El Sr. Yeats y la palomilla cósmica. Por Gilbert Keith Chesterton

 

 

 

 

 

 

Este ensayo aparece publicado en la obra El regalo de Harun al-Rashid (El Tucán de Virginia, 2018). Agradecemos al poeta, crítico, traductor y editor, Víctor Manuel Mendiola, quien también forma parte de la Consejería Editorial de la Revista Literariia Taller Igitur, la autorización para reproducir este valioso documento cuya traducción es de su autoría.

 

 

 

 

El Sr. Yeats y la palomilla cósmica[1]

 

Gilbert Keith Chesterton

Traducción de Víctor Manuel Mendiola

 

 

El Sr. W. B. Yeats ha alcanzado, con poca o ninguna oposición, el primer lugar entre los poetas que hoy escriben de manera valiosa y es de esperar que la gente pague el tributo de ya no considerarlo más un descubrimiento, lo que ha sido un truco común desde Lady Gregory hasta George Moore. Su maestro, William Blake, es un ejemplo melancólico de cómo un hombre puede apartarse de su trono, como un clásico, por el rechazo de sus admiradores de otorgarle el cumplido supremo de la crítica. Mientras que el gran Wordsworth, aunque mucho más pequeño, es censurado y se rebela en contra como rey, Blake todavía recibe caricias igual que un niño. Un reducido grupo está sorprendido por su encantadora inteligencia y sus extravagantes errores, aun mucho tiempo después de haber adquirido la independencia y la responsabilidad de un gran hombre. Éste es el único peligro posible para el SR. Yeats. Él ha sobrevivido largo tiempo a los chistes baratos sobre el misticismo. Sólo sus admiradores pueden mantenerlo fuera del panteón.

En realidad, es una contradicción en los términos hablar estimación de un poema en prosa. Cualquier apreciación tolerable de un poeta, si es necesario escribirla, sólo podría suceder en una imitación del estilo propio de los poetas. Si hablamos de manera apropiada, deberíamos abrir la descripción de la personalidad de Browning con la siguiente frase:

El roble de Inglaterra: a pesar de las raíces torcidas,

Grotescas gárgolas, y los brazos alzados hacia las estrellas

Para una pintura del Sr. Swinburne debemos comenzar con unas líneas como:

¡Oh! Amargo, ¡oh! Generoso maestro,

Enfermo de un cambio inmutable

Escribir un poema sobre los poemas del Sr. Yeats, como él lo escribiría, es una tarea de gran sutileza. Pero si de verdad quisiera decir lo que pienso de su posición, mi poema diría:

El trabajador de la triste plata y el pálido oro

Quien construyó las siete puertas del país de as hadas.

Cuando pensamos en el Sr. Yeats pensamos instintivamente en él como un constructor de puertas. Él no es habitante del país de las hadas, y ningún poeta ha soportado más claramente la pesada carga del corazón del hombre. Pero al mismo tiempo ningún poeta ha comprendido de modo tan claro esas intuiciones que todos hemos experimentado en forma vaga, esas intuiciones que parecen decir que ciertos lugares son el peso de otras tierras: a diez metros de nosotros los árboles tienen un extraño sesgo, las flores un raro tinte, toda la escena posee un desconocido silencio. Algunas veces esta frontera olvidada es un bosque, en ocasiones un pozo, otras una calle pedregosa. Pero el Sr. Yeats las ha marcado todas con sus puertas. En uno de sus más característicos poemas, Las aguas sombrías, él abre las esclusas al mar.

Es su actitud hacia este mundo desconocido donde encontramos el más sorprendente significado del Sr. Yeats. Él marca un vasto y singular cambio que ha llegado a todo el mundo. Durante la primera mitad de la pasada centuria, desde los tiempos de Shelley hasta los de Swinburne, los ardientes y estetizantes poetas se rebelaron contra lo maravilloso y cantaron devotas alabanzas a lo natural. Pero ahora vemos cómo una gran parte de la secularización de Shelley y Swinburne provenía de un amor juvenil por las ventanas rotas y, en especial, por los vitrales despedazados. El viejo orden desapareció. En su lugar vino otro, el de los agnósticos, quienes reclamaron establecer los límites del conocimiento como la Iglesia había fijado los de la fe. Frases como “las cosas más allá del poder de la decisión humana” y “preguntas que nunca pueden ser resueltas” eran tan comunes en los labios de los principales agnósticos como la Biblia en los de los evangelistas. Por ciertas misteriosas razones, nadie parece haber notado que definir los límites del conocimiento humano era mucho más irracional y dogmático que creer en los indultos sellados de Joanna Southcote. En cualquier caso, la elevación del racionalismo a maestro universal ha contribuid, no en pequeña medida, a revivir la hipótesis espiritual y, sobre todo, el renacimiento de la raza perversa de los poetas.

