La señal desafiante. La poesía de Salvador Gallardo Topete, el hijo. Por Salvador Gallardo Cabrera
La señal desafiante
-La poesía de Salvador Gallardo Topete, el hijo-[1]
Salvador Gallardo Cabrera
Escribió siempre. Mi padre no dejó de escribir. Aun ya enfermo, buscando equilibrar su cuerpo, mantuvo el coraje y el ánimo intactos para hacer sus trazos y anotaciones en las libretas grises de espiral que usaba y, luego, cuando sentía que el trazo gravitaba por sí mismo, se ponía a teclear en su computadora. Coraje para plantarle cara a una muerte anunciada sin permitirse caer en los balances y recuentos; ánimo para fortalecer ese presente que se le escapaba. La escritura como fuerza que da vida, como germen y señal de “vida desafiante”.
Salvador Gallardo Topete publicó sus primeros poemas en la revista de la ACA (Asociación Cultural Aguascalentense), que creó y dirigió su padre, y unos textos-editoriales en “El Hombre del Búho”, la hoja literaria que él editó en 1952, a los diecisiete años. “El Hombre del Búho”, cuyo título denota un homenaje estridentista a González Martínez, marca un vínculo entre la revista de la ACA y “Paralelo” (1957), la revista que arranca la plena contemporaneidad artística en Aguascalientes.
Los textos-editoriales fractalizan la ciudad, sus ritos y fiestas, sus personajes e instituciones, sus espacios, colores, calles, el tedio provinciano escurriendo en la Plaza de Armas. En ellos es posible detectar una voluntad de experimentación que tiene sus raíces en los poemas estridentistas de Salvador Gallardo Dávalos, pero que adquiere vías inéditas por medio de encabalgamientos de sentidos y sonidos, imágenes simultáneas, metáforas descentradas, versos entrecortados por exclamaciones o por rimas pasajeras, paréntesis sin solución de continuidad, juegos de palabras y palabras desfondadas. El resultado es un híbrido poderoso, irreverente, irónico; poemas ligados a ambientes narrativos y narraciones periodísticas abiertas como poemas. Ese vaivén entre poesía y narrativa será desde entonces una de las estrategias más exploradas en sus obras.
Algunos de esos mecanismos, afinados y enriquecidos, reaparecerán en Caín y Abel, poema dramático escrito en 1957, publicado en 1960 en la editorial Paralelo, y en Raíces, libro de poemas escrito en 1958, publicado en 1963 por la misma editorial. Mecanismos afinados: los poemas tejen una escala de tonos, de ritmos, una escala sonora. “Nací con oído…”, le contaba Salvador Gallardo Topete a Ilse Díaz Márquez (SGT, el hijo: No pretendo la voz, yo quiero el grito, ICA, 2014), para explicar cómo había expandido esa escala con el verso libre, con las rimas asonantes, hasta interdigitar en un solo flujo ritmos, conceptos y afectos. De ahí esa “difícil sencillez” que Víctor Sandoval detecta en sus poemas, la amplitud de los tonos afectivos, la sensualidad de los ritmos conceptuales, los quiebres lúdicos, la lucidez atonal de muchas de sus imágenes. En Raíces, por ejemplo, las palabras resuenan como ríos “donde ya un día calmamos nuestra sed”, pero solo para fugarse y ensayar un nuevo declive melódico. Raíces exploratorias que van de Garcilaso a Lorca y a Alberti, raíces que perforan el canon métrico por medio de contrapuntos insólitos, giros que persiguen los relieves de Vallejo o que recuperan la fuerza oceánica de Neruda, raíces despojadas de todo artificio para que las cosas que pueblan el mundo canten por sí mismas. La poesía como un arte de la fuga: “Correr, fugarme,/ no quedarme más tiempo/ donde estoy.” Fuga melódica y sintáctica, fuga de los patrones de existencia establecidos, de aquello que nos dobla y nos ahorma sin variación. La fuga como estrategia de resistencia, como potencia de creación, como magnitud semántica que disloca la prisión, la ley, las oficinas, los espejos, se convirtió, así, en uno de los elementos poéticos y narrativos más persistentemente trabajados por mi padre.
