Filosofía de la desposesión. Por Gabriel Jiménez Emán
FILOSOFIA DE LA DESPOSESION
Gabriel Jiménez Emán
A comienzos del año 2020, aislado por los efectos de una pandemia, me di a la tarea de escribir unas notas sobre filosofía moderna que titulé La utopía del logos, donde realicé una lectura personal -no académica ni sistemática- sobre ideas que aún nos mueven a reflexionar sobre el papel de la filosofía. Luego, viendo allí la ausencia de varios filósofos axiales de la segunda parte del siglo XX, me propuse escribir sobre éstos. Pero pronto desistí de la idea: concluí que casi todos ellos habían sido glosados ya por pensadores y ensayistas importantes, y yo no haría otra cosa que llover sobre mojado.
Sin embargo, experimenté un sentimiento de frustración al advertir que aún tenía algo qué decir, más allá de la sensación o puesta al día del pensamiento de los filósofos. Vengo escribiendo artículos hace por lo menos veinte años y debo decir que es un oficio que desgasta, pues éstos tienen un efecto temporal, quedando sólo a veces como referentes para el momento, siempre atados a circunstancias políticas y económicas, y al cabo de unos años lucirían quizá como envejecidos. Decidí entonces emprender la escritura de ensayos más amplios. Estimulado por una serie de ideas que han surgido en mí acerca de distintos filósofos europeos y americanos como Gadamer, Steiner, Zizek, Trías, Dussel, Houlebeck, Eco y tantos otros, me han servido luego como apoyaturas necesarias para conocer mejor la primera modernidad filosófica, y para hacerme yo mis propias preguntas y obtener quizá algunos asideros conceptuales e históricos, a fin de abordar una propuesta que he denominado –con cierto rubor, lo confieso- Filosofía de la desposesión la cual, más allá de que puede constituir una posición o una propuesta personal poco original, serviría quizá para plantear una serie de ideas en el tiempo presente, en una hora en que fuerzas políticas y económicas de la humanidad, en vez de aglutinarse para llegar a acuerdos conjuntos de lograr cierto equilibrio y justicia en el seno de los pueblos, han derivado hacia una serie de conflictos dramáticos, que pueden ser observados a diario a través de los medios. Aun cuando cada quien pueda tener una opinión divergente o convergente respecto de lo que ocurre, son evidentes tales conflictos de distinto signo, además del fracaso de la mayoría de las iniciativas diplomáticas emprendidas para sostener diálogos en pro de la concordia, la convivencia pacífica y el respeto a las diferencias culturales entre pueblos.
Crítica de la filosofía
Las primeras nociones de filosofía occidental provienen esencialmente de Grecia y Roma; del oriente, de China, India y África. Todas estas culturas han generado sus particulares mitos, símbolos y narraciones, las cuales a su vez han derivado en religiones, prácticas rituales, artes y diversas interpretaciones creativas de la realidad, dando origen a peculiares organizaciones sociales. Tal proceso ha demorado miles de años. Cada pueblo, sociedad u organización han encontrado en su camino infinitos tropiezos y obstáculos; para ello han debido, o bien adaptarse a un medio determinado, o bien buscar otro más acorde a sus necesidades.; ha debido crear herramientas, idear métodos o inventar sistemas para administrar recursos naturales, primero, a fin de sobrevivir, luego para perpetuar un bienestar. Ha debido inventar lenguajes y símbolos para salirle al paso no sólo a la sobrevivencia, sino también para vincularse a realidades interiores que les permitieran interpretar aquello que hacen, generar un pensamiento o unas ideas que pudieran aportarle soluciones a sus problemas prácticos y a realizar interpretaciones de sí mismos. A la larga, los problemas de sobrevivencia pueden resolverse; mas no así los problemas de actitudes mentales o espirituales. El mundo al que se enfrentamos es complejo, diverso y cambiante, se rige por reglas independientes de nosotros. Estas normas o leyes fijas son sobre todo sometidas por el ser humano a una observación minuciosa, la cual va a ser comprobada una y otra vez y a constituir lo que hemos denominado ciencia, es decir, el conocer algo con alto margen de certeza. Los métodos y técnicas de cultivo, caza, pesca y sobrevivencia a la intemperie mediante la construcción de viviendas constituirían los distintos poblados, villas, aldeas o ciudades. Para poder llegar a estas, el ser humano ha debido no sólo crear las unas herramientas, técnicas o metodologías, sino también una organización social y un modo de pensar como individuos y como seres sociales, actividad abarcante que pudiéramos llamar de modo arbitrario filosofía. Arbitrario porque el término filosofía ha concentrado de modo genérico un conjunto de ideas surgidas del ser humano occidental para referirse a su tradición de pensar, aun cuando existan diferencias sobre las concepciones que las rigen.
Prolegómenos históricos
Las filosofías esgrimidas por cada uno de los pensadores occidentales han echado los cimientos de sus peculiares modos de pensar y de concebir la realidad, pero también serían válidas para las tradiciones de oriente. La filosofía occidental y oriental ofrecen marcadas diferencias debido principalmente a sus símbolos, lenguajes y referentes, pero ambas apuntan a la interpretación del ser frente a sí mismo, frente a los otros y frente a la naturaleza. La filosofía, a su vez, ha logrado su definición básica mediante las propuestas de sus individualidades filosóficas. Cada filósofo, al arrojar su particular mirada sobre el mundo, estaría haciendo ese aporte no sólo para consolidarse como autor, sino para agregar un elemento significativo a esa tradición, a ese pensar. Cada filósofo se encuentra dialogando con los anteriores filósofos ya sea para enmendarlos, superarlos, confrontarlos o enriquecerlos. En occidente tenemos la costumbre de encumbrar de modo casi religioso a cada filósofo, individualizándolo y a veces aislándolo con un prestigio, y a la vez presentándolo como una imagen cultural; la filosofía occidental tiene esa peculiaridad de convertir a los filósofos en faros consagrados de pensamiento, sobre los cuales gravitan discípulos o seguidores. Ello puede constatarse desde la filosofía griega primera, con Platón o Aristóteles, quienes crearon escuelas filosóficas distintas aun cuando provenían de una misma raíz. Y así continuó la filosofía griega produciendo más pensamiento con filósofos como Anaxágoras, Parménides, Heráclito y muchos otros, que conservan cada uno de ellos una personalidad diferente debido a su peculiar mirada sobre el mundo.
Luego, durante la llamada Edad Media, los filósofos –como autores- vivieron en un relativo eclipse debido al poderoso influjo del cristianismo, que arropó a casi todo el pensamiento derivado de los mitos y de la historia para tamizarlo con las ideas de Jesucristo y de los apóstoles de Jesús que constituyeron los llamados evangelios, es decir, las distintas versiones acerca de la palabra de Jesús, quien no quiso ser él quien fijara sus ideas en la escritura, sino que lo hicieran Juan, Lucas, Pablo, Marcos o Mateo. Aun tratándose de un solo ser, -Jesucristo- los estilos literarios de cada uno de ellos fue distinto, y así se agrupan en la Biblia para que el lector pueda cotejarlos. Además de ello, otros libros del Nuevo Testamento como los Hechos, Salmos, Proverbios, Corintios, Gálatas, Colonenses y Apocalipsis también divergen mucho en sus estilos literarios o escriturarios, aun cuando estén recorridos por el mismo espíritu de consolidar el proyecto de la religión cristiana, lo cual tendría sus derivaciones en las distintas iglesias cristianas, católicas, evangélicas, adventistas o mormonas que se instaurarían en el tiempo, y a su vez darían lugar a las innumerables formas modernas del cristianismo.
