Filósofos venezolanos: mapa mínimo. Por Gabriel Jiménez Eman

 

 

 

 

Gabriel Jiménez Eman mereció el Premio Nacional de Literatura de Venezuela en 2019, por el conjunto de su obra.

 

 

 

Filósofos venezolanos: mapa mínimo

 

Gabriel Jiménez Eman

 

 

 

Venezuela, cuenta desde el siglo XIX con un buen número de pensadores y forjadores de la nacionalidad. Por supuesto con el propio Simón Bolívar (1783-1830), forjó en el conjunto de sus cartas uno de los pensamientos más sólidos en nuestro devenir como pueblos. Son numerosos sus textos. Entre ellos destacan Discurso de Angostura (1820), Discursos y proclamas (1895), Carta de Jamaica, Ideas políticas y militares (1811-1830) y Decretos (1813-1828), donde están fijadas las ideas de nuestra independencia como pueblo y la filosofía fundamental de la venezolanidad.

Por supuesto, está la obra de Andrés Bello (1781-1865) y de Simón Rodríguez (1769-1854), a quienes ya nos hemos referido antes, maestros ambos de Bolívar con una obra tan diferente la una de la otra, como sustancial en la formación de nuestro primer humanismo, donde están presentes las ideas alusivas al despertar de los pueblos americanos, y acrisolaron buena parte de las ideas integradoras de su predecesor Francisco de Miranda (1750-1816) quien buscó siempre razones, dentro y fuera del país, para hacer realidad el sueño de una América unida, más allá de los coloniajes y las opresiones de las coronas europeas. En París (1797) presidió una junta de diputados americanos independentistas, y en Londres se unió a Bolívar, con quien llegó a Venezuela en 1810. En sus memorias y diarios testimonió de todas sus ideas independentistas y sus profusas lecturas filosóficas de clásicos europeos que inspiraron sus ideas.

Mientras tanto, la obra de Simón Rodríguez pudiera ser considerada como la primera tentativa filosófica de nuestra educación. De hecho, esto se advierte en sus estudios Sociedades americanas (1828), Luces y virtudes sociales (1834) o en Inventamos o erramos. Son tan avanzadas las ideas de Rodríguez sobre la educación, que siempre parecen de vanguardia y pueden servir para una renovación permanente de la didáctica. Mientras Andrés Bello y Rafael María Baralt se distinguieron por sus estudios gramáticos y por haber cumplido con la ardua labor de componer los primeros elementos de la gramática americana.

En el caso de Bello, con sus obras Gramática castellana para uso de los americanos (1847), sus Estudios literarios sobre la métrica de la lengua castellana (1835), para luego acometer el reto filosófico en su obra La filosofía: teoría del entendimiento (1843), donde prefigura la moderna teoría del conocimiento, y en su importante Anatomía cultural de América (1848). En su obra literaria busca vindicar el paisaje y la geografía americanos en contacto con el hombre en su poema Silva americana a la agricultura de la zona tórrida (1863), donde dispone lo mejor de su arsenal neoclásico para escribir el primer gran poema de Venezuela y uno de los más osados en la América. El humanismo de Bello, por su gran aliento regenerador, ha sido comparado con el humanismo de Goethe en Europa; mientras sus Principios de Derecho Internacional (1846) y sus Aportaciones al Código Civil de Chile forman parte fundacional de la jurisprudencia de América. Bello nunca dejó de filosofar y de pensar sobre la tierra americana.

Rafael María Baralt (1810-1860) también hizo aportes notables a los estudios de la lengua o la historia en sus obras Resumen de la historia de Venezuela (1841) y Programas políticos (1849) o de hacer observaciones sobre política y filosofía de la historia. Recordemos que, no en vano, Baralt fue el primer hispanoamericano en ocupar un sillón en la Real Academia Española de la Lengua, en 1853.