Los dictadores científicos han sido los más extrañados ante el resultado natural de su propio veto. Por transformar la fe en un pecado la han convertido en un placer. Arrastrados a cielo, como los súbditos de Luis XIV, los estetas modernos reptan en el paraíso con todo el deleite de los intrusos. Para los primeros de estos muchachos salvajes es el Sr. Yeats, quien arranca con sus propias palabras

Las doradas manzanas de la luna

Las doradas manzanas del sol.[2]

con todo el éxtasis de un muchacho que roba de un huerto.

Esto no es característico del SR. Yeats. Muchos de sus dramas son admirables poemas, pero el atractivo de sus obras depende en gran medida de nuestra aceptación de la nueva institución del “drama de las emociones”. Quizá la mejor manera de resumir las limitaciones de este drama, expresado en las obras de Yeats, sea decir que sería conveniente y admirable representarlo en un teatro de juguete.[3] Para resaltar los encantos de los juegos sólo es necesario un paisaje exquisito, majestuosas figuras inmóviles, un poco de fuego azul y verde y el Sr. Yeats mismo para pronunciar las palabras de forma correcta debajo de la mesa. De modo manifiesto, todo esto separa las obras de Yeats de cualquier cosa que entendemos por drama, del más moderno al antiguo.

Difícilmente podría, por ejemplo, presentar las obras noruegas con cartón y abalorios en el Drama Juvenil de Skelt. Es posible crear una serie llamada 2Ibsen para jóvenes”. En ella, las figuras deben estar recortadas en melodramáticas poses: Gregers Werle, a horcajadas, apunta a derecha e izquierda de manera simultánea, pero palidece ante la lujosa penumbra del “Dr. Ranke” (segundo vestido). Sin embargo, apenas puedo pensar si sería un éxito o si el educador moderno, consumido en una eterna impaciencia, podría tomar el esquema para enseñar a los bebes calvos a cepillarse el pelo. Muchas de las obras de Yeats serían mejores si las figuras fueran una raza de muñecos dignificados bajo el control de un ventrílocuo trascendental. El árbitro pero inquietante simbolismo del Sr. Yeats, una suerte de heráldica, haría la tarea deliciosa de dibujar y colorear. Pletóricos de alegría deberíamos pintar el barco de vela con los tres sabuesos “y uno negro y otro rojo y otro más blanco con las orejas rojas”.[4] En cuanto al lirio plateado en el pecho AEngus, no deberíamos pintarlo en absoluto; deberíamos recortarlo en el papel plateado y pegarlo en el héroe inmóvil. Algunos dirán que esto fue reductio ad absurdum del drama de las emociones. No lo creo, porque yo no puedo ver nada absurdo en este teatro de juguete. Muy nativo y en conexión no sólo con la teología sino mucho más con el espíritu medieval, el trabajo del Sr. Yeats es la consideración del carácter finito de todas las cosas, incluso del cielo y la tierra. De manera superficial podría decirse que el hombre imaginativo, tiene que ver con la eternidad, pero no es así. La imaginación tiene que ver con las imágenes, es decir, con las formas, y la eternidad no tiene forma. En el Sr. Yeats, lo finito es perpetuamente golpeado: el barco de Forgael flota a la deriva hasta el último mar, donde “el tiempo y el mundo y todas las cosas desaparecen.”

Este modo de abordar el final de todas las cosas deja una profunda melancolía en todo el trabajo del poeta. Yo confieso que para mí no hay nada tan insoportable como estos límites. Y quejarse de la juventud porque tiene principio y fin es como lamentarse de que una vaca tiene cabeza y cola. Una idea debe ser límite. Sobre todo no tengo simpatía alguna por ese pesimismo antiguo y débil que saca ventaja dela desmesura del universo. Así como el tamaño de las estrellas no nos hace insignificantes, el tamaño de un microbio no nos hace divinos. La belleza de la vida está en ella misma y es indestructible, ya dure el tiempo de un planeta o tarde el solo de un violín. Si es verdad que para los dioses

Los ejércitos son caminos blancos

Y los hombres olvidados, y las frías estrellas

Que han hecho todo son polvo en el ala de una palomilla,[5]

 

y si nosotros adoptamos esta imagen del Sr. Yeats y concebimos el cosmos como una palomilla —sus alas chispeantes con lunas y estrellas revolotean en el oscuro vacío—, entonces la única cosa que debemos decir es que la palomilla es un espécimen muy fino. O es, al menos, mejor que una interminable oruga.

 

 

 

[1] Tomado de América, julio 22, 1916. Vol. XV, No. 15.

[2] Chesterton cita mal a Yeats. Estos versos provienen de “La canción del vagabundo Aengus”: The silver apples of the moon/ The Golden apples of the sun [n. del ed.].

[3] Chesterton asoció el juego con la inmortalidad. Por esa razón, en el ensayo “El teatro de juguete”, el autor de El hombre que fue jueves, expresa el deseo de sólo divertirse en otra vida con la puesta en escena de una dramatización infantil. Esta forma de esparcimiento fue muy popular en el siglo XIX y consistía esencialmente en una representación de figuras de papel movidas con palitos. Cfr. Gilbert Keith Chesterton, “El teatro de juguete” en https://gredos.usal.es/jspui/bitstream/10366/119670/1/EB21_N173_P46-48.pdf [n. del ed.]

