Nombrar las lenguas. Por Delmar Penka
Imagen: Tapa con mono, con collar de frutas de cacao. Toniná, Chiapas Clásico Tardío (600 - 900 D.C.) Arcilla INAH. Museo de Sitio de Toniná, Ocosingo,Chiapas.
Nombrar las lenguas
Delmar Penka
I
In t’aane’,
jump’éel wóolis chak neek’ kin pak’ik tu tuuch lu’um […]
Mi voz, mi palabra,
es una semilla roja que siembro en el ombligo de la tierra […]
Isaac Carrillo, Neek’ / Semilla
Con la lengua se labra el tiempo, se esculpe el saber, se aprende a leer el viento. Con ella se siembra la semilla, contenida de memoria, que crece en todos los idiomas que se alientan a diario, a través de los hablantes que la mantienen viva. La palabra es sagrada, es el conjuro del alma. Decir bats’il k’op, por ejemplo, es hablar de la lengua verdadera, una que existe en cada boca que todavía pronuncia al mundo del mismo modo en que los ancestros lo hicieron: balumilal en tseltal, hant en comcaac (seri), wichimoba en raramuri, oi’ñga’n en ódam (tepehuano del sur), parhakpini en purépecha e iüt monopoots en ombeayiüts (ikoots). Nombrar el mundo, así como los pueblos lo designan en su propia lengua.
Hablar una lengua originaria es apelar a la libertad, es dejar que suene como el canto de los pájaros. Pero esta libertad ha sido asediada por la maquinaria colonial que durante siglos ha intentado silenciar a todas las lenguas que existen, más allá de la que los colonizadores han impuesto y de la que el Estado legitimó como la única: el castellano. Algunas han muerto porque los hablantes fueron desaparecidos. Otras, porque no se pronunciaron más, se negaron ante la persecución de los hablantes. Pero no todas corrieron con la misma suerte. Hay algunas que cada día se recrean como hormigas que a su paso dejan las marcas de su andar. Es la respuesta al exterminio. Es la lucha diaria por romper el cerco del silencio, por potenciar la voz, para volver a germinar las raíces de la lengua que nos dejaron aquellas almas que no permitieron que muriera la palabra.
Mi bats’il k’op tseltal es el fruto del que surgen las historias de quienes han hecho lo posible para que de mi boca salga el sentido de nombrar la vida: kuxlejal.
II
A t’aane’ u náajil a pixán. Tumen ti’ kuxa’an a laats’ilo’ob.
Ti’e’ úuchben xa’anilnaj, u k’aasal a kajtalil, ti’ ku p’aatal a t’aan.
Tu idioma es la casa de tu alma. Ahí viven tus padres y tus abuelos.
En esa casa milenaria, hogar de tus recuerdos, permanece tu palabra.
Jorge Miguel Cocom Pech, U náajil a pixán
Una noche fría, reunidos en el fogón de la cocina, mientras tomábamos café, el abuelo Domingo recordó con nostalgia las palabras de su padre (mi bisabuelo): “Escucha, hijo, te voy a contar algo, me dijo mi papá. Mucho antes de que la gente supiera escribir y leer, ya sabía hablar. Los ajawetik, al crear la Tierra, nos dieron una boca y lengua para decir palabras, entendernos entre humanos y construir nuestra vida. Así aprendimos a nombrar el maíz, a pedir la lluvia y a orar para sanar nuestras heridas. Todo lo hacíamos en nuestra lengua. Pero un día, personas de otro lugar cruzaron el mar para quitarnos nuestras tierras, nuestros espacios ceremoniales y destruir nuestros conocimientos; nos obligaron a trabajar para ellos e intentaron desaparecernos. A hombres y mujeres les arrebataron la voz, a otros la vida. Pero la muerte no fue la de la palabra. Aquí estamos, seguimos vivos”, dijo el abuelo. Se quedó callado un instante, tomó un sorbo de café y agregó: “ahora estoy aquí, hablándote como lo hacía tu abuelo, como me aconsejaba tu abuela. Jamás pronunciaron una palabra en castellano. Por eso es tu deber hablar en bats’il k’op, porque en nuestra lengua se encuentra el conocimiento y la memoria de quienes hicieron lo posible para que yo pudiera estar frente a ti, hablándote de ellos”.
Aquella noche nos encontrábamos cinco generaciones reunidas: la memoria de mi tatarabuelo, la voz de mi bisabuelo y bisabuela, el recuerdo de mi abuelo Domingo, la escucha de mi padre y, por supuesto, mi presencia. Durante más de un siglo el tseltal se mantuvo en la familia, no se hablaba ni se soñaba en otro idioma. La lengua que me fue heredada aún perdura en mi voz. No solo por conocimiento de mis antepasados, sino por una decisión consciente y política de no permitir la muerte de la palabra. Porque al hablar en tseltal, como en cualquiera de las lenguas originarias, encuentro a quienes lucharon contra el silencio, el olvido y la aniquilación.
III
Otechinmakak tlahtolmeh ika nikintokayotis nin atehtemeh,
milahapameh, aweyimeh, tlasohkamati.
Me diste palabra para nombrar los ríos,
lagos y mares, gracias.
Victorino Torres Nava, Tlasohkamati
Para los pueblos originarios la oralidad es una práctica cotidiana. Conversamos para transmitir los saberes, las memorias, las creencias, los rituales y los sueños. Se privilegia la palabra antes que la escritura, pero no por ello ésta pierde sentido. Esto se manifiesta con la emergente aparición de escritores, poetas y cineastas que escriben y graban en su lengua materna, acontecimiento que desvela la relevancia cultural y política que merecen las lenguas originarias en un tiempo en el que, como ahora, todas se encuentran en alto riesgo de desaparecer. La literatura ha permitido que las lenguas se visibilicen a partir de su materialización en la poesía, el cuento, la novela y el ensayo. Recrea los mundos que se escriben. La escritura en lenguas originarias interpela al monolingüismo de la literatura mexicana escrita siempre en español, y a los formatos de educación donde predomina el idioma impuesto. Como escribe Yásnaya Elena Gil, “la literatura mexicana [y la educación] es y debe ser diversa lingüísticamente”.
