Reseña: La lógica mexicana en el siglo de oro. Por Marcelo Sada Villarreal
WALTER Redmond y Mauricio BEUCHOT. La lógica mexicana en el siglo de oro. México, unam, 1985, 321 páginas.
Marcelo Sada Villarreal
El Colegio de Michoacán
La crisis de la sociedad feudal en torno a 1600 en España hace decir a Martín González de Cellorigo que
... el no haber dinero, oro ni plata, en España, es por averio, y el no ser rica es por serlo: haziendo dos contradictorias verdaderas en nuestra España, y en un mismo subjeto.[1]
Y con ello mata dos pájaros de un tiro; el de la economía que justifica una masa de parásitos divorciada de la producción, y el de la lógica que encadena el pensamiento de las élites a la filosofía llamada “escolástica”. En forma paralela el fraile dominico Tomás de Mercado, un poco antes, había publicado su Summa de tratos y contratos y en ella hacía notar la misma aparente contradicción...
un banquero de esta república abarca un mundo y abarca más que el Océano, aunque a las vezes aprieta tan poco que da con todo al traste.[2]
Las contradicciones de la crisis general, sin embargo, no tenían ninguna alternativa presente. Así, la misma lógica e idéntica filosofía sostendrá su hegemonía durante varios siglos más en el pensamiento de las élites y, por ello mismo, en la formación escolar. En la Nueva España la situación no era diversa. La “filosofía de la escuela” se coordinaba con la teología católica, buscando siempre el acuerdo imposible entre la “revelación” y la “razón”, y tenía como método principal la argumentación silogística que la lógica aristotélica enseñaba. El mismo Tomás (de) Mercado había enseñado lógica en la Universidad de México y había publicado comentarios a la obra lógica de Pedro Hispano y de Aristóteles. Los cursos de lógica eran parte de los de artes. Ellos pretendían ofrecer las reglas de inteligibilidad y de veracidad de cualquier lenguaje. Eran el “método” de la ciencia de la época.
Tomás Mercado, junto con el también fraile, pero agustino, Alonso de la Vera Cruz, y con el jesuita Antonio Rubio de Rueda, constituye el núcleo de la primera obra lógica novohispana. Los tres peninsulares, y todos ellos autores de libros editados en el viejo continente, son los fundadores de la “lógica mexicana”. Obra que en realidad se sometía a los usos de la época: poca originalidad y seguimiento puntual de las “autoridades” del momento. Fueron “comentadores” que “dictaban” sus cursos en las más viejas universidades de Hispanoamérica. Estos tres escolásticos son ahora estudiados por dos promotores del renacimiento de la escolástica: Walter Redmond y Mauricio Beuchot. Conocidos por otras publicaciones sobre temas afines, en este libro comentan detalladamente algunos textos lógicos que contienen elementos de sintaxis y de semántica, así como de gramática. El primero de nuestros autores comenta a fray Alonso y a Rubio; mientras que Mercado es presentado por Beuchot.
Alonso de la Vera Cruz proclamó una “nueva edad” o “siglo de oro” de la lógica, llamado a eliminar inútiles complicaciones reformando esta ciencia mediante la recuperación de los textos aristotélicos mismos y el rechazo de la herencia dejada por Pedro Hispano (+1277), por el mismo camino anunciado en la obra de Domingo de Soto (+1560). Los clásicos temas escolásticos de la suposición y de la cuantificación múltiple son presentados en forma detallada, junto con el estudio de la extensionalidad de las oraciones generales y la aplicación de un lenguaje “sortal” (sic), elaborado ad hoc por Redmond, al análisis de la lógica modal. Todo ello discurriendo entre la sintaxis y la semántica. Redmond llega a concluir que
... después de un lapso de más de cuatrocientos años y pese a las evidentes diferencias, los intereses lógicos e incluso los métodos formales de fray Alonso de la Vera Cruz no distan mucho de sus colegas de hoy (p. 42).
Tomás Mercado es presentado en la segunda sección del libro, como un fiel seguidor de Tomás de Aquino, comentador de Aristóteles, asesor de mercaderes sevillanos y un “claro exponente de lo que se enseñaba y discutía en la Nueva España” (p. 103). Del signo al término, y de éste a la proposición, para llegar al estudio de la argumentación; deteniéndose en la consideración de la suposición, de la oposición y de los “modos” de la oposición. Así, Beuchot llega a tratar finalmente las proposiciones “hipotéticas” y las “exponibles”, para concluir con el conocido estudio de las figuras del silogismo a la manera tomista, tal cual fueron tratadas por el fraile Mercado.
La última sección del libro está dedicada a la obra lógica de Antonio Rubio. El jesuita es calificado por Redmond, como un claro representante del objetivismo escolástico que suplantó al psicologismo y al nominalismo anterior. Además Rubio tendría el mérito de haber fundado la lógica en sí misma y no en la metafísica (p. 243 n. 2). Estos elementos nuevos debieron contribuir al éxito alcanzado en Europa por la obra de Rubio de Rueda, como lo atestiguan múltiples ediciones de sus obras, que hacen decir al autor que
... la lógica de Rubio probablemente ha tenido más influjo en Europa que cualquier libro de filosofía escrito en América Latina.