[4] One dark and one red and one White with res aers. Probablemente este verso pertenece a una de las primeras versiones de The Shadowy Waters [n. del ed.]

[5] Armies are White roads/ And unforgotten names, and the cold stars/ That have made all are dust on a moth’s wung. W. B. Yeats, The Shadowy Waters, 1906. En algunas ediciones sólo aparece el verso “Are dust on the moth’s wing; that nothing matters”. También aparece esta fórmula en “The Song of Wandering Aengus” y en un texto sobre Lady Gregory [n. del ed.].

 

 

 

 

 

 

 

Gilbert K. Chesterton (Londres, 1874-Beaconsfield, 1936), fue uno de los grandes escritores de la literatura inglesa. Chesterton destacó en todos los géneros literarios, en la novela, la poesía, el periodismo, la biografía, el libro de viajes; pero especialmente en el menos convencional y menos cerrado de todos, el ensayo. Sin duda el ensayo era el género que más convenía a su peculiarísima personalidad humana y artística. Porque Chesterton siempre fue polémico y polemista, es decir, un hombre curioso y apasionado para quien no había asunto que no pudiera o no debiera ser tema de discusión. Tal y como Chesterton afirmaba, «no hay cosas sin interés. Tan sólo personas incapaces de interesarse». Este humor y peculiar visión de las cosas, hizo que fuera conocido como «el príncipe de las paradojas».
Gilbert Keith Chesterton, nació en el seno de una familia de clase media. Sus padres, Arthur Chesterton y Marie Louise Grosjean tenían una agencia inmobiliaria y topográfica ubicada en la localidad de Kensington, si bien, su verdadera pasión era el arte y la literatura. Gilbert Keith nació en Campden Hill, Londres, el día 29 de mayo de 1874, tal y como el mismo relata en su autobiografía. Los padres de Chesterton no eran devotos creyentes, y ambos aceptaron bautizar a Gilbert por una mezcla de presión social y tradición familiar, ya que realmente se definían como «librepensadores» al estilo de la época victoriana. El bautismo tuvo lugar en una pequeña iglesia anglicana llamada St. George.
Su educación se iniciaría en la preparatoria «Colet Court», en 1881; a esta escuela asistiría hasta 1886, ya que en enero de 1887 ingresó a un colegio privado «St. Paul» en Hammersmith Road. Gilbert describiría el sistema educativo, como «ser instruido por alguien que yo no conocía, acerca de algo que no quería saber». En 1893 comenzaría sus estudios de dibujo, pintura y literatura en la «Slade School of Art», adscrita al University College London. Allí, se volvió un dibujante con talento y más adelante llegó a contribuir con ilustraciones tanto para sus propias obras, como a las de amigos, como es el caso del poeta Hilaire Belloc. Sin embargo, en 1896, decide abandonar, estos estudios superiores, para dedicarse al periodismo. Ese mismo año, Chesterton se hizo periodista por cuenta propia y crítico literario, -comenzando a recibir encargos del editor londinense Redway- al tiempo que trabaja como editor de literatura espiritista y teosofía, asistiendo a reuniones de ambos campos. Es en esta época cuando Chesterton publica su primer libro, The Wild Knight (1900), un poemario escrito a los 26 años de edad, publicado en el año por Espuela de Plata bajo el nombre Lepanto y otros poemas, en el año 2003.

 

 

 

 

 

 

Víctor Manuel Mendiola. Nació en la Ciudad de México en 1954. Ha publicado, entre otros, los libros de poesía: Vuelo 294 (1997, FCE); Papel revolución (2000, Ediciones sin Nombre); Tan Oro y Ogro (antología, 2003, UNAM); Tu mano, mi boca (2005, Editorial ALDUS); y Selected Poems (Shearsman Books 2008). Los ensayos: Xavier Villaurrutia: la comedia de la admiración (2006, FCE); El surrealismo de Piedra de Sol, entre peras y manzanas (2011, FCE); y “El ángel que acompañó a Tobías” (ensayo histórico literario sobre “La suave Patria” de Ramón López Velarde) en La suave Patria de Ramón López Velarde (2013, Ediciones el Tucán de Virginia). Fue becario del Centro Mexicano de Escritores bajo la dirección de Salvador Elizondo y Juan Rulfo. Fue escritor residente en el Centro de Artes de Banff, Canada, 2001. Es editor de Ediciones El Tucán de Virginia. Ha sido becario del Sistema Nacional de Creadores. Obtuvo el Premio Latino de Literatura 2005 por el libro Tan oro y Ogro, que otorga el Instituto de Escritores Norteamericanos de New York. En el año 2010 obtuvo el Primer lugar en el Certamen Internacional de Literatura Sor Juana Inés de la Cruz con la novela 4 para Lulú, reeditada por Alfaguara en 2012. Actualmente escribe la columna “Poesía en Segundos” del suplemento Laberinto del periódico Milenio.