Lo mismo sucede con el cine, donde no solo la imagen es lo que cuenta, sino la palabra pronunciada. En los últimos años, varios actores han realizado películas documentales y de ficción en las que las lenguas originarias se hablan, se escuchan y guían la narrativa fílmica. Aparecen no como complemento, sino como un elemento clave para entender las problemáticas que se plantean desde la voz de quienes se enuncian. La fuerza está en lo que se expresa. Así se aprecia en Sat yelov jlumal. Rostros de mi pueblo (Humberto Gómez, 2014); At’anii (Antonino Isordia, 2019) o jkuxlejal (Liliana K’an, de próxima aparición). Ver y escuchar cine hablado en alguna lengua originaria, por el propio pueblo o por otro, es lo que el periodista mapuche Pedro Cayuqueo llama una “ofensiva cultural” ––que también es una ofensiva lingüística, porque una y otra no están separadas––, que refiere a la necesidad de apropiarse de las herramientas, las redes sociales y tecnologías para establecer espacios de enunciación, con las cuales se puede potenciar la mirada y las voces de los pueblos que persisten.
México está compuesto por una cartografía lingüística amplia y diversa. Cada pueblo habla con su propia poética, con las tonalidades que distinguen a cada voz. Entre todas tejen un amplio paisaje sonoro. En nuestro país se hablan alrededor de 68 lenguas originarias que pertenecen a 11 familias lingüísticas. De ellas se derivan más de 360 variantes. Esto quiere decir que existen más de 300 formas de significar la palabra, de enunciar al mundo, de decir: “nuestras lenguas viven”; de exigir justicia ante la responsabilidad histórica del Estado colonial por los más de 500 años de exterminio de los pueblos minorizados. Por ello, es importante habilitar espacios para que las lenguas se puedan fortalecer, para que cada habitante de este país no solo reconozca las que se hablan en otras latitudes del mundo, sino las que habitan en México, pues cada idioma es la suma de un devenir milenario.
IV
Tu’ún yò’ó yutu kani
yùkú ñàà tsiká nuú tutsi ñu’ún
kuí tono kiti kue ñàà yeè nuí tutsi ñu’ún
ri yeé va’ì ri yokoga/ra tsìki kue ni kue tono tsikuá.
La palabra extensión de raíz
hierba subterránea como cualquier animal
escondida en regocijo del calor de la tierra
camina silenciosa en la noche
para amanecer en el pensamiento profundo del lenguaje.
Celerina Patricia Sánchez, Tu’un / La palabra
Toda lengua tiene correspondencia con el territorio donde se habita. El lenguaje cobra sentido al encontrarse con la tierra, con los ríos y milpas donde todo significa, hasta lo más diminuto como las cenizas. El territorio también pertenece al orden de lo onírico, donde los viajes al cielo son posibles, donde los sueños se recrean, donde las cuevas son entradas al inframundo, donde los vivos y los que se han ido al otro mundo se encuentran. La lengua es un territorio que se defiende ante el extractivismo, tal como sucede en la sierra nahua de Puebla, en el norte ch’ol de Chiapas, en la tierra de los Me’phaa en Guerrero, en el amplio territorio wirikuta de los pueblos del occidente. Así, en los cuatro puntos cardinales del país, podemos hallar comunidades que resisten. Es una lucha geopolítica, autonómica y también geolingüística, porque todo pronunciamiento en defensa del territorio, de la autodeterminación y la vida, se hace desde la lengua propia: skanantayel jme’tik kaxeltik (cuidar a la Madre Tierra). Hablar nuestra lengua originaria es defender también un territorio cercado. Es proteger el espacio donde los fonemas de nuestra existencia, de los vientos y las aves logran escucharse.
V
El fuego de la memoria
Se necesita renacer el fuego de la memoria,
para divisar la llegada de nuevas alboradas,
donde nunca más exista el silencio de una lengua,
porque entonces habría una forma extinta de nombrar al mundo:
un murmullo perpetuo, una música sin canto, un pueblo olvidado.
Necesitamos retoñar como los frutos de antes,
con las raíces de siempre,
con la fuerza de la palabra que nunca muere,
para sembrar un mundo donde nunca más vuelva ser sin nosotros.
Delmar Penka (Tenejapa, Chiapas, México, 1990). Es ensayista, documentalista y académico tseltal. Estudia el doctorado en Ciencias Antropológicas en la Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa. Es Miembro de la Red Mexicana de Jóvenes por la Investigación (ReMJI) e integrante del colectivo Audiovisual Satil Film. Ha sido becario del programa Jóvenes Creadores del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (2018 y 2020); de las becas literarias Interfaz (2018) y del Programa de Estímulo a la Creación y Desarrollo Artístico, PECDA-Chiapas (2018-2019). Se ha desempeñado como tallerista de ensayo para jóvenes indígenas en Chiapas. Ha participado en la difusión de las lenguas originarias, a partir de la literatura y la cinematografía. Sus ensayos literarios están publicados en las revistas Primera Página, Sinfín, Cielo sur, Tierra Adentro, Círculo de Poesía y Punto de Partida. Es autor del libro de ensayos bilingüe, tseltal y español, Te sututet ixtabil / El giro de la pelota (Coneculta, 2020). Sus líneas de investigación son la memoria social, la antropología afectiva, cine y política de los pueblos originarios de México.