Escenificación de la corrupción, verosimilitud y ritmo en Plata quemada de Ricardo Piglia. Por José Antonio Olmedo López-Amor
Escenificación de la corrupción, verosimilitud y ritmo
en “Plata quemada” de Ricardo Piglia
José Antonio Olmedo López-Amor
« ¿Qué es robar un banco comparado con fundarlo?» (Bertol Bretch, 1928).
A esta pregunta, incluida en el libreto de La ópera de los tres centavos y por ello atribuida al dramaturgo alemán, se podría contestar —contextualizándola en nuestro presente— con esta otra: « ¿Por qué los bancos siguen ganando miles de millones a pesar de que la economía mundial está en la baja?» (declaraciones de James Petras a Tercera Información, 2010).
La postura de Ricardo Piglia (1941-2017) es clara ante la tesis comparativa que plantea la cita de Bretch. Plata quemada no justifica ni moraliza de manera alguna la acción delictiva llevada a cabo por sus protagonistas, pero sí cuestiona qué parte de responsabilidad puede tener el Estado en ello. Objetivamente, si tenemos en cuenta la limitada cantidad de dinero que puede obtenerse mediante el robo a un banco —un efectivo que está asegurado— y lo comparamos con la incalculable cifra que los bancos, no solo obtienen invirtiendo el dinero de los demás y cobrándoles por ello, sino ejerciendo tácticas deshonestas para lucrarse impunemente mucho más rápido, comprenderemos que Piglia, aun siendo sus protagonistas unos asaltantes sin escrúpulos, entienda la particular actividad delictiva como una ilegalidad menor.
En el párrafo anterior hemos utilizado y destacado en negrita tres palabras que aluden a tres conceptos que articulan de principio a fin la novela, y por tanto, también este estudio: delito, dinero y ley. En la importancia de estos tres elementos y su interpretación real apoya Plata quemada buena parte de su acción.
Para diferenciar qué es legal de aquello que no lo es, hemos de atender a las órdenes emitidas por las instituciones sociales: gobierno, judicatura, ejército, policía; entes que dictan las leyes y las hacen cumplir a través de la violencia. El discurso monológico del Estado cuenta también con una estructura no violenta, sino ideológica, de doma social que abarca la enseñanza, los medios de comunicación, la religión o la mercadotecnia. Toda organización social debe estructurar sus parcelas de dominio y establecer prioridades en cuanto a su uso y posible influencia en el individuo. Ahora bien, el problema viene cuando dicha estructura de poder es corrupta y en lugar de salvaguardar la integridad y prosperidad de sus ciudadanos los somete a una dictadura encubierta en la que la finalidad de cada estamento sea beneficiar únicamente al Estado y sus articulaciones y permitir que así siga siendo.
‘El delito’ podría leerse como una constelación que articula delincuente y víctima, y esto quiere decir que articula sujetos, palabras, culturas, creencias y cuerpos determinados. Y que también articula la ley, la justicia, la verdad y el estado con estos sujetos (Ludmer, El cuerpo del delito. Un manual, 1999:14), (dosier).
Piglia es consciente de que el delito, más allá de si es justificado o no, lícito o no lícito, transforma a la sociedad y al individuo. La novela gira por completo alrededor de un delito y la participación en él de —además de los asaltantes— políticos y policías: quienes deberían estar al otro lado de la ley.
En relación a los delitos se crean las leyes ¿o es al contrario? ¿Robar a quien roba exime de culpabilidad? ¿Los medios de castigo y confinamiento del Estado mejoran al individuo o lo vuelven más salvaje y peligroso? Para escenificar estos y otros presupuestos con referencia al delito, el dinero y la ley, Plata quemada adapta las cláusulas genológicas del policial, lo cual le permite representar la tesis del poder corrupto y la ambivalencia de unos personajes que se moverán a ambos lados de una noción cambiante de legalidad.
