Jorge Cuesta un reflejo del mar en Canto a un dios mineral. Por Eduardo Cerecedo

 

 

Tomado de, Jorge Cuesta: La exasperada lucidez, Presentación y Selección de Raquel Huerta-Nava, FETA, 2003, Fondo Editorial Tierra Adentro, 266, (207 pp.)

 

 

 

JORGE CUESTA UN REFLEJO DEL MAR

EN CANTO A UN DIOS MINERAL

 

                                                                     POR EDUARDO CERECEDO

 

 

Una de las figuras literarias más importantes, dentro de la literatura mexicana, es sin duda Jorge Cuesta. Personaje pulcro en su expresión escrita, tanto en las dos vertientes, la crítica literaria y la creación poética, es en los temas de política donde lo conocemos como hombre poseedor de una aguda visión al plasmar su inquietud con sus comentarios de lo que ocurría en el mundo que le rodeaba y del que formaba parte.

Jorge el poeta asume la escritura poética como un alquimista. Seguro de sus materiales, confiado en la instrumentación del lenguaje, certero en el cuerpo buscado, que se convierte en deseo al conseguir el resultado; con su cronómetro en una mano y en la otra el termómetro que le indicará el fruto en su grado de maduración ya de la materia, Jorge Cuesta supo guardar silencio, esperar el tiempo de utilizar la pluma para hacer del papel una consagración en la escritura: la poesía.

Jorge Cuesta, como se sabe, escribió muy poco, me refiero a la creación poética; señala el maestro Miguel Capistrán: “Se sabe que Jorge Cuesta no fue un poeta muy prolijo, pasaba mucho tiempo escribiendo un soneto e incluso, de uno de ellos hacía varias versiones. Mientras vivió, nunca se ocupó de recopilar su producción poética en un solo tomo. Sus poemas aparecieron publicados en revistas y suplementos culturales de la época”.[1]

El poeta prefiere que sus lectores hagan el papel de editores. El gusto por la poesía lo lleva a depurar de tal manera que los sentidos del ser humano no encuentran lo nulo en sus expresiones, la nada surge como el vacío que conforma un lenguaje donde se manifieste el caos. Lo oscuro del ser humano encuentra un discurso, penetrable, en el dolor, la angustia,  establecido en el rigor de tratar la naturaleza. Exigir a la palabras el brillo  musical, la solidez de la voces a ahondar en el color, para de esta manera saberse más serio en la oscuridad. La luz acumulada en el cerrojo de la noche; muestra y demuestra que en la poesía está su pensamiento para decir que el vacío tiene cuerpo. Esa es la vía para llegar a la cumbre de su poesía.

Canto a un dios mineral, poema de gran altura donde la ciencia penetra los senderos de la luz y la oscuridad. Tiempo hecho palabra, ésta alcanza la cima para lanzarse como un proyectil hacia lo filosófico, pensamiento que el poeta pone en  el centro al depurar y destilar lo que le molesta al hombre, su espejo, a la vez el temor de enfrentar una sociedad. Poema en el que se encuentra un mundo para expresar otro. Al nombrar los objetos, algo de aquél se llena y se vacía, como el río cuando es objeto de la marea en las noches de luna llena. Javier Sicilia nos deja un legado de lo que fue para él haber leído este poema:

 

Lo leí con fervorosa pasión a los veinte años y desde entonces no lo olvidé. Cuesta es un seductor. La lucidez de sus intuiciones sobre el arte y la política calan hondo y no es difícil  sorprenderse reflexionando sobre ciertos aspectos sobre el arte y su relación con la política que tuvieron origen en algunas de sus reflexiones; su poesía, dura, exigente, oscura a fuerza de su luminosidad, deja ese sabor de los breves instantes en que tocamos con las manos desnudas el  misterio y nunca olvidamos. Con Cuesta me sucede lo que me sucede con mi infancia. Lo he llevado siempre en mí, pero no es sólo esa intimidad que uno tiene conciertos autores la que me hace entrañable a Cuesta. Su presencia tiene un campo de irradiación mayor: está en lo mejor de nuestra cultura.[2]

