Octavio Paz o la búsqueda del paraíso. Por Porfirio Salazar
Este ensayo forma parte del libro el fuego despierto (2011) el cual realiza un estudio y análisis al poema El Cántaro Roto, poema que nuestra lector puede leer en el siguiente enlace y más abajo leer el ensayo de Porfirio Salazar (Panamá).
Los Mayores de la Poesía: Octavio Paz (México, 1914-1998): El Cántaro Roto
Octavio Paz o la búsqueda del paraíso
Porfirio Salazar
1.
La vista se derrama y cae sobre el papel que aloja a la poesía, entonces leo, con la mirada y el entendimiento, ojos hacia dentro, la voz de un poeta fundamental que representa uno de los principales valores de la literatura latinoamericana del siglo XX. Me refiero a Octavio Paz, quien en su obra: El arco y la lira (1) expresa que el período moderno se divide en dos momentos: el modernista (apogeo de formas parnasianas y simbolistas), y el contemporáneo, éste último escenario para poetas como Huidobro, Vallejo, Neruda, Ricardo Molinari y el propio Paz.
Ambos movimientos pugnaron por establecerse y constituyen más tendencias estéticas que épocas propiamente. De algún modo, resulta infructuoso asignarle un período de vida al modernismo, pues cuando éste se defendía de sus últimas cenizas se avivaban otro clima y otro lenguaje que eran reacción e iban estableciendo la dinámica de una nueva estética.
La poética de Paz asimila los registros asumidos por la poesía contemporánea y es la afirmación de la sensibilidad vanguardista que, en un inicio, rompió y es contraria a los últimos resquicios del modernismo: movimiento que no es sinónimo sólo de superficial escapismo exótico y afrancesado, sino todo lo contrario: el modernismo significó un movimiento integral y expresivo del conflicto humano (2), que tuvo una veta hispánica fecunda al revivir la antigüedad del Siglo de Oro Español en cuanto a la forma estrófica de la poesía. No fue, sobra decirlo, sólo una tendencia de afrancesamiento frívolo a la que se le ha querido reducir.
Paz responde a los preceptos de vanguardia en lo que atañe a la concepción de una nueva poesía bajo las premisas de la metáfora, la incomunicación, el irracionalismo y la experimentación.
Me ocuparé de su bellísimo poema: El cántaro roto (3), en el que expone la experiencia del sueño con los ojos abiertos, bajo la noche lívida de estrellas, y de cómo aparece, ante sus ojos, un paisaje de “verdes remolinos”, “soles azules”, “picos de luz que abren astros como granadas.”
Este retrato es el de la huida del mundo que nos asedia con toda su herrumbre de fastidio. Paz nos enseña que hay otros mundos posibles, otros “bosques de cristal de sonido”, en fin, otro lenguaje y otro universo, el de la poesía, para describir la fenomenología del mundo en constante dinamismo, concebida desde la realidad del alma como experiencia que enfoca una cosmovisión física e intangible a la vez, producto de una fina sensibilidad.
En un mundo de contradicciones, la poesía –irreverente a la comercialización y a la venta- pervive como arma de combate contra el propósito de los modernos amanuenses que intentan la cosificación masiva como una manera de afirmar el poder y negar lo espiritual.
La poesía cumple la función de revelarnos, pero en esa revelación del ser Paz no prescinde de la historia como recuento personal y colectivo, enmarcado en el tiempo, sino que reconstruye la historia que le sirve de revelación desde los sueños y desde la experiencia mental e individual, sostenida por la sensibilidad del cuerpo.
Paz, valiéndose de la enumeración caótica, uso y herramienta del surrealismo temprano iniciado por Breton, describe un mundo paralelo, no calcado por la vista a manera de fotograma telúrico, sino en forma de retrato en el cual los ojos sólo sirven para proyectar la mirada del entendimiento que inventa y crea para escapar de una realidad siniestra que nos invade y nos aturde.
En medio de la noche del mundo, el poeta abre los ojos y ve la noche cubierta de estrellas. Este es el símbolo del recobro de la esperanza, es el recobro y la conquista de la luz del día. En medio del dolor asume la claridad de la vista y la lucidez de las fuentes que nos colman, a pesar del odio y de la angustia, de claridades y de música de aguas: la vida no siempre es estadio de pesadumbre irredenta o desierto espiritual, también es río, amanecer y esperanza en las posibilidades humanas.