Pero quien más practicó una filosofía de urgencia sobre la base del ejercicio del periodismo fue Juan Vicente González (1810-1866) quien a través de una visión romántica del mundo supo impregnar su prosa de las ideas más elevadas sobre la nacionalidad, cuestión advertible en su obra maestra Biografía de José Félix Ribas (1891) en la que González aprovecha para hacer una evocación de la época de la guerra en Venezuela con visos de novela, y al mismo tiempo tomando elementos del ensayo de reflexión sobre la naturaleza misma de la venezolanidad, el cual constituye uno de los más apasionados textos de filosofía de la historia nacional.

En ese siglo XIX florecen asimismo los intérpretes de la gesta emancipadora de la independencia en un Fermín Toro (1806-1865) o un Cecilio Acosta (1818-1881). En Toro apreciamos a un temperamento especialmente lúcido en el momento de observar su momento histórico, sobre todo en el plano político, sociológico y cultural, donde además muestra sus admirables dotes de orador. La insaciable curiosidad intelectual y autodidacta de Toro lo llevó a componer la primera novela venezolana (Los mártires, 1842) y el primer cuento literario (La viuda de Corinto) y de haber desempeñado importantes cargos diplomáticos en Londres y Bogotá, y como Ministro Plenipotenciario en España y Francia, además de su actividad como profesor, periodista (colabora en los principales diarios de la época como “El mosaico”, “El Liceo Venezolano” y “La Voz del Patriotismo”) y literato. En él reconocemos, ciertamente, una de las mentes más despiertas e inquietas de la filosofía venezolana. Su formación autodidacta la cumplió en la biblioteca de su tío el Marqués del Toro. Desde joven comienza a desempeñar cargos como Secretario de Hacienda. Sus escritos políticos, jurídicos y sociales fueron reunidos casi todos en un libro con el título de La doctrina conservadora (1880). Es célebre su texto Honras fúnebres consagradas a los restos del Libertador Simón Bolívar (1844).

En Cecilio Acosta, en cambio, admiramos una voluntad pedagógica que utilizó al periodismo para difundir sus bien urdidas ideas, tocadas por el influjo neoclásico en bien de la prédica a los pueblos, estilo que suscitó la admiración del propio José Martí, quien vino a Caracas a conocerle. En su brillante ensayo Cosas sabidas y por saberse (1856) sus ideas sobre la realidad venezolana de su tiempo se tienen como las de una reflexión esencial para nuestro país, realizando un balance sobre los tópicos que de forma errada se estaban ventilando en nuestros centros de estudio, especialmente en la Universidad de Caracas. Sus ideas están esencialmente basadas en la educación popular y en el trabajo creador, fundado en las normas morales del patriotismo y la honradez, ejemplo para muchos venezolanos. También en sus estudios Influencia del elemento político en la literatura dramática y la novela y en Las letras lo son todo (1869), nos revela la sensibilidad del auténtico humanista. Su obra fue publicada sobre todo en periódicos de su tiempo, tanto venezolanos como de otros países. Sus escritos abarcaron la economía, la política, las ciencias jurídicas, la filología y la literatura, además de sus recordados poemas “La Casita blanca” (1872) y “La gota de rocío” (1878). Entre sus textos políticos destacamos Reflexiones políticas y filosóficas de la sociedad desde su principio hasta nosotros (1846), Libertad de imprenta (1846), Lo que debe entenderse por pueblo (1847), Los dos elementos de la sociedad (1846), Situación política de Europa (1872), y Los partidos políticos (1877); en el terreno jurídico tenemos su Legislación comercial comparada (1870) y La verdad para todos (1855), mientras que en el terreno económico citamos Solidaridad de las industrias (1880) y en el filológico Observaciones al diccionario que someto humildemente a la Academia Española (1874). Uno de los primeros en reconocer el elevado talento de Cecilio Acosta fue José Martí, quien se expresó así: “Sus resúmenes de pueblos muertos son nueces sólidas, cargadas de las semillas de los nuevos. Nadie ha sido más dueño del pasado (…) él exprime un reinado en una frase, y en su esencia; él resume una época en palabras, y es su epitafio: él desentraña un libro antiguo, y da en la entraña. Da cuenta del estado de estos pueblos con una sola frase (…) era de esos que han recabado para sí una gran suma de vida universal, y lo saben todo, porque ellos mismos son resúmenes del universo en que se agitan (…) Lo que supo, pasma. Quería hacer la América próspera y no enteca; dueña de sus destinos, y no atada como reo antiguo, a la cola de los caballos europeos. Quería descuajar las Universidades, y deshelar la ciencia y hacer entrar en ella savia nueva”.

