Dostoievski y Tolstói ante el amor, la paz y la felicidad. Por Claudio Rodríguez Fer
Dostoievski y Tolstói ante el amor, la paz y la felicidad
Por Claudio Rodríguez Fer
Dostoievski, quien afirmó en más de una ocasión que la felicidad es compatible con el sufrimiento, asistió en 1880 a la inauguración del monumento conmemorativo en honor de Alexander Pushkin en Moscú, donde pronunció una conferencia más ética, sociológica y antropológica que crítica, literaria e histórica sobre el destino de Rusia en el mundo a partir de la referencial novela romántica Evgueni Oneguin, en la que precisamente comparecen los temas de la felicidad y del sufrimiento.
Dostoievski cuestiona en dicha conferencia la felicidad egoísta, contraponiendo el arrogante, frívolo, voluble e inmaduro protagonista de la novela de Pushkin, con la sencilla, profunda, firme y madura Tatiana, deseada por este, representando en ellos, respectivamente, el ansia libertina del materialismo occidental y la conciencia humanista del pueblo ruso. Tras un frustrante encuentro prematuro, Oneguin ofrece a Tatiana, cuando ella ya está casada con un hombre mayor y se encuentra prestigiosamente instalada en la sociedad, la felicidad de gozar con él de amor y juventud (la huida romántica que aceptó, por ejemplo, Anna Karenina en la novela homónima), pero ella lo rechaza porque su conciencia no le permite disfrutar de la felicidad propia a costa de la infelicidad de otra persona (evitando inteligentemente también así padecer el vacío, el hastío y la desilusión que acabará sufriendo la heroína de Tolstói). Por eso se pregunta Dostoievski: “¿Acaso puede alguien cimentar su felicidad en la desgracia ajena? La felicidad no reside sólo en las delicias del amor, sino también en la armonía suprema del alma. ¿Dónde hallará reposo el espíritu si ha dejado a sus espaldas un acto deshonroso, despiadado e inhumano? ¿Podría abandonarlo en aras sólo de su felicidad? Pero ¿qué felicidad es esa que se basa en la desgracia ajena?”.
El piadoso Dostoievski no admite la deshonra de ningún ser humano, aunque se trate de “un individuo poco digno, hasta ridículo a ojos de muchos, no algún Shakespeare, sino simplemente un anciano honrado, casado con una mujer joven, en cuyo amor tiene una fe ciega, aunque no conozca su corazón”, ya que no acepta "una felicidad fundamentada en el sufrimiento de un ser", pues le es imposible separar la felicidad de la compasión por los demás, como incluso demuestra su personaje Raskolnikov arrepintiéndose en Crimen y castigo del asesinato de la prestamista.
Dostoievski rechaza que el fin justifique los medios, tanto los del egoísmo individualista, que busca satisfacer el bienestar particular sin importarle la desdicha ajena, como los del colectivismo deshumanizado, que busca imponer el bienestar general sacrificando cuantas libertades y vidas sea preciso para alcanzar la supuesta perfección social. Para él, la felicidad no puede nunca serlo de verdad si es a costa del engaño, de la traición, del dolor, de la injusticia, de la opresión o de la muerte de alguien inocente. Así lo expone en Los hermanos Karamazov, cuando hace que el crítico Iván, que rechaza las injusticias creadas por un Dios culpable, le pregunte al devoto y perplejo Alexis, sabiendo que este no podrá aceptar el sacrificio de la inocencia: "imagina que los destinos de la humanidad estuvieran en tus manos; que para proporcionarle la definitiva felicidad, la paz y el descanso te fuese indispensable martirizar, aunque fuese a una sola criatura, la niña que se golpeaba el pecho con sus puñitos, llena de horror, por ejemplo, fecundando con esas tiernas lágrimas la futura armonía, dime, ¿querrías fundar en esas condiciones tal felicidad?". Pregunta para la que, desde luego, solo existe una sola respuesta humanista.
Pero si Dostoievski explica perfectamente lo que no puede ser la felicidad, Tolstoi explica perfectamente lo que lo es.
En efecto, hay también en la obra de Tolstói una preocupación constante por la felicidad, sobre todo espiritual, pero también integral, como se evidencia en Guerra y paz. De hecho, la casa de la familia Rostov representa inicialmente un Carpe Diem que incita al amor identificándolo como la principal causa de felicidad: "Ésta es la única verdad de este mundo. Todo lo demás son tonterías. Y aquí solamente nos ocupamos de amar". Y, además, esta actitud, con tantas reminiscencias de la propia casa de Tolstói, provocaba una sensación contagiosa en los visitantes: "Todos los jóvenes que acudían a casa de los Rostov, al contemplar aquellos rostros jóvenes, móviles, sonrientes a cualquier cosa -probablemente a su misma felicidad-, al ver aquel animado movimiento, al oír aquel charloteo inconsecuente pero tierno para todos, al oír las canciones y la música, sentían la misma atracción del amor, el mismo deseo de felicidad que experimentaban los jóvenes habitantes de la casa de los Rostov".
El amor tiene además el don de provocar todos los bienes y de conjurar los males, como le ocurre a la joven protagonista de Guerra y paz: "Natacha no había sido nunca tan feliz. Estaba embriagada de felicidad, hasta ese punto en que las personas se vuelven dulces y buenas del todo y no creen en la posibilidad del mal, de la desgracia, del dolor". Por eso el amor vuelve a la persona que lo vive generosa y desprendida, como cuando Natacha Rostova ve "torvo y desventurado" a su amigo Pierre Bejúzov y no solo quiere consolarlo, sino "darle el exceso de su felicidad". Por ello, la felicidad se percibe con la sola presencia o proximidad de la persona amada, que parece emitir efluvios sensorialmente benéficos, como le parece a Pierre al encontrarse con Natacha: "De improviso experimentó una sensación de felicidad. «Es ella que ha entrado», pensó". La razón de esta armonía es la fusión integral, sin escisiones, que provoca el amor, pues, al vivirlo, Bezújov "se transfiguraba; le parecía que ya no existía ni él ni ella, sino únicamente un sentimiento conjunto de felicidad".
