Hildegard: poeta mística católica. Por José Vicente Anaya

 

 

Este ensayo forma parte del libro Poetas en la noche del mundo (UNAM, 1997).

 

 

 

 

Santa Hildegarda y las estaciones, página tomada del Liber Divinorum Operum, cod. Lat. 1942c. 38r, Lucca, Biblioteca Estatal

 

 

 

 

Hildegard: poeta mística católica

 

José Vicente Anaya

 

 

Es muy poco o nada lo que se conoce sobre el misticismo católico en la cultura germana, lo cual posiblemente se deba a las deformaciones que, producto de clichés o simplemente de la ignorancia, se tienen sobre una cultura, además de que a los germanos se les asocia en lo religioso fundamentalmente con el protestantismo de Lutero. Así ha caído en el olvido (y es posible que también por otras ocultas razones) un místico tan lúcido como el Maestro Eckhart (Meister Eckhart o Ecehart von Hochheim) quien vivió aproximadamente entre los años 1260 y 1327, predicador de una convicción religiosa producto de la iluminación amorosa y no de las amenazas del castigo (más semejante al budismo). Y menos se sabe de Hildegard.

En su tiempo, se referían a ella como “Hildegard de Bingen” o “La Sibila del Rhin” y, aunque la oficialidad eclesiástica le ha negado tres veces la canonización, también la han llamado “santa Ildegarda”. Fue la persona más sabia de su época. De los nueve libros que dejó escritos tres son de teología: Scivias, Liber Vitae Meritorum y De Operatione Dei; dos de medicina (en los que aborda temas de biología, fisiología, botánica, higiene, medicamentos, etcétera): Liber Simplicis Medicinae y Liber Compositae Medicinae/Causae et Curae. También escribió libros con biografías de santos, poemas y canciones. Fue pintora y compuso música para sus poemas-cantos-oraciones. Y todo su conocimiento lo enseñaba en los monasterios que fundó, siendo así una gran maestra de generaciones. El estudioso Matthew Fox escribió: “Si Hildegard hubiera sido hombre, estaría reconocida entre las grandes inteligencias que han pasado por nuestro mundo”.

Hildegard nació en día de verano de 1098, en Bicklheim, lugar ubicado en la ribera izquierda de río Nahe —afluente del Rhin en el pueblo de Bingen—. Su padre fue un caballero germano al servicio del castillo de Bickelheim. A los dieciocho años tomó el hábito benedictino, orden religiosa en la que hizo altos estudios.

Matthew Fox describe la época de Hildegard en estos términos:

 

En su tiempo sobre el suelo de Francia surgió la Catedral de Chartres con sus deliciosos vitrales y sus inimitables esculturas; Eleanor de Aquitania y Thomas à Becket hicieron que avanzara la escena política; Frederick Barbosa pasó de tímido a Papa igual de tímido —en una ocasión Hildegard lo amonestó—; Bernard de Clairvaux reformó la vida monástica e impulsó la Segunda Cruzada; la Escuela Catedralicia formaba parte de la Universidad de París —en cuya facultad la septuagenaria Hildegard, con sus libros bajo el brazo, aprobó el examen—; Eloísa y Abelardo se enamoraron y legaron su trágica historia a la posteridad. Dentro de todo ese periodo de agitación y creatividad, Hildegard se dedicó a la prédica y a la enseñanza, a reformar u organizar, a viajar y fundar monasterios, a componer canciones, escribir, curar a los enfermos, a sugestionarse y profetizar.

 

A su colección de composiciones musicales Hildegard las tituló Symphonia harmoniae caelestium (Sinfonía de las armoniosas revelaciones celestiales). Para ella el alma humana era una “sinfonía” y argumentaba que existen “acordes internos” entre el alma y el cuerpo. Sobre la poética de esta monja el erudito Peter Dronke escribió:

 

El lenguaje poético de Hildegard es uno de los más inusitados en las canciones medievales europeas… Para desarrollar sus imágenes Hildegard se deleita con una poética libre, utilizando diversos lenguajes para llegar a nuevos límites. Yo señalaría, entre otras características, sus osadas mezclas de metáforas, su insistente uso de anáforas, así como de los superlativos y otras exclamaciones, además de sus intrincadas construcciones en las que algunos participios o genitivos dependen los unos de los otros.

 

La noche del mundo necesita la luz del poeta, en términos hedeggerianos, es algo ya concebido por Hildegard, pues ella aseguraba que se requerían profetas-poetas “para iluminar esta oscuridad”.

 

 

 

 

José Vicente Anaya (Villa Coronado, Chihuahua, México, 1947-2020). Poeta, ensayista, traductor y periodista cultural. Fundador del movimiento infrarrealista. Ha publicado más de 30 libros, entre ellos: Avándaro (1971), Los valles solitarios nemorosos (1976), Morgue (1981), Punto negro (1981), Largueza del cuento corto chino (7 ediciones), Híkuri (4 ediciones), Poetas en la noche del mundo (1977), Breve destello intenso. El haiku clásico del Japón (1992), Los poetas que cayeron del cielo. La generación beat comentada y en su propia voz (3 ediciones), Peregrino (2002 y 2007), Diótima. Diosa viva del amor (2020), Mater Amatisima/Pater Noster (2020) y Material de Lectura (poesía Moderna, UNAM, 2020), entre otros. Ha traducido libros (publicados) de Henry Miller, Allen Ginsberg, Marge Piercy, Gregory Corso, Carl Sandburg y Jim Morrison. Ha traducido a más de 30 poetas de los Estados Unidos. Ha recibido varios premios por su obra poética. Es miembro del Sistema Nacional de Creadores CONACULTA-FONCA. Formó parte de la Sociedad de Escritores de México y Japón (SEMEJA). En 1977, funda alforja. REVISTA DE POESÍA. Desde 1995 ha impartido seminarios-talleres de poesía en diferentes ciudades de México. Ha asistido a encuentros internacionales de poesía y dado conferencias en varios países como Italia, Estados Unidos, Colombia y Costa Rica. Colaboró en la revista Proceso.