Revisitar Estridentópolis: Andamios interiores, de Manuel Maples Arce. Por Jorge Luis Borges
Foto de portada: Andamios exteriores, 1923, de Fermín Revueltas (1901-1935).
Técnica:Acuarela sobre papel.
Crédito:Museo Nacional de Arte, INBA Donación Blanca Vermeersch Vda. de Maples Arce, 1992
Esta reseña, del poeta argentino Jorge Luis Borges, sobre el segundo poemario de Manuel Maples Arce, Andamios interiores, fue publicada originalmente en la revista bonaerense Proa, número 2, diciembre 1922. Proa. Revista de Renovación Literaria tuvo un primer momento entre 1922 y 1923, publicándose solamente tres números con el siguiente directorio.
Dirección: Jorge Luis Borges, Guillermo Juan, Norah Lange y Eduardo González Lanuza.
Lugar de edición: Ciudad de Buenos Aires.
Fechas de publicación: agosto de 1922-julio de 1923.
A continuación compartimos el enlace donde puede descargarse los tres números dichos. Hay que considerar que se trató de una revista de corte ultraísta, plegable.
https://ahira.com.ar/revistas/proa-revista-de-renovacion-literaria/
Un segundo momento de la revista se dio bajo el nombre Proa, dirigida por Jorge Luis Borges, Ricardo Güiraldes, Alfredo Brandán Caraffa y Pablo Rojas Paz, y editada entre agosto de 1924 y enero de 1926. En el siguiente enlace nuestro lector podrá descargar los 15 números: https://ahira.com.ar/revistas/proa/
Andamios interiores, de Manuel Maples Arce
Jorge Luis Borges
Yo siento alguna admiración por Manuel Maples Arce. Voy a criticarlo por eso mismo. Enderecemos el silencio a los palyos escritorzuelos malévolos, un empellón agresivo a las nulidades con aureola y sitial, romos adjetivos laudatorios a los escritorzuelos simpáticos y un examen filoso y desbastado a las obras que palpitantemente viven.
El libro Andamios interiores es un contraste todo él. A un lado el estridentismo: un diccionario amotinado, la gramática en fuga, un acopio vehemente de tranvías, vestiladores, arcos voltaicos y otros cachivaches jadeantes; al otro un corazón conmovido como bandera que acomba el viento fogoso, muchos forzudos versos felices y una briosa numerosidad de rejuvenecidas metáforas.
La primera parte de la antítesis no me interesa. Permitir que la calle se vuelque de rondón en los versos –y no la dulce calle de arrabal, serenada de árboles y enternecida de ocaso, sino la otra, chillona, molestada de prisas y ajetreos- siempre antojóseme un empeño desapacible. En cuanto al estremecimiento en la lírica de términos geometrales, tampoco logra entusiasmarse. Quizá todo ello encuentra su explicación en la actitud de reformador o adalid que muestra el poeta, o sirve de contrapeso para dar mayor realce a las bondades efectivas del libro. De cualquier manera, prefiero hablar de lo segundo.
Hace unas líneas dije rejuvenecidas metáforas. En mi opinión no es dable urdir metáforas de una plenaria novedad. En todo el múltiple decurso que han seguido las letras castellanas no creo pasen de una treintena los procedimientos empleados para alcanzar figuras novedosas. Una de las tales artimañas estriba en barajar las percepciones y apuntar lo auditivo en términos visuales o a la inversa. (Así Quevedo dijo a las estrellas: “Vosotras de la sombra voz ardiente”.) Maples Arce es docto algebrista de la antedicha igualación que maneja con destreza notable. Vayan atestiguándolo estos versos donde la monotonía técnica no rebaja en un punto la variedad de sensaciones logradas:
Es una clara música que se oye con los ojos
la palidez enferma de la super-amada
En el piano automático
se va haciendo la noche
Un incendio de aplausos consume las lunetas
Yo soy un punto muerto en medio de la hora
equidistante al grito náufrago de una estrella.
Y pues de imágenes hablamos, quiero señalar a los curiosos de su estudio la gran caterva de comparaciones mutiladas o afónicas que andan perdidas por el habla común y cuya calidad de hallazgo no es de nadie advertida. Asentar que la palabra alero es un derivado de ala es una perogrullada etimológica; mas describir como describe Macedonio Fernández: El alero amparando todo el rancho-como a la que cobija la nídada, significa animar de nueva vida una sorpresa antigua y restituir al idioma una certera metáfora.
Generoso de imágenes preclaras, el estilo de Maples Arce lo es también de adjetivos, cosa que no debemos confundir con el charro despliegue de epítetos gesteros que usan los de la tribu de Rubén. Ya que es a todas luces evidente que una adjetivación laudable no ha de atenerse al prestigio de los vocablos aislados, sino a la conjugación feliz de ambas voces. Esto puede obtenerse de dos modos: devolviendo su primitiva significación –si ésta se ha desvirtuado- a algún adjetivo, o empleándolo a manera de comparación abreviada. Ejemplo de lo primero sería el acoplamiento de la palabra montaña con el adjetivo excelente; de lo segundo, los siguientes retazos de Maples Arce: violín oscuro, atónita, ventana, calle planchada, huesoso invierno, voz ojerosa.
Por su raudal de imágenes, por las muchas maestrías de su hechura, por el compás de sus versos que sacuden zangoloteos de encabritada guitarra. Andamios interiores resultará como vivísima muestra del nuevo modo de escribir: estilo cuyo comenzador en América fue acaso el colombiano Eduardo Talero, en su esforzada Voz del desierto… y pues tantos lugares he citado en ilustración de teorías, terminaré copiando esta estrofa por la sola virtud de su hermosura, que fue límpido amparo de mi espíritu durante un hondo atardecer y en grato declive también se ha de acomodar tu sentir, idéntico al de todos, como en un remorado aire patrio:
Así todo, lejos, se me dice como algo
imposible que nunca he tenido en las manos.