Ensayo

Homenaje Hugo Gutiérrez Vega: Lagos en Grecia, por Eduardo Hurtado

 

 

 

 

 

Este ensayo se publicó en Alforja. Revista de Poesía, número XXIX, verano, 2004, pp. 79-82.

 

 

 

 

Homenaje Hugo Gutiérrez Vega

 

Lagos en Grecia

 

Eduardo Hurtado

 

 

Quiero ocuparme de esa porción de su poesía que a mí, lector atenido a las sencillas herramientas de la intuición y el gusto, más me entusiasma. Me refiero a la notable trilogía que el poeta escribió entre 1989 y 1996, a raíz de su estancia en Grecia. Escasamente comentados por la crítica literaria de nuestro país, cada vez más obtusa y más atocinada, Los soles griegos, Cantos del despotado de Morea y Una estación en Amorgós deben contarse, junto a otros infaltables como El tigre en la casa, Campo nudista, No me preguntes cómo pasa el tiempo y Delante de la luz cantan los pájaros entre lo más significativo realizado por esta excepcional generación de poetas.

Hace unos meses, mientras releía la obra poética de Gutiérrez Vega reunida bajo el título de Peregrinaciones, tuve la sensación, al llegar a esta “zona griega” de su trabajo, de enfrentar un enigma. ¿Cómo vino a surgir en este autor, cuyos temas habían enseñado una inclinación primordialmente autorreferencial e irónica, esta otra voz tan sensible a las más hondas preocupaciones de la tribu?

Sin ser en realidad una pregunta, todo enigma reclama una respuesta. Esa respuesta suele ser, a su vez, misteriosa. Roberto Calasso observa que Edipo, al resolver el enigma lanzado por la Esfinge, desplaza hacia sí mismo, en tanto que ser humano implicado en su respuesta, la interrogante planteada. Pues, ¿no es de suyo enigmático reconocer al hombre como “un ser que tiene una voz única y a veces tiene dos pies, a veces tres, a veces cuatro, y es tanto más débil cuanto más numerosos son sus pies”? Ese desplazamiento le permitió al más humano de los héroes salir airoso de la prueba. Y su victoria se verifica sin simulacros y sin lanza, sin talismán protector. Se trata de una victoria del lenguaje.

Al poner el acento en el poder de la palabra, capaz de explorar el misterio sin liquidarlo, este célebre pasaje parece formular una certera descripción de la poesía: a través de esos raros artefactos llamados poemas, en todo tiempo y lugar algunos hombres se han lanzado a desafiar las más peliagudas incógnitas. Su materia esencial son las palabras, que tras cada tentativa reaparecen ahí, al lado del silencio, misteriosas y desnudas.

En trance de poesía, las palabras quieren decir otra cosa, quizás aquello que supieron decir en otro tiempo, antes de que el uso acabara por confinarlas al infierno de la literalidad. En ese entonces mítico, conjetura Lugones, cada palabra era una metáfora. En el nombre asignado a cada cosa cabía el Universo. Todo lenguaje era poético. Las lenguas, infiere Borges al devanar el hilo de esta idea, son poesía fósil. Una de las necesidades del poeta es devolverles su brillo originario. Lenguaje fosilizado, cada poema representa un intento irrepetible de abordar el enigma mayor: qué es la vida, o lo que viene a ser lo mismo, qué es la poesía.

A la poesía, como el hombre a la mujer o la mujer al hombre, la buscamos para no ser incompletos. Y aunque sólo comparece si uno se empeña en convocarla, su hallazgo, como la magia o el amor, se cumple, si acaso se cumple, en momentos imprevistos. Aunque muchos se empeñen en negarlo, la poesía sólo se le da al poeta en un estado de disponibilidad. No se trata, es preciso aclararlo, de un “estado de ánimo elevado”, noción que a Hugo le molería el hígado, sino de algo más simple y más cercano: una “normalidad aguda” (Juan Ramón Jiménez). Los antiguos le llamaban inspiración (del latín spirare, soplar), esa rara circunstancia en la que ya no es el poeta quien escribe: el soplo de un demonio ha venido a liberarlo de su antigua debilidad.

Tengo para mí que en el caso de Hugo Gutiérrez Vega la aparición de este demonio coincide con el momento en que el espíritu de Grecia, con todo su caudal mítico y fabuloso, sacudió su ser. En la cuna de la lírica y de las más grandes utopías, ahí donde arranca para Occidente la verdadera historia  de la eternidad, la poesía lo arrebató como una racha de asombros, de asumida irracionalidad. ¿Tuvo que ver la voluntad en esta especie de privación? No lo sé. Olvidarse de sí mismo es poner lo aprendido al servicio de otra voz. La voluntad, entonces, se reduce al gesto de afinar el oído: no cansarse de oír, oír sin distraerse, para luego cosechar y organizar, con la mayor paciencia, los frutos de la dádiva.