En Caín y Abel, poema que no fue recuperado en No pretendo la voz, la antología de poemas de Salvador Gallardo Topete (Universidad de Guadalajara, 1991), hay un juego de voces, conceptos y tonos desplazándose unos a otros para crear una atmósfera vacía de personajes, de toda indicación de carácter o énfasis prosódico. El riesgo de los poemas dramáticos es caer en el tono declamatorio, convertir las voces en máscaras, o utilizarlas como meros vehículos de transmisión de un mensaje de fondo; en Caín y Abel tres voces se desdoblan en un espacio de encierro: la voz que maniata desde el Verbo, la voz de la llama y el odio que renueva periódicamente la tierra y la voz oprimida que se alza para fugarse de la voz original, la de los temores ancestrales, comprendiendo que sólo lo logrará al precio de arrancarse la memoria.
Los Poemas del insomnio, escritos entre 1952 y 1970, no fueron recogidos en un libro individual. En la antología de la Universidad de Guadalajara hay una selección dividida en dos secciones: Prisiones y Poemas del insomnio. Se trata de un conjunto de canciones, paisajes, poemas “mecánicos”, versos Pantun, trazos y condensaciones, atmósferas e impresiones, retruécanos, ficciones y objetos lúdicos, a partir de los cuales el poeta explora la vida que llamamos “cotidiana” sólo para poder pasar de largo ante ella. Esa vida adormecida, casi plana, debe ser atravesada en estado insomne si se desea extraer sus relieves. Utilizamos grandes palabras, escalas de observación universales o canónicas, y sepultamos regiones enteras de objetos, acontecimientos y afectos. El insomne, en cambio, se detiene en los afloramientos considerados menores, en los segmentos inestables de los afectos, en las puntas de los objetos, para descubrir un mundo despierto ahí donde aparecía una planicie adormilada. De ahí esa claridad insomne que despiden los poemas de Gallardo Topete; claridad que contradice el desvelo inducido con que se pautan nuestros días electrónicos. Hay que probar nuevas vías de sentido y de sonido, hay que tomar la resolución de no aceptar reglas ya dadas y la iniciativa donde nadie la espera, hay que aprender a mirar oblicuamente, hay que crear nuevos engarces, como en los poemas mecánicos, y escuchar nuevos ritmos, como el de los versos Pantun, esas estrofas malayas de rimas entrelazadas a cuyos dísticos los une lo que los separa.
La claridad insomne está abierta también al humor que nunca deja las cosas tal como las encontró. El humor, no exento de una pequeña dosis de malicia, no sólo es un afecto expansivo, es también una práctica política y una toma de posición anímica; cuando se alcanza esa ondulación en la escritura, entonces la literatura deviene invención, libertad. José María Espinasa ha visto cómo se entretejen en la obra narrativa de Gallardo Topete las pulsiones y necesidades del propio gesto relator con esa libertad multiforme que alienta sus cuentos, adivinanzas, relatos, pequeños ensayos, y ese género nuevo que él creó: los nanocuentos. A Un día de estos (Aguascalientes, ICA, 2001); Estancias del sueño (ciudad de México, Ediciones sin nombre / UAA, 2010, y El investigador córvido (Tetralogía criminal) (ciudad de México, Ediciones sin nombre / UAA, 2014) habrá que sumar algún día un libro que recoja sus poemas y cuentos para niños y jóvenes.
Esta antología arranca con una colección de los últimos poemas de mi padre, escritos entre 1990 y 2014. Él deseaba reunir sus libros de poemas porque los jóvenes no los conocían, pero durante un tiempo sopesó una sugerencia que le hice: publicar primero, en un libro aparte, estos últimos poemas, y luego seguir con la antología. Ese libro, según yo, debería llevar el título de uno de los poemas que lo componen: Lección de permanencia. Lo más duro de una muerte son las puertas que deja entreabiertas; no se sabe cómo abrirlas o cerrarlas. Pero los poemas se mantienen con vida y disipan las dudas: sólo hay que seguirlos.
He titulado, entonces, esta sección “Exiliados de la luz”. Cuarenta poemas que parecen escritos en un solo impulso, con gran intensidad, algunos esculpidos; otros, tomados en dictado a una voz distante que alienta el presente del poeta desde el pasado. Poemas en constante agitación, móviles, tendentes a la variación y, sin embargo, escritos por alguien que perseveró durante mucho tiempo. Poemas táctiles, acentuadamente eróticos, en los que el pensamiento se encarna. Poemas escritos a contracorriente de nuestro tiempo: la poesía se entiende como creación, no como ámbito comunicativo, reflexivo o denotativo; la poesía implica un trabajo creativo con palabras, tonos, ritmos, imágenes, que no elide los acontecimientos ni busca su eficacia en el ensimismamiento aparentemente experimental, ni en despliegue virtuoso de un alma bella.