Pero en la estrategia narrativa de Piglia este no será su único objetivo, ya que además de cumplir las exigencias del género: personajes marcados por un pasado, motivaciones para no cumplir la ley, suceso desencadenante, investigación e intriga hasta el fatal desenlace; el autor de Respiración artificial (1980) critica una vez más la tiranía de un Estado que corrompe a sus ciudadanos y es responsable incluso de por qué son lo que son. Los hechos narrados van demostrando que a veces es difícil diferenciar a los buenos de los malos, ya que la línea roja de la legalidad es dictada por quienes la incumplen: «El comisario Silva, de Robos y Hurtos, no investiga, sencillamente tortura y usa la delación como método» (capítulo “Tres”).
Para que el lector llegue a sus propias conclusiones y entienda hasta dónde llega la alargada sombra del capitalismo, Piglia va desnudando a sus personajes durante la primera parte de la novela y, mediante analepsis, estos irán desvelando parte de su pasado: «Malito venía de Rosario, había estudiado hasta cuarto año de Ingeniería y a veces se hacía llamar el Ingeniero…» (capítulo “Uno”). Así descubrimos que, pese a contribuir varias voces de personajes a desliar el ovillo de la historia, el verdadero narrador está sobre todas ellas y no es otro que un narrador extradiegético que conoce información de los personajes: «Se los imaginó que la miraban mientras ella paseaba desnuda, con tacos altos, y después se vio encamada con el Nene…» (capítulo “Uno”).
La narración comienza cuando los personajes que forman la banda de ladrones están planeando el golpe al banco y finaliza cuando, tras robarlo, huyen y son perseguidos hasta que se atrincheran y son abatidos. Pero el orden cronológico de la diégesis o el tiempo de la historia se ve interrumpido por constantes cambios formales y saltos en el tiempo que dotan a la historia de un ritmo trepidante: «Algunos testigos aseguran haber visto a Malito en el hotel con una mujer. Pero otros dicen que sólo vieron a dos tipos y que no había ninguna mujer» (capítulo “Uno”). Y por la alternancia de las voces narrativas:
Cuando salió de la cárcel, pese al dinero de la herencia paterna, influido por los contactos carcelarios y ante la desesperación de su madre y de sus hermanos, que son respetados y honestos profesionales, siguió el camino del crimen.
En cana (contaba a veces) aprendí lo que es la vida: estás adentro y te verduguean y aprendés a mentir, a tragarte la vena. En la cárcel me hice puto, drogadicto, me hice chorro, peronista, timbero, aprendí a pelear a traición[1]… (Capítulo “Cinco”).
El uso de los tiempos verbales delata en ocasiones los cambios de narrador, recurso que dinamiza la exposición de los hechos y abre un amplio abanico de información al lector.
Llama la atención, no solo el empleo de lenguaje vulgar o argot, sino la variedad de registros del habla coloquial que Piglia imprime a sus personajes. Ello potencia el realismo y la verosimilitud de la historia y su uso representa una marca para distinguir el discurso de un personaje de otro o incluso de la elegancia del propio narrador en tercera persona: « […] me dicen que ahí murió un cacique, un indio puto, ranquel, murió ahogado, porque le ataron una piedra de molino al cuello, ya que dicen que se había garchado a un gringuito […]» (capítulo “Tres”).
Los informes médicos del doctor Bunge suelen filtrarse en la narración entre comillas. Como en el siguiente caso, en el cual se refiere a la curiosa relación de dependencia entre el Gaucho y el Nene Brignone: «Un caso muy interesante de simbiosis gestáltica. Son dos pero actúan como una unidad. El cuerpo es el Gaucho, el ejecutor pleno, un asesino psicótico; el Nene es el cerebro y piensa por él».
Los ejemplos de lenguaje periodístico —como los de otro tipo o cambio de narrador— en la obra se reproducen sin previo aviso. En ocasiones, algún marcador discursivo (según los diarios) nos previene de su inclusión, pero por lo general, tan solo advertimos ese cambio de perspectiva en la enunciación por el contraste de su propio lenguaje, como en el siguiente ejemplo:
“Las astillas volaban, la madera quebrada.
