La novela femenina y la Ciudad de México: una aproximación de género, por Ulises Paniagua
La novela femenina y la Ciudad de México:
una aproximación de género
Ulises Paniagua
Vicente Quirarte, en su libro Elogio de la calle. Biografía literaria de la Ciudad de México, 1850-1992 (2004), declara que “La ciudad es mujer”, y que “La mujer es la ciudad”. Dedica las últimas tres páginas de la obra a la visión femenina con respecto a las historias, los paisajes y los escenarios urbanos del otrora Distrito Federal. Esto resulta interesante si tomamos en cuenta que el libro consta de poco más de seiscientas ochenta páginas. Es decir, la construcción de la mujer en el imaginario literario, en la identidad capitalina de los siglos pasados, es casi nula. Sobre todo, la que proviene de la pluma de las propias autoras. Desde luego, Quirarte no tiene culpa de esta omisión. Ni siquiera puede calificarse como tal, pues los documentos al respecto desde los siglos XV hasta inicios del XX, son insuficientes o inexistentes para reconstruir el punto de vista de las capitalinas. Dicho de manera simple, a la mujer le impidieron dos licencias fundamentales: escribir y recorrer las calles. No es extraño que la mayoría de las crónicas urbanas provengan de una visión masculina.
Años más tarde, el propio Quirarte, en su libro México, ciudad que es un país (2018), se hace cargo de resarcir esta primera distracción socio-histórica. Ofrece un capítulo, Ciudad con Ángel, a aquellas damas que han conformado el imaginario de la capital mexicana, ya sea como artistas, modelos, figuras públicas o políticas. De este modo, Quirarte reivindica la importancia de los estudios de género dentro de los estudios literarios y citadinos.
No obstante la reivindicación que se percibe desde la mirada de la masculinidad, lo cierto es que la Teoría de género ha enseñado a la mujer a apropiarse de las calles y las páginas, suyas por derecho, sin la intercesión de los hombres. De este modo, cuestiona las viejas conceptualizaciones estéticas para internarse en la visión de la metrópolis desde otra voz, y desde el ejercicio del espacio público como un derecho fundamental de su ciudadanía. Pensar que la polis es mujer es reducirla, en una visión decimonónica y chauvinista, al mero ejercicio de mercancía u objeto ¿Por qué no podría ser un hombre, para goce estético de ellas? Y aún más, en una concepción profunda, ¿por qué la ciudad no podría ser un ser asexuado o andrógino que incluya a todos? Es decir, la ciudad somos todos. Esa es la premisa a la que pretendemos llegar a través de este breve enfoque de género, que invitamos a ampliar y a extender hacia la visión de la comunidad LGBTTT, que también tiene mucho que aportar[1].
Es necesario hacer un alto en las investigaciones literarias para ahondar, en pleno 2020, en la teoría de género a través del análisis literario, pues hay apreciaciones que hoy en día resultan verdaderas barbaridades. Por ejemplo, en el siglo XIX, el escritor Francisco Zarco declaraba:
Las mujeres que reinan en la familia, que seducen en la tertulia, que fascinan en el baile parecen hallarse entorpecidas en la calle. Las que van solas, o son de edad avanzada, o esposas o viudas. Las niñas necesitan compañía (…) Para las demás la calle es una región extraña; se cansan pronto, las lastima el piso, las sofoca la multitud, les molesta el bullicio, andan como aves espantadas que abandonan el nido y caen entre breñales (Zarco, en Quirarte, 2018:200).
¿Cuál era, entonces, el uso y la exhibición del cuerpo femenino en ese entonces? La mujer era relegada a la casa, mientras el hombre era amo y señor tanto del hogar como de la calle. Si a la mujer se atrevía a salir al espacio público, se le llamaba “callejera”. Si no quería permanecer en sus habitaciones, le restaba el recurso del convento. La mujer o era esposa, o monja o prostituta. No había otra opción. Lo público estaba vedado para ella, incluso de manera cultural. Y, sobre todo, su participación política. Esta sumisión queda de manifiesto de manera corporal, y en el modo de vestir. Monserrat Galí, escritor perteneciente a la era del Romanticismo, lo deja claro en el retrato que hace de las damas de su tiempo:
No hay libertad de movimientos; la pequeñez del pie nos indica que no camina ni hace ejercicio. Las faldas forman un verdadero cerco de protección que impediría el acercamiento a otros cuerpos (…) cintura estrecha, torso de esquema corazón y falda ancha de globo. Dicho de otra manera: cuerpo dividido, vestido que obliga al aislamiento, a la inacción y a disponer de mucho tiempo libre (…) Moda costosa que aislaba socialmente a las usuarias, marcando el status y el nivel económico de los padres o esposos que lo proporcionaban (Galí, en Quirarte, 2018:201).
