El mar y la muerte de García Lorca. Por Efraín Huerta
Este artículo periodístico fue publicado en el libro Palabra frente al cielo. Ensayos periodísticos (1936-1940), editado por Difusión Cultura-UNAM. Edición, compilación, selección, prólogo y notas a cargo de la poeta Raquel Huerta-Nava, pp. 441-443.
El mar y la muerte de García Lorca
Efraín Huerta
Fue una casualidad —maldita casualidad entonces— el enterarme de la muerte de Federico García Lorca. Navegando rumbo al puerto de Progreso, cayó en mis manos un periódico de los primeros días de septiembre.[1] Ahí, con sequedad cablegráfica, se daba la noticia desquiciante. En Granada, los fascistas habían fusilado al primer poeta español, por considerarlo enemigo de la “sagrada causa civilizadora” defendida por ellos la forma en que lo estamos viendo desde hace más de tres meses.
Se cubrían de gloria asesinando —ASESINANDO— a uno de los hombres más inteligentes del mundo, uno de los mejores dramaturgos del mundo, a uno de los más grandes líricos de los últimos tiempos: al granadino autor de Canciones, Poema del cante jondo, Romancero gitano —que había alcanzado ya cerca de diez ediciones—, y del Llanto por Ignacio Sánchez Mejía, al autor de Yerma, Bodas de sangre. Doña Rosita la soltera o el lenguaje de las flores, La zapatera prodigiosa y otras obras teatrales que le estaban dando categoría de dramaturgo de primerísima línea; habían asesinado, como de costumbre y por sistema lo hacen, creador de la “Oda a Walt Whitman”, la “Oda al rey de Harlem” y la “Gacela de la terrible presencia”; habían sacrificado en aras de la barbarie del siglo XX al más significativo de los artistas de habla española; habían, por último, despedazado el cuerpo de un poeta que no se escondió jamás y que tiempo tuvo para hablar a los Trabajadores del Arte en un lugar que geográficamente es el centro de España. Y les habló como artista que eludía la responsabilidad caída sobre él, como recio varón revolucionario y comprensivo del momento vivido.
En tanto, el mar continuaba lleno de inquietantes espumas, dando a mi sufrido cerebro un intento de consuelo pasajero y vano. No era posible; los pájaros caían muertos sobre cubierta, avisando de una tierra próxima, tierra ansiada y deseada, pero inexistente en tales momentos; la alegría de los camaradas seguía reñida con el mal tiempo, con los mareados, con la corta comida y el ningún beber; seguía y seguía el mar, amplio, amoroso, como siempre debe ser, “viejito” y lento, o furioso y rebelde, pero mi corazón daba vueltas; recordando lo que de Federico nos había contado Alberti; lo que de Federico nos había descrito Salvador Novo; lo que de Federico sabíamos recientemente por los diarios de Sudamérica y las revistas españolas como Caballo verde para la poesía, que dirigía el chileno Neruda; recordando, con lágrimas casi, las cancioncillas lindas que de memoria nos sabemos los interesados de verdad.
Y el mar continuaba exhibiendo sus espumas plateadas. Yo estaba positivamente desesperado; Héctor Montiel, Sánchez Cárdenas y otros camaradas apenas lograron adivinar mi sentimiento. Me podía como joven la muerte de un poeta Maestro, de un revolucionario de sangre y vísceras. Me dolía la muerte de García Lorca.
Pero los colmillos fascistas estaban listos para devorar más hombres. Persistían en su voracidad de hienas.
Ese día, llegando a Progreso, sentí la presencia de Federico García Lorca sobre la península de Yucatán. Ahora doy lo que en ese momento sentí. Lo doy, también, como revolucionario y artista.
[1] El 9 de septiembre de 1936 el Diario del Sureste publicó la noticia en primera plana.
