Ensayo

La poesía de Mónica Zepeda o el alto voltaje del verbo. Por José Natarén

 

 

 

 

La poesía de Mónica Zepeda o el alto voltaje del verbo

 

José Natarén

 

 

Mónica Zepeda (San Cristóbal de las Casas, 1987), nos hace pensar, hoy por hoy, en una “promesa” de la poesía en Chiapas, si cabe esta expresión, hasta cierto punto baladí, por supuesto, tanto con la intención del honesto elogio como de la mesurada valoración de una escritura cuyos cimientos y proyección permiten concebir que estamos frente al inicio de la obra de una de las mentes más fructíferas ― y lúcidas― de su generación.

Lo anterior, sirva también para declarar el deseo por la persistencia, renovación continua y conquista del estilo en su poesía, que prevalezca el ánimo creador, su palabra resista el tránsito de lo venidero. Que podamos comentar los títulos siguientes, que la poesía de Zepeda se dirija al norte del futuro, hacia la gran poesía, que la curva de esta espiral ascendente se ensanche al paso de los años y materialice la ordenanza del divino azar, la permanencia en la línea del vocat. Porque la vocación, el llamado a la combustión de la sangre por el verbo desde el origen, es una componente ostensible en Mónica. Escribe nuestra poeta:

 

Recuerdo el destino

delante siempre tuve

un muro blanco

de papel[1]

 

Pienso de manera análoga en el caso de los poetas de “La espiga amotinada”. Si bien, los primeros dos libros de los cinco integrantes del grupo son tales que pueden, en cierto sentido, considerarse no incipientes ni prometedores, sino, colecciones de objetos poéticos realizadas en sí mismas, también es claro que los libros posteriores de cada uno, demostraron la posibilidad de superar el hallazgo tremendo de la primera época hasta alcanzar la excelencia y concretar la develación del misterio poético. Senderos por explorar, sendas en las cuales puede decirse “de otro modo, lo mismo”, como reza el título de la célebre antología del eximio Rubén Bonifaz Nuño.

Considero el fenómeno de “los espigos” porque ha sido tema recurrente entre la autora y quien suscribe esto: nos conocimos en el Taller que imparte el poeta Óscar Oliva, siendo Mónica una discípula destacada del maestro, en un espacio plural, de trabajo colectivo, con una mayoría de mujeres participantes. Es un signo positivo de nuestra época, que la mejor poesía escrita por jóvenes provenga de mujeres.

A la par, contrapongo este comentario ―más para contrastar y complementar que para contradecir― a la lectura de la académica salvadoreña Juana M. Ramos que, plantea justo, la expresión contraria. Aunque cabe advertir que uno de los sentidos de su análisis es celebrar ―y señalar― la fuerza creadora y la capacidad estética del lenguaje de la autora de Si miento sobre el abismo (2014), y converge con la intención del presente texto. La investigadora de York College - The City University of New York apunta que: “la poesía de Mónica Zepeda no es incipiente ni prometedora, sino que se trata de una poética establecida y comprometida (con el ser humano y todo lo que a este le concierne) además, es ya un referente en el panorama literario chiapaneco”. Apelamos a que el padre Cronos permita que nos asista la razón y estemos ante el surgimiento, ante la fase inicial de una obra vasta y memorable. Sea.

Coincido en la notoriedad de la poesía de Mónica Zepeda en esta época en Chiapas. No obstante, me atrevo a bosquejar el horizonte de lo que podría considerarse, la literatura, en específico, la poesía en lengua castallana escrita por autores en esta región del mundo. Desde la escritura religiosa de los siglos XVI y XVII, con Felipe Cadena y los hermanos Valtierra, por mencionar algunos autores; el hito, casi genético, de Rodulfo Figueroa; la generación de La fiesta de pájaros; la prodigiosa presencia tutelar de Rosario Castellanos y Jaime Sabines; hasta llegar a nuestros días, en los que estudios diversos y formas de difusión institucional o no, permiten una mejor aproximación a la obra de los siguientes protagonistas de la literatura en Chiapas: Juan Bañuelos, Óscar Oliva y Eraclio Zepeda; Roberto López Moreno, Elva Macías, Raúl Garduño, Joaquín Vázquez Aguilar, Óscar Wong, Efraín Bartolomé y José Falconi. Intelectuales como Jesús Morales Bermúdez y el propio Wong, entre los pioneros, ya se han ocupado de esta genealogía[2]. No es el caso ensanchar el listado y solo se apuntan algunos nombres decisivos o relevantes para precisar el contexto, librar la ambigüedad y favorecer la nitidez de esta valoración.