Ahora bien, ¿cómo lograr una visión de género en el análisis de textos? La respuesta es directa: a través de la dimensión hermeneútica y sus subjetividades, pues el arte, junto con la literatura, ofrece un panorama apropiado para ello. Como lo hace saber Paula Laguarda:
El arte, en tanto productor de imágenes, representaciones, significados e ideologías, aparece como un terreno óptimo para el rastreo del modo en que se han construido las subjetividades, desde la popularización de esta técnica en las primeras décadas del siglo XX, hasta la actualidad. En este sentido, el arte, a través de la literatura, ofrece a los estudios de género una fuente de primer orden para el análisis de las representaciones socialmente dominantes acerca de lo femenino y lo masculino y las características asignadas a cada uno. (Laguarda, 2006:1)[2].
Bajo este argumento, debemos internarnos en la Historia de la literatura para descubrir el largo silencio de las autoras en la producción artística de la humanidad. Una extensa ausencia como protagonista no sólo de la metrópolis, sino de la literatura universal, en un tema que incluye lo mismo la perspectiva europea que la del resto de los continentes. Son numerosos los casos en que la mujer fue, y ha sido, objeto de la indiferencia y el olvido de distintos regímenes socio-culturales, quienes veían en su presencia a una enemiga, una extraña.
Esto es curioso porque, según algunas visiones, el primer registro que se tiene de una novela (como se entiende como talo en la modernidad), pertenece a una mujer. Brenda Lozano comenta que la primera novela fue escrita por la autora Murasaki Shikibu, en el Japón del siglo XX, con el título de La historia de Genji. Más tarde en los griegos, aunque no a través de la pluma de ellas, asistimos a una postura contra el patriarcado. Ejemplo de esto son obras de teatro como Electra, de Sófocles, o Las lisístratas, una comedia de Aristófanes en donde las esposas protestan mediante la abstinencia sexual, el único recurso que la sociedad les permitía a sus manifestaciones pacifistas. Siglos más tarde, en Otelo, de William Shakespeare (1603), asistimos a la historia de un feminicidio. En realidad a dos, si atendemos la muerte de Desdémona, esposa de Otelo; y de Emilia, mucama de Desdémona y consorte de Yago. Aunque se trata sin duda de una obra escrita bajo la mirada de una sociedad misógina que reprime la sexualidad y la libertad de la mujer, son interesantes tres detalles: la duda de Otelo al cometer el asesinato de Desdémona, a pesar de estar convencido de su infidelidad (lo que habla de un individuo que duda ante la presión chauvinista). Segundo, los diálogos de Emilia, con una inteligente crítica hacia la posición patriarcal: “Qué rápido se delatan los hombres. Todos son estómagos, y nosotras, comida. Primero nos devoran, y luego, nos vomitan” (Shakespeare, 1603), o “Sepan los maridos que las mujeres también son seres humanos” (Shakespeare, 1603). Tercero: Otelo, a pesar de poseer un rango importante en la política y la milicia, es acusado y perseguido por su crimen, es decir, el feminicidio no queda impune. Lo mismo ocurre en el caso de Yago (un hecho que resultaría casi inédito en el México del siglo XXI). Es aventurado y polémico, pero necesario, encontrar en Otelo (1603) una de las principales críticas al sistema patriarcal de aquellos años.
