La dama Murasaki y la primera novela: Gabriel Jiménez Emán (Venezuela)
LA DAMA MURASAKI Y LA PRIMERA NOVELA
Gabriel Jiménez Emán
Siempre me han parecido un tanto bizarras las discusiones acerca del primer artefacto o de la primera obra en tal o cual disciplina o género; me parece que toda obra se encuentra relativizada de acuerdo a su contexto cultural, y que cualquier referencia se produce generalmente dentro de un determinado contexto epocal y reproduce determinada cultura, y ello ocurre con símbolos, dioses, leyendas, mitos, costumbres, imágenes, ritos y obras artísticas o científicas producidas a partir de determinados referentes en cada parte del mundo, y no pueden universalizarse, como pretenden hacerlo a veces desde occidente para imponer al resto del mundo sus valores, utilizando argumentos supremacistas y en algunos casos racistas.
En el caso de la forma literaria que conocemos bajo el nombre de Novela, ésta es apasionante porque tales narraciones han existido siempre, largas o cortas, extensas o breves, y entre las extensas o divididas por segmentos espaciales o temporales se encuentran las llamadas comúnmente novelas (novela, nouvelle, noveleta, novel, roman, romanzo, etc.) una designación genérica para un antiguo fenómeno: el de narrar por partes, segmentos o capítulos. Las narraciones extensas siguieron hallando nuevas designaciones para viejos fenómenos escriturales: el de la transmisión por escrito del legado oral en sus formas recreadas o imaginadas de cualquier naturaleza, para que éste no se perdiera o se diluyera en el tiempo.
En efecto, una novela siempre da la sensación de que algo nuevo está sucediendo, o se está cumpliendo en ese momento de manera mágica, sin barreras epocales o geográficas, una historia original es narrada por un determinado relator, anónimo o con nombre propio, no importa a qué tradición o país pertenezca, lo mismo la degustamos. Lo que si es cierto, es que los procedimientos artísticos o literarios (lo que luego se llamarían técnicas) primigenias tienen que haberse producido antes en Asia o África, siendo estos continentes más antiguos culturalmente que Europa o América, pero nosotros continuamos padeciendo en Occidente de la costumbre de atribuirnos la primacía de casi todo, de ser los descubridores o creadores de casi todos los inventos del planeta.
El Satiricón de Petronio, por ejemplo, es una obra maestra del siglo I después de Cristo escrita en latín clásico y vulgar, donde se mezclan poesía y relato, una sátira protagonizada por tres jóvenes (Escolpio, Ascilto y Gitón), que van de fiesta en fiesta con un libertino de donde surgen y se narran aventuras sensuales a la manera de una sátira, poblada de relatos cómicos y dramáticos; tiene como antecedente griego a las llamadas Historias milesias, de Arístides, todas receptáculos de narraciones mezcladas; en Roma contamos con los relatos de El Decamerón (1352) del romano Giovanni Bocaccio (1313-1375) las cuales configuran una novela compuesta de una colección de relatos hilados con el denominador común de la aventura sensual o libertina. En Inglaterra los Cuentos de Canterbury (1380), escritos por el noble erudito y embajador Geofrey Chaucer (1343-1400) dan esa sensación de un solo relato zurcido desde adentro. Estas veinticuatro historias de Chaucer surgen de personajes que fallecen antes de haber llegado a su destino, elemento que las vuelve filosóficas. Están las llamadas Novelas de Caballería en el Renacimiento europeo como las del El Amadis de Gaula, debida a la pluma de Darci Rodríguez de Montalvo. Las novelas de Caballería tuvieron un inmenso número de lectores y pasaron por los periodos Carolingio (del período de Carlomagno) y del Artúrico (del período del Rey Arturo) e inspiraron a la gente del pueblo, y también a motivar la construcción de personajes literarios como el de Miguel de Cervantes, el Alonso Quijano cuya imaginación desbordada y delirante le llevó a construir un personaje para si mismo tan lunático desdoblado en El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, novela barroca cuyos capítulos cortos configuran para muchos el texto fundador de la novela moderna, aun cuando ninguno de estos autores nunca la denominaron novela; los ya mencionados Cuentos de Canterbury de Geofrey Chaucer son relatos novelados, es decir, narrados de forma novedosa por su autor; todas éstas obras que comienzan a constituir una tradición en otros países como Alemania y Rusia en los siglos dieciocho y diecinueve, y a partir de allí la novela, como género literario, se desenvuelve bajo los diversos aportes del romanticismo, el simbolismo, el naturalismo o el realismo psicológico o social, adquiriendo formas propias que, en el siglo XX, se volverán experimentales, al asociarse al cine, la historieta y la televisión, y en el XXI pueden disfrutarse en soportes electrónicos livianos En fin, la historia de narrar historias presenta innumerables matices en sus orígenes occidentales.