Así llegamos hasta las siguientes generaciones, de nacidos entre los 60 y 90, en cuya segunda sección se encuentra Mónica Zepeda. Entre los autores contemporáneos a nuestra poeta, se encuentran: Matza Maranto, Mikeas Sánchez, René Morales, Fernando Trejo, César Trujillo, Fabián Rivera, Andrea Abarca y Karla Gómez, voces que, tengamos por seguro, darán de qué hablar a la crítica en años próximos. Varios de ellos ya han sido reconocidos con premios nacionales de poesía. Por supuesto que aquí la idea de generación, no se asume en estricto sentido cronológico, más bien, atiende a la teoría de las generaciones de Ortega y Gasset. Se pertenece a una generación por razones vitales, biográficas, de convivencia, de elementos comunes en las obras, etc.

Hace apenas un par de semanas, sin esperarlo, tuve un encuentro con la poesía de Zepeda. Si bien, tengo en mi poder ejemplares de sus dos primeros libros, escucharla recitar uno de sus poemas hasta ahora inéditos, además de propiciar la experiencia estética y algo similar al silencio reverente que se guarda ante la invocación y la ofrenda en el tabernáculo de la poesía, me comprometió a escribir, con la necesidad de invitar al amable lector a introducirse en la escritura de la autora.

El poema intitulado “IV”, principia con una declaración tajante, un versículo que se instaura en el orden de lo sumario. El segundo y el tercer verso, fincan la dialéctica tensión que sostendrá el ritmo del poema; serán repetidos al final, con tono solemne, como ciertas oraciones, como una fórmula en la que se reconcentra el fondo anímico de todo el corpus, como un fractal de la desdicha. La estrofa recuerda la necesidad de atender la sabiduría del Eclesiastés, así como retrotrae a otros salobres, ocres y espesos pasajes veterotestamentarios; ya sean ciertos salmos o, incluso, es posible fantasear que al centro del poema se encuentra Job, con esa resistencia que tanto se requiere en nuestros días. La poeta dice:

 

No existe rostro ni lágrimas detrás de la verdadera piedra.

Sin embargo, pluma y tinta

de penumbra y perdición aún buscan esperanza.

Ya el antiguo pueblo, el testamento,

a escasos años de haber nacido,

a descalzos pies de rozar lo alto,

corrió por donde señalaron sus instintos.

 

Es claro que la poeta, bruja, sibila, o profetiza, el sabio de la tribu, el hechicero, el vate videns, conoce las cosas del mundo pues en ellas halla su asidero, su triunfo está en lo heterogéneo: el poeta consigue la unidad en lo múltiple. Es la <<voz del pasado del ayer trágico y melancólico. El poeta era el representante de los dioses. De los antiguos, de los modernos, de los desconocidos, ya que era capaz de inventar otros>> precisa María Zambrano en el clásico Filosofía y poesía[3]. Y es la memoria del pueblo. Alguien vio a la gente andar en sentido contrario al del legislador previo su descenso del Sinaí, contravenir las instrucciones de la razón monolítica, transgredir la ley y rendirse a la voluptuosidad del dislate, al murmullo de la maledicencia y al frenesí de la envidia y la soberbia[4]. Así también se ve a los criminales hoy. La poeta los vio correr y gritó:

 

¡Ra-ta-tá! ¡Ra-ta-tá! ¡Ra-ta-tá! ¡Ra-ta-tá!

¿Cuánto tiempo tarda el tiempo en sanar?

¡Ra-ta-tá! ¡Ra-ta-tá!

