Poesía nicaragüense contemporánea. Por Moisés Elías Fuentes
Poesía nicaragüense contemporánea
MOISÉS ELÍAS FUENTES
Cuando surge, hacia el fin de la década de 1950 y principios de la década siguiente, la generación literaria nicaragüense de los años sesenta, encuentra, como punto de equilibrio, a tres generaciones de escritores que habían dado a la literatura nicaragüense no sólo cohesión interna, sino también presencia en el exterior. La comunión y la comunicación entre las distintas generaciones de escritores en Nicaragua se convierte en la década de 1960 en una constante que fortalece a la diversidad de propuestas literarias que aparecen en aquel momento. Esta comunión entre generaciones se ha venido manifestando y desarrollando desde 1925 para ser precisos, y a partir de su llegada en 1960 cuenta con tres décadas de madurez. La primera de las tres generaciones aquí citadas la representan José Coronel Urtecho (1906-1994), Luis Alberto Cabrales (1901-1970), y principalmente Pablo Antonio Cuadra (1912-2002), director del suplemento cultural La Prensa Literaria del diario La Prensa, en la década de 1960. Ellos pertenecen al movimiento nicaragüense de vanguardia, movimiento por demás importante, pues no sólo dio poetas de primer orden, sino que integró a Centroamérica a los movimientos hispanoamericanos de vanguardia: Nicaragua fue el único país centroamericano que tuvo una generación vanguardista.
A los vanguardistas sigue la generación del 40, formada por Ernesto Mejía Sánchez (1923-1985), Carlos Martínez Rivas (1924-1998) y Ernesto Cardenal (1925). Conducidos en sus primeros pasos por los vanguardistas, la generación del 40 pronto muestra su valor y se revelan como un boom de la poesía nicaragüense. Los tres, coincidentemente, publican algunos de sus primeros textos en México: en 1946 Cardenal publica La ciudad deshabitada; en 1948 Mejía Sánchez presenta Ensalmos y conjuros; en 1953 Martínez Rivas saca a luz La insurrección solitaria.
Como necesario puente entre las décadas de 1940 y 1960 se presenta la generación del 50, que reúne a propositivos poetas y a inquietantes narradores. Entre otros destacan Juan Aburto (1918-1988), Guillermo Rothchuh Tablada (1926), Fernando Silva (1927), Mario Cajina Vega (1929-1995) y Raúl Elvir (1929-2001). Si bien no gozan de la brillantez de las dos generaciones anteriores, los escritores de los 50 saben llevar a Nicaragua las corrientes literarias surgidas en la segunda posguerra mundial. El neorrealismo, el hiperrealismo cinematográfico, el existencialismo, la poesía beatnik, las primeras manifestaciones del boom narrativo latinoamericano llegan a Nicaragua, en buena medida, gracias a ellos.
Estas generaciones reciben e impulsan a los jóvenes poetas que proliferan en la década de 1960, comenzando por dos grupos literarios antagonistas pero coincidentes en la toma de una nueva actitud crítica ante la realidad política y social de la Nicaragua de entonces: el grupo Ventana, de inclinación izquierdista, y la Generación traicionada, de orientación derechista. Fernando Gordillo (1940-1967) y el narrador Sergio Ramírez (1941) encabezan al primero; Edwin Illescas (1941) e Iván Uriarte (1942) forman parte del segundo. Ambos grupos inician el movimiento literario de los años sesenta, y pronto los acompañan nuevos grupos, algunos efímeros, otros trascendentes en cuanto congregan a escritores que se destacan individualmente más adelante.
En tal caso tenemos a los Bandoleros, punto de partida de Francisco de Asís Fernández (1945) y Jorge Eduardo Arellano (1946).
Surgen además en estos años de 1960 muchos poetas independientes, en el sentido de que no se originan en ningún grupo, movimiento o frente. En la mayor parte de los casos estos escritores son universitarios. Son poetas jóvenes, con conciencia de grupo y que responden sin mucho titubeo a la situación sociopolítica nicaragüense, en una oposición activa y crítica al régimen dictatorial de Anastasio Somoza Debayle (1922- 1980).