Pero ahora quisiéramos referirnos brevemente a Murasaki Shi Kibu, mejor conocida como La Dama Murasaki, escritora japonesa nacida más o menos a finales del año 900, autora de una de las obras más celebradas de la literatura japonesa, El romance de Genji (1000). En este caso romance y novela son términos casi equivalentes; se trata de una narración de más de mil páginas donde se abordan las cuitas o aventuras amorosas de Genji, con todos sus detalles y variables, lo cual hace que esta obra sea considerada acaso la primera novela escrita en el sentido de un desarrollo extenso. Quizá sea más acertado llamarle romance (como todavía lo hacen los italianos al llamarlas romanzo y los franceses roman), como tampoco quizá sea correcto llamar al Satiricón de Petronio una novela en sentido estricto, aunque si con lo que hoy conocemos con este nombre, es decir un relato extenso y pormenorizado al modo de capítulos o de fragmentos sucesivos, atenidos a una sucesión temporal. Por ello, cuando se conocieron las primeras traducciones de El romance de Genji al inglés (debidas a Arthur Wale en 1933), la obra ganó inmediatamente miles de lectores, llegando influir en un primer caso a escritoras inglesas como Jane Austen y Virginia Woolf, para sólo citar dos grandes escritoras británicas.
En esta impresionante obra hay casi cincuenta personajes principales, de modo que no es nada fácil determinar quiénes se casan o cuándo; en todo caso en El romance de Genji un príncipe imperial, condenado a un exilio a la manera de un plebeyo, es un hombre impaciente de temperamento mudable, que puede volverse muy voluble cuando sus deseos no se cumplen. Sabiéndose un príncipe irresistible, Genji se entrega a las mujeres tanto de la corte como de otras ciudades del Japón, valiéndose de una serie de artimañas y manejos secretos. La misma Dama Murasaki califica a Genji como a un tipo simpático y con luz propia, atractivo para las mujeres.
Pero el amor de este “romance” no se comparece con la noción de amor romántico que tenemos en occidente, y tampoco con el romanticismo de la literatura europea, pues en este caso se trata de budistas apegados a una doctrina que les advierte de los peligros del deseo, y a este respecto el propio príncipe luce como uno de los más vulnerables. Precisamente, debido a esta condición impulsiva, Genji no puede ser Emperador. A su vez, la madre de Genji había sido expulsada del Imperio japonés debido a una serie de inquinas que se habían tejido en torno de ella, creadas por damas aristocráticas.
Se destaca la Dama Murasaki entonces por su capacidad de ironía. Justamente el príncipe Genji encuentra la relación más importante de su vida, llamada Murasaki, la adopta y cría y le pone su nombre, el cual está asociado a una planta de lavanda. Es decir, que hay todo un juego paródico e irónico en ello, y en la familia de la clase alta venida a menos, y Genji se apresura a ponerle el nombre de Murasaki, con lo cual la autora logra una auto-referencialidad entre personaje-autor, la duplicidad de máscaras y una serie de ludismos y de recursos tan usados después por Miguel de Cervantes y por toda la novela moderna de los siglos IXX y XX. Del siglo XXI no puedo hablar porque aún no ha sido impactado por ninguna obra de calibre.