 

Por otra parte, pienso en Mario Santiago Papasquiaro, en Vicente Huidobro y en Octavio Paz. Recordé a los tres de golpe, luego de emerger de la embriaguez sonoro-semántica que indujo el poema, al punto del disparo que desbordó el sentido. Recordaba una grabación en video de Santiago Papasquiaro, durante la presentación del libro Trozos de sol de Efraín Bartolomé (16 VIII 1995). El poeta finalizó su participación con el recurso, más bien con la necesaria manifestación expresiva del grito onomatopéyico, más aún, de alarido primigenio:

 

<<Bajo la tempestad, al ritmo de la temperatura del Deseo. El cerebro repleto de llamas donde quiera que la vida transcurra, envés de mi alma. ¡Toou, toou, toou! ¡Tjaka! ¡Jeyy! >>[5], gritó, como quien revela un mantram, como poseído por la eléctrica descarga de un terrible nombre primordial, portador de todas las potencias, creadoras, conservadoras y destructoras, del cosmos. Eso recordé al escuchar a Mónica Zepeda golpear la vacuidad de la escritura cotidiana, violentar las cándidas certezas del lugar común y a los desprevenidos concurrentes, cuando profirió como el que desgarra el velo que le asfixia, casi al final de su lectura:

 

¿Cuánto tiempo tarda el tiempo en sanar?

¡Ra-ta-tá! ¡Ra-ta-tá!

 

No es difícil pensar en el canto VII de Altazor, cuando, radicaliza las funciones del lenguaje, alcanza el extremo de la expresión, lapida el significado y devasta el sentido, cuando el azor alcanza la máxima altura de su vuelo y cae al fondo de sí mismo, sin parasubidas: “Al aia aia// ia ia ia aia ui (..) iiio// Ai a i a a i i i i o ia”. Por supuesto, la melodía de la metamorfosis de hombre en pájaro, culmen de la elevación del cantor, resuena desde la orilla numinosa del mundo; por otra parte, desde el envés, cimbra la kratofónica detonación de los casquillos en el poema de Zepeda, si bien el sustrato sonoro de la poesía, la melopea, se impone hacia un lado y otro. Ambos, canto y estruendo, proemios del silencio.

Poesía culta y vigorosa, pacto entre intelecto y pasión, entre percepción y memoria. Tiempo histórico y tiempo mítico, confluyen en la violenta cadencia del poema. Desde la narración de las vicisitudes de los errantes en la noche, −ya sea el antiguo pueblo extraviado o quienes migran exponiéndose a la muerte ahora mismo− hasta la cita proveniente de la decimocuarta epístola del filósofo estoico Séneca, están en el poema de Mónica Zepeda. A diferencia de lo dicho por el orador clásico, en realidad, el pobre, el marginado, el desplazado, el huyente, el migrante o el desaparecido a fuerzas, no halla paz en su tránsito. Así, a lo más, se echa mano de la idea solo para enfatizar la resistencia, la cualidad paliativa de la frase para no sucumbir al horror de la acechanza de la muerte. El número, ya sea de personas o luceros que aluden personas, nos recuerda aquella frase de Aleister Crowley (“Cada hombre es una estrella”). Una estrofa críptica, cuyo verso final “siempre hay uno menos” tan cargado de sentido, es una suerte de enigma oracular, a la vez escalofriante y duro. La poeta dice:

 

Se repite ininterrumpida

el hambre preñada de saliva:

“Etiam in obsessa via pauperi pax est”.

Se repite mientras huye

para salvarse o alcanzar la noche:

“Incluso en un camino asediado

halla paz el pobre”.

Encauzado Séneca, diáfana noche

de entendimiento y de luceros,

trece mil ochocientos sesenta y tres,

ni uno más, a lo sumo uno menos,

siempre, por no decir que falta,

siempre hay uno menos.

 

Se evoca a la muerte en el anonimato y en el desierto, imagen sanguínea, sensación de fusión, de confusión, de aniquilación. La cuenta del relato −más que una voz lírica, es proverbial y narrativa− disminuye, así la violencia sistemática mina hasta la aniquilación la dignidad humana al ritmo de las metrallas.

 

Y es la forma en la que todo cuenta,

todo cielo hecho de ti y de esta tierra,

mía y de nadie,

cuando es de uno la sangre,

pero a otro pertenece el cuerpo.

¡Ra-ta-tá! ¡Ra-ta-tá! ¡Ra-ta-tá! ¡Ra-ta-tá!