Entre estos lectores e intérpretes de la Biblia tenemos los casos extraordinarios ya observados más arriba de San Agustín, San Anselmo y San Jerónimo, quienes hicieron aportes de primera importancia, al agregar a su pensar elementos de la filosofía clásica griega o latina, y luego, en la llamada modernidad, los casos de los humanistas católicos Martin Lutero, Tomás Moro, Erasmo de Rotterdam y Francis Bacon, quienes en su permanente voluntad de renovar la antigua concepción de la iglesia católica, sufrieron no pocos enfrentamientos o críticas acérrimas, y en el caso de Tomás Moro, le valió a éste nada menos que la decapitación. En el caso de Martin Lutero, éste propuso una Reforma de la iglesia que contó con numerosos seguidores en el mundo, entre ellos Jean Calvin.
Esta voluntad de los humanistas europeos de hacer reparos al modo de interpretar la Biblia en un nuevo tiempo, marcó para siempre la visión moderna de las sagradas escrituras y de la Iglesia. Como se sabe, la Biblia experimentó una serie de revisiones y versiones por parte de los Padres de la Iglesia –las llamadas Reescrituras- para poner la obra al alcance del mayor número de fieles y concederle un estilo más o menos unitario, cosa por demás harto difícil por tratarse de tantos libros distintos concebidos en épocas diferentes. Sin embargo, la Santa Biblia logró aglutinar a innumerables fieles en todos los países y continentes, mientras la Iglesia hacia lo suyo como institución social y religiosa.
El reparo más grande que podemos hacer en aquel momento a la Iglesia fue el haber usado su libro para el dominio político de otros pueblos, conjugando el poder de reyes y emperadores al poder religioso de un solo dios celestial, Jehová, cuyo hijo en la tierra sería Jesús. Al identificar el poder de determinado rey con el poder de Dios acuñado por la Iglesia, los gobiernos europeos daban el primer gran paso para declararse dueños de los territorios de ultramar, y convertirse en conquistadores. En este sentido, la filosofía real de la Iglesia era la evangelización. Al conjugarse con el poder del Estado se convertía en absolutismo, se concentraba en un solo dios, en un solo emperador y una sola filosofía. Los templos eclesiásticos se convirtieron en símbolos, en museos y galerías depositarios de obras de arte con imágenes sacras. La iconografía católica cundió por Europa, América y el resto del mundo y sirvió de ente aglutinante, produciendo el complejo fenómeno del sincretismo religioso que, mediante el proceso del mestizaje, acrisoló un conjunto de ideas y creencias constitutivas de lo que hoy somos: pueblos y sociedades mezclados inevitablemente.
Habrá que referirse también al mundo de las cortes de amor y de los trovadores medievales, que expresaban de distinto modo los emblemas de clase, sumisión y poder. El amor cortesano es en verdad una las expresiones más puras de ese sentimiento en la historia de occidente, sobre todo por el ritual del que estaba rodeado: caballeros, torneos, castillos, combates, cantares de gesta, eriales, ideales de belleza cortesana que produjeron una literatura narrativa menor, pero una poesía que es la base de la lírica occidental, y donde el sentimiento de poder y de posesión tuvo una simbología más compleja, basada en sentimientos de nobleza. Aun hoy, estos tiempos nos parecen casi fantásticos. Sir Walter Scott, se cree fue el narrador que inaugura la novela histórica moderna con su obra Ivanhoe, donde inventa un tipo de héroe caballeresco idealizado, muy distinto del antihéroe fantasioso Don Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes, anterior a aquél. En El Quijote, por cierto, se respira una temperatura extraordinaria de compasión y comprensión del ser humano y de su fragilidad, donde se pone en entredicho el concepto mismo de poder y de posesión, llevando al personaje central a un territorio de idealismo utópico muy contrario al sentimiento de posesión.
Algo similar podríamos decir de los reyes de las tragedias de William Shakespeare, donde el ejercicio del poder político está cuestionado por un sinnúmero de traiciones, vilezas, envidias, celos, ambiciones y todo tipo de bajezas y sentimientos negativos, que ponen en entredicho la naturaleza misma del poder y de la posesión en distintos países de Europa, en tiempos distintos.
Al fin, la modernidad
En el inicio de la modernidad, con el desarrollo de la ciencia y la técnica, el filosofar puro fue declinando, mientras el conocimiento y el saber se trasladaban a las universidades. En todos los países de Europa empezaron a fundarse centros académicos de investigación y a trazarse nuevas teorías científicas que serían el fundamento y la cristalización de la modernidad como tal, al deslastrarse la ciencia de la tradición mítica y de las especulaciones religiosas. La era de la razón había comenzado: nacían las máquinas, las leyes físicas y matemáticas, las leyes de la termodinámica y la astronomía de Newton, Kepler, Copérnico, muchos de ellos apartados o juzgados por la Iglesia; luego Descartes, Pascal y Leibniz realizarían precisiones científicas determinantes; en el caso de Pascal y Leibniz, éstos no dejaron de acercarse a la idea de Dios –como hemos visto en otras secciones de este libro- desde distintas perspectivas, lo cual significaba que la filosofía científica tampoco descartaba la idea de Dios dentro de sus límites, o de la existencia de otros seres celestes, como aparecen en los viajes y visiones delirantes del filósofo Emmanuel Swedenborg por los planetas. En todo caso, en ninguno de ellos dejó de estar presente la inclinación espiritual o la idea de Dios, revelando una vez más las preocupaciones de la filosofía por acercarse a la religión o a la ciencia.
En todas estas manifestaciones estaría presente el universo moral como uno de los centros neurálgicos -tal el caso de Baruch Spinoza- pero también la metafísica comenzó a hacerse visible en las obras modernas, hasta llegar a las ideas sistemáticas de un Kant o de un Hegel, adquiriendo protagonismo y llevando a la filosofía moderna a tener una reputación sin precedentes, precisamente debido a su capacidad de llevar a cabo el ejercicio del criterio y de realizar el público y libre examen referido por Kant.