Tuve noticia de la Dama Murasaki en el año 2003, través de una reseña que realiza Harold Bloom su libro Genios. Un mosaico de cien obras creativas y ejemplares (2005), en una breve nota que me parece de primera importancia como introducción a su obra, y donde de paso confirma su admiración hacia Sigmund Freud, a quien considera un ensayista de primera magnitud --comparable a Montaigne en su tiempo— arguyendo a su vez que la Dama Murasaki es una psicóloga en la medida en que realiza una serie de transferencias eróticas como sustitutos de afectos tempranos. Y hasta llega a afirmar Bloom que “Genji le dejó a Murasaki el estigma figurativo del incesto.”, y que ella nunca sería madre. La mujer nunca deja a Genji irse de su lado; ella tampoco lo obliga ante el buda, no para comprender, sino aspirando convertirse en monja, y celebra ceremonias junto a otras mujeres para darle sentido a su vida y al mismo tiempo para permitirse una muerte tranquila, inundada de una especie de estado de gracia infantil.
De modo que esta novela se presenta también como novela filosófica, como novela de formación. El impresionante desarrollo de la novela va mostrando este difícil recorrido. Genji debe reconocer su derrota hasta que él muere, mientras ella lo contempla, magnífico.
Pero la novela no concluye con la muerte de Genji. Sigue narrando extensamente con todo su poder las nuevas experiencias. Esta fuerza narrativa directa convirtió a la obra en una especie de libro secular de la cultura japonesa, hasta el día de hoy, llegando a ser considerada una suerte de monumento sobre el amor; un edificio estético y sensible que alcanza el estatus de una obra maestra de la literatura, manteniendo con el budismo una relación problemática, pues también aborda la destrucción de Genji, debida a los complejos deseos que todos en la novela van conociendo, a medida que se sumergen en ellos.
Todo ello hace de la obra un punto nodal, un referente de la cultura japonesa, como El Quijote lo es para la cultura de habla hispana y también para otras culturas, pues Cervantes en medio de su aparente sencillez también introduce en su novela referentes simbólicos y herméticos de gran profundidad, como el que observamos en el capítulo inspirado en la Cueva de Montesinos.
Los lectores de La Dama Murasaki quedan completamente empapados de las tribulaciones amorosas y de los permanentes anhelos no realizados de estos personajes, como si el romance (el idilio, el anhelo, el enamoramiento) fuese una escuela en si misma para aprender acerca de los afectos y de los deseos humanos, remozando a la cultura japonesa con un cariz universal.
A continuación, transcribo unos pocos párrafos de esta magnífica obra de más de mil páginas, la cual poco se cita o menciona cuando se habla de novela, acostumbrados como estamos solamente a las referencias occidentales.
Era una época aburrida. Ya no lo entusiasmaban las andanzas nocturnas que alguna vez lo habían absorbido. No dejaba de pensar en Murasaki. La creía inigualable; lo más cerca de su ideal que podía imaginar. Pensando que ya no era demasiado joven para casarse, le había hecho envites amorosos, pero ella aparentemente no lo había comprendido Pasaban el tiempo jugando Go y Hentsugi. Ella era inteligente y lo comprendía de muchas y delicadas maneras e las diversiones más triviales. No había pensado seriamente en volverla su esposa. Ahora no podía contenerse. Sería un golpe, por supuesto. ¿Qué había sucedido? Sus mujeres no tenían forma de saber cuánto se había cruzado la raya. Una mañana Genji se levantó temprano y Murasaki seguía en la cama. No era algo usual en ella, dormir hasta tan tarde. ¿Estaría bien? Antes de devolverse a sus propias habitaciones Genji tiró una piedra para tinta tras las cortinas de la cama de ella.
