Huecograbado: la Floresta de Piedra. Por Fernando Leal Audirac
"La floresta de piedra", 180x150 cm. Óleo/lino, 2021-2022, de ©Fernando Leal Audirac
Este ensayo forma parte del libro de ensayos La monumentalidad de lo íntimo (2007), editado por la Universidad Nacional Autónoma de México y colección "Pértiga" de la editorial El Equilibrista.
Huecograbado: la Floresta de Piedra
Fernando Leal Audirac
La antinaturaleza, que se ha convertido para la naturaleza
en su segunda naturaleza, es para los bosques vírgenes su naturaleza.
Robert Musil, Páginas póstumas escritas en vida
En el espejo de una gota dilatada y ensombrecida es posible acumular los farallones y los acantilados de la urbe, reflejo temporal y cristalino del desierto inasible, la explanada interior. Plomo y arena a la distancia geográfica del mapa, topografía de la piel que se eriza al tacto, cuerpo en reposo de la ciudad descalza. Más allá la arena y luego el tiempo.
El cielo ha sido puesto ahí para cubrirlo todo. No es sino otra gota dilatada y ennubecida. En el espejo negro las formas, una vez anulado su efecto cromático, se hacen audibles, se hacen sordas. Lo vacío y lo lleno, a un lado y al otro, opciones en el desierto binario de las avenidas que se angostan y nos tienden sus arterias abiertas. Arena en movimiento que se agita bajo las capas, como sedimento, de una atmósfera de concreto.
Pájaros de madera que marcan las horas que se acumulan: hojarasca, humus fertilizante de asfalto. Pájaros ensamblados y vaciados después, ahí en la bóveda de cemento, clavados en la ingeniería de los puentes donde trazan su vuelo parabólico, como la cauda de una bengala o el surco aéreo de un proyectil.
Enramadas eléctricas que centellean bajo la noche metálica y oxidada de otoño: noche de hojalata. Aviones de lodo suspendidos, como ornamento de todos los árboles del conocimiento. Uso transitorio de las mil lenguas de fuego.
Al despertar, un ciudadano se asoma y vomita su yo en la espesura caótica de ladrillos ennegrecidos y apilados hasta sus copas de humo. Se pregunta al deshojar un calendario: si bien hoy es hoy, ¿cuándo será mañana? ¿Cuándo hoy? Adocenado y absorto trata de adivinar en el follaje sus posibles intersticios. Todo intento vano, su compacidad lo fuerza a buscar en el rocío de las ventanas una mejor fuente para la epifanía.
Después de instantes de imprecisa medida, el ciudadano se recupera de su aturdimiento y se prepara para el asombro. Ha puesto una mano fuera del tiempo y ésta sigue adherida a su cuerpo; pende de ella un primer fruto estéril que cae como las bayas silvestres sobre el humus asfáltico, ahuecando el eco de sí mismo.
Hoy, uno de tantos hoy con albas y atardeceres como hoy, he subido a mi azotea. ¡Sí, a la azotea! El tupido musgo que ahí se extiende cubre sinuosidades y planicies que ceden al temporal o sucumben bajo mis plantas todopoderosas. Desde ahí, desde esa altura, contemplo las cimas y los valles, los ríos crecidos por el aluvión y las aceras que los drenan desbordadas. La espesura, siempre la densidad aglomerada que diviso en pie sobre la azotea del mundo.
Las copas no se agitan con el viento, la luz oscila y zigzaguea por las hendiduras de los follajes fósiles, como cielo de malaquita y, pasada la embriaguez, el ciudadano llora bajo la lluvia de obsidiana.
Desasosiego de lo sublime que cobra en nuestra conciencia la vasta magnitud de un llano que sucede a otro y a otro. Fiebre, obstrucción del conducto inguinal, reposo obligado bajo la bóveda; inmenso cráneo de resonancia en que lidian nuestras ideas, percepciones inmóviles del movimiento arbitrario de las hojas, con la estampa —siempre la misma— que de ellas nos han legado los tratados de botánica.
Los médicos y los carpinteros son igualmente aficionados a la sombra de las higueras que al sereno deambular por los corredores de cipreses o a los pabellones psiquiátricos de cedro y oyamel. Su entusiasmo flota con alborozo de la neumonía a la tuberculosis claustrofóbica. El hollín de la fábrica es similar al de los hornos crematorios.