Iluministas y empiristas
Pero antes de estos, los Iluministas franceses (Rousseau, Montesquieu, Diderot, Voltaire, Condillac) mostrarán también que la literatura formaba parte de la filosofía y podía ser demostrada a través de obras literarias; por primera vez en la historia de la filosofía occidental ocurría este fenómeno de que una novela -como el Emilio de Rousseau, por ejemplo- pudiera encarnar las ideas que habían sido expuestas en sus Confesiones o en su Discurso sobre el origen de la desigualdad. Los empíricos ingleses (Hobbes, Locke, Hume, Berkeley) no se atrevieron a tanto, pero sí en cambio a posicionar la idea de que el hombre es lobo del hombre y que las fuerzas negativas forman parte por igual de la naturaleza humana, y en este sentido remiten indirectamente al estado de gracia que Rousseau aspiraba para que el ser humano pudiera rescatar algo de su inocencia perdida. Justamente, estas ideas de los empíricos ingleses y de Rousseau han de ser útiles para el presente ensayo, pues nos pondrían en la pista de una conciencia de convivencia por crear, en un mundo tan deformado como el actual.
Pero no nos adelantemos a sacar conclusiones. Digamos que, desde la profunda sinceridad de un Locke o desde el espíritu adánico de un Rousseau, pudiéramos entreverar varias ideas útiles para este trabajo, basándonos en el Principio de Desposesión. Locke, sobre todo, nos advierte de la importancia de crear mecanismos como las leyes para hacer entrar en razón a los seres humanos en cuanto a convivencia, cuando deseamos usar la violencia para remediar las cosas. De no ser por leyes de necesaria aplicación para reprimirnos, la sociedad no sería sociedad sino un imperio de arbitrariedad y violencia; seriamos quizá insaciables en nuestra sed de obtener más territorios o de dominar y sojuzgar a otros seres humanos.
Impulsos románticos
En el siglo XIX la filosofía moderna creció como nunca, a través del impulso literario del movimiento romántico. Sus poetas y novelistas se opusieron esencialmente a valerse de la razón para erigir sus obras –no sólo escritores, también músicos y artistas- reaccionaron en contra de la razón a través de obras donde predominaban los sentimientos, impulsos, pasiones, la intuición, la rebeldía interior y el alma en estado desnudo, con lo cual también estaban haciendo una crítica soterrada a las instituciones. Desde los primeros poetas ingleses (Keats, Shelley, Byron) y pasando por alemanes, suizos, franceses o españoles, los escritores del romanticismo se declararon en franca rebeldía contra la razón, buscando refugio en el sueño y en la imaginación, la fantasía y la metafísica. Los románticos crearon su propio orden y sus propios lenguajes, abriendo una posibilidad para la mente (la psique) donde en el fondo cuestionaban las explicaciones racionales a cualquier fenómeno. Estaban haciendo una vindicación, una filosofía de los sentimientos.
No es nada sencillo llegar a esta conclusión; más bien se trata de una impresión o una valoración personal sobre uno de los principales filósofos de la última etapa romántica (es contemporáneo y amigo de Hegel), se trata de Goethe, quien comienza a exponer sus ideas sobre naturaleza, cultura y sociedad, sobre la poesía y el sentimiento amoroso de una manera más organizada y “objetiva”, aun cuando también acude al recurso de intentar demostrar en sus novelas (Las tribulaciones del joven Werther, Wilhem Meister) cómo esos sentimientos podían encarnar en la realidad, corroborándolo luego mediante un dramático hecho sociológico: los lectores del Werther se suicidaban también, como el protagonista de la obra.
El amor romántico verdadero no tiene que ver con sensiblerías elementales o banales; es un sentimiento sólido, conformado internamente en una especie de ideal mucho más ambicioso y puro, como bien lo ha mostrado Albert Beguin en su admirable libro El alma romántica y el sueño. Es algo elevado pero palpable; sublime pero posible; es, en cierto modo, una vía de percepción, un modo de concebir el mundo, y en este sentido es también una filosofía.
La filosofía romántica se halla principalmente en la poesía y en las extraordinarias novelas que dieron origen a elucubraciones metafísicas y góticas, y pasaron luego a la vanguardia surrealista del siglo XX convertidas en parodias geniales. La filosofía romántica es una filosofía de la rebelión que descarta una sumisión a la razón, reacciona contra una serie de cánones y moldes. Hay que tener esto en cuenta en el momento de considerar la cantidad de clisés y deformaciones surgidas en el seno del romanticismo durante el siglo XX, al identificarlo con sensiblerías y pasiones desbordadas que dan origen a clisés comerciales, folletines, radionovelas, telenovelas y demás formas espurias.
En el fondo, el romanticismo fue un movimiento anímico de enormes proporciones, que examinó el fenómeno de la posesión amorosa y sus consecuencias sociales y humanas, y la devastadora acción que ello podía tener en el alma del individuo, al punto de poderlo calificar acaso como el principal movimiento estético-literario de toda la historia de Europa, con un significativo influjo en América. Influye decisivamente en las vanguardias del siglo XX, de una manera distinta. En España y América Latina su influjo no fue afortunado, dejó más bien un legado imitativo muy desordenado y fallido que no se adaptó a nuestro continente, excepto cuando surgió el movimiento Modernista encabezado por Rubén Darío, quien sí dotó de fuerza nueva a los referentes clásicos y les imprimió un mejor sentido estético y de renovación verbal, y esto, a su vez tuvo repercusión en España, cuando la lengua castiza de la península ya estaba acusando un natural cansancio. Poco a poco, el influjo romántico fue desapareciendo en el ambiente de la sociedad industrial. Pero el elemento regenerativo del romanticismo siempre está ahí para nosotros, como una suerte de invitación a sumergirnos en un denso océano de imágenes provocadoras y sugerentes.
El amor, hoy por hoy, es un sentimiento muy diferente. No se puede comparar ni por asomo con el amor romántico, principalmente porque su naturaleza ha cambiado por completo. Al producirse la liberación sexual en el siglo XX, el amor se vio asociado a lo erótico y luego se mercantilizó en sus más recónditos intersticios. De modo que los elementos constitutivos del amor como el erotismo, la pasión, la nobleza de sentimientos, la fidelidad, el respeto y la solidaridad fueron desapareciendo en medio de un océano de antivalores capitalistas, y pueden sintetizarse en la palabra alienación. El amor, en vez de ser un elemento liberador, se ha vuelto un elemento alienante. Para intentar exponer claramente la naturaleza de este sentimiento escribí una argumentación que he denominado La mercancía invisible.
La imposible pureza
Pero vamos por partes. Lo primero que habría que afirmar en torno a este asunto es que sería imposible, por los momentos, concebir a un ser humano solamente dotado de virtudes y sin ningún asomo de sentimientos negativos u oscuros; un ser humano guiado solamente por sentimientos nobles u honestos, justos o equilibrados. Además de la sobrevivencia material básica, en el ser humano anidan la codicia, el afán de lucro, la lascivia, la voluntad de imponer ideas, controlar o dirigir a otros, creando jerarquías en las distintas facetas de la existencia: familia, trabajo, vida pública. Estas jerarquías vienen creadas por las costumbres, la tradición, la historia y las instituciones, y el ser humano se adapta o no a ellas de acuerdo a su sentimientos o pensamientos.
