La pertinencia de las formas en Miguel Hernández. Por Antonio Alonso Catalán
LA PERTINENCIA DE LAS FORMAS EN MIGUEL HERNÁNDEZ
Antonio Alonso Catalán
En las diferentes etapas de su quehacer poético, Miguel Hernández se desenvuelve en formas diversas de la tradición hispánica. Desde las de arte menor (la canción, las nanas, el romance), hasta las de arte mayor como los cuartetos alejandrinos o las octavas reales, las formas por las que transcurre el poeta son siempre resultado de una etapa tanto estética, como personal y política. Si ya resulta admirable la maestría en el uso de las diferentes formas (maestría que en tal época de la poesía hispánica no es poco común: Lorca, Cernuda, Guillén y, en nuestro país, Villaurrutia o Gorostiza, por ejemplo), es sumamente revelador cómo dicho uso está siempre vinculado a un período y a la particular situación del poeta y la sociedad.
Podemos considerar la etapa temprana de Miguel Hernández como una experimentación vehemente, en la que ensaya formas tradicionales en relación con su entorno inmediato. Todo se tiñe de canción bucólica o de emociones vinculadas al entorno rural y a la efervescencia juvenil. Sin embargo, la obra de Hernández se considera, principalmente, como aquella que se inicia después de su primer viaje a Madrid. El joven de Orihuela llega a la capital y el abanico del mundo se le abre: conoce lo urbano, la escena artística de su momento, y se encuentra con los miembros y la poesía de la Generación del 27. Esto constituye un punto de inflexión y Hernández se enfrenta a un conflicto poético-personal. El gongorismo vehemente en el medio literario lo cala hasta la médula y, combinado con el amor naciente por los toros, comienza a fraguarse una serie de poemas con los que el joven orihuelense demuestra ya que es un poeta de alto calibre y que llegó para quedarse: Perito en lunas.
“Lunicultor”, Miguel Hernández se desenvuelve con tanta maestría como originalidad en la forma métrica que antaño llevaran a su máximo potencial el Polifemo de Góngora y el Faetón del Conde de Villamediana: la octava real. Forma exquisita y difícil de dominar que, sin embargo, Hernández adopta con éxito y dota de colores propios. Pese a la notable influencia barroca, las octavas reales de Perito en lunas no son las de Góngora, son las del poeta orihuelense que, en ardua búsqueda poética, se pone a la altura de sus contemporáneos. Resulta admirable cómo, lejos de parecer caducas o de carecer de emoción, las octavas están teñidas de frescura y llenas de erotismo y vitalidad:
HAY un constante estío de ceniza
para curtir la luna de la era,
más que aquella caliente que aquél iza,
y más, si menos, oro, duradera.
Una imposible y otra alcanzadiza,
¿hacia cuál de las dos haré carrera?
Oh tú, perito en lunas: que yo sepa
qué luna es de mejor sabor y cepa.
Si bien hay un dejo barroco tanto en la sintaxis como en las metáforas (sumado a lo mencionado respecto a la octava real), el tono del poema es hernandiano, y hernandiano también es aquello que constituye los símbolos y las metáforas: el curtir lunar, el perito en lunas, el sabor y la cepa, etc. Además, como se observa, esta octava plantea un conflicto personal y estético del poeta (“¿hacia cuál de las dos haré carrera?”). Otros poemas del ciclo de Perito en lunas muestran cómo el poeta le da un giro propio a la metáfora gongorina, análogo y comparable, cabe aventurar, al que le da Lorca (la “Elegía –al guardameta” es claro y revelador ejemplo de esto). En suma, resulta admirable cómo Hernández se apropia de una forma tradicional, la hace propia y la llena de juventud y de energía vital.
Sigue la etapa en que Miguel es fulminado por el relámpago del amor –que conlleva siempre su tonante correlato de muerte –y emprende la creación de un libro que termina de constatar su lugar como poeta: El rayo que no cesa. Hernández muestra su maestría en otra forma eminente de la tradición: el soneto. Como en Perito en lunas, domina la forma y la colma de su propio tono y sus colores personales. Sin perder el rigor formal de los catorce endecasílabos, el poeta se atreve, experimenta, vierte en ellos su pasión amorosa, su herida, sus urgencias carnales, sus pulsiones erótico-tanáticas. No es casual que se haya decantado por el soneto para reflejar su amor y sufrimiento, toda una tradición respalda esta decisión. Desde Petrarca hasta Garcilaso, hasta Quevedo, Góngora y Sor Juana, hasta Darío y Juan Ramón, el soneto es una forma que, si bien abarca todo tema, ha logrado algunas de sus cúspides más notables en los tópicos amorosos (el amor como dolencia, como dicha, como vínculo con la muerte). Si la octava real en Perito en lunas responde a la asimilación del gongorismo, el desarrollo de las metáforas barroquizantes y la maduración de una búsqueda formal y estética en general, el soneto responde a la necesidad de poetizar la experiencia amorosa que lo colma en esta etapa. Como en la obra anterior, los poemas de El rayo que no cesa son plenamente auténticos, insuflados por un aliento vital, erótico, vehemente:
COMO el toro he nacido para el luto
y el dolor, como el toro estoy marcado
por un hierro infernal en el costado
y por varón en la ingle con un fruto.