El poema lo conforman 37 liras, rebasando la forma clásica de cinco versos, de 7 y 11 sílabas respectivamente. Jorge Cuesta tiene una licencia más para escribir su poema, es decir, agrega un verso más a la lira y así ésta, será de seis versos, La interpretación del poema es abierta, como ocurre con todo el arte señala Ramón Xirau: “El reino de la poesía es, ciertamente, el reino de lo imaginario, de lo imaginario en cuanto a la imagen es más real que lo real”.[3] Canto a un dios mineral es también un canto al deseo de mirar lo que se quiere frente a lo que se mira; esta manera binaria de contemplar el objeto cambia mediante el lenguaje, al considerar el tiempo como acción y como una pasividad incontrolable. Los primeros seis versos, es decir, la primera lira, hace alusión a quien escribe, al poeta, y después desarrolla la idea de frescura; el agua, pero más adelante nos daremos cuenta de que no es un agua común, es el agua del mar, recordemos que en el grupo de los Contemporáneos, el “grupo sin grupo”, Pellicer, Gorostiza y finalmente de manera menos constante en su poesía Owen, hallan entre ellos una conciliación en cuanto a tratar el tema, el agua, en sus distintas manifestaciones.

En el poema en turno he notado que la presencia del mar no escapa ni escapó a la puma del poeta veracruzano. Siendo así, trataré de encontrar en el poema Canto a un dios mineral los gustos, deseos, obsesiones, desahogos y silencio que éste provoca en la escritura poética de Jorge Cuesta.

 

(…)

ni dura ni reposa;

las nubes de su objeto el tiempo altera

como el agua la espuma prisionera

de la masa ondulosa.

 

La poesía de Jorge Cuesta está tocada por el mar; he aquí la primera señal donde “reposa” y “ondulosa” son dos palabras clave para someter a la imagen en espuma y masa de agua, la otra cercanía a la idea del mar es el inicio de la segunda lira; ésta reza de la siguiente manera:

 

Suspensa en el azul la seña, esclava

de la más leve onda, que socava

el orbe de su vuelo,

(…)

las corrientes del cielo.

 

La poesía siempre ha utilizado recursos retóricos para enriquecer sus contenidos, silencios, sonidos, premuras, prontitud en sus mensaje; estableciendo mayores movimientos para llegar, en este caso al lector, sin intermediaros. La muestra que el poeta recoge en este artefacto verbal es un arco donde mar y cuelo conjuntan ese deseo de comunicar sus sentimientos de manera visual; por supuesto, la mirada es el sentido por excelencia unitario, y muestra de esa manera el universo que le permita ser observador de lo que  ciencia cierta le conmueve.

 

(…)

el hueco son, en que los fatuos rizos

de nubes y de frondas

(…)

y esculpen la figura vacilante

que complace a las hondas.

(…)

que en las nubes se irisa y se desdora

e intacto, como cuando se evapora,

está en la ondas preso.

 

Este es un mar en movimiento, un mar en reposo, que a la vez logra conjuntarse en una serenidad que lo agita a os ojos del poeta. El asombro de observar lo que pasa desapercibido para el resto de los mortales. Cuesta indica que funde en el agua dos movimientos en su escritura. Vaivén, movimiento alternativo, balanceo, cambio imprevisto en el desarrollo o duración de algo. Tiempo, fruto que se abre para vaciar lo que se lleva dentro:

 

(…)

Igual retorna así del hondo viaje

y del lúcido abismo del paisaje

recobra su figura.

 

Íntegra la devuelve al limpio espejo,

ni otra, ni descompuesta en el espejo,

cuyas diáfanas redes

suspenden a la imagen submarina.

 

Las redes son el propio oleaje del mar, un ir y venir forma el paisaje. “Espejo”, palabra que sitúa una imagen vertida en otra. Mar, cielo: son una figura del movimiento. Aparece la palabra “submarina”: bajo el cuerpo se percibe otro cuerpo, reflejo, espejo. Unidades binarias que complementan la fuerza de esa imagen del mar. Es decir,  el agua es el elemento apaciguador con el que el poeta se pone ante nosotros para decir e interpretar su estado de ánimo, filtrar lo depurado de las imágenes ondulantes, serenas,  unión de los contrarios. De esta manera, la imagen refuerza la expresión del verso. Continuemos con el paisaje del mar:

 

¡Qué eternidad parece que le fragua,

bajo esta tersa atmósfera del agua,

(…)