El poema propugna por la constante lucha dialéctica de “la luz contra la sombra”, “del agua contra el fuego”. Esta antinomia se produce, acaso, porque somos hijos de la confrontación y de los opuestos. La lucha de la luz contra la sombra es la primera batalla que registra la historia de las creencias religiosas, usada en la Edad Media como excusa de persecución religiosa.
Paz es hijo de otro tiempo no menos dañino: el tiempo del rearme nuclear, la guerra fría, el consumismo y la intolerancia del Estado en los regímenes totalitarios.
La dicotomía “luz y sombra” conserva su función significativa de confrontar el bien con el mal, pero no al modo medieval, dentro de un contexto puramente religioso, sino por el contrario: desde la experiencia humanizada del sujeto inmerso en un mundo caótico, plagado de historicidad y falto de referentes espirituales que no sean solamente religiosos.
Si trazamos un mapa antropológico advertiremos que la historia de la relación del hombre con la divinidad ha jugado un papel preponderante en cuanto al clima de las ideas y la temperatura de sus influjos; no obstante, intento explicar que, al referirme al aspecto antropológico, en Paz opera como un humanismo y no como una ciencia.
La poesía de Paz es un acercamiento, desde el lenguaje, a esa otra realidad no descrita que emerge de la mente: el subconsciente del individuo y de la sociedad que habla por nosotros y que contra nosotros edifica un mundo cuadrado en las ideas y rígido en sistemas que no han hecho nada por humanizar al hombre y despojarlo de la bestia secreta que lleva por dentro y que lo hace ser, al decir de Bertrand Russell, “una figura irritante y estúpida” que niega su futuro en el mundo que le ha sido dado para que desarrolle sus capacidades. El hombre no quiere salvarse; no quiere negarse a los sometimientos: ideológico, político, racial, económico o religioso.
El poema en comento se enlista en la Estación violenta (1948-57), publicado dentro de su libro de iniciación: Libertad bajo palabra, una obra que fue “haciéndose con el tiempo”, al decir del propio Paz.
Vemos, en dicho poema, los elementos indispensables que hacen de Paz “el poeta de la intensidad”, no sólo por la expresividad que adopta, sino por el asedio, de contenido existencial y temporal de la vida en llamas, que se construye sobre el instante negado y afirmado al mismo tiempo.
Esta poesía contrasta con poemas publicados, posteriormente, como “Blanco” (perteneciente al texto titulado: Ladera este, 1962-1968), caracterizado por el fragmentarismo y la desintegración de la línea, sin real encabalgamiento de la línea melódica del verso.
Comprendo que la historia del arte no es lineal, sino cíclica y entretejida; no obstante, en “Blanco” se advierten pulsiones juguetonas, de experimentación, que no tienen nada que ver con el gran poeta que siempre ha sido Paz.
“El cántaro roto”, en cambio, pinta la oscuridad en la que está inmersa un mundo: la realidad de la guerra, la división del mundo en bloques estratégicos de naturaleza nuclear, la represión como respuesta a la decepción que han producido los grandes sistemas de pensamiento que intentaron definir al “hombre en sociedad”, pero que fueron, al mismo tiempo, ilusos en cuanto a la construcción de aparatos sociales o sistemas capaces de hacer del hombre una realidad existencial liberadora.
Paz inscribe su poética desde la historia como referente inicial, para ir desplazando su discurso, mediante el uso adecuado e inteligente de la imagen, hacia formas comunicacionales escritas que pretenden y cumplen una meta: describir, con valentía, un desierto, pero a la vez avivar la luz sobre la penumbra de las almas, de los pueblos y de las naciones.
El poeta abre los ojos y, bajo el cielo de “semillas quemadas,” pregunta a la “sequía”, “a la tierra quemada”, “a la tierra de los huesos remolidos”, ¿por qué no hay agua?, ¿por qué hay sólo sangre, polvo, pisadas de pies desnudos sobre la espina?
He aquí la gran interrogante del hombre contemporáneo: ¿quién inició la destrucción del horizonte con sus bosques, arboledas, follajes y sus árboles?, ¿quién limpiará la hojarasca que es mal que cubre a la tierra y sus legiones de hombres abandonados en medio del desierto, sin una luna que ilumine sus frentes que ya no piensan en cantar?
