Me ejercito en la Poesía. Por Rabindranath Tagore (India)
Me ejercito en la Poesía
Rabindranath Tagore
Como el nido de ciertos insectos, mi cuaderno azul se llenó pronto de líneas oblicuas, erizadas, y de los rasgos espesos o tenues de mi garabateo. Los dedos impacientes del pequeño escritor, no tardaron en ajar las páginas, cuyos franjeados bordes abarquillados acabaron por recurvarse como garras, para retener mejor su precioso contenido. Finalmente, el río Baitarani se llevó el cuaderno, en sus olas, hacia un olvido misericordioso; la experiencia de un pasaje por las prensas de imprenta le fue economizada, y así escapó al peligro de un nacimiento en nuestro valle de lágrimas.
N puedo lisonjearme de haber asistido como espectador impasible a los progresos de mi reputación de poeta. Sakhari Babu, que sin ser uno de los maestros de nuestra clase se había hecho amigo mío, me mandó llamar un día y me preguntó: “¿Es cierto que escribes poesía?” No, dije que no, y desde ese día, el maestro me propuso, de cuando en cuando, completar una estrofa de la que me daba las primeras líneas.
Otro profesor de nueva escuela, Govinda Babu, era un hombrecito de color muy moreno, corpulento en sus trajes negros y que, revestido de la dignidad de director, se sentaba ante sus registros, en una oficina del segundo piso, temido de todos, pues era el juez dispensador de la vara.
Una vez, con anterioridad, había huido hasta donde él estaba, para escapar a cinco o seis que me perseguían, de más edad que yo. Solamente mis lágrimas pudieron dar testimonio en mi favor, pero gané la causa, y desde entonces Govinda Babu me conservó un rincón tierno en su corazón. Llamado por él un día, en el recreo, fui con miedo y temblando, pero fue para oír la misma pregunta: “¿Usted escribe versos?” Habiéndolo advertido sin vacilar, recibí por tarea componer allí mismo un poema sobre no sé qué precepto de alta moral. Semejante orden de parte de ese maestro implicaba una condescendencia, cuyo alcance sólo sus antiguos alumnos podían apreciar. Acabado el poema, cuando lo puse en sus manos, me llevó él en persona a la clase más elevada, y colocándome ante los alumnos: “¡Recite!”, me ordenó. Recité con voz estentórea. Lo mejor que puede decirse de este poema moral, es que se apresuró a extraviarse. Su efecto sobre la clase no fue nada alentador. Ningún sentimiento de estima hacia el autor despertó en el auditorio. La mayor parte quedaron convencidos de que no lo había compuesto yo. Hasta uno ofreció mostrar el libro de donde lo había copiado. Nadie insistió en ver ese libro, pues es demasiado fastidioso oír la demostración de lo que se está dispuesto a creer ante una simple afirmación. Sin embargo, al fin de cuentas, se vio crecer peligrosamente el número de candidatos a la gloria poética; pero sin que sus métodos revelaran relación alguna con las vías de la moralidad.
Hoy no es nada asombroso ver a un jovencito que hace versos. El prestigio de la poesía ha desaparecido. En el tiempo de que hablo, las mujeres, muy raras, que se ensayaban en la versificación, eran consideradas milagros del Creador, mientras que ahora, si se oye decir que una joven no escribe nunca versos, se guarda prudente duda. El arte poético empieza a brotar bastante antes de la clase superior de la escuela. Ningún Govinda Babu moderno prestaría la menor atención a proezas poéticas como las que acabo de relatar.
Rabindranath Thakur (Calcuta, 1861-Santiniketan, 1941). Escritor indio. Es el más prestigioso escritor indio de comienzos del siglo XX. De origen noble, era el último de los catorce hijos de una familia consagrada a la renovación espiritual de Bengala. En 1878 fue enviado a Gran Bretaña, donde estudió literatura y música. Evocó este viaje en Cartas de un viajero (1881), que publicó en el periódico literario Bharati. De la misma época son los dramas musicales El genio de Valmiki (1882), Los cantos del crepúsculo (1882) y la novela histórica La feria de la reina recién casada (1883). En 1882, unas experiencias místicas le llevaron a escribir los Cantos de la aurora (1883). En 1890 realizó un segundo viaje a Gran Bretaña. De este período son las colecciones poéticas Citra (1896) y El libro de los cumpleaños (1900). En 1904 publicó el ensayo político El movimiento nacional. En 1910 apareció La ofrenda lírica. De su extensa producción literaria cabe citar además los dramas Kacha y Devayani (1894), El cartero del rey (1913), Ciclo de la primavera (1916) y La máquina (1922); las novelas Gora (1910) y La casa y el mundo (1916); los poemarios La luna nueva (1913), El jardinero (1913) y La fugitiva (1918), y algunas colecciones de sus conferencias, como Sadhana (1912) y La religión del hombre (1930). Recibió el premio Nobel de Literatura en 1913.