¿Cuánto tiempo tarda el tiempo en sanar?

¡Ra-ta-tá! ¡Ra-ta-tá!

 

Es por todos conocido la limpidez con la que el genuino poeta permite que se transluzca en su canto la dialéctica del mundo, la voracidad con la que la realidad arde, con la que todo y su opuesto se consumen y no, con la que la que la palabra refiere, porta significados y al mismo tiempo se finca como un espacio en sí, esplendor y delirio, quietud y aceleración continua. Justo, en El mono gramático, Octavio Paz nos dice que: <<Los nombres, ya lo sabemos, están huecos>> (…) <<pero las cosas mueren para que los nombres vivan>>. Todo pasa por el tamiz del poeta. Paradoja radical, la verdad personalísima del poeta y la comunión con los seres, la captación de las fluctuaciones del decir colectivo, son asequibles en el poema.

Se canta y se cuenta, se crea a partir de sucesos, de fenómenos del mundo, se construye un objeto inédito, portador de nuevos sentidos, a partir del habla cotidiana, de la expresión directa, de la experiencia onírica, de los sustantivos que se resignifican con múltiples predicados, de la metáfora que dice sensaciones y modula el discurrir del verbo, de la espesura anafórica de las promesas la elucidación de los abismos de la condición humana en el límite de la brutalidad. Al respecto de nuestra poeta, la escritora Juana Ramos indica: <<Mónica se rebela ante la impotencia y las imposiciones, las cuestiona y las resignifica>>.

En efecto, la poeta conoce su oficio, asume y ejerce lo otorgado a ella por Natura y bien encausado con su formación superior como creadora de literatura. Además, la buena recepción de su obra es notoria, así como la participación en festivales y encuentros dentro y fuera de México, lo que motiva la esperanza de su persistencia, así estemos rodeados de panfletarios, pregoneros de las malas nuevas, aquellos que registran estadísticas y hechos dolorosos y que, sin límite en el uso de la tecla enter del teclado, simulan formas poéticas para la más olvidable prosa. O sea, para dar gato por liebre. Pero no en la escritura de Zepeda. En ella no leemos la denuncia, el gimoteo, el señalamiento, los estériles intentos de ser voz crítica y no ser algo más que naive, entre las fórmulas para hacerse pasar por una buena promesa. No basta con buenas intenciones. De eso está lleno el olvido y cunde las redes sociales. No es el qué, sino el cómo. Es posible y, en cierto sentido necesario (¿Qué es necesario en poesía?), nombrar lo terrible del mundo, el crimen, la violencia, lo aberrante. Pero la destreza técnica, el dominio de los recursos expresivos, lingüísticos, poéticos, la “malicia”, para convertir un hecho del mundo en un objeto poético, no es común, ni fácil. La poesía no es fácil, más bien, exigente y celosa. Mónica lo sabe, lo vive y así, poetiza. Sin embargo, estamos a muy temprana hora para dar juicio del día entero, salvo merced a la buena voluntad y a la extrapolación: Inició bien, seguirá mejor. Insisto, la poesía de Mónica Zepeda es promesa <<de lo justo no siendo ceniza al viento>>. Ella dice:

 

Cifra, fosa común,

anónima demencia perturbada.

Maullido que da gato por liebre.

Sucesos contados de memoria y con la entraña

al igual que se pronuncia un rostro ante el sueño.

Promesa hondura del dolor,

promesa libertadora

de uno siendo necesario,

de lo justo no siendo ceniza al viento.

Gatillo que alguien inventó

sólo para disparar, para sobrevivir y permanecer.

Promesas que observan lo que estamos haciendo.

Promesas que estampan una y otra vez

sus pies en el suelo,

el suelo que se desmorona y cae entre nosotros.

¿Cuánto tiempo tarda el tiempo en sanar?

¡Ra-ta-tá! ¡Ra-ta-tá!

 

¿Qué cosa alimenta al alarido, de qué contenido se vacía? Por supuesto que no podría significar otra cosa que no se encuentre en el poema mismo, además de señalar una suspensión del flujo racional de la conciencia, una parada entre el ser y lo que no es, en la fragmentación de la unidad universal, en la frágil unidad posible del poema, se insiste: instaura el imperio del presente, de golpe nos sitúa ahora, aquí y nos cuestiona con lo insólito.