Si bien hay ejemplos aislados, habría que esperar hasta la aparición de la modernidad, entre los siglos XVIII y XX, para encontrar los más interesantes que defienden la postura de la mujer. Si bien no son escritos por una de ellas, La letra escarlata, de Nathaniel Hawthorne (1850), Madame Bovary, de Gustave Flaubert (1857), Ana Karenina, de León Tolstoi (1877), y Veinticuatro horas en la vida de una mujer, de Stefan Zweig (1929), son libros que profundizan en las razones y los sentimientos del género. Era necesario, sin embargo, que las autoras hicieran acto de presencia en el panorama literario para dejar atrás siglos de represión, y tomar el lugar que les corresponde.
Así, en el siglo XV aparece en Europa Christine de Pizan, quien deslumbra con su tenacidad, su inteligencia, y su magnífico libro La ciudad de las damas. En 1792 se publica la Vindicación de los derechos de la mujer en Inglaterra, obra de Mary Wollstonecraft, madre de Mary W. Shelley[3].
Otras autoras importantes en la visión universal de la literatura son Santa Teresa de Jesús, con sus poemas erótico-místicos; Sor Juana Inés de la Cruz, a través de los sonetos y su magnífico poema extenso, Sueño, conocido como Primero sueño (1692). También encontramos a Emily Dickinson, con su delicada poesía, urdida desde la introspección de la casa; y ya entrado el siglo XX, los diarios eróticos de Anaïs Nin, que escandalizaron a la sociedad de esos años. “Una no nace mujer, a una la vuelven mujer”, dice Simone de Beauvoir en su imprescindible ensayo El segundo sexo (1949). Así lo demuestra sin duda, la visión del mundo, y en pleno siglo XXI, de la ciudad en la visión de la mujer. Se trata de un asunto delicado y ominoso.
En cuanto a la visión femenina en la literatura de la Ciudad de México, el atraso parece ser mayor. La primera escritora que aborda, de manera indirecta, algunas cuestiones urbanas junto con escenarios y costumbres cercanos al convento de San jerónimo, hoy Claustro de Sor Juana (Isabel la católica y José María Izazaga), es precisamente Sor Juana Inés de la Cruz. Años más tarde, Madame Calderón de la Barca, cuyo nombre real era Frances Erskine Ingils, turista inglesa casada con un importante empresario argentino que le lega su apellido, escribe un libro de viajes llamado La vida en México durante una residencia de dos años en ese país (1842), un libro que le valió severas críticas por parte de algunos intelectuales mexicanos, entre ellos las de los escritores Ignacio Manuel Altamirano y Guillermo Prieto. Vicente Quirarte, en México, ciudad que es un país, menciona que una de las mucamas de la emperadora Carlota de Habsburgo hace una descripción del castillo de Chapultepec y su paisaje cercano, descripción que queda registrada por escrito. Después, las mujeres parecen desaparecer del panorama hasta el arribo, a mediados del siglo XX, de escritoras como Rosario Castellanos, Elena Garro, Dolores Castro y Concha Urquiza, quienes se muestran interesadas en argumentos localizados más bien en provincia, en zonas rurales del país, o en temas amorosos.
Josefina Vicens, en El Libro vacío (1958), es probablemente la primera escritora que aborda la ciudad como personaje. En esta novela, el protagonista, José García, actúa como un álter ego de Vicens al quejarse de la imposibilidad de escribir su obra ante las responsabilidades sociales y domésticas. En El libro vacío (1958), José García se interna en las calles para iniciar conversaciones con extraños, convencido que lo más urgente para los habitantes es el poder comunicarse.
Más tarde, en la década de los sesenta, setenta y ochenta, aparecen los cuentos, las novelas, y sobre todo las crónicas de autoras como María Luisa la China Mendoza, Elena Poniatowska y Cristina Pacheco. A inicios de este siglo, son notables los ensayos históricos sobre los cafés de la Ciudad de México del siglo XIX, de Clementina Díaz de Ovando, y las crónicas urbanas, arquitectónicas y gastronómicas de Ángeles González Gamio.
Finalmente, no podemos asumir el fin del Siglo XX, y este inicio del XXI, sin la obra de mujeres que reivindican el uso del espacio y el transporte público, como ocurre en novelas como Los deseos y su sombra, de Ana Clavel (2000) -donde aparece una mujer que se desvanece mientras recorre el interior del Palacio de Bellas Artes y el arroyo vehicular del Paseo de la Reforma-; Fuego 20, de Ana García Bergua (2017), novela que da cuenta de una mujer fragmentada en el año del incendio de la antigua Cineteca Nacional; o Bibiana Camacho, que en Tras las huellas de mi olvido ofrece una mujer fracturada, emocionalmente hablando, que se interna a las calles del Centro Histórico, para pasear por la plancha del Zócalo Capitalino.
