Orozco; la liberación por el fuego. Por Juan José Arreola
El presente ensayo de Juan José Arreola sobre José Clemente Orozco es un regalo del Maestro Orso Arreola y del Maestro Adrián Gil Pérez, cronista de Tamazula de Gordiano, Jalisco. Las notas que aparecen en la parte inferior del documento corresponden al Maestro Orso. Un homenaje a 138 años del nacimiento del artista José Clemente Orozco.
Adrian Gil Pérez, es profesor egresado del CREN de Ciudad Guzmán. Cronista Municipal de Tamazula de Gordiano. Socio de la Benemérita Sociedad de Geografía y Estadística de Jalisco.
Obra literaria asociada a la historia de Cd Guzmàn: Zapotlán Guadalupano. Pastorelas de Zapotlan.
Gordiano Guzmán, Benemérito de Jalisco en Grado Heroico. Conserva una importante colección hemerográfica de Cd Guzmàn de la cual procede el texto.
La transcripción fue realizada por Gilberto Moreno.
La entrega del documento a su hijo José Clemente Valladares. Nace en Coyoacán, México, Distrito Federal, el 24 de septiembre de 1924. Hijo primogénito de José Clemente Ángel Orozco Flores y de Margarita Valladares del Valle Aldeco. Convivencia con el padre por más de veintidós años. Estudios de las carreras de Ingeniería Química y Química en la Facultad de Ciencias Químicas de la Universidad Nacional Autónoma de México, 1944-1948. Estudios de la carrera de Física Teórica en la Facultad de Ciencias de la Universidad Nacional Autónoma de México, 1948-1950. Titulado en la Facultad de Ciencias Químicas de la Universidad Nacional Autónoma de México. Cédula número 22569 del Registro de la Dirección General de Profesiones. Libro I de Químicos e Ingenieros Químicos, 1950. Estudios de postgrado: "Síntesis orgánica" y "Bioquímica" en las Facultades de Química de la Zurich Universitat, Suiza y de Ciencias Médicas en la Harvard University, U. S .A., respectivamente, 1951-1953. Socio fundador de la empresa Panorganic dedicada a la síntesis de vitaminas y esteroides, 1953. Desempeño profesional como asesor técnico en laboratorios y empresas comerciales, 1954-1962.
Orozco; la liberación por el fuego
Juan José Arreola
Periódico Vigía, 01 de enero de 1950, p.3; Ciudad Guzmán, Jalisco. Director Esteban Cibrián. Texto proporcionado por el Maestro Adrián Gil Pérez, cronista de Tamazula de Gordiano, Jalisco, México al Maestro Orso Arreola Sánchez.
Sus llamas llegan a consumir totalmente las figuras, pero en el carbón del negro y en la ceniza del gris, está la vida grandiosa y pujante que animaba la realidad antes de que el fuego poderoso de Orozco, la transfigurara, incendiándola.
En los terribles carnavales ideológicos, en las negras hecatombes del pintor de Zapotlán, se advierte una visión enorme, apocalíptica, de las cosas, de los hechos humanos. A veces, el espectador parece hallarse ante los restos humeantes de un gigantesco Auto de Fe. Como si el pintor fuera presa de un incontenible afán de destrucción, de aniquilamiento. Pero en todos sus cuadros y murales abundan las dulces figuras, las mujeres y los niños, los hombres desechos que Orozco se complacía en pintar siempre en su triste indefensión. Seres del México miserable, brotados como en tierra dura y estéril. Rostros en que la belleza aparece misteriosamente suplida por una profundidad humana sólo comparable a la que tienen las criaturas de Dostoiewsky. Esos seres que surgen de pronto en las extensas obras del novelista ruso, y que con un solo ademán, con un solo grito revelan su larga miseria.
Pasado y presente de México. Gloria de ayer y de hoy. Dolor de ayer y de siempre. En esta tierra surgió José Clemente Orozco para pintarlo todo. No para el goce contemplativo de los estetas ni para el intricado juicio de los críticos, sino más bien para que el pueblo, poco a poco, −muy poco a poco talvez− vaya aprendiéndose y reconociéndose en su pintura. Para que si un día el pueblo traspone la miseria, el analfabetismo y los grandes sacrificios sangrientos, pueda ver la entraña dolorosa de que ha salido y le sea dado mirar entre cárdenos reflejos, la gloria patria naciendo en la sombra de su larga gestación.