Temprano o tarde, desde la izquierda o desde la derecha, los poetas de los sesenta expresan su opinión contraria a la dictadura; pero también se ocupan del quehacer literario con un entusiasmo heredero de la pasión de las generaciones anteriores. Poetas como Carlos Perezalonso (1943), Julio Cabrales (1944) y Ana Ilce Gómez (1945) son algunos de los independientes.
Como medio de comunicación natural, los escritores del 60 tienen a La Prensa Literaria dirigida por Pablo Antonio Cuadra y visitada y nutrida, en aquellos años, por Coronel Urtecho, Cabrales, Mejía Sánchez, Cardenal, Aburto y Cajina Vega, entre otros. Cuatro generaciones literarias se conocen y dialogan en aquel suplemento. Y todas las tendencias poéticas y políticas.
A este microcosmos de libertad creativa, ya que no social, arribaría la generación del 70. Por puntos comunes en cuanto a la actitud opositora al gobierno de Somoza a veces se considera, erróneamente, que la generación del 70 fue absorbida por la anterior. Ciertamente no es tan nutrida y notoria como su predecesora, pero tiene poetas con una lectura propia del quehacer literario. A diferencia de varios escritores de los sesenta atraídos por el exteriorismo promovido por Cardenal, la gente del 70 se inclina por un Martínez Rivas o un Mejía Sánchez, como demuestran las obras de Álvaro Urtecho (1951) o de Julio Valle Castillo (1952). En medio del fragor de la lucha armada contra Somoza, la gente del 70 hace escuchar su propuesta de una poesía irónica, cínicamente citadina a veces, pero no alejada de su entorno.
En 1979 ambas generaciones llegan con sus voces maduras, fuertes, al triunfo de la revolución sandinista, aunque también a una escisión social cuyas consecuencias aún hoy nos afectan. El radicalismo de las posiciones políticas —o se es sandinista o antisandinista; o se es de derecha o antiderechista, sin opciones posibles—, la guerra contrarrevolucionaria sostenida por el gobierno estadounidense, la intransigencia miope de muchos líderes sandinistas, la crisis económica, separan y aun alejan a muchos escritores.
La nueva generación emergida en los 80 se escucha poco en su momento, y es hasta los años noventa, cuando la guerra impuesta ha concluido y la lucha política entra a una etapa cívica, que la generación del 80 se hace notar. Poetas como Erick Aguirre (1961) y Ariel Montoya (1964) pueden —y así lo hacen— dialogar desde sus puntos de vista distintos; les toca, además, atestiguar la revaloración crítica que de su trayectoria personal han venido realizando las generaciones anteriores. Como sucediera en la década de 1960, este diálogo de generaciones tiene como espacio los suplementos literarios: el politizado pero interesante Ventana, desaparecido a principios de 1990; La Prensa Literaria, dirigida actualmente por autores jóvenes, siempre arriesgada y activa; y El Nuevo Amanecer Cultural, que ha ido desarrollando una visión pluralista por demás notable. Todos, como debe ser, han tenido desaciertos y tropiezos, pero en su evolución y su insistencia confirman que la continuidad de generaciones literarias no se ha perdido en Nicaragua, sólo es que se había silenciado.
La selección que aquí presentamos reúne a veintiún poetas de tres generaciones. Claro está, no son todos los que integran a dichas generaciones, sino algunos de los más representativos de cada una. La valoración crítica de quienes conforman cada generación es tarea que corresponde a los investigadores literarios nicaragüenses. Esta selección sólo es un breve y discreto aporte a la no menos necesaria difusión de nuestra poesía en otros ámbitos literarios, y en tal sentido, México nunca ha estado distante ni distanciado de nuestra literatura.
Managua-México, abril de 2002