Es claro que el reto en un futuro próximo, y no tan próximo, es que la ciudad no sea mujer, sino que se convierta en la ciudad de la mujere. Las marchas feministas están escribiendo esta historia, a través de una narrativa reciente. Llegará, sin duda, un tiempo donde al proyectar sus personajes en las novelas las mujeres no se rompan como desconsoladas Coyolxauhquis; sino que se desenvuelvan entre calles, plazas, hoteles, antros y sueños, con la mayor naturalidad. ¿Qué clase de literatura urbana, qué agradables sorpresas esparcirá esta ola de literatura femenina y feminista de inicios del siglo XXI? Sólo el tiempo podrá contestarlo.
Bibliografía
Clavel, Ana (2000), Los deseos y su sombra. Editorial Alfaguara, México.
Camacho, Bibiana (2010), Tras las huellas de mi olvido. Editorial Almadía, México.
De Pizan, Cristine (1405) La ciudad de las damas. Editorial Siruela, 2020.
García Bergua, Ana (2017), Fuego 20. Editorial Era, México.
Laguarda, Paula (2012), Cine y estudios de género: imagen, representaciones, ideología, notas para un abordaje crítico. Colombia.
Shakespeare, William (1603), Otelo. Editorial Espasa, México, 1999.
Quirarte, Vicente (1997), Elogio de la calle. Biografía literaria de la ciudad de México, 1850-1992. Editorial Cal y arena, México.
Quirarte, Vicente (2018) México, Ciudad que es un país. Editorial Pre-textos, España
- Shelley, Mary (1818), Frankestein o el moderno Prometeo. Editorial Anaya, México, 2010.
Vicens, Josefina (1958) El libro vacío. Fondo de cultura Económica. México, 2006.
[1] Basta recordar la Estatuta de sal, de Salvador Novo, o El vampiro de la colonia Roma, como libros emblemáticos de la comunidad LGBTTT en épocas cercanas.
[2] ¿De qué hablamos cuando hablamos de género? Para Joan Scot, el género es “la organización social de las relaciones entre los sexos. Para Marta Lamas, la construcción del género es la simbolización de la diferencia sexual y se construye culturalmente en un conjunto de prácticas y discursos. Es imposible desligar el género de las intersecciones políticas y culturales en que invariablemente se produce y se mantiene, se critica la idea de patriarcado universal y la oposición binaria masculino/femenino por considerar que descontextualizan la especificidad de lo femenino y la separan analítica y políticamente de la constitución de clase, raza, etnia y otros ejes de relaciones de poder que constituyen la identidad (Laguarda, 2006:2-3).
[3] Como dato curioso, Mary W. Shelley tuvo que esperar a que su nombre como autora de la novela Frankestein o el moderno prometeo apareciera hasta 1823, en lugar del de su marido, Percy B. Shelley, porque se sospechaba de la capacidad de una mujer para escribir una obra espléndida.
Ulises Paniagua (México, 1976). Narrador, poeta y dramaturgo. Ganador del Concurso Internacional de Cuento de la Fundación Gabriel García Márquez, en Colombia (2019). Ha sido considerado en una antología, en Rusia, como uno de los más interesantes poetas contemporáneos de Latinoamérica. Posee dos posgrados en la especialidad de imaginarios literarios. Es autor de dos novelas, siete libros de cuentos y cuatro poemarios. Ha sido divulgado en antologías, revistas y diarios nacionales e internacionales, incluyendo Nocturnario, El búho, Círculo de poesía, Nexos, Siempre!, El Sol de México, Ígitur, Letralia, Altazor y Jus. Es parte del catálogo de autores del INBAL. Publicado en la Academia Uruguaya de Letras, en España, Italia, Perú y Venezuela, su obra ha sido traducida al inglés, ruso e italiano. Correo electrónico: sesilu7@yahoo.com.mx.