El poema más bello del mundo. Mallarmé por Rodolfo Hinostroza

 

El poema más bello del mundo

 

Rodolfo Hinostroza

 

Cada vez que yo pasaba por la casa donde vivió Stephane Mallarmé, rue de Rome, Distrito xvii, París, para tomar mi metro, miraba la placa de bronce que informaba que allí había vivido el poeta a fines del siglo xix, y es en ella donde se celebraban los famosos martes literarios que frecuentaban los grandes poetas simbolistas: Rimbaud, Verlaine, Valéry, Leconte de Lisle quienes habían coronado a Mallarmé como el Príncipe de los Poetas, y le habían ceñido la Corona de Laurel, como en los Juegos Olímpicos de la antigua Grecia.

Había sido un poeta oscuro y legendario, oscuro porque sus cincelados versos parnasianos “oscurecían la oscuridad” de sus enigmáticos poemas, y en los últimos años de su vida se había dedicado obsesivamente a escribir El Libro Perfecto cuya ejecución puntual y verdadera se describía en un folleto titulado A propósito del Libro, publicado poco antes de su muerte ocurrida en 1898. Explicaba cuántas páginas debía tener este mítico libro, qué formato, qué tipografía, qué papel y de qué gramaje, qué carátula, cómo y por cuántas personas debería ser leído ante el público, y cuántas personas deberían asistir a esa lectura. Porque El Libro Perfecto no podía ser otra cosa que un libro de poemas, ¡qué duda cabe!, que contuviese en sus páginas toda la belleza y la sabiduría del mundo, y no una vulgar novela, que era para alimento de las masas, como aquellos esperpentos “naturalistas” de Zola, cuyos capítulos venían en el suplemento de los periódicos, para atraer a la ignorante clase media incipiente que agotaba la edición. No por nada los simbolistas despreciaban a los burgueses arribistas, de esos que pueblan las novelas de Balzac.

Finalmente, el Príncipe de los Poetas terminó por escribir él mismo “el poema perfecto” que llevaba el enigmático título de Un coup de dés jamais n’abolirá le hasardUn tiro de dados jamás abolirá el azar— y lo legó en su lecho de muerte a su gran amigo y albacea Paúl Valéry, que hizo publicar el poema en la editorial Gallimard en 1914, dentro de sus Obras completas. ¡Y vaya si era un poema enigmático! Los propios simbolistas lo consideraban un misterio envuelto en un enigma y enclaustrado en un arcano y lo veían como el mejor poema francés del siglo xix, aunque sería mejor decir el primer poema del siglo xx, ya que abre lujosamente las puertas a la poesía de la modernidad.

En fin, una de las muchas veces que me había puesto a escudriñar ese poema, que se desplegaba en el espacio como ninguno antes lo había hecho, que si bien planteaba numerosas dificultades de lectura a causa de su propia novedad, me seguía fascinando… y de súbito me di cuenta cómo el poeta lo había hecho, y me quedé estupefacto. Entendí, en un relámpago, cómo el poeta había ordenado sus versos siguiendo las diagonales de la página, que eran claramente visibles en el escalonamiento de los versos, que descendían desde el ángulo superior izquierdo hasta el ángulo inferior derecho de la página, pero dejando al descubierto  una gran playa blanca en la diagonal que iba desde el lado superior derecho al lado inferior izquierdo, en el que no había, notoriamente, nada. Entonces me pareció entender que el poema se ordenaba dinámicamente por la tensión entre la diagonal plena y la diagonal vacía de la página blanca, incorporando el espacio vacío al poema, y ocupándolo plenamente, sin dejar márgenes ni resquicios.

Al día siguiente, que fui a visitar a mi amiga la lingüista Mitsou Ronat, me encontré con Un coup de dés…, abierto en el medio de su escritorio, con muchas páginas escritas a mano por mi amiga, y también diagramas lingüísticos chomskianos, y al fondo del escritorio una pizarra con versos del poema de Mallarmé. Me quedé abrumado por la coincidencia, porque ambos estábamos desmontando ese laborioso poema, cada cual por su lado y con su propio destornillador… Pero claro, ella se ocupaba de los aspectos lingüísticos del poema y yo del montaje espacial, y cuando nos dimos cuenta que se articulaban perfectamente, decidimos dar, a instancia de Mitsou, una conferencia al alimón en el Instituto Polivanov de La Sorbona, donde concurría un puñado de brillantes intelectuales, capitaneados por Jean-Pierre Faye, Jean Claude Milner, Jacques Roubaud y la misma Mitsou, varios de ellos pertenecientes al grupo Change y rivales jurados de los de la revista Tel-Quel: Roland Barthes, Philippe Sollers, Julia Kristeva… Ambos grupos se disputaban el espacio parisino y cada uno tenía una influyente revista que distribuía una gran editorial. Yo andaba con los primeros, pues los otros me parecían una banda de semiólogos fanáticos, lingüistas renegados que querían convertir la poesía en ciencia.

