían así el ancestro de las literaturas europeas.
Miguel Asín Palacios asoció hace ya décadas el misticismo español con el musulmán en su obra comparatista hispanoárabe. En síntesis, La noche oscura del alma de san Juan de la Cruz se encontraba emparentada con la obra del teólogo sufí Ibn Abbad de Ronda, y el resto de sus poemas, con Ibn Arabí. Las moradas o Castillo interior de santa Teresa de Jesús, con las obras del filósofo Abu Hamid al-Gazzali y el texto anónimo de los Nawadir. Y los alumbrados del siglo XVI, con la secta hispanoafricana de los sadilíes.
Sin embargo, si existe una coincidencia, un lugar común entre la poesía española medieval y renacentista y la musulmana, es el neoplatonismo y, más allá, su ancestro más importante, Plotino. Gracias a estas contingencias, la dificultad y la lejanía que implica leer a Hafez se debilitan y aparecen huellas y herramientas para desentrañar su pensamiento y estilo alegóricos. Inevitablemente, en ese juego comparado, brotan las voces y los ecos de la poesía neoplatónica española renacentista. Garcilaso de la Vega, Fray Luis de León, San Juan de la Cruz; pero también Francisco de Aldana, Fernando de Herrera, etc. La misma poesía en la que se fijarán los poetas de la Generación del 27, Jorge Guillén y Luis Cernuda sobre todo, para buscar en los versos neoplatónicos la musicalidad y armonía, impulsoras y receptáculos de la memoria, y traspasarlas a sus versos.
Las semejanzas y resonancias más claras se encuentran entre el Cántico de san Juan de la Cruz y los gazales de Hafez. En ambos, los versos podrían ser consecuencia de una experiencia mística o espiritual, sobre todo en el primero, ordenado sacerdote. La espera de la presencia del amado, la nostalgia de la separación, la ebriedad de su belleza son símbolos comunes a las tres religiones del libro. Pero, sobre todo, son poemas que surgen como expresión del amor y, como tal, se adaptan al vocabulario y los rituales del amor cortés. El amante y el amado mantienen una relación social igual que el servidor y el maestro. El amante se ha visto seducido por el amado, quien por tal razón concede a los sujetos poéticos años de virtud y saber. Los poemas hablan de amor, del alma, del espíritu y se tiñen de contradicciones, paradojas y metáforas, pues siempre que se habla de amor y de religión, se intenta traducir lo inalcanzable o inefable.
En todas las cosas, defiende el neoplatonismo, emana la belleza de lo supremo, manifestación y motor del amor. «¿Dónde está el iniciado que entienda el lenguaje de los lirios/para que pregunte por qué partió y por qué ha regresado?». «La brisa del bucle del amado enciende los ojos nuestros/ que a un viento de agitación, oh Dios, no sucumba este encuentro». Aunque Hafez sea muy piadoso y conozca de memoria el Coran, será el amor quien venga en su ayuda y le haga poeta. Amor como irradiación y reflejo del Uno o de todo.
El neoplatonismo se basa en las enseñanzas espirituales y cosmológicas de Platón y los platónicos anteriores, como Plotino, quien bebe en las fuentes de las enseñanzas de la filosofía griega, persa, india y egipcia. En la Edad Media, el neoplatonismo es recogido y defendido por al-Gazzali, Avicena, al-Kindi, al-Farabi y Maimónides, entre otros. En el Renacimiento resurge con la adquisición, la traducción y la difusión de los textos griegos y árabes neoplatónicos.
El lenguaje neoplatónico es el de la alegoría, metáfora continuada, que busca dar una imagen a aquello que no la tiene, hacer visible lo que es conceptual. Encontrar, en definitiva, en los objetos y en las experiencias humanas una huella de lo que Plotino denomina ser o Uno. Para ello, el alma debe pasar primero a través de una suerte de currículo espiritual de etapas inferiores a etapas superiores. A partir de la contemplación de las cosas corporales en su multiplicidad y armonía, se retira a sí misma y a las profundidades de su propio ser, permaneciendo en un estado de aquietamiento, y pasa de allí al mundo de las ideas, alejado aún de lo superior, el Uno. «Mil gracias derramando/ pasó por estos sotos con presura/ y yéndolos mirando/con sola su figura/ vestidos los dejó de hermosura», escribe san Juan de la Cruz en Cántico.
Según Fouchécour, la influencia de Plotino en la poesía y filosofía iraníes es clave. Su idea de procesión y ascensión hacia el Uno es recogida por Avicena, como emanación de una influencia o poder luminoso. La luz y la oscuridad son emanaciones divinas. Todo objeto y experiencia es emanación de Uno o Dios.
Amado que no existe en cuerpo pero sí en imagen y que debe construirse a partir del maestro de las palabras que es Hafez, cuyo Diván, al igual que la memoria, admite lecturas infinitas. Imágenes que evocan, imágenes que sugieren, labor del poeta, cuyo sentido se actualiza a lo largo de los siglos pues bajo los fantasmas que pueblan estas imágenes y a los que se alude in absentia puede identificarse todo aquello que se ignora.
Patricia Almarcegui Elduayen (Zaragoza) es escritora y profesora de Literatura Comparada. Ha publicado en revistas, como Quimera, Jot Down, La revista de Occidente, Altaïr Magazine y es colaboradora del suplemento cultural del ABC, La Vanguardia, y de eldiario.es y “El viajero” de El País. Estudió Filología Hispánica en la Universidad de Zaragoza, donde obtuvo el Doctorado Europeo en Filosofía y Letras. Su campo de investigación se centra en la Estética Literaria y los Estudios Culturales. Temas de los que ha publicado varios ensayos y una treintena de artículos, con traducciones al inglés, francés y árabe. Ha sido profesora invitada en la Universidad Americana de El Cairo y la Sorbona (París IV), y ha realizado estancias de investigación en la Escuela Sociales de Altos Estudios de París y la Universidad de Columbia de Nueva York. Ha dirigido cursos e impartido conferencias en instituciones como el Museo del Prado, La Virreina, el Institute of Arabic and Islamic Studies (Exeter) o la Goethe Universität-Frankfurt.
Su primera novela, El pintor y la viajera (Ingres y Lady Montagu), traducida al francés y persa, fue elegida uno de los diez tesoros de la Feria del Libro de Madrid en 2011. En el año 2013, ganó el segundo Premio de Ensayo Fray Luis de León por El sentido del viaje. En el 2014, obtuvo las becas Endjavi-Barbe y de Acción Cultural Española para el proyecto de intervención social, arte contemporáneo y poesía en Shiraz, “El murmullo de la tumba de Hafez”. En 2016 publicó, Una viajera por Asia Central o lo que queda del mundo, que recoge sus viajes por Uzbekistán y Kirguistán. En 2017, la novela La memoria del cuerpo, memorias ficticias de su pasado como bailarina -“Estupenda novela”, Elena Costa, El Cultural-. En 2018, Conocer Irán, con artículos de análisis del país y sus viajes –“Es una de las voces más sensibles y hermosas. Sus libros poseen una altísima calidad literaria”, Jacinto Antón, El País-. Y en 2019, Los mitos del viaje. Estética y culturas viajeras, que incluye sus reflexiones de viaje de los últimos diez años. Acaba de publicar, Cuadernos perdidos de Japón (3ª edición). Además ha colaborado en diversos proyectos expositivos y teatrales.