Otros pensadores nuestros que merecen el calificativo de filósofos son Felipe Larrazábal (1816-1873), Amenodoro Urdaneta, Lisandro Alvarado (1858-1929) y Jesús Semprum quienes contribuyeron de uno u otro modo al desenvolvimiento de una conciencia crítica. Larrazábal, uno de los primeros músicos del siglo XIX, fue también un humanista con predilección por los autores de lengua inglesa, especialmente de John Milton y de poetas coetáneos de Milton en el siglo XVII, aunque también reflexionó sobre el fenómeno musical de su tiempo, fue doctor en Derecho Civil, uno de los fundadores del Partido Liberal y activo pensador en el plano político a través del periodismo. Pero también abarcó la arquitectura, la filología y la geografía, fundó periódicos como El patriota y El Federalista y fundador de conservatorios musicales. Entre sus libros y folletos se cuentan Obras literarias, Memorias contemporáneas, Principios de Derecho Político, y Elementos de Ciencia Constitucional y su famosa Vida del Libertador en dos volúmenes. La intensa vida de Larrazábal concentra el trayecto romántico venezolano en una azarosa aventura compartida entre la política, la música, los viajes, la literatura y la historia, con no pocos visos novelescos.

Amenodoro Urdaneta (1829-1905) fue uno de los primeros en preocuparse por la literatura para los niños en nuestro país, y por los aspectos formales de la gramática, pero en el terreno crítico su obra más notable es Cervantes y la crítica (1877), obra excepcional en el panorama de su tiempo, por su exhaustividad y talante de su prosa en el momento de tratar a un autor tan complejo como Cervantes; estudio que todavía hoy se consulta para comprender mejor al autor de El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha.

En el siglo XX un mapa mínimo podría incluir los siguientes nombres.

La obra de César Zumeta (1863-1955) –quien ejerció una prolongada carrera diplomática— puntualiza siempre sobre el asunto de América y su relación con Europa en dos obras fundamentales: El continente enfermo (1899) y Las potencias y su intervención en Hispanoamérica que, aun concebidas bajo una óptica positivista, poseen un vasto campo de influencia en la meditación sobre América Latina y Venezuela.

Rufino Blanco Fombona (1874-1944) pone sus virtudes narrativas al servicio de su capacidad analítica en sus ensayos Letras y letrados de Hispanoamérica (1906), Grandes escritores de América, Siglo XIX (1917), A propósito de la nueva literatura hispanoamericana (1918), como en sus estudios sobre Simón Bolívar y en El conquistador español del siglo XVIII, revela una especial virulencia y capacidad analítica.

Jesús Semprum (1882-1931) puede ser considerado uno de los críticos literarios más notables de Venezuela, si se atiende a su rigurosidad y al sentido trascendente con que observa las obras. Posee Semprum el don de contextualizar  histórica como estéticamente a los autores que aborda, tanto de la literatura europea, hispanoamericana o venezolana, como de los propios fenómenos estéticos que rodean a la creación literaria, o sus aspectos lingüísticos, los modos de crítica o las tendencias dominantes  del modernismo, el criollismo, el romanticismo,  la  vanguardia en Venezuela o Hispanoamérica, lo cual podemos constatar en una obra crítica dispersa en revistas, diarios y folletos que fue compilada después de su muerte en sendos volúmenes preparados por José Balza o Pedro Díaz Seijas como Visiones de Caracas y otros temas (1969),  Jesús Semprum (1986) y Crítica, visiones y diálogos (2006).