Ahora bien, estos sentimientos o pensamientos también se encuentran condicionados por la educación, la escuela, la familia y un determinado medio, sea éste urbano o rural. Las personas somos engendradas en específicos contextos culturales y sobre la base de unos valores, que cambian de acuerdo a la época y al tiempo de cada uno de nosotros. Querámoslo o no, nuestras vidas están condicionadas por un colectivo y por un conjunto de ideas y pareceres previos. Esto, que parece obvio, realmente no lo es, aunque lo asumimos a veces de manera natural o automática. Esto lo observó claramente un filósofo como Rousseau. También se da el caso de las condiciones innatas de la herencia, raza, taras congénitas o condiciones físicas de la persona; todo ello anidado en un contexto de circunstancias históricas y culturales donde estos fenómenos tienen lugar, con lo cual se produce un complejo tramado de ambientes y entornos, los cuales han sido observados por las distintas disciplinas que, en el siglo XX, surgieron en los países europeos en obras de eminentes escritores y pensadores como (en orden aleatorio) Humberto Eco, Michel Foucault, Noam Chomsky, Edgar Morin, Slajov Zizek, Walter Benjamin, Ernest Cassirer, Martin Walser, Hans Georg Gadamer, Susan Sontag, Roland Barthes, Gianni Vattimo, Leopoldo Zea, Octavio Paz, Carlos Monsiváis, Enrique Dussel, Bolívar Echeverría, Luis José Bautista y a muchos otros, tanto como en redes sociales y programas de televisión, artículos periodísticos y cátedras sobre la materia en liceos y universidades, donde la enseñanza de filosofía tiende a reducirse, justamente debido a su complejidad implícita y a la cada vez más notoria carencia de aptitudes de muchos estudiantes y profesores para escribir o redactar con claridad pruebas o exámenes. También es verdad que a veces se pretende instruir a los adolescentes en esta materia de un modo muy mecánico. A este respecto, recomiendo el formidable texto de Bertrand Russell El conocimiento humano donde se expresaron con meridiana claridad ideas medulares de la filosofía moderna.
Vuelta al asunto de la razón
Mediante el uso metódico de la razón científica, el siglo XX alcanzó un clímax de realización material. Primero, se experimentó un considerable progreso en la ingeniería ferroviaria, naviera, automovilística y aeronáutica; se desarrolló la llamada conquista del espacio. En efecto, la llegada del hombre a la luna precipitó todo. De modo inmediato se disparó la era tecnológica a través del uso de computadoras, el cine, la televisión y la telefonía hicieron dar un giro a las artes, y éstas a su vez se asimilaron a un proceso de adaptación a la técnica perdiendo parte de su esencia, de su naturaleza. Todo fue tan veloz que se conjugó en una estética técnica y un arte pragmático e inmediato; el contenido y el continente se hicieron uno solo; la cultura de mesas fue ganando terreno y se unió a la cultura popular y algunos casos la desplazó; el teórico Mc Luhan afirmó que el mensaje se había convertido en masaje; los llamados mass media se convirtieron en signos protagónicos del siglo XX, creando códigos nuevos.
Algo tan veloz nunca había ocurrido en la historia de la humanidad. El capitalismo avanzado coronó todo este proceso; le calzaba como anillo al dedo, pues sencillamente lo mercantilizó, se posesionó de él. Una vez más, la posesión como metáfora humana cobró vida. Se dio un salto cuantitativo gigantesco de índole mercantil. El ser humano se adaptó a ello, esencialmente por comodidad. El confort y el consumo de bienes nos hicieron creer que se trataba de formas de felicidad: se festejaba, si, se danzaba, se celebraba la opulencia, la orgía se hizo instantánea y la liberación sensorial tuvieron lugar, y el capitalismo supo exacerbar estas alegrías hasta el punto de convertirlas en formas de catarsis colectiva; las expresiones musicales, danzas, modas, películas y todos los medios de masas se volcaron en las expresiones mediáticas con una fuerza inusual.
A medida que las ideas filosóficas modernas fueron permeando al siglo XX –sobre todo a partir de la década de los años cincuenta- con la aparición del existencialismo- se abrió una nueva veta de crítica que permitió cuestionar de manera provechosa el legado filosófico anterior, -que ya había comenzado a producirse, por ejemplo, en la obra de Martin Heidegger, filósofo que es probablemente quien lleva a cabo esa crítica de la modernidad de manera organizada, antes de los existencialistas. Ya Frederick Nietzsche lo había intentado de manera no-sistemática. mediante ensayos libres y aforismos como queda plasmado en sus obras Más allá del bien y del mal y La gaya ciencia, donde se producen las debidas críticas a la historia, a la religión, a la academia y a la propia manera de filosofar. A este punto es importante advertir que, de Nietzsche en adelante, una brillante generación de ensayistas no académicos se dio a la tarea de revisar el legado filosófico moderno de Europa desde una perspectiva más libre, alejándose de las estructuras rígidas de los razonamientos extensos o pormenorizados, muchas veces tautológicos que remiten, a su vez, a otros tratados similares solo accesibles a académicos eruditos, o a otros profesores; entonces la filosofía, en lugar de acceder a ámbitos públicos mayores, queda encerrada en el espacio de la academia; en vez de generar un debate público útil a la sociedad, sólo sirve para otorgar prestigio a sus autores, creando un estatus social “superior”, una clase (de ahí el término “clásico”) que no permite a todos acceder a unas ideas que permanecen herméticas en el pensamiento burgués, y en algunos casos, son usadas para mantener un control social sobre el conocimiento. Se pudiera decir que se produce mediante un método elitista de pensar, una suerte de secuestro filosófico, lo que he venido llamando posesión desde un punto de vista simbólico, en el sentido del apropiarse de un legado que debería ser del público dominio.
Contracultura versus posesión
Asimismo, se produjo un pensamiento contracultural en América desde la década de los años sesentas del siglo XX, muy significativo en la medida en que hizo la crítica del status, de un sistema que mostraba sus fisuras en cuanto a eficacia social y económica, derivada de un errado manejo de la política. La política, en este caso, no se constituye en herramienta para llevar a cabo objetivos de un conocimiento teórico y práctico en beneficio de comunidades, sino como un mecanismo de acumular poder, lo cual generó una burocracia derrochadora de esa misma clase dominante (opresora, posesiva), propagándose desde allí y desde ese momento una filosofía de unos emisores privilegiados –los filósofos- poseedores de un pensamiento superior o de una inteligencia genial, en contra de aquellos (el pueblo, las masas, los trabajadores) a menudo considerados perdedores que no supieron o no pudieron escalar en la pirámide social hasta alcanzar el éxito.
Este tipo de esquemas para abordar el modo de filosofar simplista y maniqueísta se posiciona en una sociedad capitalista que nada felizmente en un mar de bienes de consumo y de servicios donde las empresas privadas toman el control de la producción, y negocian con el Estado las condiciones de tal proyecto. Estos esquemas simplifican notablemente los procedimientos económicos, pero a la larga se traducen en un profundo desequilibrio para el disfrute de bienes, a la vez que siguen privilegiando a quienes más tienen y restando a quienes menos tienen. Lamentablemente el esquema sigue en ascenso, y probablemente hará su crisis terminal cuando el sistema en su conjunto demuestre su completa ineficacia.