Ay, que del agua el imantado centro

no fija al hielo que se cuaja adentro

las flores de su nado;

 

Al incorporar elementos distintivos para cerrar la imagen, sugiere un rompimiento de lo ya empleado;  rompe con las reglas establecidas por una escritura ya emblemática. Para Jorge Cuesta, la poesía es rigor de la expresión,  no tanto de la forma. Si bien el poeta escribe su gran obra con rigor clásico (la lira). Al hablar del agua, la refiere en gran cantidad: nunca nombra corrientes menores de agua, ya se trate de ríos, arroyos, algunas pozas, etcétera:

 

de la opaca materia que, a la orilla,

del agua en que la onda juega y brilla,

se entenebrece y gime.

 

Algo ocurre en ese plano del agua que se “entenebrece y gime”; es una sensación  tal vez, que una tormenta se aproxima; para el poeta es la noche, la muerte, el vacío, para hacer y rehacer aún más la nada; la negación, no del hombre, sino de su consecuencia con el mundo. Universo personal de lo que afirma, como un ser dotado de características únicas, ahí su estirpe:

 

a fuerza de talla la sombra avara

recuperar estrellas.

(…)

que recogen, no más, la voz que aflora

de un agua inmóvil al rielar que dora

la vanidad del día!

 

La oscuridad ha cubierto la imagen que el poeta crea para expresar su estado habitual que es, a la vez, movimiento; el viento que hace de las nubes un empuje. Para que la luz vuelva a brillar en lo inmenso del espacio, la bóveda celeste. El tiempo transcurre para que hable el día, de su novedad; los destellos del sol hacen que el día presuma lo que en realidad permanece en la mente del poeta para llegar a las fibras del corazón del hombre,  como una vez lo señaló perfectamente Jaime Sabines. La luz-día aflora en los movimientos que hace la escritura en manos del poeta. Sus manos dibujan figuras. Recordemos que al comienzo del poema quien habla es el poeta, que sus manos dibujan figuras en el aire, mientras su discurso poético avanza, incorporando escenarios con los que juega, haciendo de la imaginación un reino:

 

y asciende un burbujear a la sorpresa

del sensible oleaje:

su espuma frágil las burbujas prende,

 

El mar ha ido cambiando a mediad que la voz del poeta toca con su frescura el día, el viento suave, la oscuridad, el cielo, sus estrellas que en un momento se reflejan en la misma espuma;  de esta forma el mar tiene varias estaciones,  las variaciones de un tema permanecen para siempre en la memoria de quienes  leemos para un gozo muy personal:

 

su espíritu aun espeso del aire brota

y en la líquida masa donde flota

siente el espacio y canta.

 

El poeta se refiere a la creación del lenguaje, por tanto intenta afirmar lo que la imaginación inunda; el que observa nombra el objeto, y al hacerlo le pone color, sabor, lejanía;  como es el caso de las palabras, frases, comprendidas en un campo semántico para contener y vaciar un mar que se lleva dentro. Convertido el canto en lenguaje del ir y venir de las olas, del mar,  se hace un santuario para y del solitario: el poeta.  Estas imágenes, las que aluden al mar, son parte del todo en el poema y cierran de manera alumbradora o deslumbrante lo que he querido encontrar en el poema. Ejemplo.

 

Oh serenidad, oh, hueco azul, vibrante

en que la forma oculta y delirante

su vibración no apaga,

porque brilla en los muros permanentes

que labra y edifica transparentes,

la onda tortuosa vaga.

 

Un vivo ejemplo de conformar con su voz, lo que el tiempo labra día tras día en soledad. EL MAR. MAR que siempre a todos conquista. Jorge Cuesta no escapó a ese encanto, que provocó a Ulises en la Odisea. Sólo que el mar de Cuesta es un mar que él se edifica en su angustia,  para saberse de carne y hueso, y salir avante con lo propuesto en su escritura.

