Ensayo

Carta del vidente, de Arthur Rimbaud. Traducción de Marco Antonio Campos.

 

Esta traducción está publicada en Iluminaciones (El Tucán de Virginia, 2017). Ensayo y traducción del poeta Marco Antonio Campos.

 

 

Carta del vidente

Traducción: Marco Antonio Campos

Arthur Rimabaud

A Paul Demeny

 

(En Douai) Charleville, 15 de mayo de 1871.

 

 

He resuelto darle una hora de nueva literatura. Comienzo enseguida con un salmo de actualidad:

 

[Se reproduce el poema “Chant de guerre parisien].

 

Y ahora, prosa sobre el porvenir de la poesía:

Toda poesía antigua linda con la poesía griega. Vida armoniosa. De Grecia al movimiento romántico —edad media— hay letrados, versificadores. De Ennius a Theroldus, de Theroldus a Casimir Delavigne, todo es prosa rimada, juego, apoltronamiento y gloria de innumerables generaciones idiotas: Racine es el puro, el fuerte, el grande. Se hubiera soplado sobre sus rimas, enredado sus hemistiquios, el Divino Imbécil sería hoy tan ignorado como el advenedizo autor de Orígenes. Luego de Racine, el juego enmohece ¡Ha durado dos mil años!

Ni broma ni paradoja. La razón me inspira más certezas sobre el tema, de modo que nunca se hubiera encolerizado sobre el tema, de modo que nunca se hubiera encolerizado un joven francés. Por otro lado, la libertad a los nuevos para execrar a los antiguos: se está en casa y se tiene tiempo.

Nunca se ha juzgado de un modo correcto al romanticismo. ¿Quién lo habrá juzgado? ¡Los críticos! ¿Los románticos? Que comprueban tan bien que la canción es pocas veces la obra, o sea, el pensamiento cantado y comprendido del cantor.

Porque yo es otro. Si el cobre se despierta clarín, no es por su culpa. Algo es evidente: asisto a la eclosión de mi pensamiento: lo miro, lo escucho: toco en el arco del violín: la sinfonía ejecuta su movimiento en las profundidades o llega de un salto a la escena.

¡Si los viejos imbéciles no hubieran encontrado del yo sino la significación falsa, no tendríamos que barrer estos millones de esqueletos que, desde un tiempo infinito, han acumulado los productos de su inteligencia cerrada, proclamándose autores!

En Grecia, dije, versos y liras, ritman: la acción. Después música y rima son juegos, mero recreo. El estudio de este pasado fascina a los curiosos: muchos hallan goce al renovar estas antigüedades: les pertenecen. La inteligencia universal ha lanzado siempre con naturalidad sus ideas. Los hombres recogen parte de estos frutos de la mente: se utilizan estos frutos, se escriben libros: tal iba la marcha, el hombre sin trabajar, sin despertar aún, o no aún en la plenitud de gran sueño. Funcionarios, escritores; autor, creador, poeta: ¡este hombre nunca ha existido!

El primer estudio del hombre que anhela ser poeta es su autoconocimiento total. Escudriña su alma, la inspecciona, la toca, la comprende. Desde que la conoce, debe cultivarla. Esto parece simple: en todo cerebro se cumple un desarrollo natural. ¡Cuántos egoístas se proclaman autores, y hay tantos otros que se atribuyen su progreso intelectual! Pero se trata de hacer el alma mostruosa a la manera de los robachicos. ¡Vaya! Imagínense un hombre encantador y cultivándose verrugas en el rostro.

Digo que es preciso ser vidente, hacerse vidente.

El poeta se hace vidente por un largo, inmenso y razonado desarreglo de todos los sentidos. Todas las formas del amor, de sufrimiento, de locura; él busca por sí mismo; agota en él tofos los venenos para conservar sólo las quintaesencias. Inefable tortura en la que necesita de toda la fe, de toda la fuerza sobrehumana, en la que él llega a ser entre todos el gran enfermo, el gran criminal, el gran maldito — ¡y el supremo sabio! — Pues él llega a lo desconocido: ¡puesto que él ha cultivado su alma, ya rica, más que ningún otro! Llega a lo desconocido, y cuando enloquecido, termina por perder la inteligencia de sus visiones, ¡él las ha visto! ¡Que reviente en su salto por las cosas inauditas e innumerables! ¡Vendrán otros horribles trabajadores: ellos comenzarán por los horizontes donde el otro se desplomó!