La posesión
Desde esta idea, justamente, parte una de las premisas de mi propuesta. La tendencia del ser humano moderno para acumular, poseer, tener, posesionarse de absolutamente todo lo que ve. La historia ha demostrado que la mayoría de los humanos no nos comportamos de manera controlada y racional cuando tenemos frente a nosotros oportunidades para posesionarnos de algo. Una vez conseguidos los primeros objetivos, queremos más y más, y podemos ser insaciables en este sentido. En el capitalismo actual, notamos cómo actores y actrices de cine, cantantes populares, científicos, ingenieros, gerentes y tecnócratas amasan inmensas fortunas y estos se vuelven referentes inmediatos de éxito en todos los países de Europa, América y el mundo; principalmente, Estados Unidos se ha alzado como el arquetipo a seguir en cuanto a riquezas personales acumuladas por parte de burgueses y empresarios dominadores, o por emprendedores privados que también llegan a amasar fortunas descomunales, y sirven de modelos a otros sectores y países que sueñan con hacer lo mismo. Esto no se queda en el simple apoderamiento de fortunas, sino que pasa a tener un estatus simbólico, pues la posesión material es también una posesión mental, social y cultural que pronto alcanza un rango de prototipo y luego de arquetipo, de modo tal, se conforma una sociedad de triunfadores contra una sociedad de perdedores, donde los triunfadores son por supuesto ricos y los perdedores pobres, es decir, la humanidad y la población se manejan dentro de este concepto maniqueo de sociedad; en este caso, una sociedad manejada mediante esta concepción no puede llegar nunca a convivir en paz o armonía, y debe porque sí alimentarse de más poder y posesión; el progreso, el bienestar, la alegría y la felicidad se supeditan entonces a esta tendencia a la acumulación.
La posesión nunca va a tener una relación armónica con el resto de los ciudadanos; por ello, en el fondo nunca va a poder encarnar ninguna filosofía basada en una justa distribución de los bienes o las riquezas. Antes bien, hay un rechazo hacia cualquier movimiento comunitario o socialista que se ofrezca como alternativa de convivencia equilibrada, donde no se presenten estas asimetrías sociales de concentración de la riqueza en pocas manos.
Un esquema universal
Este esquema principista se halla constituido en casi todas las sociedades de los cinco continentes. Los seres humanos parecemos contener en nuestra propia naturaleza o en nuestra conformación mental impulsos negativos de dominio, empoderamiento o posesión. Este impulso innato le permitió a la raza humana (de ahí quizá surge el primer concepto de racismo) erguirse sobre sus piernas y articular mejor sus movimientos coordinados para cazar, pescar o cultivar la tierra, y después para construir herramientas y viviendas para protegerse de la intemperie. Dominó bestias para transportarse en ellas y otras las sacrificó para alimentarse. Se unió a un semejante suyo del sexo opuesto para reproducirse y generar una prole, para luego asegurar el sostén de ese grupo. Los distintos grupos humanos, de acuerdo a su peculiar tradición, mitos, creencias o costumbres, generarían ciertas técnicas para poder vivir entre ellos, defenderse y convivir, siendo esto último lo más difícil. En principio, pues, reconocemos las dos tendencias: la convivencia y la resistencia. En un tercer plano, esa resistencia continuada entre costumbres y valores distintos se convierte en pugna, y la pugna a la larga puede convertirse en guerra.
La idea de guerra
Cuando hace aparición la idea de guerra tiene que haber dos grandes conglomerados distintos que se enfrenten, defendiendo cada uno de ellos su territorio y sus intereses. Esos territorios, que al principio son sólo extensiones de tierra, se convierten luego en espacios simbólicos, pues los seres humanos los han ido construyendo a través de sus peculiares ideas, mitos, dioses, creencias. La antropología se ha dedicado a destejer estos hilos para observarlos a la luz del análisis científico; la arqueología, en este caso, es el procedimiento usado por la antropología para llegar a determinadas conclusiones objetivas de tal o cual comportamiento de un grupo social o para determinar épocas, fechas o etapas en las cuales se movieron.
En el desarrollo de la tecnología, las herramientas usadas en cada región del planeta y en cada sociedad, pequeña o grande, se las ingenió para ir incorporando nuevos elementos que la enriquecerían e irse movilizando por vía terrestre, marítima o aérea; en primer lugar, utiliza a animales para transportarse, luego idea modos de movilizarse por el agua y luego también a través del espacio aéreo. Después, lo haría mediante medios remotos como la radio, el teléfono o el telégrafo, hasta desembocar en la televisión; o de manera física por el correo postal hasta llegar en el mundo de hoy a los medios digitales remotos, que tienen a las computadoras y teléfonos como medios principales. Por cierto, de éstos la verdadera revolución la han constituido la televisión y el computador portátil. El teléfono es un hijo aventajado de estos dos, herramienta con múltiples funciones hoy, incluyendo la ideológica. Tampoco debemos olvidar que los cohetes espaciales, satélites y drones son los principales vehículos universales de estos mensajes donde tiene primacía la imagen sobre el texto, y donde los sonidos electrónicos pretenden sustituir los sonidos naturales de la música popular y clásica. A este respecto debemos anotar que la llamada música clásica, posiblemente el constructo artístico más notable de Europa, también está palideciendo en cuanto a difusión, ante la creciente avalancha de música electrónica o serial, y éste es un hecho de lamentar.
Hacia dónde ir
El lector quizá piense que lo enunciado anteriormente puede resultar obvio. Si lo he hecho, ha sido sólo con un fin didáctico de refrescar la memoria al lector, pues con frecuencia solemos olvidar lo elemental: quiénes somos o qué somos, cómo somos y qué aspiramos ser o hacer. Desde un punto de vista meramente evolutivo, la racionalidad nos dice que deberíamos avanzar en materia de convivencia; es decir, -es una cuestión ética- deberíamos hacerlo tanto en nuestra convivencia interna de países, naciones o continentes tanto como en su interrelación con otras naciones. Viéndolo de manera positiva, la razón nos vuelve a decir que esa relación tendría que ser de convivencia. Lamentablemente, no es así. La relación ha sido más bien contradictoria, difícil, y en muchos casos cruel o bárbara.
Observando la historia en los últimos cinco siglos –para no ir tan lejos, lo cual sería muy ambicioso- pudiéramos decir que esta relación ha sido traumática, pese a que hayan existido momentos o épocas de diálogo, integración o armonía. Ha habido una profusa bibliografía, historiografía o un periodismo que nos han dado cuenta de esta relación por parte de destacados escritores o sociólogos, con importantes acercamientos a hechos históricos que tienen como centro la expoliación de unos países en beneficio de otros, tal ocurrió en América cuando fue invadida por los europeos. En vez de llamarse América (nombre tomado de Américo Vespucio, un europeo) se llamó también Terra incógnita, Terra Nostra o Tierra de Gracia. Como sabemos todos, se trató de uno de las más terribles y crueles invasiones que se hayan perpetrado jamás.