Al hablar de la vida en la escritura, Eduardo López decía que para mi padre la literatura era una manera de vivir. ¿Para qué habría escrito si no fue para transformarse a sí mismo con el trabajo poético y para mantener una atención, amorosa y rebelde, a los acontecimientos y a las personas que atravesaban sus días? Por supuesto, la poesía no garantiza nada y el poeta no es un ser de excepción, pero un poema puede iniciar una orientación nueva, puede mostrarnos una vía que no habíamos visto. En estos poemas hay entretejida una poética del arte de vivir, una poética del apego a la tierra centrada en el asombro cotidiano que mi padre recuperó de Quevedo, una apuesta constante por la vida y los cuerpos del amor contra el dolor de una enfermedad que avanza, que reduce y ensombrece, pero a la que es necesario sobrepasar, día a día, desde la plenitud de lo posible.
Esa es la lección que nos deja la poesía de Salvador Gallardo Topete, el hijo, maestro de generaciones de escritores y de mujeres y hombres que decidimos encontrar lo que uno es desde lo que uno puede ser. “El amor revive de los huesos/ desde el humilde vómer… para dictar su lección de permanencia…”
Este libro no hubiese sido posible sin la iniciativa de la poeta Claudia
Santa-Ana, cuyos trabajos se cruzaron muchas veces con los de mi padre; de Miguel Vargas y de Araceli Suárez, quien cuidó los pasos de la edición con cariño y esmero. En el trabajo de recopilación y puesta al día de los poemas de mi padre conté siempre con el aliento de mi madre y de mis hermanos. La lección es esa “pequeña señal, con su germen de vida desafiante”, lanzada como un gesto de amor para que otros la reciban.
[1] Posfacio a Lección de permanencia -antología poética de Salvador Gallardo Topete-, ICA, 2019.
A continuación, nuestro lector puede leer una selección poética de Salvador Gallardo Topete en el siguiente enlace, elaborada por el poeta y filósofo Salvador Gallardo Cabrera.
Salvador Gallardo Topete (México). Selección de Salvador Gallardo Cabrera
Salvador Gallardo Cabrera. (Tanque de los huizaches, Aguasalientes, 1963). Ha publicado, entre otros, Cuartetos (Homenje a T.S. Elliot a 50 años de su muerte), en co-autoría con Manuel Marín (ensayo, Edición de artista, 2015), La mudanza de los poderes -de la sociedad disciplinaria a la sociedad de control- (ensayo, Aldus, 2011), Estado de sobrevuelo (poesía, Bonobos, 2009), Sobre la tierra no hay medida –una morfología de los espacios- (ensayo, Libros del Umbral, 2008), Las máximas políticas del mar (ensayo, Colegio Nacional de Ciencias Políticas, 1998), Sublunar (poesía, JGH editores, 1997), Cadencia y desprendimiento (poesía, INBA, 1983). En 1983 obtuvo el Premio Nacional de Poesía Joven. Es doctor en filosofía por la Universidad Nacional Autónoma de México donde es profesor de asignatura, desde hace once años, en la Facultad de Filosofía y Letras. Editó para Vértice la colección de ensay Trayectos y devenires (1998-2004). Sus ensayos han sido recogidos y traducidos en antologías, revistas y suplementos literarios de México, Brasil, Venezuela, Cuba, Francia, España, Canadá, Estados Unidos y Rumania. En 1983 obtuvo el Premio Nacional de Poesía Joven.
Salvador Gallardo Topete. (Aguascalientes, 1933-2017). Poeta. Estudió Derecho en la Universidad Autónoma de Zacatecas. Fundó (con Víctor Sandoval) El Hombre del Búho; ha sido editor de Disertaciones; miembro del consejo directivo de Talleres. Perteneció al Grupo Paralelo. Miembro de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística. Publicó el libro de cuentos Estancias del sueño (UAA/ Ediciones Sin Nombre, 2010). En poesía Caín y Abel (Paralelo, Espiga, Aguascalientes, 1960), Desanclaje (Paralelo, Aguascalientes, 1963), Raíces (Paralelo, Aguascalientes, 1967), No pretendo la voz (antología personal, U. de G./Xalli/Patronato de Teatro Isauro Martínez, 1991) y Un día de éstos (ICA, 2001) y la antologías, Teatro. Salvador Gallardo Dávalos (UAA, 2009) y Poesía reunida. Desiderio Macías Silva, Salvador Gallardo Topete (coord.), 2015.