Por último, cuando ya no había nadie cerca, ella levantó la cabeza de su almohada y vio a su lado un pedacito de papel muy bien doblado. Lo abrió con indiferencia. Sólo contenía este verso, casualmente escrito:
“Han sido muchas las noches que hemos pasado juntos sin propósito, con estas cobijas entre nosotros,”
(…)
No pensaba mucho en su padre. Habían vivido separados y ella casi ni le conocía. Ahora sentía un enorme cariño por su nuevo padre. Era la primera en correr a saludarlo cuando llegaba a casa, y se subía a su regazo, y hablaban alegremente, sin restricciones o vergüenza, Él estaba encantado con ella. Una mujer inteligente y perspicaz puede causar toda clase de dificultades. El hombre siempre debe estar en guardia y los celos pueden tener las consecuencias más ingratas. Murasaki era la compañera perfecta, un juguete para él. No se habría sentido tan libre y desinhibido con una hija propia. La intimidad paterna tiene sus restricciones. Se había topado con un tesorito extraordinario, de eso no había ninguna duda.
(…)
En este punto dios jóvenes cortesanos, el uno, oficial de guardia, y el otro, un funcionario en el Ministerio de ritos, aparecieron en escena ara atender al Emperador en su retirada. Ambos eran devotos del amor y ambos eran buenos conversadores. Como si los hubiera estado esperando, To no Chujo los invitó a exponer sus puntos de vista sobre la cuestión que acababa de ser planeada En el desarrollo de la discusión surgieron varios puntos muy poco convincentes.—Aquellos que acaban de alcanzar un alto rango ..dijo uno de los recién llegados ..no atraen tanto l atención como quienes nacen en esa posición pero no cuentan con el respaldo adecuado, quizás tengan todo el orgullo y la nobleza de espíritu, pero no pueden esconder sus deficiencias. De manera que ambos deben ocupar la posición que usted llama intermedia.” Están aquellos cuyas familias no son de altos rangos, pero se van para la provincia y allí trabajan duro. Tienen un lugar en el mundo, aunque hay miles de cositas que los diferencian. Algunos de ellos podrían estar en la lista de cualquiera. En mi caso, preferiría a una mujer de familia medianera que una que tenga rango y nada más. Digamos, alguien cuyo padre sea casi un consejero. Alguien con una reputación decente que venga de una familia decente y pueda vivir con cierto lujo. Las personas así pueden ser muy placenteras. No hay nada de malo con la organización de la casa y la hija en ocasiones puede resultar deslumbrante. Se me ocurren varias mujeres así que no tienen nada de malo. Cuando entran al servicio de la corte, será sobre ellas que recaigan los favores inesperados. He visto bastantes casos, déjeme contarle.”
La Dama Murasaki encabeza mi pequeño parnaso femenino de novelistas, donde ingresan entre otras las inglesas Mary Shelley, Charlotte Bronte, Emily Bronte, Jane Austen, Virginia Woolf, y las americanas Edith Warton, Clarice Lispector (brasileña de origen ucraniano), Teresa de la Parra, Toni Morrison y Elena Poniatowska, dotadas todas ellas de una sensibilidad superior.
Gabriel Jiménez Emán (Caracas, 1950) es autor de diversos títulos entre novelas y cuentos. De sus obras en el campo del relato destacan Relatos de otro mundo (1988), Tramas imaginarias (1990), La taberna de Vermeer y otras ficciones (2005), Cuentos y microrrelatos (2012), Divertimentos mínimos (2011), Consuelo para moribundos (2012) y Fábulas, ficciones y microrrelatos (2016), mientras que de sus novelas sobresalen Una fiesta memorable (1982), Mercurial (1994), Averno (2007), Paisaje con ángel caído (2004) y Hombre mirando al sur (2014). Como ensayista es autor de los libros Diálogos con la página (1984), Provincias de la palabra (1995), El espejo de tinta (2007) y La palabra conjugada (2016) y de los volúmenes sobre cine Espectros del cine (1998) e Impreso en la retina (2010). Ha incursionado en la poesía (Balada del bohemio místico, 2010; Solárium, 2015) Es autor de varias antologías del cuento y el microrrelato venezolano, y de autores clásicos de la ciencia ficción; director de la revista Imagen (Ministerio de la Cultura), fundador de las editoriales y revistas Rendija (Yaracuy), Imaginaria (Caracas), Fábula (Falcón), y colaborador de páginas web y blogs en España, Portugal, Brasil, Argentina, Colombia y Venezuela. Sus microrrelatos figuran en antologías de varios países y han sido traducidos a diversos idiomas.