—No me imaginé que eran tan chotas las barreras —se reía el Nene Brignone.
—Sacaron medio cuerpo por la ventanilla y las serrucharon limpitas —dijo el guardabarrera. Tanto el empleado ferroviario como su amigo de veinte años que lo acompañaba no pudieron hacer una descripción coherente de los asaltantes, dado su estado de ánimo.
“Al escapar encontraron cerradas las barreras del paso a nivel de la calle Madero y sin parar el auto la cortaron con la ametralladora”.
Una de las posibilidades es que el epílogo esté escrito por el propio autor, en primera persona, y en él revela que hizo una investigación exhaustiva muchos años antes de acometer la escritura de la novela. Al igual que Renzi (periodista que representa a los medios de comunicación que el Estado pretende manipular), su alter ego, Piglia tuvo acceso a informes médicos y policiales, a declaraciones de testigos y pudo conocer de primera mano toda la sordidez y misterio que envolvía a esta historia. Esto rompería el pacto de ficción con el lector. Y otra posibilidad es que el indeterminado narrador de la novela sea también el autor del epílogo, perdiendo con ello la condición de extradiegético y reconociendo su historia como un discurso modalizado: «Me contó una primera y confusa versión de los hechos que yo recordaba vagamente haber leído en los diarios meses atrás».
La heteroglosia representada en la obra otorga, pues, una textura fonética a los personajes que los singulariza y encuadra en un estrato social; potencia la verosimilitud de la historia; permite conocer diversos puntos de vista de la misma; rompe la monotonía de una misma y única voz ofreciendo un discurso modalizado e incompleto de los hechos y añade intriga a la trama, pues cada aportación arroja luz o atenúa, a una diégesis agilizada y enriquecida por la misma.
Un recurso del género policial es la investigación. A través de ella —en este caso, a través del acceso que el narrador o el comisario Silva tienen a esos informes— el lector va conociendo detalles y entresijos de la trama que no son desvelados ni por el discurso narrativo, ni por los diálogos de los personajes; por tanto, es una información adicional que esclarece por momentos los puntos oscuros de la trama. Testimonios de testigos, informes médicos, noticias de prensa: todo el aparato articulatorio que emplea Piglia lleva al lector del desconocimiento al saber (cauce canónico del género) con tal naturalidad que a veces no se aprecia nada antinatural en el entrecruzamiento de sus recursos técnicos.
Esto nos lleva a otro elemento del género: el enigma. En la novela, los atracadores planean asaltar el banco y repartir el botín con políticos y policías corruptos que han colaborado en su preparación, pero una decisión de última hora: la traición; hace que los delincuentes huyan con el dinero. Como es normal, la policía sale tras ellos y el lector no sabe cómo acabará dicha persecución. ¿Morirán, serán encarcelados los ladrones o huirán con el dinero?
La entidad del investigador privado parece proverbial al abordar temas como los de esta novela. Un tipo que puede actuar a ambos lados de la ley pero sin pertenecer a ninguno de ellos encarna a la perfección ese espacio en blanco moral no dogmatizado a priori y legitimado para hacer las preguntas adecuadas. El detective puede dejarse llevar por las emociones y actuar de manera pasional o ejercer como defensor de la ley y convertirse en su paladín. Lo cierto es que su figura a veces cuestiona tanto la legitimidad del Estado en las sociedades masificadas (junglas de asfalto y cemento que proporcionan anonimato y son refugio para los delincuentes); como la propia función y veracidad del narrador. El narrador extradiegético que cuenta la historia podría ser un investigador, dada la variada y múltiple información sobre el caso que maneja.
Debido a la alternancia de distintos tipos de lenguaje y perspectivas expresados por sus distintas voces podemos entender que Plata quemada es una novela polifónica; no llega a ser tan coral como Respiración artificial, pero aglutina en ellas la síntesis de las tesis expuestas, además de digresión.