Ahora bien, Pierre Bejúzov piensa que "hay que creer en la posibilidad de la felicidad para ser feliz", actitud positiva ante la vida que implica considerar, incluso nietzscheanamente, que "mientras se vive, hay que vivir y ser feliz". Tolstói incluyó una sabia cita de Dostoievski, a este respecto, en El camino de la vida: “El hombre es infeliz porque no sabe que es feliz”. Y en la misma obra antologó otro párrafo del mismo autor no menos aleccionador: “Si vives una vida verdadera, tendrás muchos enemigos, pero aun tus enemigos te amarán. La vida te deparará muchas desgracias, pero aun ellas te harán dichoso y bendecirás la vida y harás que los otros la bendigan también”.
En suma, para Dostoievski y para Tolstói, la felicidad, tanto la exterior, en relación con los demás, como la interior, en relación con la persona misma, es ética como la paz y vital como el amor, por lo que, en inevitable consecuencia, está siempre contra el abuso y contra el poder.
En la esquina de la Calle Dostoievski y el Pasaje de los Herreros de la entonces ciudad de Leningrado se musealizó durante la era soviética la última de las numerosas casas de San Petersburgo donde vivió Dostoievski y donde escribió Los hermanos Karamazov, reuniéndose en ella parte del legado del autor que se dispersó a raíz de la revolución bolchevique. También comenzó a ser musealizada por la misma época la villa veraniega alquilada por la familia Dostoievski en Stáraya Rusa, ciudad que aparece con el nombre de Skotoprigónievsk en Los hermanos Karamázov.
La finca de Tolstói en Yásnaia Poliana, con sus bosques, edificios, muebles, pinacoteca, biblioteca y tumba, se musealizó tras la muerte de aquel y se nacionalizó tras la revolución bolchevique, siendo dirigida primero por su hija Aleksandra y posteriormente por otros descendientes. Fue muy visitada antes, durante y después del comunismo, aunque el ejército alemán la ocupó brevemente durante la Segunda Guerra Mundial. También se musealizó la casa moscovita que habitó Tolstói con su familia en Jamóvniki, cerca de la cual se creó un museo estrictamente literario que custodia libros, manuscritos, retratos y grabaciones de voz del escritor. Además, existe un centro dedicado a exposiciones temporales sobre Tolstói en Pyatnitskaya y, fuera de Moscú, se hizo otro museo memorial en Astapovo, en cuya estación ferroviaria pasó sus últimos momentos y donde falleció.
Ojalá que las numerosas rutas organizadas a los lugares emblemáticos de Dostoievski y Tolstói, básicamente literarias, biográficas, históricas y turísticas, conduzcan subliminalmente a la utopía espiritual, ética, social y política de los irreductibles e inmortales pensamientos de sus protagonistas. Así tal vez lo percibió la actriz María Casares, que firmaba como “tu exiliada”, cuando le escribió fascinada a su amado Albert Camus, en 1956 y tras visitar la casa donde nació Dostoievski y el jardín donde reposa Tolstói, aludiendo a su “pasión rusa” por estos seres que supieron vivir mucho tiempo después de su muerte. Y así tal vez lo percibió, en una de las cartas remitidas a su amada durante su estancia rusa en el mismo año, el propio Camus, reconociéndose, acaso como yo y como todos los que hemos llegado hasta aquí, “hijo espiritual” de Dostoievski y Tolstói.
Claudio Rodríguez Fer, es poeta, narrador, autor teatral y ensayista en gallego e hispanista en castellano. Reunió su obra lírica en Amores e clamores, su obra narrativa en Contos e descontos y su producción visual y objetual en Cinepoemas y en Corpoética. Recibió, entre otros reconocimientos, el Premio de la Crítica Española por el poemario juvenil Tigres de ternura. Fue publicado en numerosos idiomas y su poema “A cabeleira” puede leerse en 65 lenguas de los 5 continentes: http://www.acabeleira.com/a_cabeleira_multilinge.html. Tradujo al gallego a Emily Dickinson y está traducido al castellano por Tera Blanco de Saracho en Icebergs (Micropoemas reunidos), con dibujos de Eugenio Granell (Del Centro Editores, 2015), y por Olga Novo en Anarquista o nada, con introducción de Lily Litvak (Amargord Ediciones, 2016).
Es director de la Cátedra Valente de Poesía y Estética de la Universidad de Santiago de Compostela, donde también dirige la revista Moenia, y fue profesor visitante en Universidades de Nueva York, París y Bretaña, donde es Doctor Honoris Causa. Coordina con Carmen Blanco los cuadernos interculturales Unión Libre y publicó, disertó y recitó en numerosos lugares de Europa, América y África. Especializado en la obra de su amigo Valente, elaboró numerosas ediciones de y sobre su poesía, además de recopilar sus Ensayos completos. Así mismo, es autor de libros, ediciones y ensayos sobre Dostoievski, Machado, Borges, Neruda, Cernuda, Goytisolo y muy numerosos autores gallegos (Castelao, Dieste, Fole, Cunqueiro, Pimentel, Granell, etc.).