El grito se reitera para enfatizar la hondura del dolor y de inmediato la realidad irrumpe, intenta dar el golpe de estado contra la palabra. Como una sucesión de eléctricas descargas, el verbo se vacía de su potencia, se desboca contra los escuchas. La palabra poética tiene una carga de voltaje mayor, bien dijo Ezra Pound[6]. No obstante, la voz poética, con ímpetu proverbial, insisto, y cierta orgullosa fatiga, en el versículo final, se lamenta de su condición inagotable o advierte la reversibilidad de la derrota. Es factible creer que aún hay algo que esperar, que es posible la redención del mundo. El poema finaliza con el versículo:

 

Pluma y tinta de penumbra y perdición aún buscan esperanza.

 

Apollinaire, en El espíritu nuevo y los poetas, dice: “Cuando un poeta moderno anota en varios sonidos el zumbido de un avión, es preciso ver en ellos ante todo el deseo del poeta de acostumbrar su espíritu a la realidad”. Pero, en este caso, en particular ¿a qué realidad, a qué escenario se intenta acostumbrar la voz, el yo lírico de nuestra poeta?

¿Acaso al tiempo de los asesinos que, más allá y más acá de la modernidad, parece ser el doloroso siempre? Desde los años de errancia del pueblo hebreo hasta la violencia generalizada en toda América Latina. Ante ello, es loable escribir poesía, pese a la muy probable inutilidad de las más inocente y riesgosa de todas las ocupaciones. Al final, el poeta es el santo y el consejero, y también el condenado, el gran culpable, el proscrito, el blasfemo. El asesino sagrado, con el doble filo de la lengua, ya sea con la excelencia formal o con el potente impulso que desde el fondo rebasa el molde expresivo. En el mejor caso el decir del poeta abreva de ambas y en esa feliz coindice es cuando el verbo esplende. Mónica advierte desde el primero de sus libros, la emergencia del hecho poético:

 

Alguien me enseñó

que las palabras

suelen ser asesinas y yo,

que nunca había matado,

un día hablé

 

La poesía que emerge pese a todo, como las profecías de Casandra en las que nadie cree, pese a la inminencia de la toma de Ilión. Así que leamos la poesía de Mónica Zepeda, atendamos la promesa, reitero, <<de lo justo no siendo ceniza al viento>>.

 

 

 

FUENTES BIBLIOGRÁFICAS

 

―MÓNICA ZEPEDA

Si miento sobre el abismo. Edición personal, México, 2014. 88 p.

Las arrugas de mi infancia. Coneculta-Chiapas 2020. 91 p.

“IV”. Poema inédito, recitado en el Instituto Tuxtleco de Arte y Cultura, el 20 de septiembre del 2022.

―HUIDOBRO, Vicente. Altazor o el viaje en paracaídas Edición bilingüe, traducido al inglés por Eliot Weinberger. Serie Palabra Sur de Graywolf Press, E.E.U.U., 1988. 167 p.

―PAZ, Octavio. El mono gramático. Edición con motivo del centenario del nacimiento del poeta. Galaxia Gutemberg, España, 2014. 118 p.

−POUND, Ezra. El Arte de la poesía, (1954), Editorial Joaquín Mortiz, 2ª ed 2ª reimp., México, 1986. 121 p.

―ZAMBRANO, María. Filosofía y poesía. 6ª ed. FCE, México, 2016. 111 p.

 

 

HEMEROGRÁFICAS

 

RAMOS, Juana María. “De luces y de sombras. Lo vital y lo humano en la poética de Mónica Zepeda”, en la revista electrónica La raíz invertida. https://www.laraizinvertida.com/detalle-2982-de-luces-y-de-sombras-lo-vital-y-lo-humano-en-la-poetica-de-monica-zepeda. Portal Consultado el 26 de diciembre del 2022.

 

 

 

[1] Si miento sobre el abismo. p. 80.