José Rafael Pocaterra (1888-1955) posee una obra cimera en el ámbito de la reflexión filosófica venezolana y latinoamericana, como lo es Memorias de un venezolano de la decadencia (1927) una crónica conmovedora de su tiempo –un tiempo de dictadura, de opresión y persecución de las libres ideas durante el régimen de Juan Vicente Gómez—  constituye la mirada inquisitoria a un tiempo aciago a través de un iluminador sentido crítico.

Augusto Mijares (1897-1979), realizó aportaciones importantes en el terreno de la reflexión sobre América con sus libros Interpretación pesimista de la sociología hispanoamericana (1938), Hombres e ideas en América (1940), La evolución política de Venezuela (1967), Somos o estamos (1977), El último venezolano (1971) y sobre todo en Lo afirmativo venezolano, dio muestras de una preocupación excepcional por el destino de su país, aunque a veces maniatado por ciertos maniqueísmos propios del positivismo.

Es de hacer notar que la actividad filosófica venezolana no ha sido exclusiva de filósofos profesionales o catedráticos, sino que fueron los escritores –poetas, ensayistas, narradores, dramaturgos— desde un principio, los depositarios de esta responsabilidad, dado que en las academias recién fundadas se tenía la creencia de que la filosofía consistía en escribir tratados sobre filósofos antiguos o modernos reconocidos por la tradición occidental, y no a los escritores que observaban de cerca sus propias realidades. En este sentido, habría lugar para una rápida digresión sobre filosofía académica y filosofía viva; la primera, ejercida en universidades, tiende a funcionar mediante un arsenal metodológico, principalmente tomado de la teoría literaria, cuyos métodos se calcan a veces maquinalmente de conceptos o filosofemas ajenos que muchas veces no funcionan con las obras o procesos americanos. La filosofía latinoamericana y venezolana nació del pulso de los escritores e intelectuales que vivieron en propia piel los avatares del mundo social, político y cultural de su tiempo, sin privar en ellos necesariamente las teorías académicas occidentales.

Dentro de una tercera generación de escritores venezolanos que filosofan de modo permanente sobre Venezuela, América y Europa en un amplio marco de ideas, nos encontramos con varias figuras eminentes como las de Mario Briceño Iragorry (1897-1958), en cuyo caso nos topamos con una pasión casi innata por la reflexión sobre su país y su relación con el resto del continente y el mundo, haciendo uso de una claridad expositiva que combina la necesidad periodística con el desmontaje de los mecanismos que mueven el poder político-económico de las naciones poderosas, aplicados a las nuestros. En muchas de ellas mezcla la historia a la ficción para lograr efectos literarios notables, mientras en otros es eminentemente filológica. De una vasta e inagotable bibliografía, citamos apenas Americanismo, no hispanismo (1919), Tapices de historia patria (1934), Formación de la nacionalidad venezolana (1945), El regente Heredia o la piedad heroica (1949), Mensaje sin destino (1951), La hora undécima. Hacia una teoría de la venezolanidad (1956) e Ideario político (1958) forman parte sustantiva de esa preocupación de filosofar sobre la patria.

En cuanto a Mariano Picón Salas (1901-1965), su voluntad americanista es apreciable a lo largo de su obra, logrando con ésta un lugar excepcional en el concierto de voces filosóficas del siglo XX, que se despliega para interrogar la naturaleza de lo americano frente a lo europeo, y cómo va configurándose una nueva sensibilidad, justamente de la que él es representante conspicuo. Picón Salas puede observar el mundo musical de Mozart y contextualizarlo plenamente con la cultura de su tiempo en Europa, como hacer una biografía de Francisco de Miranda o del santo Pedro Claver con la misma minuciosidad y naturalidad. En este sentido sus obras fundamentales son En las puertas de un mundo nuevo (1918), Formación y proceso de la literatura venezolana (1940), De la conquista a la Independencia (1944), Rumbo y problemática de nuestra historia (1947), Comprensión de Venezuela (1949), y Dependencia e independencia en la historia hispanoamericana (1952), libros que marcan momentos notables dentro del proceso intelectual e histórico nuestro, proyectado al futuro. Con una gracia literaria muy particular, una escritura elegante y un castellano de alto vuelo, Picón Salas se nos muestra en toda su lucidez moderna, en el mejor sentido de esta palabra.