El tratamiento del jesuita, autor de La lógica mexicana, rompe el esquema usado en las dos secciones anteriores de la obra. Se dedica especial atención a la carrera de Rubio en México durante sus casi 25 años de estancia y se insiste en las 18 ediciones europeas conocidas hasta hoy. Se dan elementos de los materiales “prefatorios” (sic) habiéndose examinado 21 de ellos; resaltando entre ellos aquellos donde “explica sus motivos” y “agradece a los profesores de la Universidad de Alcalá... aceptar su libro como texto oficial” (p. 263).
Redmond presenta la traducción al castellano de esos materiales preliminares, o “prefatorios”, seguidos de un comentario sobre dos temas tratados por Rubio: “la relación entre lógica y ciencia” y la de la naturaleza de la lógica (“teoría de relaciones racionales de nivel superior”) (pp. 273 y ss.). Ambos temas son de lectura ágil y muy cercana al saber moderno y contemporáneo. La crítica de Redmond a la obra de Rubio está concentrada al final de la sección: La lógica mexicana es un tratado incompleto para lo que un texto de aquellos años debería presentar, y además, parece más un tratado de filosofía de la ciencia que de lógica formal. Sólo encuentra como elementos positivos que sea un material muy “sugerente” para el lógico actual, y poder ser “recuperado” en algunas de sus partes para el saber contemporáneo (pp. 308 y ss.).
Deben hacerse algunas observaciones a la obra apenas repasada. La menor de ellas es el descuido de la edición que es evidente a cualquier lector: una tipografía con errores; los símbolos lógicos usados no están unificados a lo largo del texto; la traducción al castellano de los mismos, no es la más correcta. Pero otra crítica más importante debe detenerse en el recurso a la “descripción” del texto de esos tres antiguos lógicos, en lugar de intentar presentar de una vez por toda la traducción completa de las obras y sobre ella hacer los comentarios necesarios.
El último problema citado tiene que ver con la naturaleza del libro: es una colección de artículos publicados entre 1979 y 1984 en diversas revistas y que muestra una carencia de integración general. Debe exceptuarse el apartado dedicado a Tomás Mercado que tiene unidad y redacción apropiadas; las secciones firmadas por Redmond dejan intactas las notas de pie de página que en varios casos resultan repetidas y también excesivas. La numeración de las partes de cada capítulo es irregular y confusa.
Sin embargo existen también algunas críticas mayores que pueden resumirse en dos: I) quedan dudas al lector sobre la imparcialidad anunciada al presentar la obra (p. 10) pues ella parece incompatible con la intención expresa de defender la filosofía escolástica favoreciendo así el “renacimiento” de la misma. Si bien debe aceptarse que la crítica que de ella hicieron los “ilustrados” fue con frecuencia injusta e ignorante, no por ello adquiere valor de por sí la obra estudiada por Redmond y Beuchot. Debería proponerse como finalidad de su investigación simplemente la recuperación de “un segmento de la historia de la filosofía que ahora queda parcialmente oculta” (p. 43), dejando de lado toda apologética escolástica innecesaria, además de improductiva.
II) Junto con lo anterior, una segunda crítica debe centrarse en el método usado por Redmond y Beuchot para estudiar a los tres lógicos “mexicanos” del “siglo de oro”. Sin duda ambos autores siguen fielmente una tradición historiográfica de la lógica que ha revolucionado a la lógica misma y le ha permitido renovarse con constancia. El recurso de la lógica contemporánea para estudiar la antigua no es anacronismo, es realmente una técnica rigurosa y productiva. Sin embargo, debe cuidarse el investigador de caer presa de la ilusión de “fácil continuidad” entre aquélla y esta lógicas; existen diferencias notables a primea vista entre una y la otra, tanto en los métodos y técnicas, como en lo temas. La evaluación de la lógica antigua puede ser un poco menos optimista y más justa, poniendo cada cosa en su sitio: lo continuo como continuo, y lo discontinuo como discontinuo.
En el texto comentado se anuncian ediciones con la traducción de las obras de Juan de Santo Tomás, Pedro Hispano y Tomás Mercado a cargo de la misma unam. Debemos aplaudirlo, esperando a la vez ediciones castellanas de las obras de Rubio y Vera Cruz ahora totalmente inaccesibles en el mercado librero. Tales ediciones harán más ágil la lectura de un libro que en momentos se pierde en referencias a textos ausentes, además de que con toda seguridad harán menos complejas las partes más áridas y difíciles de la obra.
El balance es muy favorable a la obra comentada: debe ser parte obligada de las lecturas de todo estudioso de la filosofía en México, y puede ser una lectura útil para quien desee conocer mejor la educación y la cultura de las élites novohispanas.
[1] “Memorial de la política necesaria y útil restauración de la república de España”. Valladolid, 1600, la. parte, f. 29r (Citado por P. Vilar en Crecimiento y Desarrollo. Barcelona, 1964, p. 340).
[2] Sevilla, 1571, IV, p. 67. (Citado por el mismo Vilar en la p. 342.).