[2] Morales Bermúdez en sus Apuntes para una historia de la literatura en Chiapas y Wong, en la introducción de la antología Nueva fiesta de pájaros coinciden en comentar a los autores mencionados. Cabría incluir a Enoch Cancino Casahonda y Daniel Robles Sasso previa a los autores de “La espiga amotinada” y anotar entre los comentaristas destacados a Eliseo Mellanes Castellanos y Armando Duvalier.

[3] Filosofía y poesía. p. 32.

[4] Se alude al pasaje del capítulo 32 vv 1-10, contado y cantado por Moisés en Shemot (el Libro de los Nombres más conocido en Occidente como Éxodo). El pueblo de Jacob, procedente de Egipto, adora un becerro de oro que, en la tradición kabbalistica, desde una lectura no literal, es símbolo de: concupiscencia, intriga y mal de ojo.

[5] En la solapa de El ser que somos, antología de la poesía de Efraín Bartolomé, publicada por Editorial Renacimiento de España. 204 p. Conviene escuchar y ver la grabación del grito en el siguiente enlace:   https://www.google.com/search?q=Mario+Santiago+EFRA%C3%8DN&rls=com.microsoft%3Aes%3A%7Breferrer%3Asource%3F%7D&rlz=1I7TSNI&sxsrf=ALiCzsad6ygDhb9CR4QoNBqmCXhLinRYYQ%3A1672173964052&ei=jFmrY93rAtngkPIPkuu8sAU&ved=0ahUKEwjd4YS51Zr8AhVZMEQIHZI1D1YQ4dUDCA8&uact=5&oq=Mario+Santiago+EFRA%C3%8DN&gs_lcp=Cgxnd3Mtd2l6LXNlcnAQAzIFCCEQoAE6BAgjECc6BQguEIAEOgUIABCABDoLCC4QgAQQxwEQrwE6CAgAEIAEEMsBOgYIABAWEB46CAgAEBYQHhAPOgQIIRAVSgQIQRgASgQIRhgAUABYrhFg7xNoAHABeACAAcABiAHJCZIBAzIuOJgBAKABAcABAQ&sclient=gws-wiz-serp#fpstate=ive&vld=cid:19fcf73b,vid:k1tuoCz_lpY

[6] El arte de la poesía. p. 41.

 

 

 

 

 

 

JOSÉ NATARÉN. Promotor cultural. Secretario técnico del Instituto Tuxtleco de Arte y Cultura. Estudió física y matemáticas en la Universidad Autónoma de Chiapas. Trabajó en proyectos de investigación de carácter literario y filosófico. Ha colaborado con el Sistema Chiapaneco de Radio y Televisión y con la Radio de la Universidad de Ciencias y Artes de Chiapas conduciendo programas de rock. Ensayos suyos sobre poetas mexicanos han sido publicados en diarios de circulación local y nacional, así como en las revistas de literatura Taller Ígitur y Altazor. Poemas suyos han aparecido en La Otra y New York Poetry Review.

 

 

 

 

Mónica Zepeda (San Cristóbal de Las Casas, Chiapas, México, 1987). Licenciada en Literatura y Creación Literaria por Casa Lamm. Meta-NLP Master Practitioner por The International Society of Neuro-Semantics. Es autora de Si miento sobre el abismo (2014) y Las arrugas de mi infancia (Coneculta Chiapas, 2020). Su obra ha sido incluida en varias antologías como Universo Poético de Chiapas: itinerario del siglo XX (Coneculta Chiapas, 2017); Poetas en el Cosmovitral (H. Ayuntamiento de Toluca, 2018); La piedra del fuego, Antología de poetas chiapanecos (Editorial Cultura, Guatemala, 2019); Antología Multilingüe (Artepoética Press, 2022). Ha participado en festivales de poesía nacionales e internacionales como Jornadas Pellicerianas 2022 y The Americas Poetry Festival of New York 2022. Parte de su obra poética ha sido traducida al polaco, inglés e italiano. Poemas suyos también han sido publicados en reconocidos medios impresos y electrónicos de México, España, Honduras, Guatemala, Perú, Bolivia, Colombia, Chile y Estados Unidos. Obtuvo el tercer lugar en el VI Premio Literario Internacional “Letras de Iberoamérica 2022” en la categoría de cuento corto con el texto Acerca de tiempos remotos.