La pérdida del mundo natural es reforzada cuando el poeta nos expresa, entre jadeos y susurros congojosos: ¿no hay relinchos de caballos a la orilla del río, entre las grandes piedras redondas y relucientes, en el remanso, bajo la luz verde de las hojas y los gritos de los hombres y las mujeres bañándose al alba?
Se ha perdido el hombre, y ha perdido su esperanza en medio de la furia de otros que conquistan territorios hasta fundar órdenes y poderes imponiendo, por la fuerza, otras concepciones del mundo al tiempo que niegan las existentes. Es la historia de la humanidad: unos imponen y ganan; otros, inexorablemente, pierden y se conforman, pero en medio de ese avatar y de esa lucha, el que impone su ídolo implora su protección. Este ídolo es el rostro esculpido de sílex que aspira “como incienso” “el humo de los fusilamientos”.
Paz retrata la codicia del hombre que suele adorar ídolos y que logra imponerlos mediante la fuerza coactiva de la espada y la metralla. Ahora la intolerancia cobra el valor de ser el único uso que nos afirme frente al resto.
Cuando el poeta “oye a los dientes chocar uno contra otro”, y cuando “oye a los huesos machacando a los huesos”, no detalla el hambre de alimento, sino el apetito y sed espirituales que se han erguido como epidemias de la especie humana.
El chocar los huesos contra los huesos es la guerra de unos contra otros, es la batalla de Caín contra Abel: el odio de hermanos engendra una lucha de contrarios que genera más muerte, más sangría, más revancha, si bien al final de la estrofa reserva para el hombre que se arrastra, se cae y se levanta un poco de esperanza, pero sólo un poco.
El hombre reniega de sus pensamientos, reniega de su sangre, reniega de su mundo. Desea encontrar un paraíso en que vaciar sus miedos y derrotas, es decir, desea soñar y pensar un mundo distinto, “sólo de fulgor y llama”. Esa reiteración es la continuación del conflicto inicial que plantea el poema: el choque de la luz contra la sombra, y el hombre en medio de un mundo absorbido por fuerzas absurdas que lo convierten en insecto humano “que perfora la piedra y perfora los siglos, y hace estallar el cráneo”.
Paz ha duplicado sus esfuerzos para afirmar que su universo es el de las palabras y el de los signos, porque es en la poesía donde es libre, y se libera, y canta como fulgor. Para Paz “el cántaro roto que cae en el polvo” es la historia humana, contada como itinerario de muerte y vida, estación y movimiento. La luz ha nacido en medio de la lucha del hombre contra el hombre, del hueso contra el hueso, y así ha surgido la palabra y el grito. Y también el agua de la vida y la chispa de la resurrección.
El cierre del poema propone una ética de vida cuando nos insta “a dormir con los ojos abiertos”, o sea, nos invita al descanso y a la vigilia, a estar alertas en un mundo que genera desesperanza, un mundo que amerita, de una vez por todas, ser completado porque se han deshecho sus cimientos. Inundar al mundo de poesía y acción, “de sueños de sol soñando sus mundos”, será la misión de todo poeta que aspire a hacer único y posible el verdadero paraíso.
Cuando el poeta nos exhorta al canto, al renacimiento en y para la poesía, nos regala las claves de la salvación: la poesía, rito de comunión, nos define y nos libera.
2.
Después de Orfeo, hijo de una musa, el cantante más de famoso de la antigua Grecia fue Arión, quien vivió con Periandro, el sabio, rey de Corintio. Enseñó su destreza artística a otras tierras, y llegó hasta Sicilia.
Trovador fecundo, ganó lauros y acumuló un tesoro de plata y oro, gracias al encanto y al deleite de su arpa: única compañía en tierras lejanas. Al regreso a su tierra, los marineros en el barco, arrastrados por la codicia y la ambición, le hicieron una mala jugada y le dieron a escoger: “te suicidas o te enterramos en la vera del mar, al fin y al cabo el oro nos llevará a la ciudad”. Arión pidió como último deseo engalanarse de púrpuras y cantar sus dulces canciones. Ya en Grecia los marineros, transformados en piratas, estaban felices de haberse librado de Arión, pero éste no había muerto, como ellos creyeron, bajo las aguas: se agarró del torso de un delfín que le llevó al puerto de Tenaro.