Cuando un autor se empeña en decir algo determinado, afirma Novalis, no surge poesía alguna. El lenguaje es esencialmente misterioso —y no es raro que, al hablar por el gusto de hablar, se exprese la verdad más esplendorosa. La poesía surge ahí donde el poeta se ha dejado entusiasmar por el lenguaje. En su periodo griego Hugo Gutiérrez Vega consigue relevar a las palabras para escribir con olas, con cuerpos, con lava y utensilios. Individuales, exentos, a los títulos que aludo hay que acercarse sin prejuicios. Para entregarse en plenitud, la poesía pide a cambio una confianza inicial, esa misma con la que abordamos el mundo por la mañana, dispuestos a dejarnos sorprender por la constante novedad de las cosas. No piden más estos versos en los que Hugo celebra un amanecer en la isla de Andros.

 

El viento recorrió toda la noche

su invisible camino,

gimió, rompió ventanas, abrió puertas

[…]

La isla navega con su azul cicládico

en las dulces ventanas.

No hay un momento en que no asome el mar.

Todo es mar, todo es cielo reflejando

la presencia de mar.

Un mar tan suave que ni el viento logra

Inquietar sus entrañas…

 

¿No nos enseñan estas palabras, hechas de pura presencia, a sostener un pasado y un futuro? ¿No son mañana y mar así ritmados la memoria tangible de una posibilidad? Por la virtud del canto, la aurora de rosado dedos y el mar de entrañas de uva nos imponen como una visión contemporánea. Pues lo contemporáneo en poesía es el reverso de lo actual: el testimonio de un instante que es eterno en el tiempo.

Un sueño trascendente recorre estos poemas. El espíritu de Grecia y su mitología secular dejan de ser un territorio abolido. Como en esta ocasión lanzada al viento desde el templo de Afea:

 

Señora de la luz,

mujer de fuego

[…]

Reinas al mediodía,

y en tu morada

un perpendicular rayo de Sol

marca el momento

de tu triunfo total sobre las sombras

[…]

No hay una sola nube,

la tarde va encontrando

sus caminos,

permanece tu luz

y va brotando

los frutos de la tierra.

 

Aquí salta otro rasgo antes inédito en la obra del poeta. Theós, la palabra griega para el dios, recupera su antiguo sentido, esencialmente predicativo. Theós es algo que sucede: “es dios el reconocer a los amantes”, afirma Eurípides en su Helena. Hugo Gutiérrez Vega, antimoderno como todo poeta genuino, es un agnóstico pero no un ateo: entiende que una vida en la que los dioses no son invitados no vale la pena vivirla. En la bitácora de sus días griegos comparecen a la manera antigua: es dios todo lo que le acontece en cada estación de su experiencia: la Luna en un invierno suave de Atenas; los comerciantes judíos, turcos y griegos que en Corinto vocean sus uvas pasas, frutos sólidos “del camino misterioso de la cocción solar”; en el camino de Epicteto, la apuesta por las sinrazones que nos redimen delos automatismos cotidianos y nos permiten vivir cada día de asombro; la mañana del fanariota que imagina una vida perfecta, hecha de crepúsculos continuos, terrazas, cigarrillos perfumados con agua de rosas y la fragancia del té de manzanas; en Sounión, otra vez desde un templo, la presocrática experiencia de vislumbrar todo el mar en un lienzo de mar; frente al Mediterráneo, la voz de Homero que recrea los versos en torno al breve viaje de la vida (“Nuestro deseo es llegar,/ pero siempre nos vamos”); el reconocimiento, gracias al velardiano olor a pan del día recién nacido, de que vale la pena estar en el mundo; y sobre todo, como en Eurípides, la confusión de los pronombres, el amor, “las caricias de mayor abandono”.

Discípulo de Seferis y de William Carlos Williams, Hugo sabe que todo destino se juega su episodio decisivo en pos de Helana, de todas las Helenas que son siempre la única, del bello simulacro que nos hechiza bajo el suave ondular de una túnica. “Lo demás son palabras” (Elytis). Todo viaje entraña un intento de retornar a la frescura originaria, a esas muchachas que, en medio del estruendo y la confusión de la guerra, sedujeron a Elitys con su canto: “tienes que vivir, tienes que vivir”. Emblema, como la poesía, de la cotidiana lucha contra la muerte, las voces de unas muchachas, otras y las mismas, ocultas esta vez entre ruinas, nos convocan a reencontrarnos cada día con la ración de eternidad que alimenta el corazón de las cosas:

 

En esa tarde las muchachas corrían por el sendero

y el perfume de los pinos cerraba dulcemente el horizonte.

Nuestras manos iban juntas

y decidimos anotar ese deslumbramiento.

Basta con una tarde recordable, todo es tan ágil.

para sentir el esplendor de lo real.

