El sol de los ciegos, de Alfredo Pérez Alencart. Comentario de Alberto Hernández
Imagen: Richard Thompson
“El sol de los ciegos”, de Alfredo Pérez Alencart
Comentario de Alberto Hernández
Pérez Alencart, Alfredo. El sol de los ciegos. Madrid: Vaso roto, 2021
https://emea.vasoroto.com/products/el-sol-de-los-ciegos
1.-
La ceguera es la luz plena de los videntes. Desde la sombra que no existe, la luz increpa el ojo y lo desvanece, lo hacer cerrar su párpado, encarar la reflexión que está a pocos pasos de su entorno. Entonces mirar se torna sospechoso, multiplica sus deficiencias, sus dudas. Mirar es sólo un intento porque lo mirado ya no está, fue una vez parte de esa luz que se niega ahora a ser forma en el fondo del ojo que fabrica ilusiones, las quebranta con su manera de imaginar, de ser silencio o soledad.
Quien se arriesga a doblar la esquina de una palabra. Quien no abunda en silencios, llega ser parte de esa luz. La luz enceguece, no descubre formas, las oculta mientras la sombra, la oscuridad se torna perseverancia en la búsqueda de los significados. Todo es mirada, mas no descubrimiento. Todo es mirada, posible engaño. Y la ceguera es una forma de mirar, de ver, de encontrar, de hacerse la multiplicación de las voces que provienen del misterio.
Quien escribe acerca de la luz podría revelarse en medio de la sombra. Y la ceguera ajena es su manera de llegar a la forma, al cuerpo ingrávido de quien será mirado o al menos advertido.
Así, la poesía, esa cuantiosa reverberación, se asume en medio del papel que consume la luz, que es también consumida por la sombra, como la llama que quema cada propósito y deja en el ambiente el olor de las palabras.
Así, la poesía, digo, este libro de Alfredo Pérez Alencart, “El sol de los ciegos” (Vaso roto Ediciones, Madrid, España, 2021), donde todas las cegueras se vuelven líneas, versos, alcances del oído, de los ojos de todos los sentidos prestos a multiplicar significados, porque es una poesía plural, abierta a todos los puntos cardinales de la imaginación.
Estos versos, tendidos sobre el cielo de una ciudad, calcan el talante de un poeta que es todas las voces que pueda alcanzar con su mirada, con el ojo posible, con el oído posible, con los sentidos posibles de abarcar. Todos los poemas están aquí avalados por los diferentes temas que ha podido vivir, repasar entre respiraciones, combinaciones de tonos, tesituras, volúmenes vistos desde la línea siempre abierta del poema.
Desde estas perspectivas, estamos frente a un poemario, libro de encuentros con lo imaginado y lo no imaginado, en el que el lector se suscita. Es decir, se descubre en medio de una luz cegadora que poco a poco lo va trazando como participante o personaje de estos versos multifacéticos. Es decir, revestidos de muchos rostros, de muchos eventos, de muchos sonidos, de muchos letargos, de muchos movimientos. Del todo que conjuga el milagro de escribir con el asombro de ser descubierto en medio de una mirada rica en matices.
2.-
Al comienzo, como en el Génesis, dice el poeta: “Vi cosas/ que no se ven/ y me revestí/ de lo justo”, texto en el que lo visto está más allá de la forma: lo visto es espíritu, alma que se ocultaba y fue descubierta. El mismo autor, Alfredo Pérez Alencart ha afirmado que “En un poema caben varias existencias, asiladas”. Y así, toda poesía es multiplicación de existencias, emigrantes, protegidas por las voces que siempre la acompañan, asiladas por el otro que lee y por el otro que la escribe.
Y para tal oficio, la soledad, la ventana por donde entra el silencio y ocurre en auxilio de la palabra que se busca entre las sombras. El ojo que mira sabe que lo miran como afirmó un fantasma hecho poeta y hasta ahora designado duende de las palabras afincadas en la memoria.
En un texto escrito acerca de este libro, Jeannette L. Clariond, cercano a las propias palabras de nuestro autor, dijo que Pérez Alencart es un “aprendiz de soledades cercanísimo a Góngora”, razonamiento que esgrime por aquello de tantos temas en medio de una suerte de revelación barroca, plena de augurios, de voces, de múltiples significados.
He aquí que temas como la paz, la guerra, el amor, la mujer, el Ser, el Holocausto, la memoria, la casa, la lengua, el tiempo, el libro, la luz, la sombra, el ojo, el país de origen y el país de siembra sean los temas de donde se ase el autor para construir este imaginario, este revelador libro en el que todos los mundos son posibles.
3.-
“Lo más oscuro/ es el ojo blanco/ del ciego”, escribe Pérez Alencart, y entonces nos miramos en ese lechoso mapa ocular que advierte la presencia del mendigo, del viejo que varió de horizonte por el glaucoma que jamás advirtió, por la grumosa aceleración de la luz dentro de su silencioso ojo extraviado.