Los murales de Orozco no necesitan argumentos, pero todos ellos están henchidos de un grandioso tema central: el dolor humano. Se percibe el dolor hasta en la voluntad del artista que decide pintar cosas horribles. La fealdad de ciertos rostros en que las facciones se resuelven en un desgarramiento de trazos, como si el personaje se devorara la boca con sus propios dientes o se destrozara las manos con sus uñas, no son sino los vicios de la conducta, la lepra interior del pecado que devora el alma de los seres que Orozco representa.
En vez de pintar el retablo colorido, el extenso fresco de la naturaleza mexicana, Orozco prefirió pintar en sus murales el alma de México en su más doloroso aspecto: el que debe ser superado con urgencia. Allí está el alma de nuestra patria desde los días de la Conquista, cuando el indio recibe a la vez el beso franciscano del misionero y el latigazo del capataz. Amada y maltratada, fecundada con violencia por el enamorado y cruel conquistador, la tierra de México se convierte en los frescos de Orozco en enorme y triste apoteosis. Y luego surge la Independencia, como una floración hermosamente desordenada, que se alimenta con su propia sangre, derramada a veces con innecesario exceso. Naturalmente Hidalgo aparece con una antorcha en la mano, como un incendiario, prendiendo fuego a las conciencias dormidas.
Un ejemplo del procedimiento inmediato y violento de Orozco al pintar nuestras escenas históricas está en el fresco del Museo de Historia, en el que el rostro oscuro y resplandeciente de Juárez aparece sobre la momia deshilachada de Maximiliano, que un cortejo de traidores conduce en sus corvas espaldas.
En esos murales que aparecen henchidos, abrumados por el triunfo del hierro y del acero, todos llenos de ángulos violentos, de aristas homicidas, de bayonetas, en que el apogeo de las armas sanguinarias se muestra como el producto más horroroso del hombre civilizado (en uno de los murales de Guadalajara hay un verdadero río de cuchillos), es donde se ve más claramente el secreto impulso que movía la maño de Orozco. Acero y fuego. Realmente es imposible dejar de pensar que Orozco aspiraba secretamente a la consunción total, a la purificación eterna del fuego. Todo en Orozco es fuego, resplandor o movimiento de llama. Hasta en sus cuadros más sombríos, más angulosos, más geométricos, desolados y arquitectónicos, hay una recóndita voluntad de incendio. Se advierte una negrura de hulla y de coke, una obscuridad de hierro que alguna vez será destruida por las llamas. Con su metálica realidad, anuncian ya el fuego futuro que habrá de deshacerlos para que en su lugar se alcen más humanos y dulces materiales.
El hombre común y corriente, pero sensible, se siente ofendido, y casi tiene derecho a estarlo, al contemplar ciertos cuadros, ciertas litografías de Orozco. Porque mucho de lo que ama y respeta está allí trágicamente caricaturizado, deformado, envilecido. Pero nadie debe creer que Orozco se proponía manchar los ideales y las creencias del pueblo mexicano. Sus invectivas están llenas de humanidad; de cristianismo profundo. Sólo destruye y desenmascara a los falsos depositarios, a los traidores representantes sobre la tierra. Talvez porque Orozco amaba mucho las cosas puras y la fe ingenua del pueblo, es por lo que se dedicó a descargar sus hachazos sobre los falsos símbolos y los falsos personajes. Si nadie ha pintado la realidad de México con la crudeza de Orozco, nada más natural que las personas apacibles se alejen de su obra con horror. Así habrían de apartarse de cualquier otro espectáculo miserable o trágico, porque su apreciación justa les envenenaría la vida.
¿A quién le gusta reconocerse en el Dolor Humano? Esa gran figura caída en tierra y que trata de incorporarse en uno de los murales del Hospital de Jesús. Cada uno de los músculos del cuerpo enorme está dolorosamente contraído y una lasitud infinita doblega toda la figura. El rostro, cubierto con una tela fúnebre, supone la expresión impasible, el gesto que Orozco no quiso pintar, porque sabía que cualquier expresión sería traicionera, porque tenía que ser “una” de todas maneras, y quedaría individualizada, reducida a un único rostro. Prefirió cubrir la cara del dolor humano con un paño de lágrimas, con el girón de duelo de todos los afligidos.