Si el Estado no fabricase y permitiese el mercadeo de drogas, probablemente los delincuentes no las consumirían. El Estado lanza sus consignas: la homosexualidad está mal vista; algo que el lector advierte —por ejemplo— a través del comisario Silva, quien enjuicia y quiere castigar violentamente a Dorda y Brignone, quienes viven prácticamente en la clandestinidad esta condición.
Tal es el cuestionamiento de las parcelas que detentan el poder y el desplazamiento de la supuesta autoridad que en un momento de la novela algunos ciudadanos llegan a solidarizarse con los delincuentes, quienes podrían estar siendo víctimas de una cacería más sanguinaria que la que han dejado a su paso: « —Mi hija y yo —según la señora Vélez (a Radio Carve)— pasamos todo el tiempo en el fondo de la cocina y por las cañerías oíamos los gritos y las risas de estos muchachos. Los cazan como a ratas… Me dieron lástima, no se mata así a un cristiano…».
Pero pronto se disipa ese conato de compasión al tener lugar uno de los hechos que marcan a esta novela y la convierten en un icono del género: la quema del dinero. Atrincherados, malheridos y sin posibilidad de escape, los asaltantes deciden prender fuego al dinero robado para que su muerte tenga algún sentido, y de alguna manera, aquel robo perjudique a su enemigo. Lo que ocurre es que el dinero no es una vulgar moneda de cambio, sino un símbolo totalizador que mueve a la sociedad moderna. El Estado practica su particular terrorismo en busca de dinero; los delincuentes quieren dinero para vivir mejor y darse todo tipo de lujos; el detective se mueve por dinero. El dinero es, por tanto, una absurda lacra, la utopía de tener, frente a ser: el denominador común que une a inocentes y culpables a ambos lados de la justicia.
La quema del dinero condena a los protagonistas, tanto a su muerte, como a la culpabilidad, incluso de manera más fuerte que sus asesinatos. Novela como constructo heteroglósico, como rebeldía al dictado monológico institucional, como laboratorio lingüístico en el que Ricardo Piglia hibrida géneros discursivos, rompe moldes y consigue crear realismo y ritmo a base de desglosar el lenguaje y fragmentar el tiempo.
BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA
—El género policial. Evolución y problemáticas. Unidad didáctica compilada por Antonio García del Río.
—PIGLIA, Ricardo; Plata quemada, Buenos Aires: Planeta, 1997. Edición consultada de LeLibros: file:///C:/Users/Heberto%20de%20Sysmo/Downloads/Plata%20Quemada%20-%20Ricardo%20Piglia.pdf
[1] Este testimonio confirma la tesis de que en las cárceles o sanatorios los individuos empeoran su estado mental o moral.
José Antonio Olmedo López-Amor (Valencia, España), es escritor, poeta, crítico literario, articulista, cronista y divulgador científico. Titulado en Audiovisuales, cursa Estudios Hispánicos, Lengua Española y sus Literaturas en la Universidad de Valencia. Miembro de la Academia Norteamericana de Literatura Moderna Internacional. Traduce a castellano a poetas portugueses contemporáneos, como: Victor Oliveira, Sara F. Costa o Tatiana Faia. Estudia preceptiva de haiku en la Fundación “Centro de Poesía José Hierro” de Getafe, donde fue alumno de Vicente Haya. Sus artículos sobre poesía japonesa son publicados en la prestigiosa Gaceta Literaria Hojas en la Acera. Miembro del consejo editorial y Delegado Territorial en Valencia de Todoliteratura.es. Codirector y cofundador de Crátera. Revista de Crítica y Poesía Contemporánea, donde también ejerce como crítico literario. Pertenece a la red mundial de escritores en español (REMES). Pertenece a la red de escritores por la tierra (RIET). También es miembro del Movimiento de Escritores pro Derechos Humanos de Valencia.