            —La continuación en seis minutos—

Aquí intercalo un segundo salmo fuera del texto. Acerque, por favor, un oído complaciente y todo el mundo quedará encantado. Con el arco en la mano empiezo:

 

[Se reproduce el poema “Mes petites amoureuses”].

 

Helo aquí, y fíjese bien, que si no temiera hacerle desembolsar más de 60 céntimos de aduana —¡yo, el pobre azorado,[1] que desde hace siete meses no he tenido un solo céntimo!, yo le daría aun mis Amantes de París, cien hexámetros, y mi Muerte de París, doscientos hexámetros![2]

            Continuo:

Sí, el poeta es realmente un ladrón de fuego.

Está cargado de humanidad, aun de la animal; debería hacerse sentir, palpar, escuchar sus invenciones. Si lo que trae de allá tiene forma él dala forma; si es informe, da lo informe. Encontrar una lengua.

¡Por demás, siendo idea cada palabra, llegará el tiempo de un lenguaje universal! Hay que ser académico —más muerto que un fósil— para perfeccionar un diccionario, de cualquier idioma que sea. ¡Unos débiles se pondrán a pensar en la primera letra del alfabeto, y con prontitud se despeñarán de locura!

Esta lengua será del alma para el alma, resumiendo todo, perfumes, sonidos, colores, el pensamiento enganchado al pensamiento, y hablando. ¡El poeta definirá la cantidad de desconocido despertándose en su tiempo en el alma universal, dará, más que la fórmula de su pensamiento, que la anotación de su marcha al progreso! ¡Enormidad volviéndose norma, absorbida por todos, él será verdaderamente un multiplicador del progreso!

Este porvenir será materialista, ya verá usted. Siempre plenos de número y la armonía, estos poemas estarán modelados para permanecer. En el fondo será todavía un poco la poesía griega.

El arte eterno tendrá sus funciones, como los poetas son ciudadanos. La poesía no rimará mas la acción: estará adelante.

¡Estos poetas serán! Cuando se haya roto la infinita servidumbre de la mujer, cuando ella vivirá por ella y para ella, el hombre también! ¿Sus mundos de ideas diferirán de los nuestros? La mujer hallará cosas extrañas, insoldables, repelentes, deliciosas. Y nosotros las tomaremos, las comprenderemos.

Esperándolo, podamos a los poetas lo nuevo, ideas y formas. Los hábiles creerán pronto hacer satisfecho eta petición, ¡no se trata de eso!

Los primeros románticos fueron videntes sin darse cuenta: el cultivo de sus almas comenzó por accidentes: locomotoras abandonadas pero humeantes, que estuvieron algún tiempo por la vieja sobre los rieles. Lamatine es a veces es vidente, pero estrangulado por la vieja forma. Hugo, demasiado cabezota, ha visto bien en los últimos volúmenes: Los Miserables, son un verdadero poema. Tengo Los Castigos a la mano; Stella da aproximadamente la medida de la visión de Hugo. Demasiado de Belmontet y de Lamenais, Jehovás y columnas, viejas enormidades reveladas.
¡Musset es catorce veces execrable para nosotros, generaciones dolorosas y presas de visiones, que su pereza de ángel ha insultado! ¡oh, los cuentos y los proverbios insulsos! ¡Oh, noches, oh Rolla, oh Namouna o la Copa! Todo esto es francés, es decir, detestable en sumo grado. ¡Francés, no parisiense! ¡Todavía una obra de este odioso genio que inspiró a Rabelais, a Voltaire, a Jean de la Fontaine, comentado por el señor Taine! ¡Qué primaveral el espíritu de Musset! ¡Encantador, su amor! ¡He aquí pintura al esmalte, poesía sólida! Se gustará mucho tiempo la poesía francesa, pero en Francia. Cualquier muchacho de una tienda está en condiciones de hilvanar un apóstrofe rollaque, todo seminarista guarda quinientas rimas en el secreto de una libreta. A los quince años, estos impulsos de pasión ponen en celo a los jóvenes, y a los dieciséis se contentan con recitarlos de memoria. A los dieciocho, o a los diecisiete aun, todo colegial con medios ¡perpetra un Rolla, escribe un Rolla! Algunos mueren tal vez al lograrlo. Musset no supo hacer nada. Sus visiones se daban tras la gasa de cortina; cerró los ojos. Francés, fatuo, arrastrado desde los cafetines a un pupitre del colegio, el hermoso muerto está muerto, y no valdrá la pena ya, desde ahora, despertarlo para nuestras abominaciones.