Orozco ha dejado muchos autorretratos. En todos ellos está su violenta, prodigiosa fuerza. En todos arde el fuego inextinto de sus ojos. Pero yo creo que solo una vez pintó su alma grande y noble. Y creo que el alma de José Clemente Orozco está representada en la figura de la caridad envuelta en llamas, tendida como un arco doloroso, y que vuela oblicua, vibrante, en la Cúpula del Hospicio Cabañas.
Notas a la transcripción:
Se realizaron las siguientes ediciones al texto Orozco; la liberación por el fuego que apareció en Periódico Vigía, 01 de enero de 1950, p. 3; Ciudad Guzmán Jalisco. Director Esteban Cibrián Guzmán.
1.- Se cambió Orosco por ‘Orozco’ en el octavo párrafo.
2.- Se cambió talvés por ‘talvez’ en el tercero y en el octavo párrafo.
3.- Se cambió violeta por ‘violenta’ en el décimo párrafo.
4.- Se cambiaron los guiones cortos por guiones largos en el tercer párrafo y se eliminó la segunda coma.
5.- Se añadieron los puntos y seguido y puntos finales que hacían falta.
6.- En el octavo párrafo se cambió una coma por un punto y seguido: «…deformado, envilecido. Pero nadie…»
7.- En el octavo párrafo se añadió una coma al final de una cláusula condicional: «Si…crudeza de Orozco, nada más…»
8.- En el noveno párrafo se añadió una coma antes de la cláusula explicativa: «…Orozco no quiso pintar, porque…»
9.- Se cambió cualquiera por ‘cualquier’ en el noveno párrafo.
Juan José Arreola no sólo es un escritor fundamental en la historia de la literatura mexicana, sino que su presencia en el mundo editorial, en la televisión, en la docencia, lo hizo un personaje conocido por amplios sectores sociales, aun por los que están más distantes de la vida literaria. Se trata de una figura imprescindible para el crecimiento y fortalecimiento de la cultura en México por su trabajo en la formación de la nueva generación de escritores, por su participación en los medios de difusión, revistas, libros y programas culturales de televisión, que ensancharon el horizonte de millones de receptores.
Hablar de Arreola es hablar de un mundo de referencias literarias universales, es evocar la pasión por el lenguaje en su máxima posibilidad expresiva, en su sonoridad y sus sentidos recónditos, es revivir el deleite por la forma, experimentar el placer del ingenio, la risa y la vitalidad; Arreola es memoria, es depositario de una larga tradición con la que juega, a la que recrea y enriquece. Con Arreola se parte siempre de la tierra natal, de lo oral, de las raíces, del decir de la gente del campo para elevarse hecho arte a las regiones más altas de la cultura universal. Para entender cabalmente su propuesta artística es imprescindible tener en cuenta estas coordenadas apenas enunciadas aquí.
Arreola nació en Zapotlán el Grande, hoy Ciudad Guzmán, Jalisco, el 21 de septiembre de 1918 –“nací, como alguna vez lo dije, entre pollos, chivos, guajolotes, vacas, burros y caballos”–;[1] fue el cuarto de catorce hijos que procrearon Felipe Arreola Mendoza y Victoria Zúñiga. Después de un largo ir y venir por distintas partes del país y del mundo: Zapotlán, Guadalajara, Colima, Ciudad de México, París, volvió a Guadalajara, donde murió el 3 de diciembre de 2001.