Otro escritor de esta generación que cubre casi todo el siglo XX con su filosofar sobre Venezuela es Arturo Uslar Pietri (1906-2001). Es el caso de un gran narrador prestado a la reflexión, que se inicia como cuentista y novelista y de manera natural va ingresando en la meditación sobre el destino de Venezuela. Examinando sus distintas etapas, sus altos y bajos, desde la conquista y la colonia hasta una modernidad dominada por la economía petrolera, Uslar urge al país a tomar determinaciones contundentes para sacarlo de su atascamiento, y le hacen adoptar un ángulo de visión amplio para examinar y abordar los problemas generales. Ello se constata en sus obras De una a otra Venezuela (1949), Breve historia de la novela hispanoamericana (1950), Del hacer y deshacer de Venezuela (1962), Hacia el humanismo democrático (1965), En busca del nuevo mundo (1972) y La otra América (1974), que complementó con sus novelas, cuentos y crónicas, y le hacen merecedor de un lugar de excepción entre los observadores de lo venezolano a través de una mirada que busca lo universal.

Es de hacer notar que todos estos escritores forman parte de la vida política venezolana ejerciendo cargos ministeriales o diplomáticos, o sufriendo exilios durante la dictadura gomecista, o bien fungieron de “intelectuales orgánicos” en la democracia representativa. En todo caso, prepararon el terreno a otras visiones de la realidad: existencialistas, marxistas, epistemológicas, sociológicas, estructuralistas o posmodernas, todas muy útiles para despejar los distintos caminos de la prosa de interpretación en el momento de abordar los asuntos históricos o cognitivos de nuestras sociedades. Entre estos nuevos nombres debemos citar en primer lugar a Juan Liscano (1915-2001), poeta que ejerciendo el oficio de ensayista se convierte en uno de los filósofos venezolanos más influyentes del siglo XX, al adoptar un punto de vista que hace acopio de la antropología cultural, el folklore y la simbología para tejer un discurso que posee elementos de la psicología arquetipal, mezclando todo ello a una intuición poética que le da muy buenos resultados, debido a su amplio margen interpretativo. Los principales libros de Liscano en esta dirección son Poesía popular venezolana (1945), Los diablos de San Francisco de Yare (1952), Panorama de la literatura venezolana actual (1973), Espiritualidad y literatura, una relación tormentosa (1976), Identidad nacional o universalidad (1980), El horror por la historia (1980), Lecturas de poetas y poesía (1985), y La tentación del caos (1993). Su preocupación también abarcó la obra de varias figuras relevantes de la cultura venezolana que él conoció personalmente, como son los casos de Rómulo Gallegos o Armando Reverón. Una de las actitudes que hablan mejor del temperamento inquieto y abierto de Juan Liscano fue su permanente contacto con las generaciones de jóvenes escritores y artistas, a los que alentó siempre.

Habremos de reconocer la actividad filosófica de Ernesto Mayz Vallenilla (1925), que empezó sus reflexiones abordando los asuntos de la fenomenología del conocimiento, y de otros tópicos derivados del humanismo y de los estudios académicos empleados en la obtención de la verdad, para derivar al final de su recorrido hacia los problemas presentados por la técnica o la tecnocracia, así como los tópicos implícitos en las maneras de transmitirnos las disciplinas filosóficas en el ámbito académico cuando éste hace crisis; su hacer entonces está estrechamente guiado por una voluntad ontológica en obras como Universidad y humanismo (1957), El problema de América (1959), Ontología del conocimiento (1960), Hacia un nuevo humanismo (1970), Esbozo de una crítica de la razón técnica (1974), Técnica y libertad (1979), Democracia y tecnocracia (1979), Fundamentos de la Meta-técnica (1990) e Invitación al pensar del siglo XXI (1999). Rasgo notable de su hacer filosófico es el rigor en el manejo de las categorías y la variada gama conceptual de sus preocupaciones: el caos, la ecología, los medios, la técnica o la inteligencia, puestos todos en un escenario de novedosos registros y posibilidades.