Más allá del verso anterior, que designa el afuera por ser herramienta de la mirada o de la ceguera, el adentro en esta declaración: “Quise ser/ guardador de ejemplos/ y,/ aquí estoy,/ a la intemperie”.
Y ese ´guardados de ejemplos´ se hizo acompañar de personajes como Virgilio, Dante, Cervantes, Unamuno, Machado, en un gongorino desplazamiento, feliz desplazamiento por cada uno de los temas que ha tocado sin desperdicio alguno.
Y para destacar que no demanda derechos, el poeta dice:
“No importa que mi carne/ sea derrotada// Soy, siempre seré/ en el espíritu, / pues llegué mucho antes de mí mismo”.
Y así también, al que lo lee o lo oye:
“No importa/ que vengas o vayas; / Siempre te seguirá/ un trozo de suelo, por aquello de ser viajero, sujeto de asilo o migrante, sabedor de ciudades, de una ciudad donde se anclan los alientos del idioma, donde
“Un perro olfateó/ mi ropa de forastero/ tras largo viaje”.
Entonces, “El sol de los ciegos” es una larga travesía, el compendio de tantas miradas, de cegueras que se descubren en el ojo ajeno, el ojo que sabe mirar desde la sombra. O desde el sol que a diario columbra las formas de las cosas, de los objetos, de los seres que hablan o balan. De los sentidos y los sentimientos, del mundo conquistado o del mundo perdido.
Por eso en un poema “caben tantas existencias”, tantas personas multiplicadas en una sola, hecha vertiente de acentos, revelaciones, descubrimientos de sorpresas.
El poema, la poesía, ambos asuntos, permiten ver más allá de la mirada de un ciego.
Y el sol es otro ojo, el que enceguece.
Alberto Hernández, poeta, narrador, periodista y pedagogo venezolano (Calabozo, 1952). Reside en Maracay, Aragua. Tiene un posgrado en literatura latinoamericana en la Universidad Simón Bolívar (USB) y fue fundador de la revista Umbra. Ha publicado, entre otros títulos, los poemarios La mofa del musgo (1980), Amazonia(1981), Última instancia (1989), Párpado de insolación (1989), Ojos de afuera (1989), Nortes (1991),Intentos y el exilio (1996), Bestias de superficie (1998), Poética del desatino (2001), En boca ajena: antología poética 1980-2001 (2001), Tierra de la que soy (2002), El poema de la ciudad (2003), El cielo cotidiano: poesía en tránsito (2008), Puertas de Galina (2010), Los ejercicios de la ofensa (2010), Stravaganza (2012), 70 poemas burgueses (2014), Ropaje (2012). Además ha publicado los libros de ensayo Nueva crítica de teatro venezolano (1981) y Notas a la liebre (1999); los libros de cuentos Fragmentos de la misma memoria (1994), Cortoletraje (1999), Virginidades y otros desafíos (2000) y Relatos fascistas (2012), la novela La única hora (2016) y los libros de crónicas Valles de Aragua, la comarca visible (1999) y Cambio de sombras (2001). Dirigió el suplemento cultural Contenido, del diario El Periodiquito (Maracay), donde también ejerció como director, secretario de redacción y redactor de la fuente política. Publica regularmente en Crear en Salamanca (España), en Cervantes@MileHighCity (Denver, Estados Unidos) y en diferentes blogs de Venezuela y otros países. Sus ensayos y escritos literarios han sido publicados en los diarios El Nacional, El Universal, Últimas Noticias y El Carabobeño, entre otros. Parte de su obra ha sido traducida al inglés, al italiano, al portugués y al árabe. Con la novela El nervio poético ganó el XVII Premio Transgenérico de la Fundación para la Cultura Urbana (2018).
Alfredo Pérez Alencart (Puerto Maldonado, Perú, 1962) Poeta peruano-español y profesor de la Universidad de Salamanca. Es director, desde 1998, de los Encuentros de Poetas Iberoamericanos que se celebran anualmente. Tiene doce libros publicados y su poesía ha sido analizada en seis obras de ensayo y traducida parcialmente a cincuenta idiomas. Ha recibido, por el conjunto de su obra, el Premio Internacional de Poesía Vicente Gerbasi (Venezuela, 2009), el Premio Jorge Guillén (España, 2012), el Premio Humberto Peregrino (Brasil, 2015) y la Medalla Mihai Eminescu (Rumanía, 2017). Es presidente del Premio Internacional de Poesía António Salvado Ciudad de Castelo Branco (Portugal) y del Premio Rey David de Poesía Bíblica Iberoamericana (España), además de jurado y coordinador literario del prestigioso Premio Internacional de Poesía Pilar Fernández Labrador.