Su obra, a pesar de no ser muy extensa, abarca una gran diversidad de géneros: novela, prosa poética, cuento, teatro, estilización de textos ajenos, fragmentos. Sus escritos se han recogido en diferentes libros: Varia invención (fce, 1949); Confabulario (fce, 1952) –vale la pena consignar que este libro sufrió una serie de modificaciones en las sucesivas ediciones, por ejemplo, en la de 1955 (fce) corrige y aumenta los textos que lo componen; en 1962 bajo el sello del Fondo de Cultura Económica aparece con el título de Confabulario total (1941-1961), y ahí integra Bestiario, Confabulario y Varia invención; se vuelve a editar con nuevas correcciones en 1966. Bestiario (unam, 1958); La feria (Joaquín Mortiz, 1963), su única novela; Palindroma (Joaquín Mortiz, 1971). Como dramaturgo, nos han quedado dos obras suyas: La hora de todos(Los Presentes, 1954), que se integró a Varia invención y Tercera llamada ¡tercera! O empezamos sin usted (farsa de circo en un acto) que forma parte de Palindroma. “Gunther Stapenhorst” es un cuento que no incluyó en ninguno de sus libros, pero fue publicado originalmente en 1946 (Costa-Amic) y más tarde, en 2002, se vuelve a publicar en un libro independiente con dos fragmentos de una novela que no terminó. En 1979 Jorge Arturo Ojeda reúne textos diversos de carácter ensayístico en un libro que publica bajo el título de La palabra educación. Otra faceta de la creación literaria de Arreola que debe ser tenida en cuenta es la memorística, dos textos en los que habla por medio de la pluma de otros que lo escucharon y compusieron la obra reconstruyendo su voz: Memoria y olvido. Vida de Juan José Arreola(1920-1947) a cargo de Fernando del Paso (1994) y El último juglar. Memorias de Juan José Arreola, por Orso Arreola, su hijo (1998).
Foto: Ricardo Vinós | CNL-INBA
Fuente: http://www.elem.mx/autor/datos/73
José Clemente Orozco nació en Ciudad Guzmán, Jalisco, el 23 de noviembre de 1883, y en 1890 llegó a la Ciudad de México con su familia, y junto a la casa donde vivía estaba una imprenta que trabajaba con los grabados de José Guadalupe Posada, y ahí tuvo el primer contacto con el arte.
Durante la Revolución, Orozco se unió al ejército carrancista. Así, durante la estancia del grupo en la ciudad de Orizaba formó parte de la redacción del periódico La Vanguardia, a cargo del mismo ejército. El puesto de Orozco fue de ilustrador y caricaturista, bajo el liderazgo de Gerardo Murillo, Dr. Atl. En su vida, también participó en las publicaciones El Imparcial y El Hijo del Ahuizote.
En 1916, luego de la toma de la capital por Venustiano Carranza, Orozco fue testigo de los excesos de la conquista militar y entonces se separa del movimiento. Como parte de su protesta, montó una exposición de caricaturas en contra de Carranza, la cual no fue bien recibida, y salió del país hacia California, Estados Unidos, donde trabajó como artista independiente, pintor de letreros y retocador de fotografías.
Cuando inicia el movimiento muralista en 1922, Orozco regresa e interviene en el proyecto de la Escuela Nacional Preparatoria, el cubo de la escalera de la Casa de los Azulejos y un muro de la Escuela Industrial de Orizaba.
Orozco viaja nuevamente a Estados Unidos y en 1930 recibe una comisión con la que se genera su obra Prometeo, en la cafetería del Pomona College en Claremont, California, convirtiéndose en el primer mural pintado por un mexicano en Estados Unidos. En 1932, también impartió clases de pintura en esta misma universidad.
Entre las obras más importantes de Orozco se encuentra su mural Katharsis en el Palacio de Bellas Artes; los frescos del Anfiteatro de la Universidad de Guadalajara; la escalera del Palacio de Gobierno de Guadalajara y el conjunto de murales del Hospicio Cabañas, espacio considerado como “la Capilla Sixtina de las Américas”. En todas ellas, el fuego es uno de los elementos más constantes y representativos.
En 1940, México hace una colaboración con el Museo de Arte Moderno (MoMA) en Nueva York para la exposición Veinte siglos de Arte mexicano, en la que invitan a José Clemente Orozco para la creación de una obra mural en vivo. De esta presentación devino Dive Bomber and Tank, un mural de seis tableros intercambiables, donde se hace énfasis en la industria bélica de la Segunda Guerra Mundial.
En los últimos años de su vida realizó una gran cantidad de obras de caballete, varias de las cuales se pueden encontrar en la colección general del Museo Nacional de Arte. Destacan las piezas Cabeza flechada (1947); Guerreros españoles e indios (1947) y El desmembrado (1947), todas relacionadas con la Conquista de México y de la serie Los teules o Los teules 2, en la que Orozco se inspira en la obra Historia verdadera de la Conquista de la Nueva España, del cronista Bernal Díaz del Castillo, para crear escenas de batallas, hazañas guerreras y ritos prehispánicos.
Fuente: https://inba.gob.mx/prensa/14820/jose-clemente-orozco-muralista-y-caricaturista-politico