Pero no nos vamos a explayar en este tema, ya lo suficientemente abordado. Me limitaré en esta ocasión sólo a reseñarlo, como también al resto de las guerras ejecutadas en Europa y América, como es el caso de las dos guerras mundiales del siglo XX, donde murieron millones de personas y cuyas consecuencias nefastas aún estamos viviendo: las guerras no pasan; las guerras dejan marcas indelebles en la historia y la conciencia de la gente.
Guerras de posesión
¿Porque las guerras? Las guerras se producen principalmente por una voluntad de posesión, justificada o no, lo mismo da. Los seres humanos no nos hemos librado aun de este sentimiento, o de este impulso, sería mejor decir. El afán de posesión domina buena parte de nuestra mente. Es un sentimiento fuerte, irreprimible, que quizá forma parte de la constitución misma de nuestra psique. Pero también es un hecho jurídico, y consiste en que una persona tenga en su poder una cosa corporal, como señor y dueño. Pero en las antiguas sociedades posesión y propiedad se confunden, hasta que con la aparición del Derecho Romano comenzó a funcionar de forma separada, mediante una diferencia. Entonces la posesión pasó a estar amparada bajo un estado de leyes protegible y defendido. Como sabemos, en occidente aun somos tributarios del Derecho Romano, origen de todo nuestro orden administrativo. Todas nuestras leyes parten de él. Para que la posesión se produzca se requiere de la intención y de la conducta de un propietario que se presume de buena fe; es decir, el poseer en este caso –desde el punto de vista de las leyes occidentales- no indica necesariamente algo condenable. El poseedor posee porque sí, eso es suficiente. Si no fuera así, todo el mundo pudiera poseer lo que quisiera y el mundo humano sería un caos.
Esto quiere decir que ninguna filosofía, idea o creencia se producen en estado puro. Todos nuestros actos tienen consecuencias. Como bien insinuaba Kant, -quien hizo la más completa crítica de ella- no existen las ideas puras. Una filosofía se sustenta en una ética y en un corpus de leyes; el poder político no puede funcionar independiente de un poder ético regido por leyes; el poder legislativo debe estar ahí para que la ética, a su vez, sustente el ejercicio de la política.
Hay toda una legislatura sobre la posesión, sobre la propiedad privada y comunitaria, que siempre funciona a medias justamente por el carácter abstracto de la posesión. Es difícil determinar los lindes entre el afán de posesión y el límite que debe tener esa posesión. Cuando el concepto mismo de propiedad privada se hace universal y se convalida como tal, como un símbolo de poder, las cosas cambian. Ya no es solamente un derecho, sino una manera de proceder a fin de acumular el mayor poder posible. Y este poder, al sentirse certificado por el propio estado de derecho, se convierte en valor universal. Así, la posesión, al tener basamento político suficiente, puede manejarse más fácilmente. Entre los antiguos pueblos y sociedades era más difícil. Durante la época de oro de las monarquías europeas, la posesión se justificó mediante el absolutismo ejercido por reyes, monarcas, príncipes y embajadores que tenían a su servicio grandes ejércitos ciegos subordinados a ellos, masas bárbaras con poco sentido de la mesura, prestas a librar guerras con el fin casi exclusivo de sobrevivir, pero después, inmersas como estaban en el proyecto del “descubrimiento”, encontraron que podían generar grados militares de almirantes, capitanes, coroneles, generales o lo que fuese, lo cual resultaba sumamente provocador y excitante; pues ese es uno de los rasgos implícitos de las guerras: son definitivamente excitantes. De hecho, cuando se ha consultado a generales sobre la naturaleza de la guerra, siempre ha resultado que este hecho mismo implica una suerte de placer: el placer de matar a gran escala es mucho más excitante que asesinar a un solo individuo. Esta deformación humana es constatable en la tendencia de tantos estados que utilizan los crímenes de guerra como metodologías para imponer poder: metodología que suele tener efecto cuando se acomete con los debidos socios o apoyos de estados proverbialmente genocidas, pero poderosos desde el punto de vista bélico. Es algo anormal, pero está plenamente aceptado dentro del juego de la geopolítica mundial. Este fenómeno constituye en sí mismo una patología colectiva, difundida a diario por los medios como una noticia natural, como un mecanismo sin el cual la sociedad en su conjunto no podría funcionar bien.
Sigamos con la posesión. Después, dichos imperios fueron creando nuevas figuras jurídicas para apoderarse de territorios de ultramar mediante leyes que se pretendían universales. Se crearon virreinatos o capitanías generales, encomiendas, compañías comerciales y todo tipo de figuras jurídicas para justificar desmanes en tierras desconocidas, a través de ejércitos navieros dispuestos a arrasar territorios en nombre de las coronas. Todo ello quedaba legalizado mediante procedimientos legales muy concretos: todas las tierras descubiertas en ultramar pasaban a ser propiedades o tenencias de los reyes, y ello les confirió un poder aún mayor en el contexto europeo. De ahí los imperios competirían entre sí por el dominio (la tenencia, la posesión) de las tierras americanas que consideraban sus provincias por el solo hecho de haberlas pisado, dando a este hecho el insólito nombre de “Descubrimiento”. El solo hecho de hollar tierra desconocida lo consideraban un hallazgo suyo, una especie de hazaña militar que, durante el siglo dieciséis, se convirtió en uno de los más grandes genocidios de la humanidad.
Este comportamiento occidental supremacista de Europa, en lugar de cambiar con el tiempo a fin de corregir los desmanes cometidos y lograr una convivencia, se ha ido reforzando. El supremacismo europeo sigue incrementándose de manera absurda. Los tribunales, cortes internacionales y organizaciones mundiales destinadas a salvaguardar los derechos de los pueblos se han venido violando. La Organización de las Naciones Unidas –la más prestigiosa de todas- ha incurrido en muchos errores y dislates, ya conocidos de todos. No hay manera de hacerle entender a Europa que el mundo ya no es ni puede ser bipolar sino multipolar, es decir, el poder se ha desplazado a varios polos geopolíticos y ya no está basado en el poder bélico ni en el poder de los medios ni en el poder financiero, sino en el poder social y en el poder ético, que es un poder éste último eminentemente filosófico. El poder económico en sí mismo no tiene valor alguno si carece de una filosofía humana que lo sostenga; se vuelve poder de intercambio codificado en un billete de papel o en una cifra bancaria. Los bancos, al acumular dinero y más dinero y con él un poder financiero delirante, han constituido una bancocracia bastante nefasta que, al acumular el valor de cambio ilimitadamente, va aniquilando al valor de uso también de manera progresiva, sin que el poseedor del dinero se dé perfecta cuenta de ello; el acumulador de dinero se posesiona del valor de cambio como si fuese un valor real, en una ilusión que desaparece en cuanto se adquiere el objeto deseado. Justamente Carlos Marx estudió este complicado fenómeno en El Capital y con ello le dio un vuelco a la ciencia económica.