Como el toro lo encuentra diminuto
todo mi corazón desmesurado,
y del rostro del beso enamorado,
como el toro a tu amor se lo disputo.
Como el toro me crezco en el castigo,
la lengua en corazón tengo bañada
y llevo al cuello un vendaval sonoro.
Como el toro te sigo y te persigo,
y dejas mi deseo en una espada,
como el toro burlado, como el toro.
El libro no solo está conformado por sonetos sino que contiene ciertos poemas escritos en otras formas de la tradición. De estos, aunque todos son destacables, hay uno que es determinante y emblemático de la obra hernandiana: la “Elegía” a Ramón Sijé. Acaso el más famoso de Miguel Hernández por diversas y justas razones, a este poema subyace una decisión formal no menor. La muerte de su “compañero del alma” marca profundamente al poeta y en la elegía se conjuntan de manera inmejorable el furor del sentimiento y la perfección formal. Para esta elegía, el poeta se sirve de una forma de gran importancia en la tradición aunque no tan común en su siglo: los tercetos encadenados. Encumbrados por la Divina comedia y que en la tradición hispánica llevaron a su máximo esplendor poetas como Fernández de Aldana, Hernández los concibe como óptimos para la plasmación de su dolor por la muerte de Sijé. La elección no es casual, los tercetos encadenados son la forma de la epístola por excelencia, y en esta elegía el poeta escribe una carta de lamento y de duelo en la que se habla directamente a un tú, que al final es convocado por la voz dolida: “A las aladas almas de las rosas / del almendro de nata te requiero...”
Cuando estalla la guerra, Hernández, militante de raíces y corazón de la República, concibe su rol como poeta del pueblo y entiende que es necesario entonces un cierto viraje en el uso de la forma en los poemas correspondientes a esta etapa. Si bien en obras previas se había ya servido de formas populares (o de arte menor), en los poemas correspondientes a esta etapa dichas formas cobran especial relieve. El octosílabo cantor recupera entonces su preeminencia, y el romance y demás formas populares hacen fuerte aparición. Así, en Viento del pueblo, nuevamente, la forma es absolutamente pertinente en relación con el fondo. Es cierto que no se desprende del verso de arte mayor en este poemario y en el que le sigue (El hombre acecha), y que algunos poemas están escritos en endecasílabos y alejandrinos, por ejemplo. No obstante, estos están dotados de una expresividad y una explosividad acordes con el tono general de la obra. El poeta toma cierta distancia de las metáforas barroquizantes y de los dejos gongorinos aún perceptibles, en cierta medida, en El rayo que no cesa, y dirige su voz al pueblo. Se trata, pues, de versos del pueblo para el pueblo, del canto colectivo y popular.
Llegamos, finalmente, a la última etapa de Miguel Hernández. Etapa en la que, tras la derrota de la República, es aprehendido y acarreado de cárcel en cárcel hasta su caída en la enfermedad y su dolorosa muerte. No obstante, ni el hambre extrema ni el frío menguan la creación del poeta, quien escribe desde las prisiones y manifiesta el dolor de las pérdidas y de la decadencia española, así como el sufrimiento por la lejanía de sus familiares y la esperanza de trascendencia por medio de su descendencia. Los poemas escritos en esta etapa son íntimos y sencillos, de una sencillez que toca el corazón. Como lo indica el nombre, el Cancionero y Romancero de ausencias es una obra compuesta de romances y canciones, formas populares por excelencia, sonoras y entrañables. Habla a su esposa, a su hijo muerto y a su hijo vivo, a los caídos, a lo perdido. Emblemáticas de esta etapa son las “Nanas de la cebolla”, genial y conmovedor poema que manifiesta el dolor por la situación precaria de su familia. Como lo alude el nombre, se trata de un canto para arrullar al niño, un tierno y doloroso lamento para su hijo, que ha de librar tiempos duros en el mundo en el que su padre lo deja. Verdaderamente es magistral cómo Miguel Hernández conjunta sencillez y expresividad, y cómo, pese a estar en el tramo último de su vida, viviendo en circunstancias terribles, el verso lo sigue acompañando, y la poesía queda, al fin, con los ojos abiertos en la tumba de este poeta inmortal.
Antonio Alonso Catalán
octubre, 2020.
A continuación compartimos una selección poética de Miguel Hernández preparada por el mismo autor de este ensayo, Antonio Alonso Catalán.
Miguel Hernández (España, 1910-1942). Selección de Antonio Alonso Catalán
Antonio Alonso Catalán nació en la Ciudad de México en 1998. En 2017 publicó una plaquette titulada Mariposas y ruinas (distribuida por Editorial Trajín), la cual presentó en la Librería Gandhi (sucursal Mauricio Achar), la FIL Zócalo 2017 de la CDMX y en la Universidad del Claustro de Sor Juana. En junio de 2018 participó en el Décimo curso de creación literaria/ Xalapa 2018 de la Fundación para las letras mexicanas (en colaboración con la Universidad Veracruzana) en el género de poesía. Actualmente estudia Escritura creativa y literatura en la Universidad del Claustro de Sor Juana y Lengua y literaturas hispánicas en la UNAM (SUA).