Canto a un dios mineral es el canto a lo que el poeta tiende a despojarse: el dolor, la angustia, la soledad, la nada; al escribir,  el poeta llora, canta, sueña, ríe;  ve en el agua el elemento necesario para decir que el mar, que en su infancia lo deslumbró, sigue latiendo en su cuerpo, en su mente y cómo se logra afirmar en su poesía. El poeta supo agrupar su pensamiento, así  como sus ideas del vacío: la nada perdura y penetra su escritura. Pero algo de él se destruye al término de su texto y me atrevo a decir  que la soledad no es ya sólo del poeta sino de quienes compartimos su poema, y  compartimos, también, el mundo que nos deja como testimonio, de que su paso por el mundo no fue en vano. Aquí la escritura poética lo encumbra llegando a sus lectores con una de sus obras de gran altura.

 

 

[1] Jorge Cuesta, Obras: I, “Trabajos literarios, pensamiento crítico”, edición de Miguel Capistrán  Luis Mario Schneider, 1994, (p.7.)

[2] Releyendo a Cuesta, “La casa sosegada”,  por Javier Sicilia, en La Jornada Semanal, Núm. 408, 29 de diciembre de 2002,  (p. 12)

[3] Ramón Xirau, Octavio Paz: El sentido de la palabra, México, 1970, (p.22)

EDUARDO CERECEDO. Tecolutla, Veracruz. 1962. Actualmente vive  en Ixtapaluca, Estado de México. Es Lic. En Lengua y Literaturas Hispánicas por la UNAM, donde realizó la Maestría en Letras: Literatura Mexicana. Sus poemas y notas críticas, se han publicado en los Suplementos Culturales de los diarios más importantes del país.

Ha publicado los siguientes libros: Cuando el agua respira, 1992; Temblor mediterráneo, 1993;  Marea del alba,1995;  Atrás del viento, 1995;   La dispersión de la noche, 1998; Luz de trueno,  2000; Agua nueva, 2004;  Hoja de cuaderno, 2005;  Nombrar la luz, 2007;  Festejar a ruina, 2011;  La misma moneda,  2011;  Condición de nube, 2012; Caracol vanidoso, 2013;   Asombro de la sombra, 2014. (Poesía) Trópicos I. Antología personal, 2015; Trópicos II. Tu cuerpo como un río (Poesía amorosa),./2ª, 2017;  Veleta de sol, 2015. Destrucción del amor, 2015; Trópicos III. Zoología poética, 2016;   El pez que quiso volar, 2016, Soltar el corazón, 2016; Cinco poemas, Una hoja un libro 22, Colección Poetas y Soplo de ceniza, 2019.

Ganó El Premio Nacional de Poesía Crea 1988, Ganó el Premio Juegos Florales Nacionales San Juan del Río Querétaro  1999. El Premio Internacional de Poesía “Bernardo Ruiz” 2010 Estado de México, El Premio Nacional de Poesía Alí Chumacero Toluca, 2011 y  El Premio Nacional de Poesía “Lázara Meldiú” 2012, Papantla, Veracruz.  Así como la Beca de Escritores con Trayectoria en Letras, género: Poesía, por el Instituto Veracruzano de Cultura/CONACULTA/Gobierno del estado de Veracruz, en 2002, 2006 y 2008. Fue colaborador de Sábado,  Supl. Cultural de Uno más uno. Actualmente es colaborador de La Jiribilla Supl. Cultural de El Gráfico de Xalapa, con su columna Página nómada, En la Piraña, revista electrónica con su columna Boca de Río. Imparte talleres de creación literaria en UNAM Y en Pilares, CDMC. Su obra poética, narrativa y crítica  se encuentra editada en noventa y cinco antologías. Fue director del Centro Municipal de las Artes Aplicadas, (CEMUAA) en Ciudad Nezahualcóyotl, Estado de México. Poemas suyos se ha traducido al portugués y francés, inglés y coreano. En 2015 fue incluido en  Poetas del Siglo XXI, Antología de  Poesía Mundial, en España, por Miguel Sabido Sánchez. Así como en la Antología de Poesía Hispanoamericana, en Círculo de Poesía, 2014. Es director de Vuelo de jaguar, Revista Literaria de Hispanoamérica.

Un comentario en "Jorge Cuesta un reflejo del mar en Canto a un dios mineral. Por Eduardo Cerecedo"

  • el abril 18, 2020 a las 12:06 am
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    Me da mucha alegría que el poeta Fernando Salazar me haya pedido este ensayo. Gracia por volverlo a publicar. Un abrazo.

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