 

Como es común en la expresión griega, en esta poesía las muecas de dolor o de espanto, de angustia por los humillados o de rabia frente a la abyección de los perpetuos déspotas del mundo, se suavizan  con gestos de nobleza, “gestos para detener al tiempo y al destino”. Aquí, en el claro territorio del poema, el “esplendor de lo real” acaba por imponer su inminencia. Lo imaginario y lo visible intercambian atributos. De su perfecto abrazo surgen lo bello y lo verdadero, aspiraciones gemelas. De Lagos de Moreno, su tierra nativa, a esa concreta sensación marítima y terrestre llamada Grecia, Gutiérrez Vega tiende un corredor de semejanzas que comienzan en los milagros cotidianos, en la inagotable imaginación de lo vivido: “Hoy he pensado en el pueblo de la infancia —nos dice— tan distintivo y tan parecido a esta isla”. Aquí, o en ese otro aquí que es el allá; en Lagos o en Amorgós, universos humildes y ordenados, todo está por descubrirse, incluso el beso de la tierra, el abrazo insoluble con nuestro destino rural.

 

 

 

 

 

Eduardo Hurtado. Nació en la Ciudad de México, el 13 de octubre de 1950. Poeta, editor y ensayista. Estudió Lengua y Literaturas Hispánicas en la ffyl de la unam. Ha trabajado en las editoriales Beatriz Trueblood, Joaquín Mortiz, Ediciones de Cultura Popular, Ediciones Toledo, La Máquina de Escribir, Vuelta y Ocelote. Jefe de Medios de Canal Once (TV cultural). Ha sido director literario de la Casa del Poeta Ramón López Velarde de la Ciudad de México; editor y columnista de La Jornada Semanal, suplemento cultural del periódico La Jornada. Tutor del Programa Nacional Jóvenes Creadores, del fonca. Miembro del snca. Colaborador de Casa del Tiempo, El Día, El Universal, La Gaceta del fce, México en la Cultura, Novedades, Punto de Partida, Revista de la Universidad de México, Unomásuno y Vuelta, así como de varios diarios y revistas en el extranjero. Su poesía ha sido traducida al inglés, francés y árabe. Premio Nacional de Poesía Carlos Pellicer para Obra Publicada 2005 por Las diez mil cosas.

 

Hugo Gutiérrez Vega. Nació en Guadalajara, Jalisco, el 11 de febrero de 1934; muere en la Ciudad de México, el 25 de septiembre de 2015. Poeta y ensayista. Estudió Derecho en la UNAM, Letras Inglesas en Michigan, Letras Italianas en la Universidad de Roma y Sociología de la Comunicación en Londres. Fue miembro de carrera del Servicio Exterior Mexicano; consejero cultural en Roma, Londres, Madrid, Washington; embajador en Grecia; concurrente en Líbano, Chipre, Rumania y Moldova; realizó trabajos especiales para la UNESCO en Irán y la Unión Soviética; cónsul general de México en Río de Janeiro, Brasil, y en San Juan, Puerto Rico; maestro de tiempo completo de la FFyL y la FCPyS de la UNAM; director de la Revista de la Universidad de México; profesor visitante en España, Portugal, Grecia, Brasil, Argentina y Noruega; director de La Jornada Semanal. Miembro del SCM; miembro correspondiente de la Academia Puertorriqueña de la Lengua Española y de la Academia Mexicana de la Lengua. Su labor como traductor de poesía griega es ampliamente reconocida. Su poesía ha sido traducida al inglés, francés, italiano, ruso, rumano, portugués y griego. Colaborador de Cuadernos Hispanoamericanos, Nexos, Revista de la Universidad de México, Siempre! y Vuelta. Premio Nacional de Poesía Aguascalientes 1976 por Cuando el placer termine. Orden al Mérito 1966 en grado de comendador, Italia. Medalla Alfonso X 1981 de la Universidad de Salamanca. Comendador de la Orden de Isabel la Católica 1983, España. Orden del Delfín 1994 (Gran Cruz), Grecia. Premio de Letras Jalisco 1994. Premio Nacional de Periodismo 1999 en el área de difusión cultural. Premio Iberoamericano Ramón López Velarde 2001. Premio Xavier Villaurrutia 2002 por Peregrinaciones Bazar de asombros II. Medalla de oro de Bellas Artes en 2004. Premio Poetas del Mundo Latino Víctor Sandoval 2009. Premio Nacional de Ciencias y Artes 2013, en la categoría de lingüística y literatura, por su “trayectoria lúcida y sensible en la poesía, el ensayo y la expresión oral”. Su poemario Cuando el placer termine se incluye en la compilación Premio de Poesía Aguascalientes 30 años, 1968-1977, Joaquín Mortiz/Gob. del Edo. de Aguascalientes/INBA, 1997.

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