La economía mundial-global se ha vuelto un enorme artificio, una creación completa del capitalismo para posicionar un determinado conjunto de valores de cambio, justamente. El poder adquisitivo se ha convertido en un valor en permanente trámite que se vuelve dueño automático de un objeto, o hasta puede comprar la conciencia de una persona debido a su alto poder material y le permite a su vez ser un agente poseedor, un agente de posesión que ha alcanzado ya su meta final.
Desde las guerras religiosas de la Edad Media hasta las actuales guerras económicas y mediáticas actuales, los agentes del poder político se han convertido a su vez en portadores de un poder sumamente peligroso, concentrado en castas burguesas y aristocráticas o simplemente adineradas (el fenómeno de los nuevos ricos) ignorantes, que están haciendo un enorme daño a la humanidad en su conjunto. En los últimos años, hemos venido observando cómo las llamadas potencias –empeñada cada una de ellas en almacenar más y más posesiones- le dicen a los ciudadanos que el éxito personal consiste también en acumular poder adquisitivo; y así vemos el fenómeno de personas millonarias de la noche a la mañana por la vía del espectáculo de masas (cine, música, tv, videos, redes, etc.) observando cómo las ventas millonarias de estos productos seudo artísticos se asocian a productos de consumo físico como comidas, cigarrillos, bebidas, licores, ropa, autos, joyas, mansiones, para crear ese nuevo tipo de ilusiones a que nos tiene acostumbrados la publicidad, donde el cuerpo de la mujer es usado como un símbolo de placer consumista, y el disfrute erótico se ha rebajado al nivel de pornografía, alimentando aún más las tendencias machistas del sexo masculino. Justamente, el afán de posesión sexual del macho sobre la hembra ha causado traumas sociales vergonzosos, que las mujeres están combatiendo de manera decidida. Se trata de una suerte de venganza histórica contra el patriarcado, que también está haciendo muchísimo daño cuando se convierte en una actitud de odio irracional programado hacia el varón.
Lo más notorio de esta situación es que el problema, lejos de solucionarse, se ha venido acentuando. Los poderosos posesivos, mientras más tienen, más desean tener. La capacidad de posesión es ilimitada y se suele confundir con la libertad, y a esa libertad artificial también se confunde con la alegría o con la felicidad. Es como una droga. El ser humano adinerado, posesivo, siente que tiene el mundo a sus pies, generando a su vez una serie de actitudes enmascaradas, fingidas, pero bien camufladas entre los mismos dispositivos de una sociedad que les permite activarlos.
Los seres humanos, en el fondo, hemos aceptado estas reglas, poniendo en un segundo plano al bien, a la honestidad y la virtud. Quizá no nos creamos merecedores de tantas virtudes, que pudieran ser atribuidas sólo a los santos, los héroes o los mártires. Quizá por ello les rendimos tributo a estas excepciones, porque no podemos alcanzar sus virtudes. Son sencillamente excepciones. Y esas excepciones deben ser reconocidas en altares públicos idealizados, mas no practicadas.
Mientras tanto, seguimos depositando la confianza en los políticos tradicionales y en los mismos esquemas gastados que sabemos no funcionarán para la sana convivencia; acudimos a las urnas electorales a depositar votos por candidatos impuestos, para no hacer nosotros el trabajo, esperando que ellos lo hagan, pero esto no ocurre. Muchos de los llamados revolucionarios de la izquierda, progresistas o socialistas que dicen luchar por una causa justa, el llegar al poder de la real politik, cambian sus ideales por una cuota en el estatus de turno; en efecto, se cumple la máxima de que el poder corrompe, es como una droga que anula cualquier principio de honestidad. El ser humano, al llegar a enriquecerse de manera súbita por el solo hecho de haber llegado a ejercer un alto cargo en el poder político, cambia no solamente de estatus social o económico, sino que su pensar profundo se ve vulnerado de pronto por la apetencia de posesión. Este es un hecho comprobable. No se trata de una especulación: el poder completo daña por principio cualquier buena o sana intención. Este es el cimiento real de la ideología de la posesión. Con el poder político y económico conseguidos, la posesión es completa: el individuo se siente por encima de las necesidades del colectivo y renuncia a ellas en su fuero interno, bloqueando de manera automática cualquier otro sentimiento. Se activan en él las fuerzas negativas y oscuras.
Bajo los esquemas de la posesión es muy difícil llegar a aplicar una filosofía ética. Principalmente, la filosofía está hecha para mejorar las condiciones materiales y espirituales del ser humano. Debería existir una praxis filosófica para que ésta sea verdaderamente filosofía. No funciona como sí funcionan el arte o la literatura, expresiones que operan de modo distinto, experiencias del espíritu y de la imaginación humana que no tienen un significado asignado previamente, su significado se adquiere al ser expresado mediante palabras extra-ordinarias que ubican al ser humano en un estado atemporal y de posible realización, justamente porque tienen una misión distinta a la de la filosofía, que es la de comprender el mundo a través de un relato de ideas. La literatura, en cambio, pone en escena a las ideas ya encarnadas en personajes, en contextos históricos o geográficos o en imágenes prístinas o evocadoras, logrando lo que la filosofía no se logra, o, mejor dicho, lo que no se ha propuesto lograr. La filosofía no crea: interpreta, pregunta, cuestiona, critica, examina, compara, pero no crea, cosa que sí hace la poesía y hace el cuento y hace la novela, ejecutando una suerte de alquimia verbal única, intransferible, personalizada de autor a lector. Albert Camus dijo una vez que toda gran novela era en el fondo filosófica, y llevaba razón. La filosofía, duerme en el fondo de toda obra literaria, está ahí para que la descifremos con el acto de la lectura, y eso es suficiente.
La propuesta
Yo propondría entonces una filosofía de la desposesión en aras de una mejor convivencia. No es una solución. No es tampoco una propuesta pragmática. Es una apuesta, una invitación a despojarnos del egoísmo y de la miseria interior que habita en cada uno de nosotros. No es una operación sencilla; es una operación de auto-reconocimiento, no una teoría o una metodología para cambiar o transformar al mundo, o una fórmula para actuar de tal o cual manera. Me he cuidado de no citar aquí demasiadas referencias librescas, o acudir a un profuso aparato bibliográfico que quizá hubiese abrumado al lector, aun cuando no descarto que pudiera llevarse a cabo mediante el método académico, acudiendo a ideas de antropólogos serios, investigadores o filósofos que han hecho la crítica al estamento social actual, o abordado el tema de un nuevo orden social desde puntos de vista novedosos, o reveladores de otras facetas para la convivencia humana.
En el mundo global hiper-informado de hoy, las personas leen o piensan lo que desean, pero también piensan a veces lo que se les induce a pensar mediante un manejo omnipresente de los medios de comunicación, los cuales, en vez de ejercer su rol de información veraz, se convierten en agentes ideológicos y crean contenidos parcializados hacia determinados intereses, en este caso los intereses de los propietarios de medios, de sus anhelos inmediatos de posesión, los cuales se ven rápidamente colmados por otros intereses similares a los suyos, que no son necesariamente los intereses de un colectivo o de una sociedad, sino de un reducido grupo de capitalistas ambiciosos.