Otro filósofo –ya observado más arriba- con un vasto sustrato de conocimiento poético es Ludovico Silva (1937-1988), esta vez empleado para observar los fenómenos económicos que determinan la vida en el capitalismo desarrollado, lo cual lo lleva a identificarse con la filosofía marxista de la historia y a emplear los recursos de ésta para estudiar los conceptos de alienación e ideología, de los que intenta hacer un examen exhaustivo, al rechazar las interpretaciones manualescas del marxismo e ir en busca de nuevas posibilidades de esta teoría para aplicarlas a Latinoamérica en el siglo XX, buscando valerse de las significaciones prístinas de los conceptos de Marx en El Capital, y teniendo en cuenta los giros que toma el estilo literario del filosofo alemán en su propia lengua, de quien intenta mostrar su plena vigencia, al proponer las posibilidades de un socialismo para vencer los estragos morales y culturales del capitalismo. En este sentido, sus obras más importantes son La plusvalía ideológica (1970), Teoría y práctica de la ideología (1971), Marx y la alienación (1974), Anti-manual para uso de marxistas, marxólogos y marxianos (1975), Teoría de la ideología (1980) y La alienación como sistema (1983). Silva combinó también sus escritos periodísticos sobre poesía y teoría poética con miradas a la circunstancia política y social de la Venezuela que le toco vivir, generando libros que mezclaron distintas formas e intenciones en el logro de un tablero filosófico bastante ágil, que no descartó los elementos humorísticos y testimoniales para lograr sus registros, como son los casos de De lo uno a lo otro (1975), Belleza y Revolución (1979) y Filosofía de la ociosidad (1987).

El nombre de José Manuel Briceño Guerrero (1929-2014), glosado mas de una vez en el texto de este ensayo heterodoxo sobre el logos, está asociado a la filosofía, tanto por su obra como por su desempeño en la cátedra universitaria que ejerció en la Universidad de los Andes durante largos años, donde tuvimos ocasión de escuchar sus enseñanzas. Briceño Guerrero dictaba cátedra aún cuando no se lo propusiera, asistido por su nobleza humana y su integridad personal. Estudió filosofía en Europa y fue investigador apasionado de los idiomas, la literatura, el arte y la música. Desde sus años de formación tuvo a Latinoamérica como uno de sus centros de preocupación, lo cual plasma con notable lucidez en su libro América Latina en el mundo (1966), uno de los acercamientos más importantes sobre el tema, que no se reduce a examinar los aspectos históricos y el fenómeno del mestizaje, sino a ahondar en los matices lingüísticos del pensamiento y en la mentalidad mística y lógica, adelantando en este sentido una mirada esclarecedora, que luego iría a profundizar en obras como La identificación americana con la Europa segunda (1977), América y Europa en el pensar mantuano (1981)  y luego intentará realizar en el plano de la creación literaria en Discurso salvaje (1980) o Anfisbena. Culebra ciega (1992), curiosas mixturas entre crónica y cuento literario que le van a proporcionar un tono propio a su escritura, una conciencia de estilo que permiten señalarlo como a uno de los principales filósofos venezolanos.

Entre los filósofos españoles que hicieron vida en Venezuela se encuentra Juan David García Bacca (1901-1992), quien cuenta con una vasta labor de reflexión sobre filosofía de la antigüedad o del siglo XX desde una perspectiva metodológica rigurosa, que emplea procedimientos de la ciencia o de la lógica, tal se muestra en sus obras Filosofía de la ciencia (1940) y Filosofía en metáforas o parábolas (1945); también trata sobre filósofos de los siglos diecinueve y veinte en obras como Nueve grandes filósofos contemporáneos y sus temas (1947). A partir de los años de su residencia en Venezuela se producen obras como Antología del pensamiento filosófico venezolano desde la Colonia hasta Bello (1954) o el estudio La filosofía en Venezuela desde el siglo XVI al XIX (1956), --justamente este último volumen citado sería una de las pruebas de lo que vengo afirmando en el presente ensayo— y los libros Antropología filosófica contemporánea (1957), Historia filosófica de las ciencias (1964) y Los clásicos griegos de Miranda (1969). Tiene García Bacca el mérito de haber logrado la hazaña de traducir en Caracas la obra completa de Platón al castellano, de escribir numerosos volúmenes de ensayos, estudios y ejercicios filosóficos, y de enseñar en la Universidad Central  a varias generaciones de estudiantes, preocupado siempre por América y Venezuela.