Pocos días después de nuestra conferencia, que fue un éxito, Mitsou me invitó a acompañar a visitar a Mme. Agathe Valéry, hija de Paul, el que fuera albacea de Mallarmé, por la buena razón que ella era la única que tenía las pruebas de imprenta de Un coup de dés…, que había heredado de su padre. La vieja y distinguida señora habitaba un apartamento en un segundo piso del boulevard Montparnasse, y allí llegamos una luminosa mañana de primavera. La dama nos recibió cordialmente, y sin dilación nos llevó a una ventana soleada, frente a la cual había un atril de madera, con unas páginas impresas que parecían un libro, pero un libro de una dimensión inusual, que nos pareció enorme pues medía 38 cm de alto por 28 de ancho… Y allí recién nos dimos cuenta que la magnitud, esa misteriosa categoría que Aristóteles define en su Poética, era parte fundamental de aquel poema.

Nos acercamos al atril, y doña Agathe, después de explicarnos que en los últimos meses de su vida Mallarmé trató de publicar su obra maestra por su propia cuenta. Al efecto contrató a un maestro impresor bastante barato, para confiarle este inusual trabajo, pues el poeta no era hombre de muchos medios económicos. Vino pues el maestro impresor a su casa, y Mallarmé le mostró los bosquejos del poema, hechos en papel milimetrado como usan los arquitectos, con muestras de la tipografía que había escogido, todo muy detalladamente explicado y se los entregó al maestro. Y el poeta esperó los resultados durante varias semanas y el impresor no daba señales de vida, hasta que un día apareció, con esas pruebas de página que ahora mismo nos iba a mostrar. Y ella abrió la primera página con sus manos de hada, y apareció esa enorme tipografía carácter Didot en mayúsculas, al menos punto 60, que pesaba una tonelada, y luego la normal punto 16, con cursivas de punto 10, y versos en 24 y 48 puntos… Y los versos comenzaban a repartirse sobre la página, dispersándose precisamente como un tiro de dados sobre el tapete verde… Formaban figuras geométricas, galopantes, escalonadas, jadeantes, entrecortadas, con brutales moles de mayúsculas aquí y allá y plumas solitarias cayendo extraviadas… Eran 24 majestuosas páginas que contenían El Poema más Bello del Mundo, el más moderno, el más misterioso de este bajo mundo…

Agathe cerró la última página del poema, y nos invitó a tomar una copita de oporto en la sala. Allí nos siguió contando que Mallarmé, que era de un carácter muy exigente, se había quedado frustrado por una serie de errores de edición, y maltrató al maestro, en tono irritado… y a partir de entonces comenzó su calvario, porque el maestro tipógrafo, ulcerado, saboteó el trabajo, y en lugar de arreglar las pruebas de página, las descompuso adrede y las dejó peor, para vengarse del poeta, e hizo lo mismo con los 5 juegos de páginas ulteriores, que eran todavía peores…

Así pues ese juego de páginas que habíamos visto, que era el primero, era el más cercano a su modelo ideal, y el único ejemplar que estaba en Francia y no en una universidad americana… Y el tipógrafo desapareció antes de imprimir el poema, y Mallarmé tuvo la mala suerte de morir antes de ver publicada la obra maestra de su vida…

“Esto no se puede quedar así”, dijo Mitsou cuando salimos tan deslumbrados como ofuscados. “Hay que publicarlo de todos modos”, repuse, “aunque sólo sea por justicia poética”. Y como en verdad hay una justicia poética que funciona mejor que la ordinaria, entre Mitsou, la gente del grupo Change, el tipógrafo húngaro Tybor Papp con su gente y yo mismo, hicimos un equipo de trabajo formidable. Tybor se consiguió una imprenta en Nápoles que todavía tenía caracteres Didot originales, creados durante la Revolución francesa, y un año después de esa memorable visita a Mme. Agathe Valéry, conseguimos publicar la Edición Princeps de Un Coup de dés Jamais N’Abolirá Le Hasard.

Salió en París el 20 de enero de 1980, en edición numerada. A mí me tocó el No. 7 de El Poema más Bello del Mundo. Todos los diarios y revistas literarias aplaudieron este rescate poético, en nada inferior al rescate del Titanic, aunque desde luego el diario derechista Le Figaro se quejó amargamente que el grupo de rescatistas no fuera solamente de franceses, porque había un húngaro, un portugués y para colmo un sudaca, que era yo.

Rodolfo Hinostroza Clausen nació en Lima, Perú, el 27 de octubre de 1941. Hasta los nueve años pasó su infancia en el pueblo andino de Huaráz. Empezó los estudios de medicina en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, Lima, pero abandonó la carrera para decantarse por la literatura. En 1962 una beca le permitió viajar a Cuba para realizar estudios de literatura inglesa en la Universidad San Cristóbal de la Habana. Regresó a Lima donde trabajó como periodista en la revista Caretas. En 1965, su libro "Consejero del lobo", se convirtió en un libro mítico. Se casó y se instaló en París donde participó activamente en los acontecimientos de Mayo del 68. Trabajó de locutor de radio y como profesor de Literatura Hispanoamericana en la Universidad de Orleáns. En 1971 publicó"Contranatura", que obtuvo el premio internacional Maldoror, de Barral, en España. En 1984 regresó definitivamente al Perú. Obtuvo, en 2009, la Beca Guggenheim. Además de gran poeta y novelista, se interesó vivamente por la gastronomía y la astrología. Murió el 1 de noviembre de 2016. Hinostroza es uno de los mejores poetas hispanoamericanos de la generación de los "60" y artífice de la renovación del verso peruano.

 

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