Una cruz de madera adorna la arboladura de la nave, la ciudad se cimbra y parte. Los ciudadanos de buenas conciencias se organizan en un partido y abanderados con pendones verdes marchan haciendo retumbar el pavimento. Ahora suben por la gran escalinata, los veo desaparecer tras las puertas del Palacio Legislativo.
Más libros de botánica y manuales de forestación, pero la insignia aún flamea en su mástil de madera y los libreros de los legisladores exudan la savia y las resinas tropicales.
No me atrevo a nombrarlos, pues los hemos convertido en morada de espíritus, en cobertizo de los dioses y refugio temprano de nuestros terrores infantiles; sin embargo, la ausencia, si bien civilizada, no nos ha exiliado de la contienda, ya que replegados unos y otros a ambos lados de la colina, hemos emprendido la tala mutua y constante hasta de los troncos de cemento armado.
Un viento gelatinoso y tibio estremece la masa encefálica del ciudadano, que se exprime las mucosas para recuperar el dado filosófico; un estornudo y... ¡ya está! el cielo de piedra permanece insondablemente gris. ¿Será que llueve o la resequedad que enjuta la esbeltez de las torres hasta tornarlas frágiles y quebradizas se hará persistente y necia? En la mucosidad se huele la maceración de las ceibas, su fétida memoria.
El monzón vuelca el huerto en selva y prodiga zebras y señales en su tránsito. Que cada quien riegue su jardín a su gusto, en la medida de su propia esterilidad. Que no zumben más los mosquitos de alambre. La temperatura es verde y ¿el bosque?... el vacío.
Fernando Leal Audirac (Ciudad de México, México, 1958). Pintor, dibujante, grabador, fresquista, escultor y designer, especialista de las técnicas pictóricas antiguas, como el fresco, la encáustica, el óleo y la témpera de huevo, que él reinterpreta en clave contemporánea. Estudió de 1974 a 1978 bajo la dirección de Guillermo Sánchez Lemus técnicas de pintura de la Edad Media y del Renacimiento. Junto al Profesor Manuel Serrano fundó en 1978 en Ciudad de México “Restauro”, un taller de restauración especializado en las técnicas clásicas de pintura como el fresco, la encáustica, el temple de huevo y la pintura al óleo. Ha participado dos veces en la Bienal de Venecia, la primera vez en ocasión del Centenario en 1995. Ha expuesto en galerías y museos de prestigio en Europa, EE. UU., América Latina y el Extremo Oriente. Sus obras se encuentran en colecciones privadas e institucionales internacionales. Autor de numerosas publicaciones a propósito de arte y literatura, participa frecuentemente como conferencista en simposios internacionales concernientes las nuevas convergencias entre arte, ciencia y ambiente.
De 1980 a 1985 estudió técnicas de grabado y litografía con el Maestro José Sánchez en el "Taller de Gráfica Popular". De 1989 a 1993 trabajó como asesor de la Consejo Nacional para la Cultura y las Artes de México (Comisión Consultiva del FONCA), que él co-fundó. En los años 80 fundó un salón intelectual (el grupo de los “Viernes”) en el que participaron personalidades del panorama cultural internacional como Juan Acha, Arturo González Cosío, Ernesto de la Peña, Laura Emilia Pacheco, Jorge Pablo de Aguinaco, Carmen Nozal, Michael Tracy, José Luis Cuevas, Miguel Peraza, Mahia Biblos, Jens Jesen, Pierre Restany, Shifra Goldman, Arnold Belkin, Francis Alÿs y Jan William.
En 1993 fue el primer artista de su generación en exponer en el Palacio de Bellas Artes de la Ciudad de México. En 1995 representó a México en el Centenario de la Bienal de Venecia donde expuso también en 2001. En 1996 fue nombrado guest professor en la École nationale supérieure d'art de Nancy. Ha escrito varios ensayos sobre arte y literatura y ha participado en congresos y simposios internacionales sobre arte, ciencia y ambiente organizados por el European Environmental Tribunal. Desde 1993 vive entre Milán y Ciudad de México.