Juan Nuño (1927-1995), en cambio, aunque también de formación académica --nació en Madrid y estudió en París y Cambridge— se doctora en la Universidad Central de Venezuela, a la que llega muy joven, se refleja en libros rigurosos como Sentido de la filosofía contemporánea: compromisos y desviaciones (1965),  La revisión heideggeriana de la historia de la filosofía (1962), El pensamiento de Platón (1963) o Los mitos filosóficos (1985) a obras más abiertas y desenfadadas como La veneración de las astucias (1990), Fin de siglo: ensayos (1991), Ética y cibernética (1991) y un libro muy audaz sobre La filosofía de Borges (1988). La mordacidad y la ironía son rasgos distintivos de la prosa de Nuño, quien también fue un destacado crítico de cine en sus artículos periodísticos reunidos en el volumen 200 horas en la oscuridad (1986). Nuño se integró desde joven y luego dictó cátedras de filosofía de la Universidad Central, y ahí permaneció hasta sus últimos días.

El argentino Ángel Cappelletti (1927) llegó a Venezuela joven. Había egresado de la Universidad de Buenos Aires, para luego titularse en La Universidad Simón Bolívar en filosofía. Se concentró en el estudió de los clásicos griegos como Heráclito, Protágoras y Séneca y de la Edad Media, y un interesante ensayo sobre el positivismo venezolano, publicando casi todos sus libros en Venezuela. Entre sus obras contamos La filosofía de Heráclito de Éfeso (1970), Inicios de la filosofía griega (1972), Cuatro filósofos de la Alta Edad Media (1972), Introducción a Séneca (1973), Protágoras: naturaleza y cultura (1987), Notas sobre filosofía griega (1990), La estética griega (1991), Textos y estudios sobre filosofía medieval (1993), Positivismo y evolucionismo en Venezuela (1992) y Estado y poder político en el pensamiento moderno (1994).

Federico Riu (1925-1985) también es otro de los filósofos nacidos en España nacionalizados venezolanos que llegaron a nuestro país a laborar en la Universidad Central de Venezuela y a brindarnos una obra rica en sugerencias. Viajó a Alemania y allí recibió clases del mismo Martin Heidegger. Estudioso de la filosofía existencialista y marxista, especialmente de Heidegger, Marx, Sartre, Lukács y Husserl, también se preocupó por filósofos como Ortega y Gasset y García Bacca, a la par de ofrecer una cátedra de filosofía que se mantuvo por un cuarto de siglo y fue de gran provecho para la filosofía venezolana. Entre las obras principales de Riu en este sentido están Ontología del siglo XX (1966), Ensayos sobre Sartre (1968), Tres fundamentos del marxismo (1976), Vida e historia en Ortega y Gasset (1985) y la obra póstuma Ensayos sobre la técnica en Ortega, Heidegger y Mayz Vallenilla (2010).

Un filósofo de la generación de Riu es el venezolano J.R. Guillent Pérez (1923-1989). Estudió en la Universidad Central y se desempeñó como profesor en el Instituto Pedagógico de Caracas. Su preocupación central fue la del Ser, las derivaciones ontológicas suscitadas a partir de la indagación del Yo y de los misterios que se amplían como fenómenos en el hombre del siglo XX y su búsqueda de la verdad, en medio del escepticismo y la angustia. En 1950 Guillent Pérez estaba en Paris y allá formó parte del grupo Los disidentes, abocados a denunciar la dependencia de los pueblos latinoamericanos a la cultura occidental, y a dar su respuesta a las crisis de posguerra en Occidente, lo cual generó una polémica en 1965 que incluyó a la crítico de arte Marta Traba como a un elemento importante. De la obra de Guillent Pérez citamos los títulos Venezuela y el hombre del siglo XX (1966), Dios, ser, el misterio (1966), El hombre corriente y la verdad (1972), El ser, la nada, la muerte (1984), El ser y el hombre del siglo XX (1989), y Conocer el Yo (1987).