Este mito se enlaza a la visión de esperanza que cuenta Paz en su poema: primero nos relata la hecatombe y el vacío, luego nos ofrece el canto y su racimo de fuego alentador. Como Arión, envenenado por la maldad de los hombres, Paz indaga sobre esa maldad y al final, con el canto y la poesía, recobra su salud en el mundo, la plenitud alcanzada porque “hay que soñar hacia atrás, hacia la fuente, hay que remar siglos arriba, más allá de la infancia, más allá del comienzo”. Más adelante nos exhortará a: “echar abajo las paredes entre el hombre y el hombre”, a “juntar de nuevo lo que fue separado”.
La visión pesimista se enlaza al corpus de una esperanza descrita desde la palabra edificante, que busca convencernos de que debemos propiciar, cuanto antes, el viaje a las raíces del ser y recobrar el principio de la vida sencilla, derruida por la máquina y la técnica. Paz nos exhorta a la huida del tiempo enfermo en el que la inocencia ha sido revestida de máscaras que ocultan al auténtico ser: “más allá de fin y comienzo”.
De las cenizas destruidas del mundo en llamas, quedará el canto en medio del desierto y de la peste que nos carcome como especie. Hay que remar y seguir remando hacia el principio, hacia el territorio donde el agua era limpia y dorada, de la que bebían todos los hijos. Hay que empezar a cantar dulces canciones que nos indiquen la ruta y el camino hacia una vida libre…
Citas al texto
(1)PAZ, Octavio. El arco y la lira, Segunda edición, Fondo de Cultura Económica, México, 1967, p. 92.
(2) OVIDIO JIMÉNEZ, José. Antología de la poesía hispanoamericana contemporánea (1914-1970), Alianza editorial, Madrid, 1984, p. 9.
(3)Paz, Octavio. Lo Mejor de Octavio Paz, Primera edición, Editorial Seix Barral, Barcelona, España, 1989, p. 81.
Porfirio Salazar nació en la ciudad de Penonomé, provincia de Coclé, el día 5 de marzo de 1970. Es Licenciado en Derecho y Ciencias Políticas (1993) y Máster en Derecho Procesal (2006), ambos títulos por la Universidad de Panamá. Ha sido docente universitario, asistente de magistrado, juez civil y penal, y actualmente labora como Defensor Público del Sistema Penal Acusatorio de Coclé desde 2011. Hizo estudios de lengua inglesa en Saint Petersburgo, Florida, Estados Unidos, (1998-1999). Primer lugar del Premio Municipal de Poesía “León A. Soto” en 1992, 1993, 1997 y 2005. Municipio de Panamá. Premio Único de la Universidad de Panamá “Demetrio Herrera Sevillano” en 1993. Premio para poetas Jóvenes “Gustavo Batista Cedeño” en 1994 y 1995, convocado por el Instituto Nacional de Cultura de Panamá. Premio Único “Luis Andersen” en 1997.Radio KW Continente. Primer lugar del Concurso “Esther María Osses”, auspiciado por el Instituto de Estudios Laborales, Ministerio de Trabajo, en 1996, 1997 y 2001. Premio Único “Stella Sierra”, Fundación Cultural Signos, en 1998 con la obra: “Canto a las espumas del Reino”. Premio Nacional de Poesía “Ricardo Miró” (el más importante reconocimiento de las letras panameñas) en 1998 con la obra: “No reinarán las ruinas para siempre”, y en 1999, con la obra: “Ritos por la paz y otros rencores”. Con el libro Animal, sombra mía obtuvo el Premio Centroamericano de Literatura “Rogelio Sinán” 2007-2008, convirtiéndose en el primer panameño que logra tal distinción, como poeta, entre autores de toda Centroamérica. Premio Ricardo Miró, ensayo, año 2009, con el libro La piel en la llama. Premio Nacional de Literatura Infantil 2018 Hersilia Ramos de Argote, con la obra: La piña María y otras canciones. Será presentado en septiembre de 2019. Con el libro Animal, sombra mía ganó el Premio Centroamericano Rogelio Sinán 2008 (el más importante de la región), convirtiéndose en el primer panameño que logra tal distinción entre 48 autores de Centroamérica.