Carta para llegar a Paradiso. Carta escrita a Eloísa Lezama Lima, de Juan Galván Paulin

 

 

 

 

 

 

El presente texto es una carta leída a Eloísa Lezama Lima, en octubre de 2000, en un evento anterior a la inauguración de la Exposición La vanguardia plástica en Cuba en el Museo de Arte Moderno de la Ciudad de México.

 

 

 

 

 

CARTA PARA LLEGAR A PARADISO

 

Juan Galván Paulin

 

Para Aída, siempre

 

 

Señora Eloísa Lezama Lima:

 

Si recordamos las palabras de Rialta a José Cemí, que regresa de su primer día en Upsalón {cito de memoria y no exactamente}: No antepongas el peligro por sustitución al peligro real que todo hombre debe enfrentar, la experiencia con Paradiso deberá presentársenos como el llamado a atender para iniciar la persecución de nuestro destino; el riesgo de esta novela es que nos hace intuir que, de penetrar en ella, podremos incinerarnos, o extraviarnos si abjuramos de cumplir sus jornadas: tragedia de la libertad en su albedrío.

¿Cómo no padecer su hechizo si su verbalidad apresa para incorporarnos a una concentricidad donde habitaremos nuestros abismos mediante una develación mistérica capaz sólo de la poesía? Leí por primera vez Paradiso –en la edición de Era- a los 22 años: un sacudimiento, un temblor y un pasmo; estaba frente a lo inefable; voz surgida de lo profundo para colocar ante los ojos la evidencia de lo incondicionado; una fulguración que desdibujaba mis certezas y comenzaba a matizar la incertidumbre de lo que de la existencia nos será dado como verdad inaplazable: nosotros mismos. Después leí Oppiano Licario… Ahora sé que con Paradiso reconocemos lo que el poeta nos señala como camino: un descenso al inframundo para iniciar el retorno hacia lo luminoso, una muerte para obtener, en el regreso a la superficie del hipogeo de la imago –la palabra lezamiana- una mirada ya no ajena a la realidad y sí cómplice en el drama del Otro.

Había encontrado un maestro que hablaba conmigo desde las eras imaginarias. Su hermano ya estaba muerto, señora Eloísa, pero resurrecto en la eucaristía que es preñarse de su imaginación, del pathos de la distracción ensimismada que lo llevó a crear, como un futuro que adviene hacia nosotros, una obra que se trasciende a sí misma en espiral hasta tocar el alma. Gracias a él pude comprender, sí, que lo poético es la única posibilidad que tenemos para entender la realidad como este instante en el que confluye simultanea la infinita existencia de todos los hombres, y que a esto lo podemos llamar la eternidad, lo cotidiano, único lugar posible para la manifestación de lo sagrado; la vida misma.

Otro recorrido me desollaba pausadamente. La lectura de su poesía era un aciago laberinto, un peregrinaje del que salía exhausto y al que volvía presuroso con el anhelo del amante que sospecha que todo tiempo lejos de quien se ama es un acabamiento más que una distancia. Al arribar a Muerte de Narciso me supe de pronto ante el milagro; un caudal de transmutaciones rezuma en cada verso; y todo desde ahí, desde la poliédrica duración de un poeta joven que devela su destino en la rueca del misterio, que toma esa hebra de Dánae para prolongarla del nacimiento a la resurrección; largo recorrido donde el germen del hombre se atisba en poesía larvaria de universos; entonces, deseo, ascenso hacia sí mismo para que el hombre se reconozca mito, verdad absoluta que se esconde en el pudor de denunciarse caído, no fáustica imprecación que busca sitio en el mundo, sino creatura que va del desamparo al sacrificio, que se sacramentaliza para salvarse. Tal desollamiento lo asume José Cemí; como el héroe, el poeta cumple y padece toda tarea humana y todo acto, toda aflicción, y los relata, no los premedita, los imagina, los crea y hace voz: no en su aspecto alienado por la comprobación ilustrada, sino evidencia de lo real por la metáfora.

¿Y todo eso desde dónde, doña Eloísa? Desde la alcoba de un joven poeta capaz de transmutar la medusa en caracol, de hacer del espejo un océano, un bosque para la venatoria verbal, un cosmos suficiente para derrotar al vacío y hacer de todo desierto una exuberancia donde el acanto es un abrazo y una mirada el lancetazo de lo numinoso. Todo desde ahí, desde el exceso de realidad que lo abrumaba pero que se incorporaba en él para ser expresado sistema poético; rito donde Paradiso y su obra toda nos señalan que el mundo es una revelación. Esto es Paradiso, cosmología donde la realidad, el recorrido de Cemí a la imagen del Coronel, a doña Augusta, a Rialta, a Oppiano Licario, desde el malecón de Fronesis y Foción y el tío Alberto hasta José Cemí el poeta, es una teofanía. ¿Todo esto desde dónde? Desde el sitial del poeta hombre, desde su humildad transmutada soberbia verbal o verbalidad soberbia, que retoma su cualidad de hierofante para hacer de lo poético una religiosidad, no ese culto luciferino de liturgias victorianas y santones edulcorados por la crítica del que tanto nos preciamos.

Junto a su hermano, sólo otro hombre pudo revelarme el sentido poético de lo real, su posibilidad de transmutarse en otra cosa sin dejar de ser la realidad misma. Este hombre, un indígena ñah-ñhu, un otomí, anónimo al que únicamente vi en una fulguración –como se presentan todos los Oppianos- también me enseñó el sentido que Paradiso posee como ceremonia iniciática: al comparar a un pez con una gitana me hizo habitar la realidad en su hierofanía; a partir de ese momento reconocí, en su súbito, lo que las eras imaginarias son para la existencia poética: lo mistérico como el plasma de lo real en su simultaneidad proteica; eso que llamamos tiempo es un estanque de aguas densas donde toda progresión es un inicio.

Desde entonces, desde Paradiso, desde su geografía imaginal, me es dado reconocer, con mis limitaciones mezquinas, la dimensión del hombre en la creación, en este paraíso caído que su hermano, José Lezama Lima, redime para nosotros, en el alivio que nos da la poesía, al descubrirnos que la realización del destino es un hesicasmo, y que éste no es otro que existir en el acecho que la inteligencia poética hace de lo real para que se manifieste por la imagen.

Intuición y mirada cosmoteándricas: apartamiento del velo de la Diosa para que, al mirarnos en su espejo,...los gusanos nieven o mueran en dos largas esperas.

 

30-31 octubre 2000

Juan Galván Paulin

 

 

 

 

 

 

Juan Galván Paulin (Ciudad de México 1955). Poeta, narrador y ensayista. Ha publicado, poesía: Ritual en Piedra, Desnudo peregrino de mi boca, La arena de sus huellas, Mi cuerpo germina temblor entre tus labios. Cuento: Fotografía del cementerio judío de Praga; De biznagas y otros nombres. Novela: Plumbago Polanco, El Viejo Roth, Dama León, entre otros. Colaborador de revistas y suplementos culturales  nacionales e internacionales. Es Coordinador académico de la Escuela de Escritores de México, donde imparte las materias: Construcción del imaginario y el sentido de la ficción, y Narrativas hispanoamericanas. En el Instituto Cultural Helénico imparte el Diplomado Religiones del Mundo, y el curso Experiencia Mística.

 

 

 

 

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