Rigoberto Lanz (1943-2013) fue otro filósofo vinculado a las cátedras de la Universidad Central, afincado en la investigación de las ideologías y el marxismo en una primera etapa, como lo atestiguan sus obras Dialéctica de la ideología (1975), Marxismo e ideología (1980) y luego deriva hacia una investigación minuciosa de los asuntos de la posmodernidad, el papel de las Universidades y el socialismo en el siglo XX, como se advierte en  Hacia dónde va el socialismo (1993), Paradigma, método y posmodernidad (1995), La deriva posmoderna del sujeto (1998) y Gobernanza. Laberinto de la democracia (2005). Lanz mantuvo una columna de crítica filosófica en la prensa de Caracas que logró una contribución muy significativa, al esclarecer problemas epistemológicos en el ámbito de las Universidades.

El filosofar de Luis Britto García (1940) está dirigido sobre todo al terreno político y cultural, al que Britto se encarga de desmontar analizando los mecanismos del funcionamiento capitalista para develar las maquinaciones del poder, y abrir paso a una reflexión permanente sobre el país y las repercusiones que sobre él ejercen las fuerzas nefastas del nuevo imperialismo. Tanto en sus libros de ensayos como en sus artículos periodísticos, Britto García se afianza en este terreno, valido de una prosa ágil en permanente afán de renovación. Es uno de los narradores reconocidos del país, con relatos y novelas que cuentan con numerosas ediciones y reconocimientos. Entre la obra ensayística de Britto citamos El poder sin la máscara: de la concertación populista a la explosión social (1989), La máscara del poder: del gendarme necesario al demócrata necesario (1989) El imperio contracultural: del rock a la posmodernidad (1991) Elogio del panfleto y de los géneros malditos (2000), Demonios del mar: corsarios y piratas en Venezuela (1999), Por los signos de los signos (2006) y Conciencia de América Latina (2002).

 

 

 

 

 

Gabriel Jiménez Emán es narrador, ensayista y poeta. En el campo del microrrelato ha publicado obras consideradas referentes del género en Hispanoamérica, como Los dientes de Raquel (1973), Saltos sobre la soga (1975), Los 1001 cuentos de 1 línea (1982), La gran jaqueca y otros cuentos crueles (2002) y Consuelo para moribundos (2012) e Historias imposibles (2021) y entre sus libros de cuentos más conocidos están Relatos de otro mundo (1988), Tramas imaginarias (1990) y La taberna de Vermeer y otras ficciones (2005), entre otros. En el campo de la ciencia ficción son conocidas sus novelas Averno (2006) y Limbo(2016) y dentro de la novela histórica Sueños y guerras del mariscal (1995) y Ezequiel y sus batallas (2017), y varias novelas cortas como Una fiesta memorable (1991), Paisaje con ángel caído (2002), El último solo de Buddy Bolden (2016) y Wald (2021). Ha publicado numerosos ensayos, algunos de los cuales se hallan en sus libros Provincias de la palabra (1995), El espejo de tinta (2007), Mundo tórrido y caribe. Cultura y literatura en Venezuela (2017), y sendos estudios sobre César Vallejo, Elías David Curiel, Franz Kafka, Armando Reverón, Rómulo Gallegos, y un ensayo sobre filosofía moderna, La utopía del logos (2021). Su obra poética se encuentra reunida en los volúmenes Balada del bohemio místico (2010), Solárium y otros poemas (2015), Los versos de la silla rota (2018) y Hominem 2100 (2021). En 2019 recibió el Premio Nacional de Literatura por el conjunto de su obra.