Garcilaso de la Vega y Góngora, por Rafael Solana

 

Este artículo es tomado del libro Palabra en movimiento. Antología de textos de Rafael Solana (2015), Universidad Veracruzana, compilados por la poeta e historiadora Raquel Huerta-Nava quien nos autorizó su reproducción.

 

 

GARCILASO DE LA VEGA Y GÓNGORA[*]

 

Rafael Solana

 

En 1927, España toda, y con ella los países de habla española, festejó ruidosamente a su poeta Luis de Góngora y Argote, uno de los más grandes maestros del idioma. En 1935 otro maestro de la lengua castellana fue públicamente homenajeado: Lope de Vega. Ha llegado el momento en que la fecha nos orilla a recordar a Garcilaso de la Vega, maestro de Lope y de Góngora. Y enmudecemos. Pocos son quienes asisten a la conmemoración. Aquel a quien nuestros maestros reconocían por maestro, ¿merece este silencio? ¿Aquel en cuyo honor se ejercitaron las mejores plumas del Siglo de Oro, no moverá las nuestras?

Lope de Vega escribió “A la fuente de Garcilaso, que está en Batres”, y Herrera un soneto “A Garcilaso”. ¿Pudo Góngora, cultísimo, dejar de rendir un homenaje cálido y profundo al caballero de Alcántara? No. Constantemente le recuerda en sus versos, a los que trae invitados de honor, conceptos arrancados del libro del insigne toledano, y, como Lope, como el Divino, dedica su inspiración a elogiar al autor de las bellísimas églogas, confesado padre, querido y respetado, de las grandes luminarias del dorado siglo.

En 1616, a sólo ochenta años de distancia, y ya a ochenta años, poco para convertir en clásico a un escritor, y mucho para no verlo con claridad, sin parentescos ni cohechos de ninguna clase, el Príncipe de las Tinieblas fechó su poema que se llama “En el sepulcro de Garcilaso de la Vega”, y en el que encontramos estrofas como ésta:

 

Si tu paso no enfrena

tan bella en mármol copia, oh caminante,

esa es la ya sonante

émula de las trompas, ruda avena,

a quien del Tajo deben hoy las flores

el dulce lamentar de dos pastores

 

O esta otra, la final, y en la que aparece el recuerdo de nuestro poeta amado como una sombra desprendida de todos los rincones de la ciudad en que nació, y de la que fue gloria:

 

Vestido pues el pecho

túnica Apolo de diamante gruesa,

parte la dura huesa,

con la que en dulce lazo el blando lecho.

Si otra inscripción deseas, vete cedo:

lámina es cualquier piedra de Toledo.

 

Así Góngora, como todos los artistas de su tiempo, y a más de Lope y Herrera, ya citados, nombraríamos a Saavedra Fajardo, a Cetina, a Castillejo, a Hurtado de Mendoza, a todos, demuestra cuál era su veneración por Garcilaso, a quien en varios sitios de su obra recuerda, o, con palabras suyas, “un generoso anima y otro bulto”, a incitación del artífice elegante, preocupado por no dejar morir, por recordar constantemente a los peregrinos quién fue aquel hombre privilegiado, poeta eminentísimo, de quien queda, en este siglo de silencio y de frialdad, como en aquel agitado y entusiasta, y con una última cita gongorina, al efecto: “esplendor mucho, si ceniza poca”.

 

México, D.F., noviembre de 1936

 

[*]  Diario del Sureste, 20 de diciembre de 1936

Rafael Solana (1915-1992) nació en el puerto de Veracruz. Cultivó todos los géneros literarios: poesía, cuento, novela, teatro, ensayo y crónica, asimismo ejerció como editor de dos revistas importantes para su generación Taller Poético (1936-1938) y Taller (1938-1940). A la edad de 19 años incursionó en la poesía con la publicación de su primer libro, Ladera de 1934, género que cultivó hasta 1958. El último de sus trabajos poéticos fue la plaquette Pido la palabra, editada por Juan José Arreola. En su labor novelística se encuentra La educación de los sentidos, obra que se concibió en tres partes. Posteriormente publicó una trilogía sobre la Ciudad de México que dio a conocer en un solo volumen con el título El sol de octubre, a la que siguieron las novelas unitarias Viento del SurJuegos de inviernoLas torres más altasBosque de estatuas y El palacio Maderna. Con respecto a su producción en el ámbito de la dramaturgia, se le ha considerado un renovador del teatro mexicano, género por el que fue más reconocido, al ser uno de los primeros en establecer la comedia como una forma dramática de relevancia para el teatro nacional. Su primera obra escrita ex profeso para teatro fue Las islas de oro en 1952 a la cual le siguieron 33 piezas más. Debiera haber obispas es su comedia más traducida y representada. Fue colaborador asiduo de los periódicos de la época en donde realizó crónicas teatrales. Entre su obra ensayística publicó un libro monográfico sobre la figura de Verdi, libro favorablemente recibido por muchos lectores.

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