Francisco Brines (Oliva, España, 1932). Premio Cervantes, 2020. Por Carlos Sánchez Ramírez, Emir
Francisco Brines (Oliva, España, 1932). Premio Cervantes 2020
Carlos Sánchez Ramírez, Emir
Este año que, sin lugar a dudas, será recordado como uno de los más extraños y significativos, nos ha traído noticias, en el mundo de la literatura, un tanto anómalas, pero alegres. La primera fue que, después de varios años de premiar solamente prosistas, se le concedió el Nobel a alguien que oficia día con día la poesía: Louise Glück; la segunda, hoy se nos informa: por tercer año consecutivo quien merece el premio más relevante en lengua española, el Premio Cervantes, es alguien que piensa las bellas letras en estrofas y no en párrafos. Hoy el poeta valenciano Francisco Brines lo gana, cuando un año atrás lo obtuvo el catalán Joan Margarit y dos años antes la uruguaya Ida Vitale.
Uno de los titulares, de cierto periódico nacional, sobre esta noticia es el siguiente: “¿Quién es Francisco Brines, el poeta ganador del Premio Cervantes 2020?” El titular es, en primer lugar, desafortunado y, sin embargo, honesto: deja en claro que cada vez se lee menos poesía y que, por lo tanto, sólo se puede conocer a sus mejores practicantes a través de los premios. No obstante, lo cierto es que, muy probablemente, hoy aparezcan, por fortuna, los nuevos lectores de Francisco Brines.
Es momento ya de contestar a la pregunta. Brines (Valencia, 1932) es uno de los autores identificados con la generación española de Medio Siglo (también conocida como del 50). Algunas de las características que lo emparentan con los poetas de su tiempo es la lírica intimista y reflexiva, la cual es escrita a partir de una sinceridad desgarrada, tal y como lo hizo en los mismos años Jaime Gil de Biedma y Ángel Gonzales; también recupera los mitos paganos, tal vez como una crítica al catolicismo español que tanto agredió a la Republica ─aunque es cierto que en nuestro poeta hay una clara búsqueda del neorromanticismo─, esto se asemeja a la obra de José Manuel Caballero Bonald. Sin embargo, su voz es única, pues es un gran descriptor de espacios, ya que hace de cualquier lugar una atmósfera poética, en muchos casos bastante lúgubre y ruinosa. Jorge Fernández Granados escribe sobre ello: “Hay siempre esta atmósfera en los poemas de Brines: […] una arquitectura interior donde alguien entra y sale con lentitud de quien conoce con minucia de curioso cada umbral […] con la extraña sensación de que somos los personajes de un lejano recuerdo que apenas permanece despierto o una sombra…”.
Gran lector de Cernuda ─a mí parecer, sobre todo, de sus últimos libros, como Desolación de la Quimera y Nubes─, aprende a hacer de cada observación cotidiana un poema; aunque el tema parezca, de tan triste, poco poetizable. A continuación comparto un fragmento de “Muerte de un perro”:
…su vida se escapaba por los abiertos ojos,
cada vez más abiertos
porque la muerte le obligaba, con su prisa iracunda,
a desertar de dentro tanta sustancia por vivir,
y por el ojo sólo tenía la salida;
porque no había luz,
porque sólo llegaba tenebrosa la sombra.
El fragmento anterior me recuerda mucho, por ejemplo, a aquel poema de Cernuda “Pájaro muerto”, que magníficamente finaliza así:
Ahora, silencio. Duerme. Olvida todo
Nutre de ti la muerte que en ti anida.
Esa quietud de ala, como sol poniente,
Acaso es de la vida una forma más alta.
Comparte además con Cernuda la preocupación por el tiempo que se nos escapa entre los dedos, hasta hallar nuestras manos vacías; por lo tanto, a Brines se le considera un poeta nostálgico, lo cual no es falso, aunque me parece que siempre en sus poemas, está pensando en la perduración de la vida, pongo de ejemplo un fragmento de “La sombra rasgada”:
Tenía triste el rostro,
y antes que para siempre envejeciera
puse mis labios en los suyos.
Por último, hay que decir que en él no encontraremos un refugio alegre: él es un poeta, como los de su generación, que “se reconoce […] en un sujeto fragmentado, marginal [esto, de igual manera, debido a su condición de homosexual], lastimoso o provisto de una diversidad de máscaras”, explica Álvaro Salvador. No obstante, su lirismo desgarrado funciona como una compañía en una realidad que, más de una ocasión, es difícil de afrontar.
Carlos Sánchez Ramírez (Ciudad de México, 1998). Estudia Lengua y Literaturas Hispánicas por la FFyL UNAM. Ha sido dos veces becario del Curso de Creación Literaria para jóvenes de la Fundación para las Letras Mexicanas. Forma parte de la revista Taller Ígitur, de Crítica y Pensamiento en México y de Diótima.
Francisco Brines Baño nació en Oliva, Valencia, en 1932. Estudió derecho en la Universidad de Deusto, Valencia y Salamanca, y cursó estudios de Filosofía y Letras en Madrid. Pertenece a la llamada Generación del 50 (junto con Claudio Rodríguez, JoséÁngel Valente o Jaime Gil de Biedma) aunque Brines nunca cultivó la poesía social. Fue profesor de español en la Universidad de Oxford, y en 1988 revisó y adaptó el texto de "El alcalde de Zalamea", versión que fue estrenada en noviembre del mismo año por la Compañía de Teatro Clásico, y dirigida por José Luís Alonso. En el año 2001 fue nombrado miembro de la Real Academia Española, para ocupar el sillón X, vacante tras el fallecimiento del dramaturgo Antonio Buero Vallejo. Ha recibido los más importantes galardones en el ámbito Hispanoamericano, como el Premio Nacional de Literatura o el Premio Reina Sofía de poesía. Su obra poética, en la que se percibe una evidente influencia de Luis Cernuda, se caracteriza por un tono intimista y por la constante reflexión sobre el paso del tiempo. Su escritura, que tiende a un equilibrio clásico y a un tono melancólico, que intenta dominar la angustia ante la muerte mediante una asunción serena de lo inevitable.