Arte

“El teatro y la peste” en la Sorbona (1933)

Esta crónica breve se reproduce del libro Aerolitos mentales. Antología (Instituto Chihuahuense de la Cultura, 2013), con selección, traducciones, presentación, notas y cronología del poeta José Vicente Anaya.

Nota: Antonin Artaud fue programado para dictar una conferencia en la Sorbona bajo el título de “El teatro y la peste”, el 6 de abril de 1933, durante un ciclo organizado por el psicoanalista René Allendy. El público reaccionó violentamente contra Artaud cuando éste transformó el discurso en una actuación performance. Entre los asistentes estuvo Anaïs Nin, amiga de Artaud, quien escribió el texto que a continuación se reproduce:

 

Traducción de José Vicente Anaya

 

 

Anaïs Nin

Artaud subió al estrado y empezó a hablar: “El teatro y la peste”. Me pidió que me sentara en la primera fila. Me parece que sólo pide intensidad, una manera más elevada de sentir y de vivir. Trata de recordarnos que fue durante la peste cuando se produjeron muchas obras maravillosas de arte y teatro debido a que el ser humano, fustigado por el miedo a la muerte, perseguía la inmortalidad, la evasión y superarse a sí mismo. Pero en un momento, casi imperceptiblemente, él abandonó el tema que seguíamos y empezó a actuar como si estuviera muriendo de peste. Nadie se enteró de cuándo, exactamente, eso dio principio. Para ilustrar su conferencia Artaud estaba representando una agonía. “La peste”, en francés, es una expresión más terrible que en inglés: The plague. Pero no hay palabras capaces de describir lo que representaba Artaud en aquel auditorio de la Sorbona. Se olvidó de su conferencia, del teatro, de sus ideas, y hasta del doctor Allendy que estaba sentado junto a él, así como del público, los estudiantes, los profesores y los directores.

Su rostro se contorsionaba de angustia, sus cabellos estaban empapados en sudor. Sus ojos dilatados. Los músculos tensos. Moviendo los dedos buscaba mantener la flexibilidad. Nos hacía sentir el sufrimiento y la sequedad de su garganta. Tenía fiebre y sus entrañas se quemaban. Sufría una tortura. Gritaba. Deliraba. Estaba representando su propia muerte, su crucifixión.

En un principio los asistentes contuvieron la respiración, pero poco después empezaron a reír. ¡Todos reían! Chiflidos. Al poco rato uno por uno se fueron saliendo del auditorio. Hacían ruido, hablaban en voz alta, proferían protestas. Con el primer paso afuera daban un portazo… Aumentaron las protestas y los abucheos. No obstante, Antonin Artaud continuó hasta el último aliento. Quedó tendido sobre el suelo. Cuando el auditorio quedó casi vacío, con un pequeño grupo de amigos, Artaud se levantó. Caminó hacia mí. Me besó la mano y me pidió que lo acompañara a una cafetería… Salimos a caminar bajo la lluvia suave.

Caminamos y caminamos por calles oscuras. Artaud se sentía muy lastimado, muy molesto, estaba en un desconcierto por los abucheos. Espetó su coraje:

“Siempre quieren oír que se hable de ‘algo’. Querían escuchar una conferencia ‘objetiva’ sobre El teatro y la peste, y yo lo que quería era mostrarles la experiencia misma de eso, la peste misma, para que se aterroricen y despierten. Yo quiero despertarlos. No quieren enterarse de que están muertos. Están completamente muertos, no escuchan ni ven. Yo les mostré la agonía; la mía, es cierto, pero es la de todos los que viven.”

La lluvia mojaba su rostro, se apartaba el cabello mojado sobre la frente. Se notaba tenso y obsesionado pero hablaba con sosiego:

“Nunca me he encontrado con alguien que sienta lo mismo que yo siento. Hace quince años que me drogo con opio. Me lo recetaron por primera vez cuando yo era muy joven, con el fin de aliviar los dolores terribles de cabeza que me atacaban. Muchas veces he pensado que en lugar de escribir, lo que hago es describir el conflicto por escribir, el conflicto por nacer.”

Para Artaud el hecho de morir a causa de la peste no es algo peor que ser víctima de la mediocridad, que tener un espíritu comercializado, que estar en la corrupción que nos rodea. Él quiere que la gente cobre conciencia de que se está muriendo. Quiere obligar a la gente a que penetre en un estado poético.

“Esa hostilidad del público sólo demostró que usted los inquietó”, le dije.

The Diary of Anaïs Nin 1931-1934, vol. I
Prefacio y edición de Gunther Stuhlmann,
A Harvest/HBJ Book, 1969

José Vicente Anaya (Villa Coronado, Chihuahua, México, 1947). Poeta, ensayista, traductor y periodista cultural. Fundador del movimiento infrarrealista. Ha publicado más de 30 libros, entre ellos: Avándaro (1971), Los valles solitarios nemorosos (1976), Morgue (1981), Punto negro (1981), Largueza del cuento corto chino (7 ediciones), Híkuri(4 ediciones), Poetas en la noche del mundo (1977), Breve destello intenso. El haiku clásico del Japón (1992), Los poetas que cayeron del cielo. La generación beat comentada y en su propia voz (3 ediciones), Peregrino (2002 y 2007), entre otros. Ha traducido libros (publicados) de Henry Miller, Allen Ginsberg, Marge Piercy, Gregory Corso, Carl Sandburg y Jim Morrison. Ha traducido a más de 30 poetas de los Estados Unidos. Ha recibido varios premios por su obra poética. Es miembro del Sistema Nacional de Creadores CONACULTA-FONCA. Formó parte de la Sociedad de Escritores de México y Japón (SEMEJA). En 1977, funda alforja. REVISTA DE POESÍA. Desde 1995 ha impartido seminarios-talleres de poesía en diferentes ciudades de México. Ha asistido a encuentros internacionales de poesía y dado conferencias en varios países como Italia, Estados Unidos, Colombia y Costa Rica. Actualmente colabora en la revista Proceso.

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