Los segundos románticos son muy videntes: Théophile Gautier, Leconte de Lisie, Théodore de Banville. Pero indagar lo invisible y escuchar lo inaudito es distinto a retomar las cosas muertas. Baudeliare es el primer vidente, rey de los poetas, un verdadero dios. Pero vivió aún en un medio demasiado artístico, y al forma, tan elogiada en él, es mezquina. Las invenciones de lo desconocido reclaman nuevas formas.

Despedazados en las viejas formas: entre los inocentes, A. Reanud, ha hecho su Rolla; los galos y los Musset, G. Lafenestre, Coran, C. L[3] Soulary, L. Salles; los escolares, Marc, Aicard, Theuriet; los muertos y los imbéciles, Autran, Barbier, L. Pichat, Lemoyne, los Deschamps, los Desessarts; los periodistas, L. Cladel, Robert Luzarches, X. de Richard; los fantasiosos, Catulle; Mendès; los bohemios; las mujeres; los atentos, León Dierx, Sully Prudhomme, Coppée —la nueva escuela, llamada parnasiana, tiene dos videntes, Albert Mérat y Paul Verlaine, un verdadero poeta.

Así, entonces, trabajo para volverme un vidente. Y acabemos con un canto piadoso:

 

[Se reproduce el poema “Accroupissements”].

 

Usted sería execrable si no me respondiese. Y pronto, porque acaso en ocho días esté ya en París.[4]

Hasta la vista.

 

 

[1] Ver su poema “Los azorados”.

[2] Los poemas no se han encontrado.

[3] Más bien Cl. (Claudius) Popelin, el amigo de Heredia A. Renaud, autor de Noches persas.

[4]

Marco Antonio Campos (ciudad de México, 1949). Cronista, ensayista, narrador, poeta y traductor. Ha sido profesor de Literatura en la uia (1976-1983); lector huésped de las universidades de Salzburgo y Viena (1988-1991); profesor invitado de Brigham Young University (1991) en las universidades de Buenos Aires y La Plata (1992) y la Universidad de Jerusalén (2003); jefe de redacción de Punto de Partida; director de Literatura de la Coordinación de Difusión Cultural; director en dos épocas de Periódico de Poesía, investigador del Centro de Estudios Literarios del iifl de la unam y coordinador del Programa Editorial de la Coordinación de Humanidades de la unam. Colaborador en distintas épocas de Confabulario (suplemento literario del diario El Universal), La Jornada Semanal (suplemento literario del diario La Jornada), La Semana de Bellas Artes, Periódico de Poesía, Proceso, Punto de Partida, Revista Universidad de México, Sábado (suplemento literario de Unomásuno) y Vuelta. Premio Diana Moreno Toscano 1972, a la promesa literaria. Premio Xavier Villaurrutia 1992 por Antología personal. Medalla Presidencial Pablo Neruda otorgada por el Gobierno de Chile en 2004. Premio Casa de América 2005 por Viernes de Jerusalén. Premio del Tren Antonio Machado 2008 por su poemario Aquellas cartas. XXXI Premio Internacional de Poesía Ciudad Melilla 2099, por su obra Díme dónde, en qué país. Premio Iberoamericano de Poesía Ramón López Velarde 2010, por el conjunto de su obra poética. Ha traducido la obra de Charles Baudelaire, Arthur Rimbaud, André Guide, Roger Munier, entre otros.

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