Como poeta y bajo su seudónimo Heberto de Sysmo ha publicado los libros: Luces de antimonio (Ateneo Blasco Ibáñez, 2011); El testamento de la rosa (Ediciones Cardeñoso, 2014) Finalista del VI Premio Nacional de Poesía “Poeta Juan Calderón Matador”; La soledad encendida (Ultramarina Cartonera, 2015); La flor de la vida. Elogio de la geometría sagrada (2016) Finalista de los Premios de la Crítica Literaria Valenciana 2017; Maldito y bienamado bibelot (Baile del Sol, 2017) ganador del II Certamen Nacional de Letras “Isabel Agüera” Ciudad Villa del Río; y Nubes rojizas (Unaria Ediciones, 2019). Ha publicado el libro de ensayo y crítica Polifonía de lo inmanente. Apuntes sobre poesía española contemporánea 2010-2017 (Lastura & Juglar, 2017), con prólogo de José Luis Morante. Ha publicado poesía en diversas antologías, entre las que destacan Cartografías de Orfeo (Editorial Isla Negra, Puerto Rico, 2014) y Diez voces de la poesía actual (Trirremis, 2018). En septiembre de 2019 publicará con el sello Ediciones Trea su libro de aforismos El monstruo en el camerino.
Algunos de sus premios o menciones son:
Ganador del VII Certamen Internacional de Poesía Fantástica Minatura 2015 por su poema titulado Del amor y la materia.
Ganador del 57 Certamen Poético “Fiesta de la primavera” 2015 de Amigos de la Poesía de Valencia por su obra Arenga musical.
Ganador del 1º premio de poesía del Ateneo Blasco Ibáñez de Valencia 2016 por su obra Tener por qué morir.
Ganador del Premio Internacional Limaclara de Ensayo 2016 por su obra El arte como herramienta social.
Ganador del Premio Nacional de las Letras “Isabel Agüera” Ciudad Villa del Río 2017 por su poemario Maldito y bienanamado bibelot.
Finalista de los Premios de la Crítica Literaria Valenciana 2017 modalidad poesía, por su obra La flor de la vida.
Su intensa labor como crítico literario especializado en poesía se disemina por más de cuarenta medios culturales, nacionales e internacionales, en papel y digitales, como: Los Diablos Azules (Infolibre) Revista de Letras (diario La Vanguardia, España), Crítica (Universidad Autónoma de Puebla, México), Periódico de Poesía (Universidad Nacional Autónoma de México), Sci-Fdi (Universidad Complutense de Madrid, España), Contrapunto (Universidad de Alcalá de Henares), La Galla Ciencia (España), El Coloquio de los Perros (España), Revista de las Ciencias del Lenguaje (Facultad de las letras y los Lenguajes de la Universidad Ammar Telidji de Laghouat, Argelia) y CaoCultura (España).
José Antonio ha prologado los poemarios: La herida del tiempo, El hombre deshabilitado, Sonanta de siervo, Sonora disciplina, III Encuentro Internacional de Poetas Ciudad de Valencia (antología) y el libro de ensayo La poesía es cosa de burros.
En 2016 publicó su primer relato titulado “El cuadro negro” en la antología Herederos de Cthulhu (Kokapeli Ediciones).
Su ensayo titulado “Valencia rima: situación actual de la poesía en Valencia” ha sido publicado en la compilación de ponencias Jornada sobre la poesía valenciana actual, publicado por el Consejo Valenciano de Cultura (2017).
En 2016 impartió la conferencia “¿Cómo participamos de una naturaleza geométrica? Propuestas poéticas de la geometría sagrada al hombre integral” en el Ateneo Científico, Artístico y Literario de Madrid.
Algunos de sus poemas han sido traducidos a otras lenguas, como el inglés, griego moderno, alemán, rumano, hindustaní e italiano.
Blog del autor: https://acropolisdelapalabra.wordpress.com/