EFRAÍN HUERTA (1914 - 1982). Nació en Guanajuato el 18 de junio de 1914; murió en 1982. Hizo sus primeros estudios en León y Querétaro. En la ciudad de México cursó la preparatoria y los primeros años de la carrera de leyes. Fue periodista profesional desde 1936 y trabajó en los principales periódicos y revistas de la capital y en algunos de provincia. Fue también crítico cinematográfico. Perteneció a la generación de Taller ¡1938-1941), revista literaria que agrupó entre otros, a Octavio Paz, Rafael Solana y Neftalí Beltrán. Viajó por los Estados Unidos y Europa. El gobierno de Francia le otorgó en 1945 las Palmas Académicas. En 1952 visitó Polonia y la Unión Soviética. Dentro del grupo que integró la generación de Taller, Efraín Huerta se distinguió por su sana conciencia lírica, por su apasionado interés por la redención del hombre y el destino de las naciones que buscan en su organización nuevas normas de vida y de justicia. Sus primeros libros: Absoluto amor y Línea del alba están incluidos en Los hombres del alba, además de su obra publicada en revistas hasta 1944. El amor y la soledad, la vida y la muerte, la rebeldía contra la injusticia, su lucha contra la discriminación racial, la música de los negros, la política y la ciudad de México, son los temas más frecuentes de su poesía. Recibió el Premio Nacional de Poesía en 1976.
"Efraín Huerta es uno de los poetas más importantes del siglo veinte en América Latina. Su exquisito manejo del arte poética aunado a su vitalidad expresiva lo convierten en uno de los epígonos de su generación. Es un poeta de ruptura; inmerso en su transcurrir histórico no duda en utilizar las técnicas neo-vanguardistas en forma magistral, creando espacios que no habían sido descubiertos en la expresión poética. Inmerso en una "estética de la impureza" , contrapuesta a la "poesía pura". Efraín Huerta se consideraba "el orgullosamente marginado, el proscrito", comprometido, como todo artista auténtico, con su propia conciencia. El poeta de la rebeldía, cuya obra recupera cada vez más la fuerza expresiva al paso del tiempo, es también el poeta del amor.
Su poesía tiene muchas vertientes y nos ofrece innumerables lecturas, bebamos aquí de la vertiente luminosa de su amor, de la patria de su corazón y de su juventud que lo llevó a trascender su generación cronológica como uno más de los poetas nacidos décadas después. Es el suyo un caso extraño por su constante ruptura con los moldes y por eso falta la distancia para comprenderlo en su justa medida y trascendencia dentro de la historia literaria del siglo veinte". (Raquel Huerta-Nava, Chapultepec, enero de 1998).
Federico García Lorca (Fuentevaqueros, 5 de junio de 1898 – camino Víznar a Alfacar, 1936). Poeta y dramaturgo español, adscrito a la generación del 27. Desde pequeño entra en contacto con las artes a través de la música y el dibujo. En 1915 comienza a estudiar Filosofía y Letras, así como Derecho, en la Universidad de Granada. Forma parte de El Rinconcillo, centro de reunión de los artistas granadinos donde conoce a Manuel de Falla. Entre 1916 y 1917 realiza una serie de viajes por España con sus compañeros de estudios, conociendo a Antonio Machado y que inspiran su primer libro Impresiones y paisajes (1918). En 1919 se traslada a Madrid y se instala en la Residencia de Estudiantes, coincidiendo con numerosos literatos e intelectuales. Allí, empieza a florecer su actividad literaria con la publicación de obras como Libro de poemas (1921) o El maleficio de la mariposa (1920). Junto a un grupo de intelectuales granadinos funda en 1928 la revista Gallo,de la que sólo salen 2 ejemplares. En 1929 viaja a Nueva York, plasmando este viaje en Poeta en Nueva York, que se publicaría ya fallecido el autor en 1940. Dos años después funda el grupo teatral universitario La Barraca, para acercar el teatro al pueblo mediante obras del Siglo de Oro. Otro viaje a Buenos Aires en 1933 hace crecer más su popularidad con el estreno de Bodas de Sangre y a su vuelta a España un año después sigue publicando diversas obras como Yerma o La casa de Bernarda Alba (1936) hasta que en 1936, en su regreso a Granada es detenido y fusilado por sus ideas liberales. Escribe tanto poesía como teatro, si bien en los últimos años se vuelca más en este último, participando no sólo en su creación sino también en la escenificación y el montaje. En sus primeros libros de poesía se muestra más bien modernista, siguiendo la estela de Antonio Machado, Rubén Darío y Salvador Rueda. En una segunda etapa aúna el Modernismo con la Vanguardia, partiendo de una base tradicional. En cuanto a su labor teatral, Lorca emplea rasgos líricos, míticos y simbólicos, y recurre tanto a la canción popular como a la desmesura calderoniana o al teatro de títeres. En su teatro lo visual es tan importante como lo lingüístico, y predomina siempre el dramatismo.