Los seres humanos hoy, a causa de esta hiper-información, desarrollamos también una serie de comportamientos extraños; nos apartamos de frases ejemplarizantes o de moralismos superficiales, y al mismo tiempo nos cansamos de creer en esperanzas frustradas una y otra vez, que no terminan de cumplirse. Sin embargo, no dejamos de abrigar confianza en un afán de posesión que nos conduce, por cualquier vía, a un egotismo o a un narcisismo verdaderamente enfermizo. No es que tengamos que renunciar a nuestras propiedades o bienes o despojarnos de todo objeto o bien material –ello sería un sinsentido- sino que este ser que somos se ve de súbito acosado por sentimientos de codicia, ambición, poder o posesión que han dado origen, a su vez, a una serie de perversiones y a alejarnos de cualquier sueño colectivista realizado, como la familia o la comunidad.
Crítica de la razón global. Homenaje a Kant
Hasta ahora, nadie ha manejado mejor el asunto de la razón en occidente como Immanuel Kant. A él le debemos la crítica de la razón pura y de la razón práctica, y le debemos también la crítica de la capacidad de pensar. Él es el padre de la razón occidental moderna en tanto filosofía, y de seguro se aterraría si despertara hoy día y presenciara el espectáculo de la razón global.
La Razón Global ha creado sencillamente una Era de la Sinrazón. De tal manera pudiéramos decir que hemos perdido la razón en un sentido político. Le hemos otorgado a la razón valores ideológicos y hemos abonado el terreno para acabar de una vez por todas con la historia, y si nos dieran la oportunidad, acabaríamos también con la cultura. Ello será difícil, pues la cultura es el último reducto que aún permanece en pie en medio de esta era de la sinrazón. La prueba de ello la tenemos ante nuestros ojos con la guerra de Estados Unidos contra Rusia, usando a Ucrania como señuelo, que ya está trayendo consecuencias lamentables en todos los terrenos en todo el orbe; no es el desastre económico precisamente lo más grave, pues es susceptible de enmendarse. Lo más triste son las pérdidas humanas de civiles inocentes, gentes del pueblo asediadas por los nazis, por un lado, y por el otro por bombas rusas.
Estamos, a no dudarlo, en la era de la sinrazón. La crítica de la razón global es la crítica de la sinrazón ideológica. La razón, que sirvió para construir las grandes maravillas científicas y tecnológicas, se está volviendo contra nosotros, no nos está proporcionando verdadera alegría ni felicidad.
Por otra parte, Hegel es el pilar de la filosofía de la historia, y Nietzsche el gran crítico de la historia, el demoledor histórico por excelencia. Todos y cada uno de ellos, a mi modo de ver, nos avisaron de todo esto, sólo que ahora no requerirán de tantos detalles metodológicos. Sólo tendrían que remitirse a los medios de comunicación para hallar allí casi todas las claves, sólo que esas claves tendrán que leerse en reverso.
Se trata de un terreno minado; es el fin de los significados, la pulverización de la sensibilidad mediante el uso de un conocimiento inútil, porque nos ha servido principalmente para poseer, odiar y destruir. El amor, la paz, la verdad, la amistad y la justicia han quedado lejos de todo este juego.
De manera que quisiera en este instante rendir un homenaje a Emmanuel Kant, padre de la crítica de la razón pura y de la razón práctica, por habernos advertido, seguido de tantos otros filósofos lúcidos de occidente, de esta Era de la Sinrazón coronada por la lógica absurda de una guerra de exterminio global.
Final
En el contexto y el momento en que escribo estas líneas, se está fraguando una guerra entre Estados Unidos y Rusia –usando a Ucrania como pretexto- que tiene características de alta peligrosidad para toda la humanidad, donde están involucradas armas químicas, atómicas y biológicas, además de las militares, que pueden ser letales. La conformación geopolítica de las naciones en bloques de poder ha incurrido en graves errores de convivencia, donde el afán de posesión es un elemento fundamental. La guerra se produce en medio de varios agentes ideológicos: el nacionalsocialismo nazi revivido, el capitalismo global y un socialismo reformista ineficaz, de donde participa buena parte de los países europeos apoyando a Estados Unidos; por otro lado, a China y algunos países latinoamericanos apoyando a Rusia, todos utilizando a Ucrania como excusa para dirimir sus intereses y causando muertes y destrucción. Ahí no va a haber ningún ganador, advirtió Vladimir Putin desde un principio. Se han agotado los argumentos diplomáticos y los problemas se multiplican. Todo lo que hagan contra Rusia se volverá contra sus enemigos, y el caos será completo.
Venezuela es un país con poco poderío militar, y ha soportado una guerra económica y mediática, jugando limpia y defensivamente en el tablero político de los últimos años, razón por la cual ha sido objeto de una guerra híbrida de proporciones insólitas. Y ahora tiene una remota posibilidad de sobrevivencia en medio de esta refriega global. Los países de América Latina no pueden aspirar, en estos casos, convertirse en “potencias” ni a posesionarse de sus riquezas más allá de su capacidad real. Venezuela tiene la opción de presentarse con dignidad al resto de los pueblos como la patria de Miranda, Bolívar, Sucre, Urdaneta, Zamora y otros tantos venezolanos ilustres que han luchado por los valores de la paz, la justicia, la libertad, la verdad y la concordia, en aras de una convivencia universal, y no de un mero orden mundial dictado por la arrogancia de un imperio con infinitas ansias de posesión.
Gabriel Jiménez Emán es narrador, ensayista y poeta. En el campo del microrrelato ha publicado obras consideradas referentes del género en Hispanoamérica, como Los dientes de Raquel (1973), Saltos sobre la soga (1975), Los 1001 cuentos de 1 línea (1982), La gran jaqueca y otros cuentos crueles (2002) y Consuelo para moribundos (2012) e Historias imposibles (2021) y entre sus libros de cuentos más conocidos están Relatos de otro mundo (1988), Tramas imaginarias (1990) y La taberna de Vermeer y otras ficciones (2005), entre otros. En el campo de la ciencia ficción son conocidas sus novelas Averno (2006) y Limbo(2016) y dentro de la novela histórica Sueños y guerras del mariscal (1995) y Ezequiel y sus batallas (2017), y varias novelas cortas como Una fiesta memorable (1991), Paisaje con ángel caído (2002), El último solo de Buddy Bolden (2016) y Wald (2021). Ha publicado numerosos ensayos, algunos de los cuales se hallan en sus libros Provincias de la palabra (1995), El espejo de tinta (2007), Mundo tórrido y caribe. Cultura y literatura en Venezuela (2017), y sendos estudios sobre César Vallejo, Elías David Curiel, Franz Kafka, Armando Reverón, Rómulo Gallegos, y un ensayo sobre filosofía moderna, La utopía del logos (2021). Su obra poética se encuentra reunida en los volúmenes Balada del bohemio místico (2010), Solárium y otros poemas (2015), Los versos de la silla rota (2018) y Hominem 2100 (2021). En 2019 recibió el Premio Nacional de Literatura por el conjunto de su obra.